El Camino de las Sombras (16 page)

El chambelán llevó a Kylar escalera arriba y lo hizo recorrer un ala de la mansión. El pasillo era más ancho que la mayoría de los callejones de las Madrigueras. Ambos lados estaban repletos de bustos de mármol y cuadros de hombres hablando, hombres luchando, hombres llevándose mujeres, familias mudándose, mujeres llorando, paisajes después de la batalla y monstruos espantosos surgiendo de grietas en el suelo. Todos los cuadros tenían marcos dorados con pan de oro. La mayoría eran grandes. Caminando detrás del chambelán, Kylar podía mirar boquiabierto tanto como le apeteciera, y eso hizo. Entonces se detuvieron ante una puerta enorme. El chambelán llamó a ella con su bastón e hizo entrar a Kylar en una biblioteca con docenas de estanterías dispuestas en ordenadas hileras, y cuyas paredes estaban recubiertas de libros y pergaminos hasta una altura de dos pisos.

—Mi señor, el barón Kylar Stern.

Logan de Gyre se levantó de una mesa que tenía un pergamino abierto encima.

—¡Kylar! Ahora mismo terminaba... Saqué prestado este pergamino de... Bah, da lo mismo. ¡Bienvenido!

—Gracias por invitarme, duque de Gyre; vuestro palacio es magnífico. La estatua de los gemelos Grasq quita el aliento. —Lo recitó como Mama K le había enseñado, pero en aquel momento lo decía de corazón.

—Logan, por favor. Sois muy amable. ¿De verdad os gusta? —preguntó Logan.

El «sois muy amable» lo delató. Logan estaba haciendo tantos esfuerzos como Kylar por dárselas de adulto. Kylar estaba nervioso porque era un impostor, pero el «duque» Logan también se sentía en falso: el título era demasiado grande y demasiado nuevo para que lo llevase a gusto de forma convincente. Así que Kylar decidió responder con sinceridad:

—La verdad es que me parece increíble. Ojalá no estuviesen desnudos, eso sí.

Logan rompió a reír.

—¡Lo sé! Yo ya casi nunca me fijo, pero de vez en cuando entro por la puerta y... hay dos hombres desnudos enormes en mi casa. A causa de mis nuevas obligaciones tengo que ver a todos los vasallos y amigos de mi padre. Con las damas, en realidad es una excusa para que me presenten a sus hijas con la esperanza de que caiga locamente enamorado. Un día estaba saludando a una dama y a su hija, no daré nombres, pero son unas mujeres muy bellas y muy recatadas, muy castas las dos. La cuestión es que yo soy muy alto, ¿vale?, o sea que las dos tenían que alzar la vista para mirarme a la cara. Yo estaba contándoles una historia y de pronto veo que a la madre se le escapa la risa y que la hija parece absolutamente embelesada, y empiezo a preguntarme si tengo algo en el pelo o en la oreja, o si pasa algo, porque las dos seguían echando miraditas de reojo un poquito hacia un lado.

—Oh, no —dijo Kylar, riendo.

—Miro por encima del hombro y me encuentro... bueno, me encuentro que allí hay unos... genitales de mármol del triple del tamaño normal. Y se produce ese momento en que comprenden que me he dado cuenta de que estaban mirando por encima de mi hombro todo el rato y yo caigo en que la hija nunca ha visto antes a un hombre desnudo... y me olvido por completo de la historia que les estaba contando.

Se rieron juntos, Kylar enormemente agradecido de que Logan le hubiese proporcionado el suficiente contexto para deducir lo que significaba «genitales». ¿Hablaban así todos los nobles? ¿Y si la próxima vez Logan terminaba la anécdota sin dar contexto? El señor de Gyre señaló un retrato, colgado en la pared de la biblioteca, de un hombre calvo y de mandíbula cuadrada vestido con un estilo de ropa que le era desconocido.

—La culpa es de él. Mi ta-ta-tarabuelo, el mecenas de las artes.

Kylar esbozó una sonrisilla, pero se sintió como si lo hubieran abofeteado. Logan sabía cosas sobre su antepasado. Él ni siquiera sabía quién era su padre. Hubo un momento de silencio, y Kylar supo que era su turno de llenarlo.

