El Cadáver Alegre (38 page)

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, Romántico, Terror

Rechinó los dientes, y la pistola vaciló un poco, pero creo que fue más por la rabia que por el dolor.

—Será un placer acabar contigo.

—No se te dio muy bien la última vez. Creo que los árbitros me habrían declarado ganadora.

—Aquí no hay arbitro que valga, y te voy a pegar un tiro.

—Bruno —dijo Gaynor—, la necesitamos sana y salva.

—¿Y después de que levante al zombi?

—Si se convierte en sierva de la señora, no deberás hacerle daño. Pero si falla, podrás matarla.

Bruno enseñó todos los dientes, como los perros cuando quieren amenazar.

—Espero que no funcione.

—No deberías anteponer tus deseos a nuestros intereses comerciales, Bruno —lo amonestó su jefe.

—De acuerdo. —Tragó saliva. No parecía que le hiciera gracia decirlo.

Enzo apareció por la esquina y se quedó detrás de Dominga, tan lejos de su «creación» como le fue posible.

Así que Antonio había perdido el trabajo de guardaespaldas. No estaba mal: le encajaba mejor el de soplón.

Tommy se acercó por el otro lado, aún encorvado, pero con una Magnum enorme en la mano. Tenía la cara amoratada por la cólera, o puede que por el dolor.

—Voy a matarte —siseó.

—Ponte a la cola —le dije.

—Enzo, ayuda a Bruno y a Tommy a atarla a una silla, en la habitación. Es mucho más peligrosa de lo que parece —dijo Gaynor.

Enzo me cogió del brazo, y no me resistí: con él me sentía mucho más a salvo que en manos de los otros dos. Tommy y Bruno me miraban impacientes, como si estuvieran esperando a que intentara algo. Creo que no tenían muy buenas intenciones.

—¿Siempre tenéis tan mal perder, o es porque soy una chica? —les pregunté cuando pasaba junto a ellos acompañada de Enzo.

—Le voy a pegar un tiro —masculló Tommy.

—Después —dijo Gaynor—. Después.

Me pregunté si lo había dicho en serio. Si el hechizo de Dominga funcionaba, me convertiría en una marioneta, a merced de su voluntad. Si no funcionaba, Tommy y Bruno me matarían lenta y dolorosamente. Esperaba que existiera una tercera opción.

TREINTA Y SEIS

La tercera opción consistía en estar atada a una silla, en la habitación en la que me había despertado. Era un poco mejor que las otras dos, pero eso no era decir nada. No me gusta que me aten: significa que mis opciones han pasado de pocas a ninguna. Dominga me había cortado un mechón de pelo y unas cuantas uñas para el hechizo de instigación. Mierda.

Era una silla vieja de madera. Me habían atado las muñecas al respaldo, y cada tobillo a una pata. Las cuerdas estaban muy apretadas. Forcejeé, con la esperanza de encontrar la forma de zafarme, pero no hubo suerte.

No era la primera vez que me ataban, y siempre fantaseaba con emular a Houdini y conseguir aflojar las cuerdas lo suficiente para liberarme. Nunca funciona: cuando se ata a alguien, sigue atado hasta que lo sueltan.

El problema era que no pensaban soltarme antes de que me hiciera efecto el hechizo, de modo que tenía que escapar antes, aunque no se me ocurría cómo.

«Dios, por favor, que pase algo.»

En respuesta a mi plegaria se abrió la puerta, pero no era nadie que fuera a ayudarme.

Entró Bruno con Wanda en brazos. La mujer tenía un lado de la cara lleno de sangre seca, procedente de un corte en la frente, y un cardenal enorme en la mejilla, al otro lado. También tenía el labio inferior hinchado, y le sangraba. No sabía si estaba consciente; tenía los ojos cerrados.

A mí me dolía la cara en el lugar donde había recibido la patada de Bruno, pero eso no era nada en comparación con lo de Wanda.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

—Te traigo compañía. Cuando se despierte, pregúntale qué más le ha hecho Tommy, a ver si eso te convence para levantar al zombi.

