El Balneario (19 page)

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Authors: Manuel Vázquez Montalbán


C'est extraordinaire!

Y Colom decía para sí mismo, aunque él creía que los demás le escuchaban, que así no se arreglan las cosas, que hablando la gente se entiende. Sonó un estampido sobre el griterío y una bala de goma subió hacia los cielos como el tapón de una botella de champán. En pos de los subalternos, apareció Serrano al frente de un grupo de fuerzas del orden, desplegado para multiplicar su ocupación del terreno. El inspector ayudante, el guardia nacional chófer del coche patrulla y cinco guardias civiles. No era intención de la carga el coger a los indígenas entre dos frentes, sino envolverlos y forzarles a una retirada, dejando el campo libre a sus legítimos usufructuarios. Mas cada colectivo interpretó la aparición del séptimo de caballería a su manera o según su propia memoria y mientras los residentes se sintieron salvados, los amotinados se consideraron agredidos y salieron en distintas direcciones para salvarse de lo que temían encerrona. No todos pudieron volver por caminos indirectos a sus posiciones de partida, porque algunos huyeron demasiado ciegamente y quedaron en territorio enemigo, cercados por grupos envalentonados que se cebaron en su condición de animales en fuga y desasistidos del valor colectivo. Y así se establecieron conatos de linchamiento que no llegaron a más debido a la debilidad ayunante que la mayor parte de los residentes constataron cuando llevaban ya más de media hora de combate y habían gastado en él casi toda la salud que habían acumulado durante su estancia en El Balneario. Pudieron huir de mala manera los aislados y retomar posiciones bajo la batuta de una minoría dirigente que ordenó repliegue y concentración en espacio abierto, de nuevo en el dorso del balneario, mientras los residentes se concentraban sobre el césped entre la piscina y el pabellón de los fangos, y entre los dos bandos los ocho efectivos humanos policiales, sin saber a qué turba vigilar más, aunque no podían disimular una tendencia espontánea a prevenirse frente a los agitadores. Descendió Serrano al encuentro de los residentes y les encareció que volvieran a sus puestos, sin preocuparse, porque la situación estaba controlada. Frau Helda y las otras dos enfermeras se habían repartido entre los dañados y restañaban heridas y consolaban a los histéricos. La dirección fue entonces asumida plenamente por el mayor de los Faber, que creyó oportuna una medida de pacificación consistente en ofrecer ayuda sanitaria a los descalabrados del otro bando, a voz en grito, asomado a la ventana que daba a los traseros de El Balneario donde estaban en asamblea abierta y permanente casi la totalidad de los trabajadores de la clínica. No fue atendida su propuesta, aunque tampoco fue agredido verbalmente y creyó observar Hans Faber un cansancio profundo entre los trabajadores, como si de pronto se sintieran aplastados por el peso de la irracionalidada que había conducido fatalmente el juego de acciones y contracciones. De pronto, la asamblea se puso en movimiento y avanzó hacia el interior del edificio buscando una de las puertas externas del gimnasio, se metió en él y cerró la puerta por dentro. El gimnasio daba a los pasillos que comunicaban con la sección de masaje y por ese pasillo salió el comunicado de que los trabajadores de la empresa Faber and Faber, más conocido por El Balneario, decidían iniciar una huelga de hambre sine die como acto de protesta por las vejaciones a que habían sido sometidos.

—¡Una huelga de hambre! Qué poco sentido tiene la palabra hambre en este contexto, ¿no es verdad?

Sánchez Bolín hacía la pregunta y sus dos compañeros de observatorio, la terraza del salón desde la que se dominaba el campo de batalla, Gastein y Carvalho, no supieron a cuál de los dos iba dirigida.

—¿Asistimos a una escenificación de la lucha de clases? —preguntó Carvalho al escritor.

—No. No creo. Más bien se trata de una lucha entre lo nacional y lo racial. Los trabajadores del balneario se sienten infravalorados precisamente porque son de aquí. La suya es una reivindicación nacional. Los clientes se sienten confusamente amenazados por una raza oscura y sureña. Lo suyo es un apriorismo casi racista o cultural.

