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Authors: Elaine Cunningham

El bastión del espino (35 page)

Inhaló una bocanada de humo y lo exhaló en tres círculos perfectos con gesto experto.

Cuando Bronwyn consiguió digerir lo que las palabras del enano significaban, abrió la boca y sacudió la cabeza, incrédula.

—¿Estás haciendo esto a propósito? ¿Te lo estás trabajando para la pelea que se avecina?

—Eso es —corroboró Ebenezer—. Y es un deporte estupendo para mantener mi mente apartada de... —Se interrumpió mientras hacía un gesto dirigiéndose al mar.

—Casi hemos llegado —respondió Bronwyn, más para tranquilizarse a sí misma que al enano—. Deberíamos alcanzar el barco de esclavos durante el día de hoy.

Mañana, a lo sumo.

—Sí. Es un lugar grande, este mar. Es fácil perder un barco pequeño.

Ella sacudió la cabeza.

—No olvides que Orwig sobornó a uno de los Vigilantes de las Puertas de Puerto Calavera para que le dijera adónde se dirigía el barco de esclavos. Sabemos de dónde emergió el
Grunion
y tenemos una idea bastante precisa de adónde se dirige.

Ebenezer se estremeció al recordar el viaje a través de las numerosas esclusas mágicas que unían el mundo subterráneo de Puerto Calavera con el mar abierto. Según parecía, los enanos no eran muy amigos de soportar los viajes mágicos. El cuerpo denso y compacto de Ebenezer se había resistido al proceso y, a diferencia de las demás personas de a bordo, había sentido el tránsito mágico como si fuera un ardiente dolor físico. «Era como si te desgarraran a través de un espeso muro, pero a trocitos», recordaba habérselo descrito a Bronwyn después de la travesía.

Le tembló un poco la mano mientras levantaba la pipa para dar otra calada.

—Hay mucha agua ahí fuera —repitió el enano. Echó un vistazo a Bronwyn como si la desafiara a llevarle la contraria.

Bronwyn lo comprendía a la perfección y trató de buscar las palabras adecuadas no sólo para inspirarle confianza a él sino también a sí misma.

—Emergimos en el mismo punto marítimo en el que emergió el
Grunion
. Los traficantes desearán llegar a su punto de destino lo antes posible. En esta época del año, el aire cálido que sopla sobre el continente crea un fuerte viento en la costa, y se aprovecharán de ello. Cuanto más se adentren en el mar, menor será el viento, pero si permanecen muy pegados a la costa, corren el riesgo de toparse con bancos de peces, rocas y patrullas costeras. El pasadizo que queda no es muy ancho. Mientras el capitán Orwig siga el viento, podremos avistarlos.

El enano se quedó mirando las velas. Había tres, sujetas a una pareja de altos mástiles de roble. Todas ellas trazaban una tensa curvatura, tan henchidas por el viento que ni una sola arruga doblaba las tersas telas blancas, pero él seguía teniendo dudas.

—Nos llevan mucha ventaja.

—Cierto, pero el
Narval
navega con tres velas y el
Grunion
sólo con una. Este barco ha sido construido para emprender persecuciones y entablar batallas. El
Grunion
es una bañera..., una embarcación vieja con una quilla profunda diseñada para albergar un gran compartimento de carga, y, según los documentos del muelle, lleva una carga pesada. Es imposible que nos saque ventaja.

El enano le dirigió una mirada de soslayo.

—Para ser una persona que odia el agua, conoces un montón sobre este tema.

—Soy mercader —repuso Bronwyn con brevedad—. Tengo que saber cómo se mueven las cosas de un lugar a otro.

—Claro —convino él, pero su mirada de sagaz comprensión sugería que comprendía más de lo que Bronwyn deseaba decir. Ella se había pasado muchos años aprendiendo todo cuanto podía sobre el tráfico de esclavos, con la esperanza de seguir el rastro de su propio pasado hasta su hogar olvidado y su familia. Y, sin embargo, aquélla era la primera vez que había tomado partido por una gente que, al igual que ella misma, habían sido arrancados de todo aquello que conocían. Agradeció que el enano no le preguntara el motivo de aquella actitud, ni la presionara para que le explicase ese súbito impulso que la impelía a ayudarlos a él y a su clan. Era algo que no podía explicar, ni siquiera a sí misma.

Se mantuvieron en silencio, contemplando el mar. Su tono se había tornado plateado y en el horizonte apuntaba ya un fulgor rosa profundo que anunciaba la inminente salida del sol.

Por encima de sus cabezas, un aullido chillón y ondulante resonó a través del agua..., un sonido que habría parecido la voz de un lobo si éstos hubiesen tenido capacidad de hablar, pero en una voz más profunda e inquietante de lo que habría sido capaz de emitir ninguna bestia del bosque o de la tundra.

Bronwyn pegó un brinco y entrecerró los ojos para ver el puesto del vigía. El capitán Orwig daba la voz de alarma mientras señalaba hacia el este. Saltó por el costado de la cesta y se deslizó por las cuerdas, gritando órdenes a medida que descendía.

