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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (55 page)

Tyler intentaba por todos los medios evitar el desmayo. Se concentró en superar a Ulric y hacerse con el subfusil que vio junto a la pared.

—Quiero que me devuelva el amuleto —dijo Ulric. Cerró la distancia que los separaba y golpeó a Tyler en el pecho, dejándolo sin aliento. Sin embargo, el ingeniero pudo lanzarle un derechazo a la cabeza y reforzar el golpe con el amuleto de dura roca. Nunca había oído un ruido tan satisfactorio como el crujido de su cráneo.

Mientras Tyler recuperaba el aliento, Ulric reculó, aturdido, y luego cargó de nuevo. En esa ocasión el ingeniero apoyó el peso en la rodilla de la pierna buena y lanzó un gancho directo al plexo solar de Ulric, quien se dobló de dolor, momento que aprovechó su contrincante para castigarle un riñón, lo cual bastó para derribarlo.

Tyler se irguió y echó a cojear hacia el subfusil. Ulric le puso la zancadilla y le hizo caer de espaldas, lo que aprovechó para abalanzarse sobre él y golpearlo con furia.

Tyler levantó el brazo, asió con la izquierda a Ulric por la nuca y le golpeó la cara con el casco. La sangre cubría el rostro del multimillonario, que tenía rota la nariz y había perdido algunos dientes. Entonces, con todas sus fuerzas, Tyler utilizó la pierna buena para quitárselo de encima, pero cayó tarde en la cuenta de que el otro ya no se sentaba a horcajadas sobre él, sino que rodaba sobre sí en dirección al subfusil.

A pesar del dolor del rostro malherido, Ulric tanteó el arma. El cañón aún estaba caliente. Escupió sangre y empuñó el subfusil. Se incorporó y disparó sin apuntar en la dirección donde Tyler estaba hacía un instante.

Las balas alcanzaron el suelo de la caverna, y reventaron alguna de las piezas de cerámica. Ulric distinguió la silueta de Locke recortada contra la luz que se filtraba a través de la puerta de la cueva. Cojeaba hacia la salida, con la mochila al hombro.

Ulric emprendió la persecución, disparando mientras corría. No fue capaz de herir a Locke antes de que franqueara la abertura. A la velocidad a la que caminaba no llegaría muy lejos.

Era lamentable pensar en lo cerca que había estado Locke de escapar, lo que sin duda endulzaba la agradable sensación que él sentía. Decidió seguirlo al exterior y acribillarlo justo cuando acababa de recuperar la libertad.

Ulric alcanzó la salida y echó un vistazo, preparado para afrontar una emboscada, pero Locke cojeaba hacia la entrada de la cueva. Disparó de nuevo, y el ingeniero cayó postrado de rodillas.

Tyler se dio la vuelta y arrojó algo hacia Ulric, algo que rodó hacia él como una granada.

—¡Cójala! —gritó Tyler—. ¡Déjenos marchar!

Pero al ver de cerca la presunta granada, Ulric reparó en el matiz ámbar, deslumbrante contra la luz del sol. Se arrodilló para recoger el amuleto y se lo metió en el bolsillo.

Locke se deshizo de la mochila mientras se levantaba, intentando desesperadamente alcanzar la salida.

Ulric sacudió la cabeza y puso un cargador nuevo en el subfusil. Desarmado y herido, Locke debió de pensar que valía la pena probar, como último recurso, a darle el amuleto. El millonario caminó hacia él como si nada, apuntándole con el arma. Locke siguió cojeando. A Ulric le dolía la nariz, pero se sentía feliz.

—Jamás me vencerá, Locke —se jactó.

Éste se detuvo en la entrada de la cueva. Se dio la vuelta. En ese momento lo bañaba la luz del sol de mediodía, y por algún motivo esbozaba una sonrisa. Ulric sacudió de nuevo la cabeza.

Locke estaba loco.

Ulric acarició el gatillo del arma.

Tyler supo que podía morir ahí mismo, pero al menos había llegado a ver el rostro de querubín de Sebastian Ulric hecho una pena, ensangrentado y con los dientes y la nariz rotos.

Seguía en mitad de la cueva, apuntándolo con el subfusil, dedicándole una sonrisa de desprecio que no ocultaba sus emociones. Ulric no había reparado en lo que Tyler dejó en el interior de la cueva.

—Procuré que tuviera en cuenta todas las consecuencias —dijo.

—Y lo hice —contestó el otro—. Usted pierde. De nuevo.

Tyler negó con la cabeza.

—No. Yo gano. —Y hundió el dedo en el gatillo del control remoto.

El vehículo que había colocado cuando fingió caer al suelo apuntaba directamente a la caja de dinamita. Arrancó con un chirrido, y Ulric bajó la vista cuando el vehículo pasó de largo a gran velocidad. Volvió entonces la cabeza y reparó en la presencia de las cajas desgastadas. Tyler estaba seguro de que Cutter le habría advertido a Ulric en su momento del delicado estado de los cartuchos que había en el interior, tanto que un golpe por parte de un juguete de dos kilos que se desplazaba a sesenta kilómetros por hora bastaría para detonarlos.