—¿Y el comportamiento de los clientes españoles? Se han alineado junto a los extranjeros.

—Entre ellos sí quizá haya funcionado un mecanismo de lucha de clases. Pero muy poco científico, si me permite utilizar la expresión. En el fondo, lo que más molesta a un rico español es que los pobres puedan mearse en su cuarto de baño.

—¿Y usted toma partido?

—No. No es el lugar, ni el momento. Las cuestiones nacionales y raciales me aburren. Me avergüenzan. Me producen vergüenza ajena. Son un retroceso y enmascaran el sentido de la historia y el sujeto revolucionario.

Tardó en darse cuenta Sánchez Bolín que Carvalho le había abandonado y que Gastein permanecía absorto contemplando un punto indeterminado del parque que le reclamaba como la voz de una sirena.

20

La asamblea de trabajadores, reunida con carácter permanente, decidió iniciar una huelga de veinticuatro horas, de la que quedaban exentas cinco mujeres de la limpieza, exclusivamente destinadas a las secciones más estrictamente sanitarias de la clínica y al servicio de las habitaciones de los enfermos más inválidos. Por su parte, los técnicos y el personal sanitario españoles decidieron no sumarse a la huelga, pero emitieron un comunicado en el que lamentaban lo ocurrido y pedían a la empresa que el honor de Luguín fuera públicamente restituido. Mientras el objetivo de la huelga definida era un tanto etéreo, protestar por el trato vejatorio sufrido por un compañero como síntoma de la agresividad de un sistema concebido contra los trabajadores, la propuesta de los técnicos sí ofrecía a Molinas la posibilidad de entreabrir la puerta del final feliz. Tras consultar a los Faber y a Serrano, se encerró con madame Fedorovna en su despacho y una hora después salió con el texto de un posible bando a colocar en los murales de avisos de todo el balneario:

La dirección de El Balneario, razón social Faber and Faber, tiene a bien proclamar su total confianza en la persona de su empleado señor Luguín y lamentar la agresión de que ha sido objeto. Sólo en un clima de mutua colaboración entre personal asistencial y clientes pueden darse las condiciones óptimas para que El Balneario cumpla su función: conseguir la salud del cuerpo y el espíritu en una isla de reposo y serenidad, al margen de las tribulaciones del mundo actual.

La frase final le pareció a madame Fedorovna excesiva para los propósitos reales del comunicado, pero Molinas estaba muy satisfecho de haberla concebido y la impuso. Traducido a los distintos idiomas hablados en la casa, con la excepción del flamenco y el catalán, apareció por doquier, y por si los murales no fueran vehículo suficiente, Molinas tomó consigo mismo el acuerdo de que fuera ciclostilado e introducido en cada una de las habitaciones por debajo de la puerta. Minutos después de la distribución del mensaje, si bien se había conseguido calmar los ánimos indígenas, no ocurría lo mismo con los foráneos que, aunque coincidentes en lamentar la agresión sufrida por el español, consideraban que proclamar la total confianza en Luguín desamparaba no sólo al agresor, sino al conjunto de los pobladores de El Balneario, de nuevo obligados a asumir que el mal habitaba entre ellos. En cada grupo nacional hubo intervenciones apasionadas sobre la necesidad, incluso psicológica, de mantener a Luguín como sospechoso, con o sin la mandíbula fracturada, en la desconfianza además de que la policía española estuviera preparada para llevar la búsqueda de la verdad a sus últimas consecuencias. Si bien cada grupo nacional ratificó la necesidad de mantener el espíritu colectivo y la frase «la unión hace la fuerza» fue la más repetida en cada una de las reuniones, el aplazamiento del desvelamiento del misterio creó una mal reprimida urgencia de sálvese quien pueda, primero dirigida histéricamente a conseguir romper la cuarentena establecida y salir cuanto antes del repentinamente tenebroso balneario. Pero ante las repetidas denegaciones de permisos de salida que Serrano les oponía, los residentes consideraron que el policía era el hombre fuerte y que sería necesario abordarle de uno en uno, cada historia personal con su acento, cada cual con la habilidad o no de imponer sus argumentos, a la vista de que los colectivos se habían estrellado contra normas establecidas y elaboradas por un colectivo más poderoso.

