El Camino de las Sombras (22 page)

—¿Devon Corgi? —El centinela arrugó la frente—. No, no lo conozco. Oye, Gamble, ¿tú conoces a un tal Devon Corgi? —preguntó a otro guardia que cruzaba la enorme puerta occidental del castillo.

Era casi demasiado fácil. Kylar había robado hacía tiempo la túnica y la bolsa que constituían el uniforme del servicio de correos más utilizado de la ciudad. La gente que no tenía servidumbre propia empleaba a mozos —chicos del lado este, nunca ratas de hermandad— para que llevaran sus mensajes. Cada vez que veía a un guardia con pinta de hacer preguntas, Kylar se acercaba a él para pedirle unas señas.

«¿Es que no se dan cuenta? ¿Es que no lo ven?» Esos hombres eran centinelas, se suponía que debían proteger a Devon Corgi y a los demás habitantes del castillo, ¿e iban a indicarle a un asesino cómo llegar hasta Corgi? ¿Cómo podían ser tan tontos? Era una inquietante sensación de poder. Resultaba gratificante que todas las horas con Blint estuvieran dando fruto. Kylar estaba volviéndose peligroso. Y aun así... ¿cómo podían no ver lo que era?

—Claro, es ese que vino la semana pasada con el tic en el ojo y asustándose por nada. Creo que está en la torre norte. Si quieres que le lleve tu mensaje, puedo hacerlo. Entro de servicio dentro de diez minutos y es la primera parada de mi ronda.

—No, gracias. Quiero ver si me cae una buena propina. ¿Por dónde se va?

Mientras los guardias le daban las indicaciones, Kylar intentó formular su plan. La muerte en sí no debería resultar difícil. Un chico podía acercarse mucho más que un adulto sin levantar sospechas, y después sería demasiado tarde. Lo difícil era encontrar al blanco. Devon no tenía un despacho a su nombre en un sitio fijo. Se movía de un lado a otro. Eso añadía todo tipo de riesgos, sobre todo porque Kylar necesitaba matarlo ese mismo día. La torre norte sonaba bien. Aislada. Que el guardia fuera a pasar por allí sonaba peor. Kylar acababa de hablar con él y le había contado a quién buscaba.

Con el maquillaje que le había puesto Blint, parecía otra persona, años más joven. Sin embargo, convenía dejar que cada muerte fuese un misterio. «Un ejecutor deja cadáveres, no pistas.» Por tanto, debía encontrar a Corgi y esconderse hasta que el centinela llegase y partiera; después lo mataría.

«Entrar y salir, ningún problema, aun sin Talento.»

El castillo impresionaba. Aunque Blint siempre hablara de él con sorna, era la edificación más imponente que Kylar había visto nunca. Estaba hecho con el mismo granito negro que los viejos acueductos de las Madrigueras, extraído de las montañas de la frontera ceurí. Toda la industria de las canteras era propiedad del Sa'kagé, de modo que en tiempos recientes solo los ricos podían permitirse construir con piedra. Era uno de los motivos por los que habían desaparecido casi todos los pilares del acueducto. Los pobres de las Madrigueras que no pertenecían al Sa'kagé saqueaban las piedras para su propio uso o para venderlas a las clases medias en su propio mercado negro del mercado negro, con el claro peligro que conllevaba burlar al Sa'kagé.