—¿No habíamos quedado en que ya se encargaba Dominga?

—Gaynor no confía demasiado en ella, después de la cagada de la última vez —contestó encogiéndose de hombros.

—Y supongo que no concede segundas oportunidades.

—Desde luego que no. —Dejó a Wanda en el suelo, cerca de mí—. Será mejor que aceptes su oferta, chica: un millón de dólares por matar a una puta.

—Piensa usar a Wanda para el sacrificio. —Mi voz me sonó cansada hasta a mí.

—Lo dicho: no hay segundas oportunidades.

—¿Qué tal tienes la rodilla?

—He vuelto a colocármela —dijo con un gesto de dolor.

—Tiene que haber dolido un huevo.

—Pues sí. Si no ayudas a Gaynor, averiguarás cuánto exactamente.

—Ojo por ojo —dije.

Asintió y se puso en pie a duras penas. Me pilló observándole la pierna.

—Habla con Wanda y decide cómo prefieres terminar. Gaynor habla de dejarte paralítica y quedarse contigo de juguete. No creo que te gustara.

—¿Cómo puedes trabajar para él?

—Paga muy bien —dijo con indiferencia.

—El dinero no lo es todo.

—Será que nunca has pasado hambre.

Ahí me había pillado. Me quedé mirándolo, y él me devolvió la mirada durante largo rato. Por fin atisbaba algo de humanidad en sus ojos, aunque no acertaba a interpretar su expresión. Fuera lo que fuera, no era nada que yo pudiera entender.

Se volvió y salió de la habitación.

Bajé la vista hacia Wanda, que estaba tumbada de lado, inmóvil. Llevaba otra falda larga de muchos colores, y una blusa blanca con cuello de encaje, desgarrada, que dejaba ver un sujetador color ciruela. Estoy segura de que llevaba las bragas a juego antes de que Tommy se encargara de ella.

—Wanda —dije en voz baja—. ¿Puedes oírme, Wanda?

Movió un poco la cabeza y abrió un ojo, alarmada. La sangre seca le mantenía cerrado el otro. Se lo restregó, frenética. Cuando consiguió abrir los dos, me miró parpadeando. Tardó un momento en enfocarme y ver quién era. ¿Qué esperaría ver durante los primeros momentos de pánico? Mejor no saberlo.

—¿Puedes hablar? —le pregunté.

—Sí. —Hablaba en voz baja, pero con claridad.

Quería preguntarle cómo estaba, pero podía imaginarme la respuesta.

—Si puedes acercarte y desatarme, conseguiré que salgamos de aquí.

Me miró como si me hubiera vuelto loca.

—No podemos. Harold nos matará. —Hablaba con una convicción absoluta.

—No me gusta darme por vencida. Desátame y ya se me ocurrirá algo.

—Si te ayudo, me hará daño.

—Tiene intención de usarte de sacrificio para levantar a su antepasado. ¿Crees que puede hacerte mucho más daño?

Me miró desconcertada, pero sus ojos empezaban a despejarse. Como si el pánico fuera una droga y Wanda se esforzara por librarse de su influencia. O quizá la droga fuera Harold Gaynor. Sí, eso tenía sentido. Era una yonqui de Harold Gaynor, y estaba dispuesta a arriesgar la vida por otra dosis. Pero yo no compartía la adicción.

—Desátame, Wanda, por favor, y conseguiré que salgamos de esta.

—¿Y si no puedes?

—No estaríamos peor que ahora.

Mientras Wanda daba vueltas a mis palabras, agucé el oído. Si Bruno volvía mientras intentábamos huir, las cosas se pondrían feas.

Wanda se incorporó sobre los brazos y empezó a avanzar arrastrando el peso muerto de sus piernas inmóviles. Pensé que tardaría mucho, pero se movió deprisa: tenía los músculos de los brazos en forma, y en poco tiempo estuvo a mi lado.