La tripulación entró en acción de inmediato. Varios de ellos enrollaron unos cabos por el costado de estribor, atando un extremo de cada uno de ellos a lazos de acero colocados en la cubierta y sujetando ganchos en el otro extremo. Unos pocos marineros salieron corriendo en busca de sus armas, y varios más se ocuparon de las velas.

—¡Montad el bauprés! —gritó Orwig mientras llegaba a cubierta. Se abrió paso a través del caos y empujó a uno de sus compañeros para apartarlo de la rueda. Ocupó su lugar ante el timón y clavó sus ojillos de cerdo en el barco que tenían delante—.

¡Moved el lastre!

Varios miembros de la tripulación corrieron hacia el enorme poste que cruzaba la mitad de la cubierta, desde proa hasta cerca de la vela mayor. Soltaron con destreza los nudos que impedían que se desenredara y luego se agazaparon, listos para levantarse.

Tras contar hasta tres, lo izaron en volandas y, tras soltar un gruñido por el esfuerzo, lo llevaron hasta proa. Colocaron el arma en la ranura dispuesta para sostenerla, que estaba reforzada por dentro y por fuera con una lámina de acero, y luego apretaron los cerrojos.

Mientras tanto, otros marineros se encargaban de empujar con los hombros pesados barriles de municiones con proyectiles de ballesta, metralla y mortíferas bolas con púas, para llevarlos hacia popa y equilibrar así la embarcación.

Bronwyn silbó por lo bajo al medir la artillería del barco. El bauprés parecía una lanza gigantesca, envuelta y coronada de acero. Colocado en su lugar, otorgaba al navío el aspecto del pez mortífero con cabeza de espada del que había heredado el nombre.

Comprendió por qué el capitán Orwig había diseñado su embarcación de ese modo y por qué la tripulación aceptaba sufrir las inconveniencias de pasar por encima del bauprés cuando descansaba en su lugar habitual en el centro de la cubierta. Cuando la colocaba en su lugar, el
Narval
asemejaba con total nitidez un barco de guerra, y como tal se lo habría contemplado en cualquier puerto legítimo, e incluso en Puerto Calavera.

Bronwyn se protegió los ojos para contemplar a través del resplandeciente mar el barco que huía. Se parecía a la descripción que le habían dado; tenía un aspecto viejo, anodino, con nada que llamara la atención. La vela tenía multitud de parches y la embarcación daba la impresión de ser la última posesión de una familia pesquera venida a menos. Sin embargo, la artillería que portaban las diminutas figuras que se apiñaban en cubierta ponía en tela de juicio aquella ilusión. El
Grunion
era una embarcación bien defendida, y su tripulación de mercenarios parecía más que dispuesta a entablar batalla.

—¡Preparaos para el abordaje! —gritó Orwig. Sus recios brazos se tensaron mientras giraba la rueda. El alarido resonó por todo el barco. Varios marineros jalaron las cuerdas de las velas para poder captar hasta el más mínimo soplo de aire. El barco se tambaleó peligrosamente hacia un lado mientras salía disparado hacia adelante. Bronwyn, que pensaba que el
Narval
había estado viajando con rapidez, se quedó sorprendida de ver cómo cortaba ahora la superficie del mar a una velocidad que dejaba un rastro profundo a su paso.

El barco de esclavos intentó esquivar el golpe, pero era demasiado lento y torpe.

A los ojos de Bronwyn, parecía un conejo con los miembros petrificados de miedo que esperaba a que su ave de presa le hincara las garras.

—¡Agarraos!

El grito del ogro retronó por encima del ulular del viento y el rumor del agua. En todos los rincones del barco, los marineros se cogieron a los asideros y se prepararon para resistir el inminente impacto. Bronwyn rodeó con los brazos el mástil y se sujetó con firmeza. Ebenezer cogió con una mano la cadena del ancla y con la otra, el cinturón de Bronwyn. Una fugaz sonrisa curvó los labios de la mujer ante aquel gesto instintivo de protección.

El encontronazo entre los dos barcos se asemejó al encuentro entre dos caballeros gigantescos en un combate desigual. La primera estruendosa y escalofriante sacudida fue seguida por un agudo ruido de astillas. La madera se resquebrajó en contacto con la madera cuando el bauprés se incrustó en la quilla del
Grunion
.

En cuanto remitieron los temblores del impacto, la tripulación del
Narval
entró en acción. Ocho marineros consiguieron escudos de gran tamaño y se arrodillaron en cubierta formando una hilera de protección. Detrás de ellos se dispuso una docena de arqueros y media de cargadores para mantener una lluvia constante de flechas sobre la cubierta del barco de esclavos. Bronwyn se apresuró a unirse a ellos y enseguida cogió el ritmo de cargar los diminutos y mortíferos arcos.

Una vez a solas, Ebenezer miró alrededor en busca de algo que hacer. Junto al pasamanos de la borda se apiñaban los miembros de la tripulación de mayor envergadura y fuerza, y se dedicaban a recoger los cabos enrollados y lanzar ganchos de sujeción hacia la borda de la otra embarcación.