Y así fue como al despacho habilitado para Serrano empezaron a llegar peticiones de audiencias individuales, peticiones que no provenían de un acuerdo colectivo, sino de la coincidencia espontánea en el principio del «sálvese quien pueda». Primero peticiones por escrito y luego una furtiva cola de comunicantes que fueron componiendo en el dolorido cerebro de Serrano un puzzle de inseguridad y esperanza de huida colectiva. Aunque casi todos retornaron al vicio solitario de la redención individual, no por ello dejaron de lado un cierto ritual corporativo, manteniendo la apariencia de que eran un sujeto colectivo vigilante, a la defensiva, organizador de piquetes para evitar atentados terroristas indígenas. En cuanto a la clientela española, mal unificada ya desde el primer día, tuvo menos obstáculos éticos y estéticos para llamar a la puerta de Serrano en cuanto se enteraron de que Klaus Shimmel, el líder natural del grupo alemán, había acudido al policía para conseguir un estatuto de fugitivo preferente. Incluso la intervención de Shimmel, aunque no fue divulgada, fue en apreciación de Serrano la que marcó un estilo.

Sí, señor inspector, Klaus Shimmel, descendiente del mejor encofrador de Essen. Señor inspector, muchas veces me preguntan en mi país cómo un hombre como tú, con tanto poder social y prestigio y dinero, vas a veranear a España, que en primera instancia, sólo en primera instancia, claro está, parece un país para un turismo modesto. Pero yo le he cogido aprecio a este país. He sabido apreciar lo que se ha escondido siempre detrás de las apariencias de este país desordenado, sin norte, lleno de gente ligera de cascos, cantamañanas, eso es, cantamañanas creo que llaman ustedes a este tipo de personas. Cuando recientemente visitó Alemania el jefe del Gobierno español, un auténtico talento, señor inspector, la Cámara de Comercio de Frankfurt convocó a los empresarios que teníamos alguna relación con España para que asistiéramos a la recepción que se daba en Bonn en honor de su presidente de Gobierno. Pocos empresarios de mi país se tomaron la molestia de trasladarse a Bonn, pero yo lo hice y tuve el honor de saludar al señor González y a su encantadora esposa y les expliqué mis preferencias por este balneario, lo mucho que le debe mi salud a este balneario, y les interesó mucho mi experiencia. Entre nosotros, no fue una reunión sin ton ni son, y yo en estos momentos muevo los hilos de una operación económica que será muy rentable para España: instalar en un lugar cercano de aquí una fábrica de estucados sintéticos para revestimiento de techos. Sobre un mismo módulo, aplicable sobre cualquier estructura de techo, podemos ofrecer hasta treinta y cuatro variantes ornamentales según los gustos del cliente, y el mismo complejo técnico puede adaptarse a la producción de losetas para rampas de acceso para minusválidos. Le he traído un catálogo para que comprenda lo importante que puede ser que España sea el primer país del sur de Europa que fabrique nuestras patentes. Ustedes no son nada tontos. Ustedes pueden incorporarse a la vanguardia del mundo. Sólo necesitan que nosotros confiemos en ustedes y que ustedes confíen en nosotros. También le he traído estas fotografías en las que aparezco con el canciller Kohl con motivo de la Feria del Mueble de Colonia.

