El Camino de las Sombras (47 page)

—Desde un punto de vista personal —explicó Agón—, debería importarte porque, si el rey muere, o te pudrirás en la cárcel o te matarán. Desde el punto de vista del reino, si el rey muere, estallará una guerra civil. Las tropas se dividirán entre las Casas a las que son leales y entonces los ejércitos de Khalidor rebasarán nuestras fronteras. Ni siquiera unido nuestro país podría resistir la embestida de Khalidor. Nuestra única estrategia siempre ha consistido en hacer que tomarnos fuera tan costoso que no valiera la pena. Con nuestros ejércitos dispersados, no habría defensa posible.

—Entonces, ¿creéis que se avecina un intento de regicidio? —preguntó Logan.

—En cuestión de días. Sin embargo, los planes de Khalidor se basan en ciertas premisas, Logan. Por el momento se han demostrado válidas. Sabían que serías arrestado. Sin duda ya han sembrado rumores para soliviantar al pueblo contra el rey, sugiriendo que todo lo sucedido ha sido culpa suya o por su voluntad. Tenemos que hacer algo que escape a todas las previsiones de Khalidor.

—¿Y eso qué es?

La reina tomó la palabra.

—Khalidor ha contratado a Hu Patíbulo, tal vez el mejor ejecutor de la ciudad. Si quiere matar a Aleine, probablemente lo consiga. La mejor manera de salvar la vida del rey es que Khalidor no gane nada matándolo. Quizá sea la única manera. Tenemos que asegurar la línea sucesoria. En época de paz o si fuera más mayor, Jenine podría ocupar el trono, o podría hacerlo yo, pero ahora... Sencillamente no sería posible. Algunas de las Casas se negarían a seguir a una mujer a la guerra.

—Bueno, ¿y qué se supone que vais a hacer? ¿Tener otro hijo?

Agon parecía incómodo.

—Más o menos.

—Necesitamos a alguien —aclaró la reina— que sea lo bastante popular para restaurar la confianza del pueblo en la Corona y cuyo derecho al trono resulte incontrovertible.

Logan la miró y de repente lo entendió todo. En su rostro se libró una batalla de emociones.

—No sabéis lo que me estáis pidiendo.

—Sí que lo sé —replicó la reina con voz queda—. Logan, ¿te ha hablado tu padre de mí alguna vez?

—Solo en los términos más elogiosos, majestad.

—Tu padre y yo estuvimos comprometidos, Logan. Durante diez años, creímos que nos casaríamos. Nos enamoramos. Pusimos nombre a los hijos que un día tendríamos. El rey estaba muriendo sin herederos, y nuestro matrimonio habría asegurado el trono para la Casa de Gyre. Entonces mi padre traicionó a Regnus y rompió la palabra que había dado a tu abuelo casándome en secreto con Aleine de Gunder. Solo asistieron los testigos necesarios para garantizar la validez del matrimonio. Ni siquiera me permitieron enviar un mensaje a tu padre. El rey vivió durante catorce años más, lo bastante para que yo tuviera hijos, lo bastante para que Regnus se casase y te tuviera a ti, lo bastante para que tu padre asumiera el control de la Casa de Gyre. Lo bastante para que la Casa de Gunder se sacara de la manga una historia ridícula que supuestamente concedía a Aleine el derecho a ser llamado Aleine IX, como si fuese un rey legítimo. Cuando el rey Davin murió, Regnus podría haber declarado una guerra para hacerse con el trono. Podría habérselo apropiado, pero no lo hizo, por mí y por mis hijos.

»Me vendieron con un matrimonio que yo despreciaba, Logan, a un hombre al que nunca amé y por el que nunca pude hacer brotar el amor en mi pecho. Sé lo que es que te vendan por motivos políticos. Hasta conozco mi precio exacto en tierras y títulos: los que se aseguró mi familia a la muerte del rey. —Lo dijo con voz acerada, clara, tranquila, una reina de los pies a la cabeza—. Todavía amo a tu padre, Logan. Apenas hemos hablado en veinticinco años. Tuvo que casarse con una Graesin después de mi boda con un Gunder, solo para evitar que la Casa de Gyre quedase aislada y acabaran con ella como sucedió a los Makell. Aceptó un matrimonio que, según tengo entendido, tenía poco que ver con el amor. De modo que, si te crees que me complace hacerte lo que me hicieron a mí, no podrías estar más equivocado.

