El asesinato como diversión (20 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Policiaco

—Segurísimo. Eso me mantendrá fuera del manicomio. Leeré lo que hayas hecho antes de presentarlo; esa tarea no me hará daño. ¿No te sentirás ofendida si encuentro cosas que no me gustan y te pido que las rehagas?

—Claro que no, Bill. Agradezco mucho las críticas..., además, las necesito. Jamás se me habría ocurrido entregar nada sin que tú le dieras el visto bueno. Tú conoces el oficio muchísimo mejor que yo.

—De acuerdo, entonces. Trato hecho. ¿Tienes mucha hambre? ¿Quieres que comamos ya y hablemos de esto más tarde, o prefieres que te entregue los guiones primero?

—Bill, estoy tan entusiasmada, que no me importa si no vuelvo a comer en mi vida.

—De acuerdo. —Tracy abrió el maletín y sacó los guiones. Los puso sobre el escritorio en dos pilas, una grande y otra pequeña—. Estos de aquí son guiones antiguos; están ordenados por si quieres hacer referencia a alguna cosa. Cubren las últimas tres semanas. Si necesitaras consultar algo anterior a eso, tendrás que utilizar los archivos del estudio. Y éstos —dijo señalando la pila más pequeña— son los cinco guiones de esta semana que viene, de lunes a viernes. Todavía no se han emitido. Ya los has leído, me parece, mientras modificábamos los anteriores. Lo que escribirás tú será para la semana siguiente, y aquí tienes escrito medio guión para empezar, y también el resumen de la secuencia. Wilkins ya ha aprobado el resumen, al menos lo suficiente de éste como para cubrir la primera semana de guiones.

Con los ojos aún brillantes de entusiasmo, Dotty cogió el guión inacabado y el resumen.

—De acuerdo —dijo Tracy—, léelos si quieres, así podrás empezar a pensar en algo. Yo me pondré a preparar la cena.

—¿De veras no te importa? Me gustaría leer esto ahora mismo. Ah, quería preguntarte una cosa. ¿En el estudio tienen que enterarse, o no quieres que diga nada?

—¿Por qué no? Claro, yo mismo se lo diré a Wilkins. Haré que por esta semana te libren de tu trabajo como estenógrafa, aunque tenga que irme yo a cubrir tu puesto. No creo que tenga motivos para oponerse si los guiones están bien. Además, ya me encargaré de repasarlos para asegurarme de que lo estén.

—¿Y si él no estuviera de acuerdo?

—Seguiremos adelante con el plan, pero tendrás que trabajar por las tardes, cuando salgas del estudio. Es decir, si puedes. Pero no te preocupes, no se opondrá. Y ahora, prepararé algo para cenar.

Silbando, y sintiendo que se había quitado una tonelada de peso de encima, se fue a la cocina y empezó a abrir los paquetes que había llevado.

Siguió silbando mientras trabajaba. Hacía semanas que no se sentía tan feliz.

Oyó que Dotty se dirigía al escritorio y comenzaba a escribir a máquina.

Asomó la cabeza por la puerta de la cocina y preguntó:

—¿Ya vas a empezar?

—Sólo voy a pasar la parte del guión que escribiste, Bill, pará cogerle el ritmo. Oye, has tenido una idea estupenda para la pelea entre Millie y Dale. Eso de que Millie crea que Dale le ha echado el ojo a una chica del despacho. La pelirroja operadora de la máquina de calcular.

—Si —dijo Tracy.

—¿De veras crees que él le ha echado el ojo a esa muchacha, o es que se lo parece a Millie?

—Bueno... —dijo Tracy.

—¿Y cómo se enteró Millie?

—Eso mismo me he preguntado yo. Escúchame, jovencita, quizá tú puedas escribir guiones de Radio y hablar al mismo tiempo, pero yo tengo que concentrarme para preparar la cena. ¿Cuánto hay que hervir el agua antes de usarla para hacer café? Vale, vale, no me lo digas. Déjame pensar.

