Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Ser libre. Estar fuera del Sa'kagé. Era el gesto más noble que Kylar había visto nunca... y después de la noche anterior, llegaba demasiado tarde. Miró al suelo y asintió.
—No funcionará, señor. Lo siento. Creedme, estoy... Habéis sido más que bueno conmigo, mucho más de lo que merezco. Pero no creo que eso... —señaló con la cabeza hacia el almuerzo al aire libre que compartían Logan y Serah en el jardín— sea para mí.
—Sé que planeas marcharte, Kylar.
Así era el conde. Directo al grano.
—Sí, señor —reconoció.
—¿Pronto?
—Mi idea era haberme ido ya.
—Entonces quizá el Dios me ha enviado a hablar contigo ahora mismo. Supongo que Durzo te dijo que no escucharas mis sermones. —El conde Drake estaba mirando por la ventana; había pesar en su voz.
—Me dijo que, si os hacía caso, acabaría muerto.
—Una afirmación bastante justa, supongo —dijo el conde Drake. Se volvió de cara a Kylar—. Antes trabajaba para mí, no sé si lo sabías.
—¿Cómo? ¿Durzo?
Su cara de sorpresa arrancó una breve sonrisa al conde.
—¿Antes de ser ejecutor? —Kylar ni se imaginaba una época anterior a que Durzo Blint fuese un ejecutor, aunque supuso que debía de haber existido.
El conde negó con la cabeza.
—No. Mataba gente para mí. Así es como nos conocimos. Así supo que podía confiarte a mí. Durzo no tiene una gran vida social fuera del trabajo, ¿sabes?
—¿Vos? ¿Vos ordenabais muertes?
—No hables tan alto. Mi mujer lo sabe, pero no hay necesidad de asustar a las doncellas. He intentado no calentarte la cabeza con palabras, sino más bien dejar que mi vida fuese testimonio de lo que sé, Kylar. Pero a lo mejor ha sido un error. Un santo dijo una vez: «Predicad a todas horas. Cuando sea necesario, usad palabras». ¿Puedo robarte un minuto de tiempo?
Una parte de Kylar quería decir que no. No solo resultaba embarazoso oír a una persona a la que respetaba intentar venderle algo que sabía que no iba a comprar, sino que además el tiempo corría en su contra. En cualquier momento llegaría la noticia de que se acusaba a Kylar del robo de la noche anterior, y esa bella estampa familiar estallaría como una burbuja. Logan lo conocería por lo que era. Serah tendría otro motivo para reprenderlo. El conde pondría esa cara de decepción que cortaba hasta el hueso. Sabía que el conde se llevaría un desengaño, que nunca sabría de verdad cuánto bien había hecho Kylar la noche anterior ni a qué precio para sí mismo. El conde acabaría decepcionado con Kylar en cualquier caso, pero no tenía ganas de presenciarlo.
—Por supuesto —dijo. Era la respuesta correcta. Ese hombre lo había criado, le había permitido llevar una vida imposible para un rata de hermandad. Se lo debía.
—Mi padre heredó una gran fortuna del suyo, lo suficiente para codearse con Gordin de Graesin, Brand de Wesseros y Darvin de Makell... No creo que sepas quiénes son los Makell, fueron diezmados en la guerra de los Ocho Años. En fin, el caso es que intentó impresionar a aquellos hijos de duques gastando dinero a espuertas. Fiestas de postín, juego, alquilar burdeles enteros... No ayudó que su padre muriese cuando él todavía era joven. Por supuesto, la familia no tardó en hallarse en la pobreza. Mi padre se quitó la vida. De modo que, a los diecinueve años, tomé las riendas de una Casa al borde de la ruina. Tenía buena cabeza para los negocios, pero me parecían algo indigno. Como pasa a mucha gente sin motivos para el orgullo, esa ausencia de razón me volvía más orgulloso.