El padre de Logan nunca le había comentado nada de eso, pero su madre —qué claro lo veía de repente—, su madre se lo había reprochado a Regnus durante años. Sus indirectas. Sus constantes sospechas de que Regnus tenía amantes, aunque Logan sabía que no. La vez que, en un arrebato, su padre dijo a su madre que solo tenía derecho a envidiar a una mujer...

—Tengo esperanzas de que tu matrimonio no será el tormento que ha sido el mío —añadió la reina Gunder.

Logan hundió la cara en las manos.

—Majestad, las palabras no pueden expresar la... ira que siento hacia Serah. Pero le di a su padre mi palabra de que me casaría con ella.

—El rey tiene la potestad legal de disolver esos lazos, si es por el bien del reino —dijo Agón.

—¡El rey no puede disolver mi honor! —exclamó Logan—. ¡Lo juré! ¡Además, maldita sea, todavía amo a Serah! A pesar de todo. Lo que me proponéis es puro teatro, ¿verdad? ¿Cuál es el plan, que el rey me adopte? ¿Que sea su heredero hasta que le deis otro hijo varón?

—Ese teatro, como dices, nos hace salvar una crisis, hijo —observó Agón—. E impide la destrucción de tu familia. Tienes que mantenerte vivo si quieres evitar que eso suceda. De paso también te libra de la deshonra y la cárcel, aunque estemos errados con lo de la conspiración.

—Logan —intervino la reina, con voz nuevamente calmada—, no es teatro, pero hemos convencido al rey de que lo es. Es un hombre despreciable y, si dependiera de él, jamás consentiría que el hijo de Regnus llegara al trono.

—Majestad —interrumpió Agón—, no hace falta que Logan...

—No, Brant. Cualquiera merece saber lo que se le está pidiendo. —La reina lo miró a los ojos y, al cabo de un momento, el general bajó la vista. Nalia se volvió hacia Logan—. Mi esperanza siempre han sido mis hijos, Logan, y culpo a mi marido de la muerte de Aleine. Si no se hubiese liado con esa ramera de los Jadwin... —Parpadeó, negándose a dejar que cayeran las lágrimas—. He dado al rey todos los hijos que obtendrá de mí. No volveré a compartir su cama. Nunca. Se le comunicará que, si intenta llevarme a su lecho a la fuerza o sustituirme como reina, nos hemos procurado los servicios de un ejecutor para garantizarle una muerte prematura. En pocas palabras, Logan, si nos dices que sí, algún día serás rey.

El joven no dijo nada.

—Casi todos los hombres aceptarían la oportunidad de alcanzar semejante poder sin pensárselo dos veces —dijo Agón—. Claro que casi todos serían unos reyes pésimos. Sabemos que tú no querías esto, pero no solo eres el hombre adecuado para el trono; eres el único que hay.

—Logan era el nombre que Regnus y yo habíamos decidido para nuestro primogénito —dijo la reina—. Sé lo que te estoy pidiendo, Logan. Y te lo pido.

Capítulo 47

La partida no iba bien. Las piezas estaban desplegadas ante Dorian como si fueran ejércitos. Y en realidad lo eran, aunque en ese juego pocos de los soldados llevaran uniforme. Incluso los que lo llevaban se movían a regañadientes. El Rey Tonto avergonzaba al Comandante. El Rey Reacio estaba de rodillas en alguna parte en ese momento. El secreto del Mago en Secreto lo había separado del Rey Que Podría Haber Sido. La Sombra que Camina y la Cortesana no sabían decidir de qué lado estaban. El Chico de Alquiler se movía deprisa, pero demasiado lento, demasiado lento. El Príncipe de las Ratas había reunido a sus alimañas, que se alzarían desde las Madrigueras como una marea de escoria humana. Hasta el Príncipe Renegado y el Herrero podían desempeñar un papel, si...