El castillo había sido construido cuatrocientos años atrás, cuando Cenaria era una gran potencia gracias a los treinta años en el trono del rey Abinazae. Aquel monarca apenas había terminado el castillo cuando decidió expandirse por el este e intentó tomar la Capilla; varios miles de magas pusieron fin para siempre a sus ambiciones. La fortaleza original se había erigido al menos un siglo antes de aquello, siguiendo el diseño clásico de montículo y patio amurallado. Habían transportado tierra a la isla de Vos hasta formar una colina, rodeada por el foso natural del río Plith, sobre la que habían levantado la fortificación. El lado norte de las actuales Madrigueras había sido el patio de armas original. Las Madrigueras ocupaban una estrecha península que caía a pico al mar salvo en el último medio kilómetro, que se allanaba hasta alcanzar la costa. El terreno era tan fácil de defender que nadie había tomado jamás la fortaleza de madera ni las Madrigueras, amuralladas con el mismo material. Sin embargo, la ciudad se había expandido al mismo ritmo que el orgullo del rey Abinazae, de modo que reconstruyeron con piedra el Castillo de Cenaria y la ciudad saltó a la orilla oriental del Plith. Los acueductos, aun así, seguían siendo un misterio. Estaban allí mucho antes que el rey Abinazae y no parecían cumplir función alguna, ya que por el Plith bajaba agua potable... aunque no fuese la más limpia del mundo.

Kylar dejó el patio romboidal del castillo y subió por una escalera de piedra tan utilizada a lo largo de los siglos que la parte central de cada escalón se hundía varios centímetros respecto a los lados. Los guardias no le prestaron ninguna atención, y Kylar adoptó la actitud de un criado. Era uno de sus personajes más habituales. A Blint le gustaba decir que un buen disfraz camuflaba a un ejecutor mejor que las sombras. Kylar podía pasar inadvertido por delante de casi todos sus conocidos, salvo el conde Drake. No había mucho que escapara a los ojos del conde.

Pronto atravesó el grueso de la bulliciosa actividad que llenaba el patio interior y el gran salón. Dejó atrás la cola de personas que esperaban a entrar en la sala del trono para recibir audiencia, pasó por las dobles puertas abiertas de los jardines y se dirigió a la torre norte. Encontró ajetreo en todos los salones hasta que puso el pie en la antesala de la torre.

Devon Corgi no estaba allí. Esmerándose por primera vez en no hacer ruido, Kylar abrió la puerta que daba a la escalera y empezó a subir en silencio. Era una escalera desprovista de adornos, hornacinas, estatuas, cortinajes decorativos o cualquier otro elemento que pudiera ofrecerle un escondrijo.

Llegó hasta la última planta de la torre. La ocupaba, al parecer, una única alcoba grande, que en ese momento no albergaba invitados. Un joven que sostenía con apuros un gran libro de contabilidad estaba revisando los cajones de una cómoda, era posible que haciendo inventario de las sábanas pulcramente dobladas que correspondían a la enorme cama de plumas y de las cortinas de repuesto para el gran ventanal con los postigos cerrados. Kylar esperó. Devon estaba vuelto de lado a la puerta, y sin el Talento para enmascarar sus movimientos, era muy posible que el hombre lo viera entrar.

La espera siempre era lo peor. Con los nervios a flor de piel y sin escapatoria, Kylar empezó a fantasear con que el centinela subiría por la escalera en cualquier momento. Al verlo allí, tan tarde, lo registraría. Al registrarlo, encontraría la raja en los pantalones de Kylar. Al encontrar una raja del tamaño de una mano, hallaría el largo cuchillo atado al interior de su muslo. Pero ya no podía hacer nada al respecto. Esperó al otro lado de la puerta, escuchando, intentando que sus oídos captaran incluso el rasgueo de la pluma en el libro.

Al final, echó un vistazo y vio desaparecer a Devon en el gabinete del fondo de la habitación, que era casi circular. Kylar entró con sigilo en la alcoba y buscó lugares donde esconderse. Sus pies no causaban sonido alguno, ni siquiera el roce del cuero contra la piedra. El maestro Blint le había enseñado a hervir la savia del árbol de caucho para fabricar una suela de zapato blanda y silenciosa. Era cara de importar, y solo un poquito más silenciosa que el cuero bien trabajado, pero, para el maestro Blint, hasta el más mínimo margen importaba. Por eso era el mejor.

