El Camino de las Sombras (61 page)

Fueron bajando dos niveles de túneles artificiales en los que el olor a humanidad hacinada espesaba y se mezclaba con un potente hedor a azufre, alcantarilla y más cosas que Logan no lograba identificar. Ponía a prueba sus ataduras de vez en cuando, pero no notaba cambios. Apenas podía moverse. Aun así, se mantuvo atento por si surgía la oportunidad. Huir sin más no bastaría. Tenía que matar a ambos guardias, conseguir las llaves y recordar el camino de salida.

Los aulladores estaban en la tercera planta subterránea pero, cuando llegaron a las cuevas naturales, ensanchadas por la mano del hombre, Logan no oyó ningún aullido.

—No hace falta que sigamos —dijo Narizón, parado ante una puerta de hierro reforzada—. Estos cabrones de aquí ya nos valen para lo que necesitamos. No pienso llevarlo al Agujero y luego intentar sacarlo. Yo no me acerco a esos animales.

—¿El Agujero? —preguntó Logan.

Narizón le echó una mirada malévola, pero le pudieron las ganas de aterrorizarlo.

—El Ojete del Infierno. Para violadores, asesinos y sádicos tan repugnantes que ahorcarlos sería demasiado bueno para ellos. Los tiran ahí abajo y dejan que se devoren entre ellos. Tienen que sacar el agua de las piedras y los guardias nunca les echan bastante pan. A veces lo mean antes de tirárselo.

—¿Bueno, quién va a... ya sabes? —preguntó Comadreja, mientras desenfundaba su cuchillo, poco convencido—. Esas ataduras mágicas no durarán para siempre.

—¿Quién va a qué? —preguntó Narizón.

—Ya sabes. Cortárselos.

Logan puso a prueba las ligaduras, pero seguían firmes. Tenía los brazos inmóviles a los costados, la espalda erguida como una escoba y solo podía mover los pies unos centímetros a cada paso... y los guardias lo sabían. «Ay, dioses.» Se estaba quedando sin tiempo.

—Lo haré yo —dijo Narizón con una sonrisa cruel. Cogió un lazo enganchado a un palo, puso la cuerda en torno al cuello de Logan y luego le pasó el mango a Comadreja—. Sujétalo. No nos la juguemos. Dame eso.

Comadreja le pasó el cuchillo. El arma no tenía nada de especial, pero los ojos de Logan se clavaron en ella. El miedo empezó a mezclarse con la ira, y notó cómo iba fundiendo su hielo. Derritiéndolo. «Van a hacerlo. Dioses, no.» Se revolvió y sacudió los brazos y las piernas como un animal. Sin embargo, por mucho que se agitara, retorciera o estirase, apenas se movió unos centímetros.

Narizón se rió, y Comadreja se limitó a estrecharle el lazo en torno a la garganta hasta que empezó a ponerse morado. No le importaba. «Mejor que me maten ahora. ¡Oh, dioses!»

—Es una pena que no hayas trabajado conmigo durante más tiempo —dijo Narizón.

—¿Y eso? —preguntó Comadreja, que sostenía nervioso el palo con ambas manos.

Narizón le clavó el cuchillo en un ojo. Comadreja se irguió de puntillas, se sacudió con espasmos y por fin cayó.

—Porque te habría dado tajada en vez de rajarte —dijo Narizón. Rió por lo bajo y cortó el lazo que Logan tenía al cuello. El joven lo miró, enmudecido por el desconcierto, mientras su ira y su miedo tardaban en evaporarse.

Narizón no le prestó la menor atención.

—Cuando puedas moverte, ponte esto. Siento que no enviaran a nadie un poco más de tu talla —dijo, mientras quitaba la ropa al cadáver de Comadreja.

—¿Quién diablos eres? —preguntó Logan.

—Da igual —respondió Narizón, mientras le lanzaba los pantalones del muerto—. Lo que importa es para quién trabajo. —Bajó la voz para que no lo oyeran los otros prisioneros—. Trabajo para Jarl. Un amigo de un amigo tuyo.