¡Maldición! Bastante difícil era visualizar en qué lugar estaban las piezas. A partir de ahí, a menudo podía concentrarse en una y ver las opciones que afrontaba: el Comandante mientras un rey borracho le gritaba a la cara, la Sombra que Camina mientras se enfrentaba al Aprendiz en una alcoba de luna de miel. Sin embargo, en el preciso instante en que fijaba las piezas en el espacio y establecía sus posiciones relativas, empezaba a vislumbrar una o más en un momento distinto del tiempo. Ver dónde estaría el Herrero al cabo de diecisiete años, encorvado sobre una forja e instando a su hijo a que volviera al trabajo, no le servía de nada para dilucidar cómo mantener vivo a Feir hasta ese día.

Volvió al trabajo. A ver, ¿dónde estaba la Secuestrada?

A veces se sentía como si no fuese más que un soplo de viento sobre el campo de batalla. Lo veía todo, pero lo máximo a lo que podía aspirar era a que una bocanada suya desviara un par de flechas asesinas. «¿Dónde se ha metido el Mago en Secreto? Ah.»

—Abre la puerta, rápido —dijo Dorian.

Feir levantó la vista de la mesita donde estaba sentado, pasando una piedra de afilar por la hoja de su espada. Se encontraban en una casa que habían alquilado en una travesía del paseo de Sidlin, donde Dorian había dicho que estarían tranquilos. Feir se levantó y abrió la puerta.

Un hombre acababa de pasar por delante y seguía avanzando con paso decidido por la calle. Su pelo y sus andares le sonaban. El paseante debió de ver algo con el rabillo del ojo —la montaña de pelo rubio que era Feir se hacía difícil de pasar por alto—, porque giró sobre sus talones y bajó su mano a la espada.

—¿Feir?

El gigante rubio parecía casi tan sorprendido como Solon, de modo que Dorian dijo:

—Adentro, los dos.

Entraron. Feir refunfuñó como de costumbre que Dorian nunca le contaba nada y el profeta se limitó a sonreír. «Tanto por ver, tanto por saber.» Era fácil perderse cosas que pasaban ante sus mismas narices.

—¡Dorian! —exclamó Solon. Abrazó a su viejo amigo—. Tendría que retorcerte el pescuezo. ¿Sabes cuántos problemas me ha causado tu gracia del «señor de Gyre»?

Dorian se rió. Lo sabía.

—Oh, amigo mío —dijo mientras agarraba los brazos de Solon—. Lo has hecho bien.

—Y tienes buen aspecto, además —comentó Feir—. Estabas gordo cuando te fuiste, y mírate ahora: una década de servicio militar te ha sentado bien.

Solon sonrió, pero la sonrisa se desvaneció enseguida.

—Dorian, en serio, tengo que saberlo. ¿Quisiste decir que debía servir a Logan, o te referías a Regnus? Me parecía que habías dicho «señor de Gyre» y no «duque de Gyre», pero cuando llegué había dos señores de Gyre. ¿Hice lo correcto?

—Sí, sí. Los dos te necesitaban, y los salvaste a ambos en varias ocasiones. Algunas las sabes, otras no. —Tal vez lo más importante que había hecho Solon era algo que él nunca apreciaría: fomentar la amistad de Logan con Kylar—. Pero no te mentiré. Que mantuvieras tu secreto era algo que no preví. Pensaba que lo habrías revelado hace años. A lo largo de la mayoría de los caminos que veo ahora, Regnus de Gyre perderá la vida.

—Soy un cobarde —se lamentó Solon.

—Bah —dijo Feir—. Eres muchas cosas, Solon, pero no un cobarde.

Dorian guardó silencio y dejó que sus ojos transmitieran comprensión. El sabía la verdad. El silencio de Solon sí había sido cobardía. Docenas de veces había intentando hablar, pero nunca reunía el valor suficiente para arriesgar su amistad con Regnus de Gyre. Lo peor era que Regnus lo habría entendido y se habría reído, si lo hubiese oído de labios del propio Solon. Sin embargo, a un hombre cuya prometida le había sido arrebatada para entregarla a otro, descubrir el engaño de un amigo se le antojaba una traición.