No había buenos escondrijos. Un escondrijo magnífico sería un lugar donde Kylar pudiera ver la habitación entera, tener sus armas a punto y gozar de libertad de movimiento para atacar o escapar con rapidez. Un escondrijo bueno le proporcionaría una vista decente y la posibilidad de golpear o huir con tan solo un mínimo de dificultad. Esa habitación no tenía rincones oscuros; era prácticamente un círculo. Había biombos de papel de arroz, pero estaban doblados y apoyados contra la pared. Lamentablemente, el único lugar donde esconderse era debajo de la cama. Si Kylar hubiera sido un verdadero ejecutor, quizá podría haber tomado impulso en una pared y colgarse de las cadenas de la araña, pero no tenía esa opción.

«¿Bajo la cama? El maestro Blint se reirá de mí durante toda la vida por esto.»

Sin embargo, no había más remedio. Se tumbó y se escurrió bajo el lecho. Era una suerte que todavía fuese menudo, porque no había mucho espacio. Ocupaba incómodo su escondrijo cuando oyó que alguien subía por la escalera.

«El centinela. Por fin. Ahora echa un vistazo rápido y lárgate por dónde has venido.»

Había escogido el lado de la cama con vistas al gabinete y no a la escalera, pero el sonido de los pasos le hizo saber que no era un guardia. Devon salió del gabinete con un cofre en los brazos y adoptó una expresión de culpabilidad.

—No puedes estar aquí, Bev —dijo.

—Te vas —replicó la mujer a la que Kylar no veía. Era una acusación.

—No —dijo él. Le salió el tic en el ojo.

—Les robaste a ellos y ahora le robas al rey. No sé por qué me extraña que me mientas. Eres un cabrón. —Kylar la oyó volverse y entonces Devon se acercó a la cama; dejó el cofre encima de ella, con las piernas a apenas unos centímetros de Kylar.

—Bev, lo siento. —Se dirigía hacia la puerta, y Kylar sintió un acceso de pánico. ¿Y si Devon salía en pos de ella y se marchaban escalera abajo? Entonces tendría que matarlos a ambos mientras bajaban, sabiendo que el centinela llegaría en cualquier momento—. Bev, por favor...

—¡Muérete! —exclamó la mujer, y cerró de un portazo.

«Deseo concedido.» Era humor del más negro, humor del de Durzo. Al maestro le gustaba decir que la ironía de las conversaciones oídas a escondidas era uno de los mejores extras del oficio amargo, aunque afirmaba que la sabiduría de las últimas palabras estaba muy sobrevalorada. «¿Deseo concedido?» A Kylar ni siquiera le gustaba que se le hubiese ocurrido el comentario. Todo lo que ese hombre había planeado estaba a punto de terminar, y a él se le ocurrían bromitas al respecto.

Devon soltó un reniego, pero no siguió a la mujer.

—¿Y dónde está el dichoso centinela? Ya tendría que haber llegado.

Siempre era así, le había explicado Durzo. Llegabas al final de un drama, tanto si acababa de empezar como si llevaba años, y rara vez conseguías saber de qué iba la historia. ¿Quién era Bev para Devon? ¿Su amante? ¿Su socia en el delito? ¿Solo una amiga? ¿Su hermana?

Kylar no lo sabía. No lo sabría nunca.

Se oyó un tintineo en la escalera, amortiguado por la puerta cerrada. Devon recogió su libro de cuentas. La puerta se abrió.

—Buenas, Dev —dijo el guardia.

—Ah, hola, Gamble. —Devon parecía nervioso.

—¿Ha venido el correo?

—¿Qué correo?

—Se habrá perdido, el muy memo. ¿Va todo bien por aquí?

—Vaya, estupendamente.

—Hasta luego.

Devon esperó treinta segundos tras la partida del centinela y después se acercó a la cama y empezó a atiborrarse los bolsillos. Kylar no veía con qué.

