Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Lo siento, hijo —dijo el conde Drake—. Pero has hecho todo lo que has podido, y te prometo que tendrá una vida mejor de lo que jamás hubiese conocido en la calle.
Kylar apenas lo oyó. Apartó la vista de la ventana y del conde.
—Todavía no puedo pagaros. No hasta que empiece a recibir otra vez la paga del maestro... de mi maestro.
—No hay prisa. Págame cuando puedas. Ah, y una última cosa que tu maestro me pidió que te transmitiera. Dijo: «Aprende de esta gente todo lo que vaya a hacerte más fuerte, y olvida el resto. Escucha mucho, habla poco, ponte bien y disfruta. Puede ser la única temporada feliz de tu vida».
Kylar tuvo que guardar cama durante semanas. Intentó dormir tanto como le decían los Drake, pero tenía demasiado tiempo libre. Nunca lo había tenido, y decidió que no le gustaba. Cuando vivía en las calles, dedicaba hasta el último momento a preocuparse por su siguiente comida o por si Rata o cualquiera de los otros mayores lo aterrorizaba. Con el maestro Blint, había estado tan ocupado entrenando que no había dispuesto de tiempo para pensar.
Sentado en la cama día y noche, le sobraba tiempo. Entrenar era imposible. Leer era posible, pero también una tortura. Durante unos días, pasó el tiempo transformándose en Kylar. Con las directrices que le había dado el maestro Blint y los datos que cualquiera encontraría si los buscaba, había inventado más anécdotas sobre su familia, la región de la que provenía y las aventuras que había corrido, siempre inofensivas, como la gente prefería pensar que eran las vidas de los niños de once años.
No le costó demasiado dominar aquello, y pronto se vio pensando en sí mismo como en Kylar casi continuamente. También estaba empezando a conocer a las hijas del conde Drake. Ilena era la bella niña de cinco años a la que casi había matado del susto al recobrar la consciencia; Mags era una desgarbada muchacha de ocho años, y Serah una joven a ratos torpe y a ratos altiva de doce. Le distraían un poco, pero la condesa impedía que «molestasen» a Kylar para que pudiera «descansar como es debido».
La condesa y su marido eran fascinantes, pero el conde Drake pasaba la mayor parte del tiempo trabajando y la condesa tenía ideas muy claras sobre los niños de once años, que no coincidían para nada con lo que Kylar sabía de los chicos de su edad. Nunca pudo aclarar si la condesa estaba al tanto de quién era él y fingía desconocerlo para poder reformarlo, o si el conde la había mantenido en la ignorancia.
Era esbelta, de piel clara y ojos azules, una visión terrenal de los seres celestiales en los que creían los Drake. Al igual que el conde, sus creencias la llevaban a atender a Kylar en persona, como si quisiera demostrar que no se creía superior a él. No se trataba de una falsa humildad: la primera semana de su convalecencia, en la que se encontraba fatal y no paraba de vomitar por todo el suelo, la condesa cuidó de él y lo sujetó mientras se le pasaban los estertores; después se arremangaba y limpiaba el vómito ella misma. Kylar había estado demasiado mareado para horrorizarse debidamente hasta mucho después.
Había perdido la cuenta de las veces en que la condesa había entrado para atiborrarlo de comida, ver si se encontraba bien o leerle estúpidos libros infantiles. Los libros estaban llenos de héroes valerosos que mataban a brujos malvados. Los niños nunca tenían que hurgar en la basura y el vómito acumulados delante de una posada, buscando alguna migaja comestible. Los chicos más mayores nunca intentaban follárselos. Nunca abandonaban a sus amigos. Las princesas que rescataban nunca tenían la cara destrozada a golpes. Nadie sufría unos cortes tan atroces que ni una maga podía borrarlas del todo.
Kylar odiaba las historias, pero sabía que la condesa solo quería lo mejor para él, de modo que asentía, sonreía y vitoreaba cuando los héroes ganaban... como siempre hacían.