—Tus poderes han crecido —observó Solon.

—Sí, ahora está realmente insoportable —corroboró Feir.

—Me sorprende que los hermanos de Sho'cendi os dejaran venir —dijo Solon.

Dorian y Feir se miraron.

—¿Os fuisteis sin permiso? —preguntó Solon.

Silencio.

—¿Os fuisteis contraviniendo órdenes directas?

—Peor —dijo Dorian.

Feir soltó una carcajada que dejó claro a Solon de que se había dejado llevar por otro de los inconcebibles planes de Dorian.

—¿Qué habéis hecho? —preguntó.

—En realidad nos pertenecía. Fuimos nosotros quienes la volvimos a encontrar. Ellos no tenían ningún derecho —dijo Dorian.

—No puede ser.

Dorian se encogió de hombros.

—¿Dónde está? —preguntó Solon. Al ver sus caras de circunstancias, lo supo—. ¡No la habréis traído aquí!

Feir caminó hasta el camastro y retiró las mantas. Curoch descansaba envainada sobre el lecho. La funda era de cuero blanco, con inscripciones repujadas en caracteres hirílicos dorados y una contera de oro.

—No será la vaina original.

—Una obra como esta es lo que me quita las ganas de ser espadero —dijo Feir—. La funda es la original. Recubierta con un tupido entramado de magia tan fina como la seda gandiana, y creo que es solo para conservar el cuero. No se ensucia ni le queda ninguna marca. La inscripción en oro es real, por si fuera poco. Oro puro. Endurecido hasta el punto en que resistiría contra el hierro o incluso el acero. Si pudiera rescatar aunque solo fuera esa técnica, mis descendientes serían ricos hasta la duodécima generación.

—A duras penas hemos osado desenvainar la espada, y desde luego no hemos intentado usarla —explicó Dorian.

—Menos mal —dijo Solon—. Dorian, ¿por qué la has traído aquí? ¿Has visto algo?

El profeta meneó la cabeza.

—Los artefactos de tanto poder distorsionan mi visión. Ellos mismos y las ansias que suscitan son tan intensos que me enturbian la clarividencia.

De repente Dorian sintió que se alejaba flotando a la deriva otra vez, aunque flotar era un verbo demasiado suave para describirlo. Su visión quedó clavada en Solon y vio desfilar un caudal de imágenes. Visiones imposibles. Solon contra enemigos en apariencia imbatibles. Solon como un anciano de pelo blanco, solo que no era anciano sino... Maldición, la imagen desapareció antes de que pudiera entenderla. Solon Solon Solon. Solon muriendo. Solon matando. Solon en un barco a merced de la tormenta. Solon salvando a Regnus de un ejecutor. Solon matando al rey. Solon condenando Cenaria a la perdición. Solon impulsando a Dorian al interior de Khalidor. Una mujer hermosa en una sala con un centenar de retratos de mujeres hermosas. Jenine. A Dorian le dio un vuelco el corazón. Garoth Ursuul.

—¿Dorian? ¿Dorian? —La voz sonaba lejana, pero Dorian se asió al sonido y con un esfuerzo se dirigió hasta él.

Se sacudió, boqueando como si emergiera de un lago de aguas gélidas.

—Va a peor cuanto más poderoso te haces, ¿no es así? —preguntó Solon.

—Trueca su raciocinio por las visiones —protestó Feir—. No me hace caso.

Other books

The Boy with No Boots by Sheila Jeffries
Red Hots by Hines, Yvette
Gunz and Roses by Keisha Ervin
The Continental Risque by James Nelson
The Story of Miss Moppet by Beatrix Potter
Seducing Cinderella by Gina L. Maxwell
Shadow Hawk by Jill Shalvis
The Christmas Joy Ride by Melody Carlson
Romancing Tommy Gabrini by Mallory Monroe