—Esto, tengo entendido que los gemelos Grasq en realidad libraron algo así como seis batallas uno contra otro.

—¿Conoces su historia? —preguntó Logan—. Poca gente de nuestra edad se la sabe.

Demasiado tarde, Kylar cayó en la cuenta de lo arriesgado que era hacerse pasar por amante de la historia ante ese hombre que adoraba los libros... y además sabía leerlos.

—Me gustan mucho las historias antiguas —dijo—, pero a mis padres no les hace ninguna gracia que «pierda el tiempo llenándome la cabeza de batallitas».

—¿De verdad te gustan? Aleine siempre se pone a fingir que ronca en cuanto hablo de historia.

«¿Aleine? Ah, Aleine de Gunder, el príncipe Aleine X de Gunder.» El mundo de Logan en verdad era diferente.

—Mira esto. —Hizo una seña a Kylar para que se acercara a la mesa—. Aquí, lee esta parte.

«Sería un placer, si supiera leer.» A Kylar le dio un vuelco el corazón. Qué frágil era todavía su disfraz.

—Pareces uno de mis tutores —dijo, rechazando con un gesto de la mano—. No quiero tirarme una hora leyendo mientras tú esperas sin nada que hacer. ¿Por qué no me cuentas las partes buenas?

—Me da la impresión de que solo hablo yo —explicó Logan, de repente incómodo—. Es como de mala educación.

Kylar se encogió de hombros.

—A mí no me parece que estés siendo maleducado. ¿Es una historia nueva o qué?

A Logan se le encendieron los ojos y Kylar supo que estaba a salvo.

—No, es el final del Ciclo de la Alkestia, justo antes de que caigan los Siete Reinos. Mi padre me ha puesto a estudiar a los grandes líderes del pasado. En este caso, Jorsin Alkestes, claro está. Cuando estaban bajo asedio en el Túmulo Negro, su mano derecha, Ezra el Loco... bueno, todavía no era el Túmulo Negro, y Ezra aún tardaría cincuenta años o así en esconderse en el Bosque de Ezra... Da igual; Ezra quizá haya sido el mejor mago de la historia, detrás del propio emperador Jorsin Alkestes. Estaban bajo asedio en lo que hoy se conoce como Túmulo Negro y Ezra empezó a construir los inventos más maravillosos de la historia: los martillos de guerra de Oren Razin; trampas de fuego y rayos que podían usar hasta los soldados sin Talento; Curoch, la espada del poder; Iures, el báculo de la ley, y luego seis artefactos mágicos, los «ka'kari». Cada uno de ellos parecía una esfera resplandeciente, pero los Seis Campeones podían estrujarlo y el ka'kari se fundía, cubría su cuerpo entero como una segunda piel y les otorgaba poder sobre el elemento que representaba. A Arikus Daadrul lo cubría una piel de metal líquido plateado, que le hacía invulnerable a las armas de filo. Corvaer Negropozo se convirtió en Corvaer el Rojo, maestro del fuego. Trace Arvagulania, una mujer horriblemente fea, pasó a ser la más bella de su época. A Oren Razin le tocó la tierra: pesaba media tonelada y convertía su piel en piedra. Irenaea Blochwei obtuvo el poder de todo lo que es verde y crece. Shrad Marden recibió el agua y podía absorber el mismísimo líquido de la sangre de un hombre.

»Lo que siempre me ha parecido curioso es que Jorsin Alkestes era un gran líder. Unió a muchísimas personas brillantes, y muchas de ellas eran difíciles y egoístas, pero él las puso a trabajar juntas y funcionó. Sin embargo, al final insultó a uno de sus mejores amigos, Acaelus Thorne, y en vez de a él le dio un ka'kari a Shrad Marden, que ni siquiera le caía bien. ¿Conoces a Acaelus Thorne?

—Me suena el nombre —fue lo máximo que osó decir Kylar. Al menos era verdad. A veces los ratas de su hermandad hacían corro en torno a la ventana de una taberna cuando actuaba algún bardo, pero solo oían trozos sueltos de las historias.