»Sin embargo, ciertas realidades acaban por imponerse, y las deudas son una de ellas. Uno de los acreedores de mi padre, que por supuesto quería cobrar, me dijo que existían formas de hacer "dinero fácil". Empecé a trabajar para el Sa'kagé. El hombre que me reclutó era el trematir. Si se le hubiese dado mejor su trabajo, solo me habría endeudado cada vez más con el Sa'kagé, pero pronto descubrí que entendía mejor que él a los hombres, el dinero y las diferentes combinaciones entre ambos. Además tenía menos escrúpulos que él, lo que tiene su mérito.
»Invertí mi dinero en cualquier cosa que diera réditos. Burdeles especializados para satisfacer todos los apetitos, por depravados que fuesen. Inauguré garitos de juego y traje expertos de todo el mundo que me ayudaran a desprender mejor a mis clientes de su dinero. Organicé expediciones para comerciar con especias y soborné a guardias para que no registraran los cargamentos. Cuando amenazaban alguno de mis negocios, tenía matones que se ocupaban del problema. La primera vez que se les fue la mano y mataron a un hombre sin querer, me impresionó, pero no era nadie que me cayese bien, lo hacía por mi familia y no había tenido que presenciarlo, de modo que eso lo hizo digerible. Cuando tuve un encontronazo con el trematir, fue una decisión fácil contratar a Durzo. Era tan inocente que no caí en la cuenta de que antes acudiría al shinga para pedirle permiso. Se lo concedió, y yo pasé a ser el maestro de la moneda del Sa'kagé.
Kylar no se perdía ni una palabra, pero no podía creérselo. Ese no podía ser el conde Drake con el que había crecido. ¿Rimbold Drake había sido de los Nueve?
—Viajé mucho para montar negocios en otros países, con bastante éxito, y fue entonces cuando tuve mi espantosa revelación. Por supuesto, en su momento no me pareció espantosa. Solo podía ver mi brillantez. En aquellos cuatro años había saldado las deudas de mi familia pero, en ese momento, vi una manera de ganar dinero de verdad. Convencí al Sa'kagé de la idea. Nos llevó diez años, pero colocamos a nuestra gente en los sitios precisos y legalizamos la esclavitud. Se introdujo de forma limitada, por supuesto. Solo reclusos y los más desposeídos. Personas que no podían cuidar de sí mismas, nos dijimos. Nuestros burdeles se llenaron de esclavas a las que ya no debíamos pagar para que trabajaran. Inauguramos los Juegos Mortales, otra de mis brillantes ideas, y fueron una sensación, causaron furor. Construimos el estadio, cobramos entrada y monopolizamos la venta de vino y comida, controlábamos las apuestas y a veces las amañábamos. Ganábamos dinero más deprisa de lo que jamás hubiésemos creído posible. Contraté a Durzo tan a menudo que nos hicimos amigos. Ni siquiera él aceptaba todos los trabajos que le proponía. Siempre tuvo su propio código. Aceptaba encargos contra personas que intentaban arrebatarme el negocio pero, si quería ver muerto a alguien que solo pretendía pararme los pies, tenía que recurrir a Anders Gurka, Wrable Cicatrices, Jonus Severing o Hu Patíbulo.
»Debes entender que, a todo esto, yo nunca me consideré una mala persona. No me gustaban los Juegos Mortales. Nunca iba, nunca bajaba a las bodegas de las galeras de esclavos donde los hombres vivían y morían encadenados a sus remos, nunca visité las granjas de bebés que en ocasiones se convertían en burdeles infantiles, nunca estuve en los escenarios del trabajo de Durzo. Solo decía las palabras apropiadas, y el dinero entraba como llovido del cielo. Lo curioso era que yo ni siquiera era ambicioso. Era la persona más rica del reino con la excepción de algunos miembros de la alta nobleza, el shinga y el rey, y con eso me conformaba. Lo único que no podía soportar era la incompetencia. Si hubiera sido de otro modo, estoy seguro de que el shinga me habría matado. Pero no tuvo que hacerlo, porque yo no suponía ninguna amenaza y Durzo se lo hizo saber. —El conde sacudió la cabeza—. Divago, lo siento; es que ya nunca tengo la oportunidad de contar estas historias.