«No me extraña que todos los noblecitos quieran dirigir ejércitos. Si fuese como en los libros que les leen sus madres, sería divertido. Estaría bien sentirse satisfecho cuando el malo muriese, en vez de querer vomitar por haber visto el cartílago y un chorro de sangre después de cortarle una oreja. Sangre que se extiende por el agua en un millón de preciosos remolinos mientras el malo se desangra, mantenido bajo el agua por la soga que le has atado al tobillo.»
Después de contarle sus historias, la condesa siempre achacaba sus temblores y náuseas a que necesitaba más reposo, de modo que, tras despertar esos recuerdos que invadían la habitación de Kylar, lo dejaba solo con sus furiosos fantasmas.
Todas las noches Kylar se convertía en Azoth. Todas las noches Azoth se daba la vuelta en el taller de barcas y veía avanzar a Rata hacia él, desnudo, peludo, enorme, con los ojos encendidos de lujuria. Todas las noches Azoth veía chapotear a Rata en el agua, luchando contra el peso atado a su tobillo. Todas las noches veía cómo Rata rajaba la cara de Muñeca.
Las pesadillas lo despertaban, y se quedaba en la cama combatiendo los recuerdos. Azoth había sido débil, pero Azoth ya no existía. Kylar era fuerte. Kylar había actuado. Kylar sería como el maestro Blint. Nunca tendría miedo. La situación había mejorado. Era mejor tener pesadillas tumbado en una cama que oír los sollozos de Jarl mientras lo violaban.
Dormirse otra vez solo le servía para cambiar de pesadilla. El día traía poco consuelo, y los recuerdos tardaban en desvanecerse. Todas las mañanas se decía que había hecho lo que era necesario, que había tenido que matar a Rata, que había tenido que abandonar a Muñeca, que había tenido que dejar a Jarl, que más valía que no volviera a verlos jamás, que no podía haber sabido lo que le pasaría a su amiga. Se decía que la vida estaba vacía, que no se arrebataba nada de valor cuando se quitaba una vida.
No habría salido adelante sin las visitas de Logan de Gyre. Cada dos días, el chico pasaba a verlo, inevitablemente acompañado de Serah Drake. Al principio, Kylar pensó que lo visitaba porque aún se sentía culpable, pero esa idea no tardó en pasar. Disfrutaban con su mutua compañía, y se hicieron buenos amigos. Logan era extraño: tan listo como Jarl y además había leído cientos de libros. Kylar pensaba que no sobreviviría ni una semana en las Madrigueras pero, al mismo tiempo, hablaba de la política cortesana como si fuera lo más fácil del mundo. Conocía los nombres, historias, amigos y enemigos de docenas de cortesanos, y los principales hechos y las motivaciones en la vida de cualquier noble de alta cuna del reino. La mitad del tiempo Kylar no entendía de qué le hablaba Logan, fuese porque todo formaba parte de la vida cortesana que él nunca había conocido o porque a su amigo le gustaba usar palabras complicadas. Se calificaba a sí mismo de prosopopéyico, fuera eso lo que fuese.
Pese a todo, la amistad prosperó, y Serah Drake contribuyó a ello entrando a menudo con cualquier pretexto para poder estar con Logan. Ella llenaba los huecos. Kylar perdió la cuenta de las veces en que se había quedado callado por no haber entendido alguna referencia de Logan. El silencio empezaba a alargarse pero, antes de que su amigo pudiera preguntarle por qué no lo entendía, Serah se impacientaba y cambiaba de tema por completo. El parloteo podría haber vuelto loco a Kylar si no le hubiese estado tan agradecido. En cualquier caso, quizá todas las chicas nobles fueran así.
Una mañana estaba sentado en la cama, después de otra noche asustado bajo las sábanas. Había soñado que era él quien pegaba a Muñeca, que eran sus pies los que la pateaban y sus ojos los que resplandecían de euforia al ver fundirse la belleza de su amiga al calor de su furia.