A juzgar por su mirada, Ulric había caído en la cuenta una fracción de segundo demasiado tarde para detener el vehículo. Tyler se arrojó a un lado cuando el millonario apretó el gatillo del subfusil. Las balas silbaron a escasos centímetros del lugar donde había estado la cabeza del ingeniero.

Al caer al suelo, el vehículo alcanzó la caja de dinamita y la cueva saltó por los aires. Tyler aprovechó la inercia de la caída para rodar contra la pared del risco. Se cubrió la cabeza con las manos y sintió el calor abrasador de la llamarada que escupió la cueva.

El techo cedió en el interior, absorbiendo la explosión y levantando una inmensa polvareda. Miró hacia el monte Ararat, esperando una avalancha. Algunas rocas cayeron rodando, pero eso fue todo. Se incorporó lentamente, recostando la espalda en el risco.

Grant y Dilara asomaron del lugar donde se habían refugiado tras una roca. Ambos se le acercaron a gatas y se sentaron a su lado. Tenían la ropa sucia, hecha jirones y estaban cubiertos de tierra, por no mencionar los cortes y las rozaduras en la piel. Pero Tyler estaba seguro de que él tenía peor aspecto. Se sentía derrotado, y por un instante pensó que iban a dejar perdido el helicóptero, aunque eso le traía sin cuidado.

—Si esto es lo que tú entiendes por arqueología —dijo Dilara—, no pienso volver a invitarte a ir de excavaciones.

—Ni hablar —replicó Tyler—. Ahora mismo, lo que más me apetece es buscar un hotel con un buen servicio de habitaciones.

—Yo lo único que quiero es una cama caliente y cómoda, y unos veinte miligramos de morfina —dijo por su parte Grant.

—¿Ulric ha muerto? —preguntó Dilara.

Tyler asintió.

—Está en esa cueva. Ha saltado por los aires y está enterrado con el arca.

—Algún día excavarán el arca. Eso te lo garantizo. —Sacó la cámara—. La comunidad arqueológica no podrá ignorar esto.

—¿Y qué ha sido del amuleto? —preguntó Grant.

—Incinerado por la explosión.

—Tenemos suerte de que Ulric no se nos adelantara al salir —dijo Grant—. De otro modo se habría salido con la suya.

—¿Por qué no lo hizo?

—Desconocía la existencia de la puerta —contestó Tyler.

—¿Y tú cómo sabías que había una puerta de salida?

—Fue una suposición. Por inteligente que fuera Sebastian Ulric, tenía un gran fallo.

—¿Cuál?

Tyler sonrió antes de responder.

—Bueno, no era ingeniero.

Capítulo 72

Tyler se hallaba en el balcón de su habitación del Four Seasons de Estambul, apurando la taza de café. Las nubes cargadas de lluvia asomaban sobre los minaretes de Hagia Sophia, pero pudo ver el cielo azul en la distancia. El sol asomaría a tiempo para su paseo con Dilara.

Dejó la taza y volvió dentro, a pesar de que la pierna se le resentía a cada paso. El doctor dijo que le dolería unas semanas más, pero que no tenía que andar con bastón. La herida de bala fue más dolorosa que grave.

Tyler no se molestó en encender la televisión. Sabía qué vería en las noticias. Habían pasado tres días desde que escaparon del arca de Noé, y el mundo empezaba a cobrar conciencia del descubrimiento del mapa de Khor Virap. Que sus instrucciones pudieran llevar a desenterrar el arca de Noé había enloquecido a los medios de comunicación. Tyler pudo quitarse de en medio para que Dilara y su padre se llevasen todo el mérito.

Pero sin duda su papel en lo sucedido les había proporcionado ciertas ventajas. Tras descubrir las radios de los mercenarios, el helicóptero los llevó de vuelta a Van, donde les trataron las heridas. Los tres cadáveres habían dado pie a un sinfín de preguntas por parte de las autoridades turcas, pero Sherman Locke tiró de algunos hilos entre sus aliados políticos de Washington, y eso, combinado con las pruebas aportadas por las fotografías de Dilara, convenció a los turcos de que habría tiempo de sobra para responder a sus preguntas, siempre y cuando no abandonasen el país en los días siguientes.

La pérdida de sangre que sufrió Grant de resultas de la cuchillada le obligó a pasar un par de noches en el mejor hospital de Estambul, donde fue sometido a una intervención quirúrgica por la fractura del hombro. Su recuperación llevaría más tiempo que la de Tyler, pero tampoco le quedarían secuelas. Tyler y Dilara lo acompañarían cuando le dieran el alta a última hora, pero antes había algo que debían hacer.

—¿Preparada? —preguntó Tyler.

Dilara estaba sentada a la mesa, mirando una pequeña urna que contenía los restos incinerados de Hasad Arvadi. Después de la autopsia en Yerevan, la policía armenia había facilitado el papeleo y enviado el cadáver a Turquía. Dilara prefirió no celebrar un servicio fúnebre. La mayoría de las amistades y colegas de Arvadi eran estadounidenses, y en ningún momento su padre le había comunicado su deseo de convertir su Turquía natal en su lugar de descanso.