Fuera de la cocina todo estaba en silencio, salvo por el teclear de la máquina de escribir.

CAPÍTULO XI

Tracy siguió silbando, sin desafinar demasiado, mientras trabajaba. Aquello era maravilloso, pensó. Ahí fuera, una máquina de escribir iba tecleando la continuación de
Millie
(rescribiéndola, mejor dicho), y él no tenía que preocuparse siquiera. Una semana en absoluta y celestial liberación de los seriales radiofónicos.

Un poco más tarde, con un par de chuletones que comenzaban a freírse apetitosamente en la cocina, volvió a echar un vistazo hacia fuera. Vio a Dotty sentada ante el escritorio, y se apoyó contra la jamba de la puerta para observarla.

Dotty trabajando con ahínco, qué bonito espectáculo. De algún modo se las arreglaba para dar la imagen de una niñita que hace los deberes. Pero, aunque fruncía el labio inferior como una niña, la máquina de escribir recibía en ese momento una verdadera paliza. Él deseó poder escribir así de rápido.

Sí, era guapa. Muy guapa. Tal vez si...

Pero no. Maldición, no esta noche. Si se le insinuaba esa misma noche, ella podría interpretarlo como una burda exigencia de que lo recompensara por el favor que le hacía al ofrecerle una verdadera oportunidad de escribir guiones de Radio. Tendría que esperar. Maldición, ¿por qué no se le había insinuado primero y dejado la proposición de trabajo en segundo término?

Un tufillo a quemado lo sacó de sus pensamientos y volvió a la cocina. Con una mano sacó la sartén del fuego, con la otra cogió un tenedor y atravesó las chuletas para sacarlas de la sartén hirviente. Pero las chuletas ya estaban quemadas y chamuscadas por el lado y no había manera de recuperarlas.

Menos mal que había comprado cuatro. Tiró la carne quemada al cubo de la basura y puso los chuletones restantes en la sartén. Esta vez se dedicó a observar cómo se hacía la carne, en lugar de mirar a Dotty.

Bajó la mesa plegable, la puso, y lo preparó todo antes de llamarla. Ella levantó la cabeza, sobresaltada como si le sorprendiera encontrárselo allí.

Después sonrió contritamente y le dijo:

—Oh, Bill, debí ayudarte. Sólo quería trabajar un poco y después...

—Me gusta hacerlo —adujo Tracy—. Además, ya está todo listo. Anda, ven a comer.

—Hummm, qué bueno está —dijo Dotty cuando hubo tomado el primer bocado.

—Algún día seré una buena esposa —admitió Tracy con modestia—. ¿Qué tal va el guión?

—Ya voy por el segundo. Bill, cuando terminemos de cenar me gustaría que leyeras el primero. Podrás hacerlo mientras yo lavo los platos.

A Tracy se le ensombreció el rostro.

—¿El segundo? ¿Quieres decir que en tan poco rato mecanografiaste la mitad del que yo había hecho, escribiste la parte que faltaba y empezaste otro guión ¿Todo eso mientras yo preparaba la comida?

Consternado, echó un vistazo al reloj. Eran apenas las ocho; menos de una hora de trabajo.

—Ajá. Y al mecanografiar la parte que tú hiciste introduje unos cambios de poca importancia; quiero que me digas qué te parecen. Me limité a dejar caer una o dos pistas de cosas que ocurrirán en los guiones siguientes. Oye, Bill, cuando lleguemos al accidente propiamente dicho, ¿no te parece que sería una buena idea que el conductor del camión se diera a la fuga? Asi tendremos otra complicación que podríamos utilizar más adelante. La búsqueda del conductor culpable. Ya sea que Dale muera o no, podemos usar eso para crear otra secuencia, si nos parece.

—Claro, ¿por qué no? No perdemos nada si dejamos ese punto colgado. Vaya, Dotty, en menos de una hora has escrito... Oye, ¿te importa si leo ese guión mientras como?