—Acaelus era un guerrero asombroso pero un noble descerebrado, sin la menor sutileza. Odiaba las mentiras, la política y la magia pero, si le ponías una espada en la mano, podía cargar él solo contra el ejército enemigo si hacía falta. Estaba tan loco y era tan bueno que sus hombres estaban dispuestos a seguirlo a cualquier parte. Sin embargo, el honor lo era todo para él, y consideró un gran insulto que recompensaran antes a hombres de menor valía que la suya. Fue ese insulto lo que condujo a Acaelus a traicionar a Jorsin. ¿Cómo pudo pasársele eso por alto? Jorsin tenía que saber que estaba insultando a su amigo.

—¿Tú qué piensas? —preguntó Kylar.

Logan se pasó una mano por el pelo.

—Probablemente sea algo aburrido, como que estaban en guerra y todo el mundo estaba agotado y muerto de hambre, nadie pensaba claro y Jorsin cometió un error, sin más.

—Entonces, ¿qué te enseña eso acerca de ser líder? —preguntó Kylar.

Logan parecía perplejo.

—¿Come verdura y duerme tus horas?

—¿Qué tal «sé amable con tus inferiores o te patearán el culo»? —sugirió Kylar.

—¿Me estáis retando a un duelo, barón de Stern?

—Su excelentísima duquesidad, será para mí un placer machacaros.

Capítulo 18

Kylar entró en la casa segura, emocionado por su victoria. Había vencido a Logan por tres toques a dos. El joven señor de Gyre luchaba mejor pero, como Mama K le había explicado, también había crecido dos palmos en el año anterior y todavía no se había acostumbrado a su nueva altura.

—No solo acabo de hacerme amigo de Logan de Gyre —anunció Kylar—, también le he vencido en un duelo de prácticas.

Durzo ni siquiera alzó la vista del calcinatorio. Dio más potencia a la llama bajo el platillo de cobre.

—Bien. Ahora no vuelvas a luchar nunca contra él. Pásame eso.

Dolido, Kylar retiró el frasco donde terminaban los enrevesados tubos del alambique y se lo alcanzó. Durzo vertió la espesa mezcla azul sobre el calcinatorio. Durante un momento, no pasó nada. Después empezaron a formarse pequeñas burbujas y al poco tiempo el preparado ya hervía con fuerza.

—¿Por qué no? —preguntó Kylar.

—Trae las sobras, chaval. —Kylar recogió el cuenco donde tiraban las sobras para el cerdo y lo llevó hasta la mesa.

—Nuestra manera de luchar es distinta a la que enseña cualquier maestro de esgrima de esta ciudad. Si practicas con Logan, adoptarás su estilo convencional y te convertirás en un mal luchador, o bien dejarás entrever que te están enseñando algo totalmente distinto, o las dos cosas.

Kylar miró el calcinatorio con el ceño fruncido. Su maestro tenía razón, por supuesto, y aunque no la tuviera, su palabra era la ley. La mezcla líquida se había convertido en un polvo azul oscuro. Durzo apartó el platillo de cobre de las llamas con un grueso trapo de lana y echó el polvo en el cuenco de las sobras. Cogió otro platillo de cobre, vertió en él un poco más del preparado azul y lo puso al fuego, mientras con una gruesa manopla apartaba el primero para que se enfriara.

—Maestro, ¿tenéis idea de por qué Jorsin Alkestes insultó a su mejor amigo al no darle un ka'kari?

—A lo mejor hacía demasiadas preguntas.

—Logan dice que Acaelus Thorne era el más honorable de los amigos de Jorsin, pero que lo traicionó y eso provocó la caída de los Siete Reinos —dijo Kylar.

—La mayoría no son lo bastante fuertes para nuestro credo, Kylar, de manera que creen en ilusiones cómodas, como los dioses, la justicia o la bondad básica del hombre. Esas ilusiones se vienen abajo en la guerra, que quiebra a los hombres. Probablemente fue eso lo que le pasó a Acaelus.

—¿Estáis seguro? —preguntó Kylar. La interpretación de Logan había sido muy diferente.