—¿Quién?

—Jarl me dijo que te dijera que es amigo de un amigo. —Narizón le arrancó la ropa interior a Comadreja con el cuchillo—. Yo te digo lo que me dijeron que...

—¿Qué demonios estás haciendo? —interrumpió Logan.

—Cortarle los huevos.

—¡Joder! —Logan cerró los ojos, y se habría vuelto si las ataduras mágicas se lo hubiesen permitido.

Narizón no le hizo caso y cortó.

—¡Maldita sea! Bueno, no ha quedado bonito, pero dará el pego. Qué suerte que los dos tengáis el pelo del mismo color, ¿eh? —Se puso en pie y sacudió un pedazo de carne ante Logan—. Mira, guapito de cara, esto no ha sido idea mía. Pero si Roth encuentra este escroto después de que tú y yo casualmente «muramos en el levantamiento», lo mismo salvamos la vida los dos. ¿Comprendido?

—No.

—Qué pena. No tenemos tiempo. Esas gilipolleces que iba diciendo por el camino son verdad. Hay una mujer y una niña pequeña en el primer tramo de celdas. Jarl quiere que las saquemos. Quiere saber por qué le interesan tanto a Roth. Parece que esas ataduras se están aflojando. Agarra una pierna.

Logan descubrió que podía mover los brazos si hacía la suficiente fuerza, y tenía los pies casi sueltos. Cogió un pie de Comadreja (evitando mirarle la entrepierna) y ayudó a Narizón a arrastrarlo.

—¿De modo que has dicho todo eso solo para que yo lo supiera? —preguntó.

Narizón miró con la frente arrugada los largos barrotes de hierro que bloqueaban un oscuro orificio en el suelo. El Agujero era lo bastante profundo para que, a la tenue luz de las antorchas, Logan no distinguiera el fondo. Su salvador cogió una llave y abrió una pequeña reja en el lado más cercano de los barrotes. Del Agujero se elevaban unos bufidos y gruñidos que Logan apenas hubiese calificado de humanos.

—Y para ver si sabía algo que yo no, antes de matarlo —explicó Narizón—. Ayúdame a tirarlo. No te preocupes, es la mar de profundo y las paredes son empinadísimas.

Logan se adelantó a regañadientes para ayudar. Seguía sin poder moverse lo suficiente para agacharse y coger la reja, de modo que fue Narizón quien la retiró y Logan quien empujó a Comadreja al Agujero.

Resonaron unas exclamaciones demoníacas de alborozo, y abajo no tardó en estallar una pelea.

Con un estremecimiento, Logan se apartó del Agujero.

—¿Cuál es el plan?

—¿El plan? —Narizón bajó la mirada hacia la oscuridad y sacudió la cabeza—. Salir cagando leches. Como Roth gane esta noche, irá loco por encontrarte. Jarl hará que varios hombres informen de haber visto tu cuerpo. Algún otro me habrá visto muerto a mí y, al final, admitirá que saqueó mi cadáver. Le enseñará tu «monedero» a Roth.

—No es muy convincente —objetó Logan—. ¿Quieres cerrar la maldita reja?

—Arriba hay cientos de hombres muriendo. Será imposible intentar descubrir lo que ha sido de cualquiera de ellos. Roth lo sabe. Además, es lo mejor que podemos apañar sin separarte la cabeza de los hombros. Ya decidirá Jarl si lo del «monedero» es demasiado.

Narizón volvió a contemplar el Agujero, donde podía oírse los inconfundibles sonidos de unos seres al alimentarse. Se volvió hacia Logan e hizo una mueca.

—Da que pensar, ¿eh?

Logan sacudió la cabeza, asqueado. Volvió a levantar la vista a tiempo para ver salir volando del Agujero un fino lazo que se posó limpiamente sobre los hombros de Narizón.