El enano se encogió de hombros y se dispuso a intentarlo. Se acercó a la borda y, tras coger uno de los ovillos, lo hizo girar en el aire, como había visto que hacían los demás, y lo soltó.

El gancho siseó por el aire y fue a topar contra el costado del barco, unos cincuenta centímetros por debajo del objetivo que pretendía el enano. Aunque había errado un poco el blanco, Ebenezer se puntuó a sí mismo con un diez por la fuerza con la que había lanzado. La madera se resquebrajó con un crujido y el gancho desapareció en el interior del casco.

Aquella hazaña le hizo ganar una fugaz mirada de incredulidad de los demás marineros. Ebenezer se limitó a encogerse de hombros y coger otro cabo. Esta vez fue más certero. El gancho sobrevoló la cubierta y fue a empotrarse en el pecho de un mercenario de barba negra que estaba ocupado intentando cortar uno de los cabos ya enganchados. Los pinchos de hierro se incrustaron profundamente entre sus costillas y el hombre cayó de bruces, con el pecho destrozado, muerto.

Al ver que aquel humano no iba a necesitar más su cuerpo, Ebenezer creyó que podía intentar sacarle provecho y dio un brusco tirón a la cuerda. La cabeza del mercenario muerto fue a empotrarse en el agujero que había provocado el lanzamiento anterior. El enano dio un ligero tirón a la cuerda para comprobar la solidez del enganche.

—¡Será suficiente! —exclamó con satisfacción, y se volvió a coger otro cabo.

Pero la tarea estaba finalizada; todos los ganchos habían sido lanzados y había tantos cabos que conectaban ambas embarcaciones que el barco de esclavos parecía un pescado atrapado en una red.

Varios de los marineros más ágiles se deslizaron a la carrera por las cuerdas, al amparo de la cubierta de flechas que lanzaban sus compañeros, y saltaron al abordaje.

Ebenezer se quedó maravillado ante la muestra de agilidad felina de aquellos hombres y luego echó un cauteloso vistazo por encima de la borda para inspeccionar la enorme extensión de agua que había abajo.

Bronwyn se situó al lado de Ebenezer y éste se percató de que ella tampoco parecía muy entusiasmada por la perspectiva de saltar.

—Supongo que tampoco tú sabes nadar —aventuró.

Su respuesta fue una fugaz sonrisa.

—Sólo tenemos que asegurarnos de no caer.

Trepó sobre la borda y, tras sujetar uno de los cabos con ambas manos, respiró hondo y se quedó colgando por encima del hambriento mar. Empezó a avanzar una mano tras otra, balanceando las piernas a uno y otro lado para ir dándose impulso.

—¡Piedras! —musitó Ebenezer, en un tono que más que juramento parecía un cumplido—. ¡Esta mujer tiene un barril lleno!

Resuelto a no quedarse atrás, también él se subió a la borda y probó dos cuerdas hasta encontrar una que parecía capaz de resistir su peso. Se soltó y empezó a avanzar centímetro a centímetro.

Bronwyn cruzó el paso en cuestión de segundos. Tras cruzar a horcajadas por el costado del barco de esclavos, echó una rápida mirada atrás para ver al enano, que seguía en la brecha. Tras hacerle una señal de impaciencia, desenfundó un cuchillo largo y se precipitó hacia la batalla que tenía lugar en cubierta.

—Que me dé prisa, dice —murmuró Ebenezer mientras seguía inseguro su camino, sin llegar a soltar nunca la cuerda—. Es fácil para ella decirlo. Tiene brazos largos y no carga más que una escuálida...

Un súbito y brusco tirón lo hizo detenerse a medio insulto. Miró por encima del hombro y los ojos se le abrieron de par en par de puro pánico. Su cuerda se estaba deshilachando en el punto justo en que rozaba contra la borda del
Narval
.

El enano aceleró cuanto pudo el paso, poniendo una mano tras otra, para intentar llegar al otro lado antes de que cediera, pero cuando estaba a apenas tres metros de distancia del barco, la soga se partió en dos.

Aullando de terror, Ebenezer se precipitó hacia la oscuridad de las aguas. Se agarró por pura supervivencia a la cuerda y, por instinto, pegó las piernas al cuerpo con las botas por delante.

Chocó contra el barco, justo por encima de la línea de flotación, y el impacto le hizo crujir los huesos y le mandó punzadas lacerantes de dolor a través de todas las fibras y tendones de su cuerpo. La vieja madera cedió con gran estrépito y sus pies atravesaron el casco. Desplegó las piernas y con unos cuantos puntapiés más consiguió abrir un agujero lo bastante grande para colarse dentro.

Ebenezer se escurrió hacia dentro, maldiciendo por lo bajo al pensar en la cantidad de astillas que tendría que sacarse de las piernas y la espalda, pero la escena del interior de la bodega lo interrumpió en mitad de un juramento.

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