No le importó.

Tracy lo leyó mientras comía. La primera parte le resultó familiar, demasiado familiar como para sentirse cómodo después de haber consumido tres horas y cuarto de dura lucha con ésta. Los cambios eran de poca importancia, tal como Dotty había dicho. Descubrió una o dos pistas: mencionaba que en la oficina de Dale había una nueva empleada. Un toque de malhumor por parte de Millie.

Las escasas modificaciones en la redacción constituían mejoras de poca importancia. Pero todo eso era fácil, casi cualquiera podía mejorar un guión. Dificilmente se puede volver a mecanografiar uno, sin ver que aquí y allá aparecen una frase o una oración entera que pueden reforzarse.

Al llegar a la parte nueva, la que era obra de Dotty, comenzó a leer con sumo cuidado, y con una concentración tal, que se olvidó de comer. La leyó muy despacio.

Era horrible. Olía fatal. Era...

Un momento..., ¿lo era de verdad? Retrocedió unas páginas hasta la mitad, en parte para releer y en parte para postergar el tener que discutirlo mientras pensaba..., se quedó allí sentado mirando fijamente el papel.

Intentó analizar qué era lo que no funcionaba con ese guión, por qué olía fatal.

La redacción era correcta. El lenguaje empleado, también. Los diálogos eran naturales. El argumento era el que ya había aprobado.

Entonces, ¿por qué rayos...?

Tuvo que llegar casi al final de la segunda lectura para obtener la respuesta.

No era el guión de Dotty lo que no le gustaba... Era, sencillamente, que se trataba de un serial radiofónico, y los seriales radiofónicos en sí mismos eran una burda imitación de la vida. Incluso
Los millones de Millie
. Especialmente
Los millones de Millie.

Santo Dios, mientras él los había escrito, había estado demasiado empapado de ellos como para darse cuenta de lo que eran. Sabía que los seriales en general eran un insulto a la inteligencia adulta, pero se había engañado hasta el punto de considerar que
Los millones de
Millie
era distinto, mejor.

Maldición, había echado mano de la autohipnosis, y ahora se daba cuenta. Sabía que había estado escribiendo basura, pero se había engañado para no pensar en ello. La mitad del guión escrita por Dotty era tan buena como la que él había escrito. Pero había cometido el error de juzgarla objetivamente porque no era obra suya.

Retrocedió un par de páginas y volvió a leerlas, esta vez tratando de hacer caso omiso de su punto de vista, y leyó desde el punto de vista de los estúpidos oyentes.

Volvió a respirar aliviado. Sí, era bueno. En cualquier caso, superaba los niveles mínimos, y eso ya era mucho tratándose del primer intento. Pasó unas cuantas páginas y llegó al comienzo del segundo guión. Si, también estaba bien.

Levantó la cabeza (era la primera vez que se atrevía a hacerlo) y vio que Dotty lo estaba mirando, expectante y ansiosa.

—Es fantástico, Dotty —le dijo—. Lo haces tan bien como yo..., y muchísimo más de prisa.

—Gracias, Bill. Eres un exagerado, pero..., vaya, por la cara que pusiste la primera vez que lo leíste, no sé..., por un momento temí haberlo hecho mal.

—Pues era cara de celos —le confesó Tracy, con una sonrisa—. Tuve que leerlo por segunda vez para encontrar unas cuantas pegas menores, que me subieron la moral. Bien, tu comienzo no podía haber sido más maravilloso; has sabido aprovechar bien el tiempo. Todavía es temprano, y seguirá siendo temprano cuando hayamos fregado los platos. ¿Vamos a ver algún espectáculo? ¿A un club nocturno? ¿Echamos un vistazo por Harlem? ¿Qué sugieres?

—Esta noche no, Bill. Estoy demasiado entusiasmada con la oportunidad que acabas de darme. Quiero terminar el segundo guión.