En un abrir y cerrar de ojos, vio que la cuerda estaba trenzada con tendones y le cruzó un pensamiento absurdo: «¿Qué animal de allí abajo es lo bastante grande para que pueda hacerse una cuerda con sus tendones?».

Los ojos de Narizón se llenaron de terror, y entonces el lazo se tensó y tiró de él con tanta fuerza que le hizo perder pie. Cayó de bruces sobre la reja abierta y extendió los brazos y las piernas para no precipitarse por ella. Por desgracia, al levantar los brazos desplazó el lazo de los hombros al cuello. En el Agujero sonó una carcajada enloquecida. Logan se lanzó hacia delante, más deprisa de lo que había podido moverse en la última media hora, pero aun así fue demasiado lento.

A Narizón se le hincharon los ojos a medida que aumentaba la presión de la cuerda en torno a su cuello. Debían de tirar de ella unos cinco hombres. Los brazos le empezaban a flaquear mientras miraba parpadeando a Logan con unos ojos que casi se salían de sus órbitas.

Entonces le cedieron los brazos y se escurrió al Agujero.

Logan intentó agarrarlo. En lugar de eso tropezó, entorpecido por los últimos vestigios de las ataduras mágicas, y se descubrió rodando a su vez hacia la abertura.

Se agarró a los barrotes y se encontró mirando hacia abajo. Distinguía de forma vaga las siluetas de unos hombres amontonados, alzando y bajando sus extremidades mientras chillaban y se daban zarpazos entre ellos y a Narizón, que se revolvía y gritaba.

Durante un minuto entero, Logan permaneció atrapado en esa posición, incapaz de mover los brazos y las piernas lo suficiente para alejarse de la abertura. Narizón poco a poco dejó de chillar y las formas oscuras se dispersaron para alimentarse.

Entonces uno de los presos vio a Logan y dio un grito.

Se impulsó hacia un lado con toda la fuerza que pudo reunir. Notó que la magia debilitada se tensaba y cedía. Rodó de espaldas sobre el suelo irregular de piedra y después se sentó y cerró la reja.

La llave se había caído de la mano de Narizón cuando la cuerda se lo había llevado, pero Logan temblaba demasiado para usar la cerradura. Vacilante, se puso en pie y arrancó a caminar por el pasillo.

Se puso la ropa de Comadreja, que venía muy ajustada a su cuerpo, más alto y musculoso. Tenía suerte de que el dueño anterior llevara ropa ancha, porque de otra manera no habría podido ni pasársela. Tras calzarse unas botas que le apretaban horrores, se levantó.

Hizo acopio de fuerzas para regresar y cerrar la reja. Aunque no volviera a ver una prisión en la vida, sabía que tendría pesadillas sobre ese día para siempre. Lo último que quería era regresar por el largo pasillo hasta el Agujero.

Sin embargo, no podía permitir que unos animales como aquellos tuvieran siquiera la más remota posibilidad de escapar.

Caminó por el largo corredor con cautela, despacio, aunque supiera que debía apresurarse. Se detuvo a unos pasos de la reja. Estaba igual que la había dejado, pero aún oía los ruidos de los presos desgarrando carne. Tuvo una arcada.

Entonces le llegó el sonido de unas voces procedentes de arriba. Las palabras recorrieron los largos pasillos de piedra.

—¡Oye, tú! —gritó alguien con marcado acento khalidorano.

Uno de los ocupantes del último grupo de celdas previo al Agujero contestó, pero Logan no pudo distinguir lo que decía.

—¿Han pasado por aquí un par de soldados con un prisionero?

Logan se quedó paralizado mientras el preso respondía algo.

—¿Lo ves? —dijo la voz—. No han venido por aquí. Y créeme, no querrás bajar al Agujero.

Logan bendijo en silencio al prisionero que había mentido, probablemente más por el hábito de engañar a las autoridades que para salvarlo.