Suspiró y prosiguió:
—Mi error llegó al enamorarme de la mujer equivocada. Por algún motivo, Ulana me atraía. No solo me atraía sino que me obsesionaba, y tardé mucho tiempo en averiguar por qué. Llegué al punto de evitarla, tanto me dolía estar en su presencia. Pero al final deduje que el motivo era cuán distinta era ella de mí. Entiéndelo, Kylar, era pura. Y lo extraño era que también parecía amarme. Por supuesto, no tenía la menor idea de quién era yo en realidad. Nunca hacía negocios con mi nombre real, y muy pocos nobles estaban al tanto de la cantidad de riquezas que iba amasando. Cuanto más me hundía en la oscuridad, más la amaba y más crecía mi vergüenza. ¿Cómo puede alguien amar la luz y vivir en la oscuridad?
La pregunta atravesó a Kylar como una lanzada. Se sentía avergonzado.
—Ulana empezó a trabajar en el asunto de la esclavitud, Kylar, y decidió que visitaría las granjas de bebés, las galeras y los locales de peleas. Era impensable que la dejase ir sola, de modo que, por primera vez, contemplé mi obra. —Los ojos del conde se perdieron en la distancia—. Oh, Kylar, cómo se movía mi Ulana entre aquellos infelices. En mitad del hedor a residuos humanos, desesperación y maldad, ella era una brisa fresca, un hálito de esperanza. Era la luz en los lugares oscuros que yo había creado. Vi a un campeón de lucha, un hombre que había matado a cincuenta congéneres, llorar con una caricia de ella.
»Yo me estaba desgarrando por la mitad. Decidí dejarlo todo pero, como la mayoría de los cobardes morales, no quería pagar el precio completo. De modo que viajé a Seth, donde tan diferente es la esclavitud. Volví y en secreto ayudé a promulgar una ley que liberaría a todos los esclavos cada siete años. El Sa'kagé consintió su aprobación pero la acompañó de una cláusula que en la práctica la dejaba en nada. Un día Ulana, que entonces era mi prometida, llegó a mi villa llorando. Su padre y su madre estaban malheridos tras un accidente de carruaje. Creía que su madre iba a morir, y me necesitaba. Al mismo tiempo, los Nueve se reunían en mi salón porque el rey Davin estaba a punto de legalizar de nuevo la esclavitud y eso, por supuesto, nos costaría millones. ¿Sabes a quién eché, Kylar?
—¿Echasteis a los Nueve? —Kylar estaba horrorizado. Semejante insulto supondría la muerte.
—Eché a Ulana.
—Maldición... Uy, lo siento.
—No, no, así es como me sentí. Maldito. Allí fue cuando el Dios me encontró, Kylar. No podía seguir con aquello. Estaba muerto por dentro. Pensé que me costaría la vida cortar mis lazos con el Sa'kagé, sobre todo cuando comprendí que no bastaría con entregar intacto mi imperio a alguien que pudiera perpetuarlo. En lugar de eso, tenía que usar toda mi astucia para legarlo a varios hombres que lo hicieran pedazos.
»Y eso fue lo que hice. Utilicé el dinero que había ganado para financiar a personas ansiosas por reconstruir el bien que yo había destruido y destruir las obscenidades que había levantado. Cuando acabé, estaba sin una moneda, mi familia se hallaba en la bancarrota y tenía docenas de enemigos poderosos. Fui a ver a Ulana, se lo conté todo y rompí nuestro compromiso.
—¿Qué hizo ella? —preguntó Kylar.