—Qué fuerza tienes —dije con una sonrisa.

—Los brazos son lo único que tengo; claro que son fuertes. —Empezó a pelearse con la cuerda de mi muñeca derecha—. Está demasiado apretada.

—Ánimo, sigue. —Siguió forcejeando con los nudos y, al cabo de lo que parecieron horas pero probablemente fueron cinco minutos, noté que la cuerda se aflojaba. Estaba cediendo. ¡Bien!—. Casi lo tienes, Wanda —dije con entusiasmo.

Oímos unos pasos que se acercaban por el pasillo. Wanda dirigió hacia mí la cara magullada, con el terror reflejado en los ojos.

—No tenemos tiempo —susurró.

—Vuelve adonde estabas. Date prisa. Ya terminaremos después.

Wanda se arrastró hasta el sitio donde la había dejado Bruno, y cuando se abrió la puerta estaba más o menos en la misma postura. Fingía seguir inconsciente; no era mala idea.

Tommy apareció en la puerta. Se había quitado la chaqueta, y lucía las correas negras de la pistolera sobre el polo blanco. Unos vaqueros negros le marcaban la estrechísima cintura. Tenía cuerpo de culturista.

Había añadido a su atuendo un complemento: un cuchillo. Lo hizo girar, como una
majorette
con el bastón, arrancándole un resplandor rítmico. Oh, cuánta destreza manual.

—Así que sabes usar un cuchillo —dije con tranquilidad. Sorprendente.

—Tengo un montón de talentos —contestó con una sonrisa—. Gaynor quiere saber si has cambiado de idea sobre lo de levantar al zombi.

—No pienso hacerlo. —No era una pregunta exactamente, pero contesté de todas formas.

—Esperaba que dijeras eso. —Su sonrisa se agrandó.

—¿Por qué? —Ni que no conociera la respuesta.

—Porque me ha encargado que te convenza.

—¿Con un cuchillo? —No pude evitar mirarlo. Brillaba.

—Con otra cosa larga y dura, aunque no tan fría.

—¿Pretendes violarme? —La última palabra pareció quedarse suspendida en el aire caluroso e inerte.

Asintió con una sonrisa digna del puto gato de Cheshire. No me importaría que desapareciera todo menos su dentadura; lo que me preocupaba estaba en otro extremo de su cuerpo.

Tiré de las cuerdas, impotente. La que me sujetaba la muñeca derecha cedió un poco más. ¿Habría conseguido Wanda soltarla lo suficiente? Virgen santa, más me valía.

Tommy se cernió sobre mí. Lo miré de abajo a arriba, y lo que vi en sus ojos no tenía nada de humano. Hay muchas formas de convertirse en un monstruo, y Tommy había dado con una de ellas. En su mirada no había nada más que avidez animal. Ya no era una persona.

Puso una pierna a cada lado de la silla y me plantó el vientre liso en las narices. La camisa le olía a colonia cara. Eché la cabeza hacia atrás, procurando evitar el contacto.

Con una carcajada, me hundió los dedos en el pelo. Traté de apartarme, pero me sujetó del pelo y me echó la cabeza hacia atrás.

—Esto me va a gustar —dijo.

No me atreví a seguir forcejeando con las cuerdas. Si liberaba la muñeca, lo vería. Tenía que esperar a que estuviera suficientemente distraído para no darse cuenta. Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en lo que tendría que hacer, o lo que tendría que permitir que me hiciera, para distraerlo. Pero lo principal era seguir con vida; lo demás era accesorio. No es que me lo creyera del todo, pero lo intentaba.

Se sentó a horcajadas encima de mí, apoyando todo el peso en mis piernas. Tenía el pecho apretado contra mi cara, y yo no podía hacer nada para evitarlo.