—¿Seguro? —repitió Blint con tono burlón—. No estoy seguro ni de lo que hicieron aquí los nobles hace siete años para acabar con la esclavitud. ¿Cómo podría nadie estar seguro de algo que ocurrió hace siglos y muy lejos? Dale esto al cerdo.

Kylar cogió las sobras y las llevó hasta el gorrino que habían adquirido hacía poco para los experimentos de su maestro.

Cuando volvía, vio que Blint lo miraba como si estuviera a punto de decirle algo. Entonces se oyó un ruido, y del platillo de cobre que Blint tenía detrás saltó una llama. Antes de que Kylar acertara a hacer el menor movimiento, su maestro había dado media vuelta. Una mano fantasmal salió disparada de sus brazos, agarró el recipiente de metal directamente del fuego y lo dejó sobre la mesa. Después la mano desapareció. Sucedió tan deprisa que Kylar no estaba seguro de no haberlo imaginado.

El platillo humeaba y lo que debería haber sido un polvo azul se había transformado en una costra negra. Una costra negra que, a Kylar no le cabía ninguna duda, pronto estaría rascando hasta que el cobre resplandeciera. Blint soltó una maldición.

—¿Lo ves? Te enredas con el pasado y te vuelves inútil en el presente. Venga, vamos a ver si ese cerdo apestoso sigue vivo. Después tendremos que hacer algo con tu pelo.

El cerdo no seguía vivo y, con la cantidad de veneno que había ingerido, sería arriesgado comérselo, de modo que Kylar pasó medio día troceándolo y enterrándolo. Después de eso, el maestro Blint lo hizo desnudarse de cintura para arriba y le frotó por el pelo un mejunje de olor muy fuerte. Le quemaba el cuero cabelludo, pero Blint le obligó a aguantar durante una hora. Cuando por fin se aclaró el pelo, su maestro le acercó un espejo y Kylar apenas se reconoció. Tenía el cabello de un rubio casi blanco.

—Da gracias a que eres joven o también te lo habría tenido que poner en las cejas —dijo Blint—. Ahora vístete. La ropa de Azoth. La personalidad de Azoth.

—¿Os acompaño? ¿En un trabajo?

—Vístete.

—Entiendo que «Tisis aparente» valga novecientos gunders. Seguro que hay que realizar múltiples envenenamientos para imitar el transcurso de la enfermedad —dijo el noble—. Pero ¿mil quinientos por un suicidio aparente? Ridículo. Apuñalad a vuestro hombre y ponedle el cuchillo en la mano.

—Mejor empezamos otra vez —dijo el maestro Blint con calma—. Vos habláis como si yo fuera el mejor ejecutor de la ciudad y yo hablaré como si existiese una remotísima posibilidad de aceptar el trabajo.

La tensión se hizo palpable en la habitación del piso de arriba de la posada. El general supremo Brant Agón no estaba complacido, pero respiró hondo, se pasó una mano por el pelo canoso y dijo:

—¿Por qué cuesta mil quinientos oros fingir un suicidio?

—Un suicidio debidamente escenificado lleva meses —explicó el maestro Blint—. Depende de la historia del muriente. Si voy tras una persona conocida por su carácter melancólico, el plazo puede abreviarse a seis semanas. Si ha intentado suicidarse antes, podría bastar con una sola semana. Obtengo acceso de alguna manera y le administro unas cocciones especiales.

Azoth intentaba prestar atención, pero volver a llevar su ropa vieja tenía algo que derrumbaba la ilusión en que había vivido las últimas semanas. Kylar había desaparecido, y no porque él estuviera siguiendo órdenes y fingiendo ser Azoth. Kylar había sido una máscara de confianza. Había engañado a Logan, y había engañado a Azoth por un tiempo corto, pero la máscara había caído. Era Azoth. Era débil. No entendía qué hacía allí, ni por qué, y tenía miedo.

Other books

A Year at River Mountain by Michael Kenyon
Power, The by Robinson, Frank M.
The Firemaker by Peter May
The Memory of Us: A Novel by Camille Di Maio
Megan's Cure by Lowe, Robert B.
He's a Rebel by Mark Ribowsky
Perfect Reflection by Jana Leigh
Herzog by Saul Bellow