—Le partió el corazón enterarse de lo que yo había sido, Kylar, y descubrir lo poco que sabía de mí cuando creía conocerlo todo. Le llevó su tiempo, pero terminó perdonándome. Yo no me lo podía creer, pero de verdad me perdonó. A mí me costó más perdonarme a mí mismo pero, al cabo de un año, una vez ilegalizada de nuevo la esclavitud, en parte por mis esfuerzos contra ella, nos casamos. He tenido que trabajar duro estos últimos veinte años. A menudo he sentido el lastre de mi vieja reputación, y a veces también el de la nueva. Ya sabes cómo miran los nobles a aquellos de nosotros que osamos trabajar. Sin embargo, mi dinero es limpio. Y el Dios ha sido generoso. A mi familia no le falta de nada. Mis hijas son mi alegría. Logan ha propuesto matrimonio a Serah y ella ha aceptado. Voy a ganar un gran hijo en Logan. ¿Cómo no considerarme bendecido? En fin, tendría que haberte contado esto hace tiempo. Quizá ya sabías una parte a través del Sa'kagé.
—No, señor, no tenía ni idea —dijo Kylar.
—Hijo, espero que ahora veas que lo entiendo. Conozco las mentiras que cuenta el Sa'kagé y sé lo que puede costar salir. El Dios fue magnánimo conmigo. No me hizo pagar todo lo que debía, pero a lo mejor es porque yo estaba dispuesto a pagar el precio completo. Es la diferencia entre arrepentimiento y remordimientos. Yo lamentaba cómo había salido el asunto de la esclavitud, pero no estaba dispuesto a aceptar mi responsabilidad por ello. En cuanto lo estuve, el Dios pudo hacer algo conmigo.
—Pero, señor, ¿cómo seguís vivo? Lo digo porque no es solo que lo dejaseis, ¡destruisteis un negocio que les rendía millones!
El conde Drake sonrió.
—El Dios, Kylar. El Dios y Durzo. A Durzo le caigo bien. Cree que soy un bobo, pero le caigo bien. Me ha protegido él. No es un hombre al que se le busquen las cosquillas a la ligera.
«Gracias por recordármelo.»
—La cuestión, Kylar, es que si quieres renunciar a tu oficio, puedes. Quizá lo eches de menos. Supongo que eres excelente, y la excelencia es una fuente de satisfacción. No puedes pagar por todo lo que has hecho, pero tampoco estás más allá de la redención. Siempre hay una salida. Y si estás dispuesto a hacer el sacrificio, el Dios te dará la oportunidad de salvar algo de incalculable valor. Aquí estoy yo para decírtelo: los milagros existen. Como este. —Señaló hacia fuera de la ventana y meneó la cabeza con incredulidad—. Mi hija casándose con un hombre tan bueno como Logan. Que el Dios los acompañe.
Kylar parpadeaba entre lágrimas, de modo que casi no vio al conde inclinarse más para mirar hacia las puertas de la villa. Se le despejaron los ojos en cuanto distinguió a los soldados que entraban apartando al viejo portero. Se puso de pie en el acto, pero los soldados no llegaron hasta la puerta de la casa. Se detuvieron junto a Logan y Serah, y el conde abrió la ventana para oír al capitán mientras este desenrollaba un pergamino.
—Duque Logan de Gyre, por la presente quedáis bajo arresto por alta traición en relación con el asesinato del príncipe Aleine de Gunder.
El conde Drake salió por la puerta al instante. Kylar se demoró en el mismo lugar donde diez años atrás había chocado con Logan e iniciado su amistad a puñetazos. No debería salir. No había tiempo para pensar cuánto sabían los soldados pero, si creían que Logan estaba implicado en la muerte del príncipe, ¿qué más creerían? el rey debía de estar totalmente paranoico. Pasara lo que pasase, nunca era buena idea llamar la atención de los guardias.
Sin embargo, el desconcierto en el rostro de Logan lo reconcomía. Estaba allí plantado mientras esos hombres más pequeños que él lo desarmaban. Parecía un perro que hubiese recibido una patada sin motivo, con los ojos muy abiertos. Maldiciéndose por su estupidez, Kylar siguió al conde Drake.
—Exijo una explicación —dijo este. A pesar de su cojera, de algún modo se movía con autoridad. Todos los ojos se volvieron hacia él.