—¿Y crees que un prisionero va a decirte la verdad? —preguntó un hombre de Khalidor con deje más culto—. El príncipe ha exigido una confirmación de que Logan de Gyre está muerto. Todos tus hombres están cooperando y registrando el resto de este calabozo. ¿Acaso intentas enredarnos?

—¡No, señor!

Una luz roja antinatural y continua iluminó el largo pasillo.

«¡Un brujo! Mierda, ¿dónde me meto yo ahora?»

Logan volvió a escudriñar el pasillo a la tenue luz de las antorchas, pero no había huecos en las paredes ni nada para esconderse debajo. Era un callejón sin salida.

«¿Me he salvado de la muerte tantas veces solo para esto?»

Se planteó cargar a lo loco contra aquellos hombres. Con solo apenas un cuchillo lo tendría difícil, pero si podía matar al brujo a la primera quizá tuviera una oportunidad.

—Este es un lugar de poder; hay tanto que hasta marea —dijo una voz diferente.

—Cierto —respondió el primer brujo—. No he sentido tanta maldad en un solo espacio desde... bueno, desde la última vez que me encontré con nuestro señor.

Por algún motivo, eso les hizo gracia. A Logan se le partió el corazón al oír reírse como mínimo a seis hombres.

Seis hombres. Tal vez cinco brujos, dos como mínimo. Aunque fuesen solo dos brujos y cuatro soldados, Logan estaba perdido. Y la luz roja cobraba intensidad; los tenía a unos pasos.

Lleno de pavor, Logan miró hacia abajo por la reja. Era la única salida. El conde Drake le había dicho que la vida era preciosa y el suicidio, la escapatoria de los cobardes. Que la vida era un don del Dios y arrojársela a su sagrada cara, un pecado.

¿Qué era lo que Kylar le había dicho una vez? Se les habían insinuado unas prostitutas del mercado negro dentro del mercado negro, chicas que trabajaban fuera del control y la protección del Sa'kagé. Las muchachas, ninguna de las cuales pasaba de los doce años, se les habían ofrecido en términos específicos para unas prácticas degradantes de las que Logan ni siquiera había oído hablar. Kylar había comentado sin más: «Te sorprendería lo que serías capaz de hacer para sobrevivir».

«Te sorprendería lo que serías capaz de hacer para sobrevivir.»

Logan abrió la reja y se deslizó al interior. Se colgó de los barrotes de hierro mientras cerraba con llave. Después se guardó la llave en un bolsillo, sacó su cuchillo y se dejó caer al infierno.

Capítulo 58

No fue hasta que estuvo volando por los aires cuando Kylar reparó exactamente en lo abajo que estaba el río. En realidad no tenía excusa: había estado colgando de una ventana, con esa misma vista, no hacía ni cinco minutos. Salvo que ahora la vista se iba ampliando. Con rapidez. Iba a evitar las rocas, eso era bueno. También iba a caer al río a una velocidad increíble, y de cabeza. Quizá un saltador entrenado podría completar tal zambullida sin hacerse daño, pero él no era un saltador entrenado.

El río llenó toda su visión y Kylar extendió los brazos. Una fina aura de Talento envolvió su cuerpo y tomó la forma de una cuña.

Entonces tocó el agua; las manos adelantadas no le sirvieron de nada, pero la cuña de Talento lo protegió y le permitió hundirse en el río como si fuese una flecha.

La cuña desapareció un instante después de zambullirse y el agua lo abofeteó con tanta brutalidad como si un gigante hubiese dado una palmada con el cuerpo de Kylar en medio.

Volvía a estar soñando, si podía llamarse sueño a cuando... ¿Cuando qué? El pensamiento se le escurrió de entre los dedos, y lo perdió.

Era el sueño que durante los últimos diez años había tenido siempre que presenciaba una muerte. Como de costumbre, por un breve instante supo que era un sueño. Supo que era un sueño pero, para cuando reparó en qué sueño era, no podía salir de él. Cobró forma a su alrededor, y volvió a tener once años.

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