—¿Dilara?

Se secó las lágrimas, abrazada a la urna.

—Sí. Vamos.

Salieron del hotel y echaron a andar hacia la avenida Kennedy Caddesi. Caminaron lentamente, dando un paseo. Tyler pensó que Dilara quería tomarse su tiempo. Finalmente la arqueóloga rompió el silencio.

—Ojalá hubiera llegado a verla. Estuvo tan cerca.

—Creo que le gustaría saber que tú la encontraste —dijo Tyler—. Y también que adoptes su apellido, Arvadi, en lugar de Kenner.

—Debí hacerlo hace mucho tiempo.

—Dilara y Hasad Arvadi se convertirán en nombres famosos.

—¿Estás seguro de que no quieres compartir el crédito del descubrimiento?

—No es mi estilo —respondió Tyler—. Además, Miles Benson ya está sacando partido de nuestras proezas para futuros contratos. No, tú y tu padre merecéis acaparar todo el mérito.

—Después de todo has salvado el mundo.

—Me da que pensar que la Biblia necesita una nueva interpretación. En su pacto con Noé, Dios dijo que nunca volvería a acabar con la humanidad.

—Y no lo ha hecho.

—Sólo porque impedimos que Ulric se sirviese del Arkon como arma.

—¿Cómo sabes que no eres el enviado de Dios? Dios obra de forma misteriosa. Tú mismo dijiste que el arca fue un milagro.

—Eso te lo concedo. Fue asombroso encontrarla intacta después de tantos siglos. Pero eso fue debido a su ubicación, a lo aislada que estaba. Todo tiene una explicación científica. No hay nada sobrenatural en ello.

—Ésa es la belleza y la complejidad de la obra de Dios. Hay cientos de modos de interpretarla.

—Tengo que admitir que me apresuré echando por tierra tus teorías acerca del arca —dijo Tyler.

—¿Y tu reputación de escéptico inveterado?

—No hay nada de malo en mantener una mentalidad abierta. —Tomó la mano de Dilara—. ¿Así que pasarás unos cuantos días más aquí, y luego volverás al monte Ararat?

—Ya me he puesto en contacto con el Gobierno turco respecto a la excavación del lugar. Puesto que es mi descubrimiento, y yo tengo las únicas fotografías tomadas en su interior, están dispuestos a permitir que tome parte. Pero el proceso podría llevar meses, y luego excavar a través de esos túneles llevará un tiempo, por no mencionar la inspección del interior. Y esta vez será una inspección hecha de la forma apropiada.

—Por lo que parece pasarás aquí una larga temporada. Yo tengo que volver pronto a Seattle.

—¿Quién sabe? Puede que algún día podamos sentar la cabeza juntos.

—Tal vez algún día, sí —dijo, apretándole la mano.

Llegaron a la avenida Kennedy Caddesi, que cruzaron hasta el paseo marítimo que daba al mar de Mármara. La parte asiática de Estambul se encontraba en la orilla opuesta, y los barcos atestaban el paso que unía el mar Negro con el Mediterráneo.

Tyler soltó la mano de Dilara para dejar que se acercase al agua. Vio que movía los labios, y después se arrodilló y vertió las cenizas de su padre en el mar.

Dilara se incorporó, con la mano en el guardapelo. Tyler se acercó y la abrazó.

Permanecieron así un rato. Finalmente, ella se volvió.

—¿Vamos a buscar a Grant?

—Ve tú delante. Nos veremos allí, y lo llevaremos a tomar un espléndido desayuno. Estoy seguro de que se muere de hambre después de estos tres últimos días de comida de hospital.

—¿Adónde vas?

—Tengo unos recados que hacer. Encargos de Gordian.

La besó, y después disfrutó de la panorámica cuando ella se alejó caminando hacia el hospital. Ahí tenía a una mujer con un propósito en la vida. Tyler la encontraba increíblemente sexy.

Miró atrás una vez, y lo saludó con la mano. Él respondió al saludo y la perdió de vista cuando dobló la esquina.

Tyler paró un taxi.

—A Araco Steelworks —dijo al taxista.

Un cuarto de hora después, el taxi condujo por el sector industrial de la ciudad. Las chimeneas se alzaban al cielo. El vehículo frenó ante la puerta de una gigantesca fundición. A través de la puerta abierta del edificio, Tyler vio las chispas que saltaban donde vertían el acero fundido.

—Espere aquí —dijo el ingeniero—. Sólo tardaré unos minutos.

El conductor asintió y apagó el motor.

Mostró el pasaporte en la puerta.

—Miles Benson llamó para acordarme una visita.

El ocioso guardia consultó el listado de visitas autorizadas, le dio un casco e hizo un gesto para que entrara.

Gordian había llevado a cabo la consultoría de una de las instalaciones industriales de Araco en Bulgaria, razón por la cual Miles conocía al propietario. Parecía que la reserva de contactos de su jefe era inacabable, lo que no incomodaba lo más mínimo a Tyler. Después de todo, era la capacidad de Miles para relacionarse lo que había convertido a Gordian en una de las principales consultoras del mundo.

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