Entró el conde Drake. Llevaba los dedos manchados de tinta y parecía cansado. Acercó una silla a la cama.
—Creemos que el peligro ha pasado —dijo.
—¿Cómo decís? —preguntó Kylar.
—Lamento que hayamos tenido que mantenerte a oscuras, Kylar, pero debíamos asegurarnos de que no cometieras ninguna imprudencia. En las pasadas semanas, ha habido varios intentos de asesinar a tu maestro. En consecuencia, ahora mismo hay cuatro ejecutores menos en la ciudad. Después del tercer intento, tu maestro hizo saber al rey que, si sufría un ataque más, el siguiente en morir sería él.
—¿El maestro Blint ha matado al rey? —preguntó Kylar.
—¡Chiss! No pronuncies ese nombre. Ni siquiera aquí —advirtió el conde Drake—. Uno de los Nueve, Dabin Vosha, el hombre al mando del contrabando del Sa'kagé, se enteró de la amenaza de tu maestro al rey. Decidió que sería un buen momento para hacer su asalto al poder, de modo que envió un ejecutor a por Durzo, creyendo que este moriría o mataría al rey en revancha. Durzo lo descubrió y mató tanto al ejecutor como a Vosha.
—¿Y decís que todo esto ha ocurrido mientras yo vagueaba en la cama?
—No podías ayudar de ninguna manera —dijo el conde Drake.
—Pero ¿qué tenía Dabin Vosha contra el maestro... contra mi maestro? —Kylar ni siquiera había oído el nombre en su vida.
—No lo sé. A lo mejor nada. Así funciona el Sa'kagé, Kylar. Hay conspiraciones dentro de conspiraciones, y la mayoría no llegan a ninguna parte. Muchas de ellas dan el primer paso y mueren, como esta. Si te preocupas por lo que intenta hacer todo el mundo, te conviertes en un espectador, en vez de ser un jugador.
»Sea como fuere, el rey se ha enterado de ese último intento de matar a tu maestro y se ha asustado mucho. Por lo general eso sería una buena noticia, pero el rey está consolidando su poder con la torpeza habitual. Logan tendrá que pasar una temporada fuera de la ciudad.
—Ahora que empezábamos a ser amigos —protestó Kylar.
—Créeme, hijo, un hombre como Logan de Gyre será tu amigo toda la vida.
Alguien abofeteó a Kylar. Sin miramientos.
—Despierta, chaval.
Kylar salió a trancas y barrancas de una pesadilla y vio la cara del maestro Blint, a dos palmos, a punto de darle otra bofetada.
—Maestro... —Se contuvo—. ¿Maestro Tulii?
—Me alegro de ver que me recuerdas, Kylar —dijo el maestro Blint. Luego se levantó y cerró la puerta—. No tengo mucho tiempo. ¿Ya estás recuperado? No mientas para complacerme.
—Sigo algo débil, señor, pero voy mejorando. —A Kylar le latía el corazón a toda velocidad. Llevaba semanas desesperado por ver al maestro Blint, pero ahora que lo tenía delante sentía una ira inexplicable.
—Probablemente estarás hecho polvo unas cuantas semanas más. O bien el parvurriesgo y la pasta de avorida interactuaron de un modo que no me esperaba, o bien la reacción tiene algo que ver con tu Talento.
—¿Qué significa eso? ¿El Talento? —preguntó Kylar. Su tono fue más brusco de lo que pretendía, pero Blint no pareció darse cuenta.
—Bueno, si es que fue eso. —El maestro Blint se encogió de hombros—. A veces el cuerpo no reacciona bien a la magia al principio.
—Lo que pregunto es qué significa. ¿Podré...?