Desde hace veinte años consigo arrastrar a mis hermanas a un viaje anual a España. Empecé yo, Brit; no me confunda con Frauke y Tilda, porque nos parecemos, pero si nos observa con detenimiento se dará cuenta de que Tilda es más morena que yo y Frauke tiene las piernas más anchas; por eso camina con ese aplomo Frauke y siempre va por delante de nosotras dos; pero las decisiones o las tomo yo o las propongo yo. En mi juventud estudié Filología Románica en Gotinga y descubrí esa maravilla que ustedes tienen, ese escritor extraordinario que de haber sido norteamericano sería más famoso de lo que es: Lope de Vega. Yo me enamoré de Lope de Vega. Me sabía sus letrillas de memoria y también me sabía de memoria un poema histórico sobre el conde de Benavente. Este Benavente no tiene nada que ver con Benavente, el premio Nobel. Ahora no ejerzo como romanista, pero me ha quedado el gusanillo de la cultura española y siempre que puedo me escapo hacia el sur. España no era demasiado bien vista en Alemania cuando yo era joven. Los unos porque no había ayudado a Hitler según lo esperable y los otros porque aquí había un régimen fascista, pero yo venía a veces con mis compañeros de estudios y nos poníamos morados de tortilla de patatas en el Mesón de la Tortilla de Madrid y nos sacaban a bailar unos chicos muy simpáticos que nos cantaban canciones sentimentales al oído y nos hacían cosquillas con sus bigotes pequeños. Yo siempre hablé bien de España, antes, con Franco, y ahora, incluso ahora, porque para mí España, señor inspector, es Lope de Vega y el conde de Benavente y Federico García Lorca. Y por eso conseguí que mis hermanas vinieran conmigo y se entusiasmaran tanto que cada año vuelven. Un año ayunamos aquí y otro nos vamos a Madrid a comernos la tortilla. Precisamente una vez viajamos con mi marido, que es asesor del Departamento de Justicia del Estado de Baviera, y le gustó mucho todo lo que vio. Mi marido conoce a muchos jueces españoles y se carteaba con uno que mataron los terroristas no hace muchos años, porque el terrorismo no conoce fronteras y Alemania está llena de palestinos que ponen bombas. ¿Ya han pensado ustedes en la posibilidad de que todo lo que ha pasado aquí sea obra de los palestinos?

Si me presento como coronel del Ejército español, aunque a efectos prácticos y operativos no lo sea, es porque usted, servidor al fin y al cabo del orden, sabrá comprender que un militar, como un cura, es militar hasta que se muere. Tuve el honor de ponerme a sus órdenes el otro día, sí, yo soy el coronel Villavicencio, pero le renuevo mi lealtad y le advierto que puedo serle muy útil. Quien ha tenido mando de tropa adquiere un sexto sentido psicológico que le hace conocer a la gente. El género humano, inspector Serrano, se divide ante todo en dos grandes apartados: los que se pegan pedos y los que los huelen. Así de claro. Luego hay que empezar a subdividir y a subdividir… ésa es función de los civiles. A nosotros, los militares, y por extensión a ustedes, los policías, nos basta con las grandes clasificaciones porque hemos de actuar sin tiempo para matices. En esa tesitura he estado ya más de cien veces y en esa tesitura se encuentra usted ahora. El capitán general de esta región, íntimo amigo mío, le podrá dar referencias. Estoy seguro de que en cuanto se entere de que estoy aquí retenido, se presentará en persona y me dirá: Villavicencio, deja estas humedades y vente a casa a tomarte pescaíto frito, porque el capitán general se vuelve loco por el pescaíto frito. Aquí donde me ve, yo estuve propuesto dos veces para la Gran Cruz del Mérito Militar: la primera porque en plena instrucción un recluta arrojó a cierta distancia una bomba de mano y yo me tiré para allí y le di, no sé con qué le di, pero la bomba salió disparada y nos salvamos todos de milagro. La otra vez fue en Ifni, a donde fui voluntario cuando se produjo aquel conflicto. Bueno, usted o era escolar de pantalón corto o no había nacido. En Ifni le quité yo la ametralladora a un moro y me la llevé hasta nuestras posiciones. Tendría que haber visto usted la cara del moro. Mi coronel de entonces, el malogrado don José Cortés de Comenzana, me dijo: Villavicencio, todo lo que tienes de bruto, lo tienes de cojonudo. Y con dos ojos en la cara ves lo que hay que ver y en todo lo ocurrido hay gato encerrado, como lo demuestra la parsimonia, la sangre fría que exhibe el general belga, Delvaux, que como usted sabe es un mandamás de la OTAN. A general de la OTAN no llega cualquiera, Serrano, y si es necesario mi concurso para iniciar contactos con Delvaux, pasaré por encima de mis intereses individuales, salir de aquí cuanto antes, y me pondré al servicio de cualquier mando conjunto que se establezca.

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