—Puedes acabar con esto cuando quieras. —Me pasó la hoja del cuchillo por la mejilla—. Basta con que accedas, e iré a decírselo a Gaynor. —Su voz sonaba cada vez más pastosa. Se le estaba poniendo dura; lo notaba en la tripa.

La idea de que Tommy me utilizara así casi me daba ganas de acceder. Casi. Tiré de las cuerdas, y la de la derecha cedió un poco más. Otro tirón y podría liberarme. Pero sería una mano mía contra las dos de Tommy, que además tenía una pistola y un cuchillo. No tenía muchas probabilidades, pero tampoco confiaba en que se presentase ninguna oportunidad mejor.

Se inclinó a besarme y me metió la lengua en la boca, por la fuerza. No le devolví el beso, porque él no se lo habría tragado. Tampoco le mordí la lengua, porque quería tenerlo muy cerca. Si sólo tenía una mano, cuanto más cerca, mejor, para hacerle todo el daño posible. Aunque ¿qué podía hacerle?

Me acarició el cuello con una mano y me hundió la cara en el pelo. Ahora o nunca. Tiré con todas mis fuerzas y conseguí soltarme la muñeca derecha. Me quedé paralizada, segura de que se había dado cuenta, pero estaba demasiado ocupado chupándome el cuello para fijarse en nada. Con la mano libre, la que no tenía el cuchillo, se dedicaba a amasarme una teta.

Me besaba la parte derecha del cuello con los ojos cerrados. No podía quitarle el cuchillo, pero tenía que arriesgarme. No había más remedio.

Le acaricié la mejilla y se frotó contra mi mano, antes de reaccionar y abrir los ojos al darse cuenta de que me había desatado. Le hundí el pulgar en el ojo y noté como estallaba.

Soltó un grito y se echó hacia atrás, tapándose el ojo. Le agarré firmemente la mano del cuchillo, por la muñeca. Si seguía gritando iba a conseguir que llegaran refuerzos. Mierda.

Unos brazos fuertes rodearon la cintura de Tommy y tiraron de él hacia atrás. Soltó el cuchillo, y lo atrapé al vuelo. Tommy se debatía para liberarse de Wanda, pero al parecer, el dolor era tan intenso que le hizo olvidar la pistola. Que a alguien le salten un ojo debe de ser más doloroso y terrorífico que una patada en los huevos.

Mientras cortaba la cuerda que me sujetaba la otra mano, me hice una herida en el brazo. Si me descuidaba, acabaría abriéndome las venas. Tuve más cuidado al cortar las cuerdas de los tobillos.

Tommy había conseguido zafarse de Wanda, y se puso en pie sin dejar de taparse el ojo. La sangre y un líquido transparente le chorreaban por la cara.

—¡Te mataré! —dijo mientras se llevaba la mano a la pistola.

Cogí el cuchillo por el filo y se lo lancé. Se le clavó en un brazo, aunque yo había apuntado al pecho. Volvió a gritar. Levanté la silla y se la estampé contra la cara. Wanda lo sujetó por los tobillos y lo derribó.

Seguí golpeándolo con la silla hasta que se hizo añicos, y seguí dándole con una pata cuando su cara se había convertido en una pulpa sanguinolenta.

—Está muerto —dijo Wanda, que me tiraba de la pernera de los pantalones—. Está muerto. Vámonos de aquí.

Solté el trozo de silla ensangrentado y caí de rodillas. No podía tragar. No podía respirar. Estaba pringada de sangre. Era la primera vez que mataba a alguien a golpes, y la verdad era que me había sentido bien. Sacudí la cabeza. Ya me preocuparía por ello más tarde.

Wanda me pasó un brazo por los hombros, y yo la sujeté por la cintura. Cuando nos enderezamos me di cuenta de que pesaba mucho menos de lo que debería. No quería ver qué había debajo de aquella falda tan bonita. Estaba claro que no eran unas piernas acordes con el resto de su cuerpo, pero en aquel momento resultó un alivio: era más fácil cargar con ella.

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