—¿Volar? ¿Volverte invisible? ¿Escalar paredes? ¿Lanzar fuego? ¿Pasearte como un dios entre mortales? —Blint hizo una mueca—. Lo dudo.
—Iba a preguntar si podré moverme tan rápido como vos. —Una vez más apareció ese tono mordiente en su voz.
—No lo sé todavía, Kylar. Podrás moverte más deprisa que la mayoría de los hombres sin Talento, pero no hay muchos tan dotados como yo.
—¿Qué podré hacer, entonces?
—Estás débil, Kylar. Ya hablaremos de esto más adelante.
—¡No tengo nada que hacer! Ni siquiera puedo levantarme de la cama. Nadie me cuenta nada.
—De acuerdo. El Talento lo significa todo y no significa nada —explicó el maestro Blint—. En Waeddryn o Alitaera, te llamarían mago y seis escuelas diferentes se pelearían para decidir dónde y qué deberías estudiar, y de qué color deberías llevar la túnica. En Lodricar o Khalidor, te llamarían meister, te dejarías crecer el vir en los brazos como si llevaras tatuajes y adorarías a tu rey como un dios mientras planeabas la forma de apuñalarlo por su regia espalda. En Ymmur, serías un acechador, un respetado y honorable cazador de animales y, en ocasiones, de hombres. En Friaku, serías un gorathi, un invencible guerrero fanático de tu clan y, algún día, un rey versado en las artes del sometimiento y la esclavitud. En el oeste, en fin, estarías en el océano. —Sonrió.
Kylar no.
—Los magos suponen (ellos dirían «conjeturar», para que sonase más respetable) que los diferentes países producen distintos Talentos y que por eso los hombres de piel pálida y ojos azules se vuelven brujos mientras que los de tez morena son guerreros gorathi. Dicen que por eso los únicos magos que les llegan de Gandu son sanadores. Ven hombres de piel amarilla que saben sanar y proclaman que piel amarilla equivale a curación. Pero se equivocan. Nuestro mundo está dividido, pero el Talento es uno. Todos los pueblos reconocen alguna variedad de magia. Bueno, salvo los lae'knaught, que odian la magia y a la vez no creen en ella, pero esa es otra historia. El caso es que todos los pueblos tienen sus propias expectativas para el Talento. Hubo un tiempo en que Gandu produjo algunos de los archimagos más destructivos que ha conocido el mundo. Vieron horrores que no podrías ni imaginarte y, por eso mismo, dieron la espalda a la magia como arma. La única magia que valoran es la curativa. Así, con el paso de los siglos, han ampliado enormemente sus conocimientos sobre las magias de sanación, y perdido casi todos los demás. Un gandiano dotado de gran Talento con el fuego es una deshonra para sí mismo y su familia.
—De modo que nunca oiríamos hablar de él —adivinó Kylar.
—Exacto. Se da una intersección entre lo que te puede enseñar tu gente porque lo conoce bien, las aptitudes naturales que tengas y lo que estés en condiciones de aprender. Por eso el Talento es, al mismo tiempo, lo que es y lo que debe ser. Igual que la mente.
Kylar lo observó sin decir nada.
—Míralo así: hay gente que puede sumar de cabeza largas listas de números, ¿verdad? Y otros capaces de hablar una docena de idiomas. Para hacer esas cosas, tienen que ser listos, ¿no? —Sí.
—Sin embargo, que puedas aprender a sumar listas de números no quiere decir necesariamente que vayas a hacerlo. Pero una mujer que maneje libros de contabilidad y tenga un don para los números tal vez aprenda. Como un diplomático, que puede tener don de lenguas pero, si nunca aprende otro idioma, seguirá sabiendo solo uno.
Kylar asintió.
—La mujer con buena cabeza para los números probablemente podría aprender otro idioma si se esforzase lo suficiente, pero nunca dominaría una docena, igual que el diplomático nunca podría sumar de cabeza columnas de números. ¿Ves adonde quiero ir a parar?