«Ya estamos.» El centinela se encontraría ya lo bastante lejos para que, aunque Devon lograse gritar, no lo oyera. El joven se alejó en dirección a la cómoda y Kylar salió arrastrándose como una cucaracha de debajo de la cama. Se puso en pie y desenfundó el cuchillo. Devon se encontraba a apenas unos pasos. A Kylar se le aceleró el pulso. Le parecía oír el fragor de la sangre en sus oídos.

Lo hizo todo bien. La postura baja y preparada, el avance silencioso pero rápido, equilibrado para que ninguna reacción posible del muriente lo pillase a contrapié. Elevó el cuchillo hasta el nivel de sus ojos mientras se preparaba para agarrar a Devon y practicarle lo que Durzo llamaba la sonrisa roja: un tajo profundo que atravesase la yugular y la tráquea.

Entonces se imaginó a Muñeca mirándolo como lo había mirado cuando se quedó el pedazo de pan más grande. «¿Qué estás haciendo, Azoth? Sabes que eso está mal.»

Se recuperó tarde, y fue como si hubiera olvidado todo su entrenamiento. Estaba a centímetros de Devon, que todavía no lo había oído, pero la proximidad misma aterrorizó a Kylar. Lanzó una puñalada hacia el cuello de Devon y debió de emitir algún sonido, porque el joven empezó a girarse. El cuchillo se le clavó en la nuca, tocó la columna y salió rebotado. Como lo tenía agarrado con la mano tensa, algo por lo que Durzo le habría pegado, el puñal se le escapó de la mano.

Devon se volvió y soltó un gritito. Parecía más sorprendido por la repentina aparición de Kylar que por el pinchazo en el cuello. Dio un paso atrás al mismo tiempo que Kylar. Se llevó una mano a la nuca, se miró los dedos y vio la sangre. Luego bajaron los dos la vista al cuchillo.

Devon no se lanzó a por él. Kylar lo recogió del suelo y, mientras se ponía en pie, su objetivo se hincó de rodillas.

—Por favor —suplicó . Por favor, no.

Parecía increíble. El hombre tenía los ojos muy abiertos por el miedo... y miraba a Kylar, cuyo disfraz lo hacía parecer aun más joven y menudo. No tenía nada de terrorífico, ¿o sí? Sin embargo, Devon parecía un hombre que hubiera visto llegarle la hora. Tenía la cara blanca, los ojos como platos, la expresión penosa, impotente.

—Por favor —repitió.

Kylar le rajó la garganta llevado por la furia. ¿Por qué no se protegía? ¿Por qué no lo intentaba siquiera? Era más grande que él. Tenía una oportunidad. ¿Por qué debía actuar como un cordero? Un cordero humano grande y estúpido, demasiado idiota hasta para moverse. El corte atravesó la tráquea, pero no le seccionó del todo la yugular. Era lo bastante profundo para matar, pero no deprisa. Kylar cogió a Devon por el pelo y le asestó dos tajos más, con el filo un poco levantado para que la sangre salpicara hacia abajo en vez de hacia el techo. No le cayó ni una gota encima. Lo había hecho exactamente como Durzo le había enseñado.

Oyó algo en la escalera.

—Devon, lo siento —dijo Bev antes incluso de entrar en la habitación—. Tenía que volver. No quería... —Entró en la alcoba y vio a Kylar.

Le vio la cara, vio el puñal en su mano, lo vio agarrando al moribundo Devon por el pelo. Era una joven poco agraciada con un vestido blanco de sirvienta. Caderas anchas, ojos separados, la boca abierta en un pequeño círculo y una preciosa melena azabache.

«Remata el trabajo.»

El entrenamiento tomó las riendas. Kylar cruzó la habitación en un santiamén. Tiró de la mujer hacia delante, metió un pie, rotó sobre él y la chica cayó al suelo como un fardo. Kylar fue tan inexorable como Durzo Blint. Tenía a la mujer debajo, cara al suelo sobre la alfombra. El siguiente movimiento era hundirle el cuchillo entre las costillas. Apenas notaría nada. Kylar no tendría que verle la cara.

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