Tracy la miró con cara de incredulidad.

—¿No estás de guasa? ¿De verdad quieres trabajar? ¿Es posible que una chica con tu aspecto disfrute trabajando?

—¡Esto no es trabajo, Bill! Para mí es una diversión. Es realmente divertido escribir una obra que sabes que escucharán miles y miles de personas, y que disfrutarán con ella y que...

—¡Vaya! —exclamó Tracy—. A ver si lo entiendo. ¿Quieres decirme que de veras te gusta escribir estas cosas? ¿Y escucharlas?

—Pues claro. Escuchaba
Los millones de Millie
casi a diario antes de empezar a trabajar en el estudio. Entonces jamás soñé que algún día llegaría a escribir guiones para ese programa, Bill. Vamos, que creo que la Radio...

Durante la siguiente media hora, Tracy se enteró bastante a fondo de lo que Dotty pensaba de la Radio, porque era capaz de hablar casi tan de prisa como escribía. Al oírla, sacudió la cabeza lleno de asombro.

Concluida esa media hora (porque Dotty podía trabajar y hablar al mismo tiempo, y no quiso saber nada de que la ayudara, ni siquiera de que secara las cosas), los platos estaban fregados y la habitación otra vez en orden.

Y Tracy se encontró con que lo estaban echando (no de forma física, pero sí verbalmente) para que Dotty pudiera ponerse a trabajar en el segundo guión.

Al llegar a la acera se sintió aturdido. Se fue andando a su casa porque quería pensar. Se sentía ligeramente borracho por la alegría que le producía la libertad, por la posibilidad de irse a la cama sin que
Los millones de Millie
pendieran sobre su cabeza. Libre durante una semana entera.

Verdaderamente libre, porque estaba seguro de que no tendría necesidad de leer los guiones que Dotty escribiera, que no le darían una sola preocupación. No obstante, les echaría un vistazo, para poder volver a ver a Dotty. Los leería incluso, pero no tendría que pensar ni preocuparse.

Y al cabo de unos días, cuando la chica hubiera escrito todos los guiones y el arreglo entre ambos hubiera concluido...

Llegó a casa antes de las nueve de la noche.

Para Tracy, aquélla era una hora horrenda para llegar a su casa, pero descubrió que estaba exhausto. Quizá fueran las secuelas de la espantosa tarde que había pasado tratando de escribir. Quizá fuera la reacción ante su repentina libertad.

Ni siquiera intentó ponerse a leer. Se dejó caer en la cama y se quedó dormido en cuanto aterrizó sobre ella. No soñó; ninguna pesadilla fue a encaramarse a los pies de su cama para sugerirle, entre murmullos, que sus verdaderos problemas no habían comenzado aún.

Tal vez a estas alturas se les habrá ocurrido pensar que Tracy no habría sido un buen detective. Era un buen tipo, pero no daba la talla. Demasiado despreocupado. Normalmente, no sentía la más mínima inclinación por salir a perseguir problemas. La vida le ofrece a un hombre tantas cosas mejores que perseguir..., y no sólo lo que están pensando. Le encantaban los buenos libros, la buena música, jugar a las cartas y al ajedrez, ver obras de teatro, si eran buenas, y beberse una buena copa en buena compañía. Le gustaba conversar y cuando estaba con alguien que supiera algo que él desconocía y tenía ganas de hablar de ello sabía incluso escuchar.

Le disgustaba que la gente pusiera en práctica, en la condenada realidad, los crímenes que habían sido producto de su imaginación. Se daba cuenta ahora de que de todos modos no habían sido unos guiones muy buenos. Cuanto más pensaba en ellos, menos le gustaban. Se preguntó si Arthur Dineen y Frank Hrdlicka seguirían con vida si a él no se le hubiera ocurrido escribir unos guiones en los que un asesino se disfrazaba de Papá Noel en un caso, y en el otro metía el cadáver de un conserje en una caldera apagada.

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