Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—No crees que ganaría yo, ¿verdad? —preguntó Logan. Desde que lo humillaran en el combate del estadio, Logan se había tomado muy en serio su entrenamiento. Echaba horas al día con los mejores maestros de la ciudad que no pertenecían al Sa'kagé.
—Siempre que hemos peleado me has dado un repaso. Estoy...
—¿Siempre? ¡Una vez! ¡Y fue hace diez años!
—Nueve.
—Da lo mismo —dijo Logan.
—Si me pillaras con uno de esos yunques que tienes por puños, ya no me levantaría nunca —protestó Kylar. Al menos eso era cierto.
—Iría con cuidado.
—No soy rival para un ogro. —Algo iba mal. Logan le pedía que peleasen más o menos una vez al año, pero nunca con tanta insistencia. El honor de Logan no le permitiría presionar a un amigo que había dejado clara su decisión, aunque no entendiese los motivos—. ¿De qué va esto, Logan? ¿Por qué quieres pelear?
El señor de Gyre bajó la vista y se rascó la cabeza.
—Serah me ha preguntado por qué no practicamos juntos. Cree que sería un buen emparejamiento. No es que quiera ver que nos hacemos daño, pero... —Logan, incómodo, dejó la frase en el aire.
«Pero no puedes evitar las ganas de lucirte un poco», pensó Kylar, aunque dijo:
—Hablando de emparejamientos, ¿cuándo vas a desfilar hacia el cadalso y casarte con ella de una vez?
Ogro exhaló un gran suspiro. Todos sus suspiros eran grandes, pero ese lo fue a conciencia. Llevó un tiempo. Agarró el taburete de un mozo de establos y se sentó en él, sin prestar atención a que arrastraba su hermosa capa por el suelo de tierra.
—A decir verdad, hablé de eso con el conde Drake hace un par de días.
—¿De verdad? —preguntó Kylar—. ¿Y?
—Lo aprueba...
—¡Felicidades! ¿Cuándo será, pedazo de cabrón soltero por poco tiempo?
Ogro se quedó con la mirada perdida.
—Pero está preocupado.
—¿Estás de broma?
Logan negó con la cabeza.
—Si te conoce desde que naciste. Vuestras familias son amigas de toda la vida. Serah se casa por encima de sus expectativas en cuanto a títulos. Muy por encima. Tienes un futuro muy prometedor y lleváis años prácticamente comprometidos. ¿Qué puede preocuparle?
Logan clavó la mirada en Kylar.
—Me dijo que tú lo sabrías. ¿Está enamorada de ti? «Uf.»
—No —respondió Kylar después de una pausa demasiado larga, que no pasó por alto a Logan.
—¿Lo está?
Kylar vaciló.
—Creo que no sabe ni ella misma a quién quiere. —Era una mentira por omisión. Logan iba desencaminado. Serah no amaba a Kylar, y a él ni siquiera le gustaba ella.
—La he querido toda la vida, Kylar.
Kylar no tenía nada que decir.
—¿Kylar? —Ogro lo miró fijamente. —¿Sí?
—¿Tú la amas?
—No. —Se sentía asqueado y furioso, pero su rostro no revelaba nada. Le había dicho a Serah que debía confesar ante Logan, se lo había exigido. Ella había prometido que lo haría.
Logan lo miró, pero su cara no se despejó como Kylar se había esperado.
—Señor —dijo una voz a la espalda de Kylar. Ni siquiera había oído acercarse al portero.
—¿Sí? —preguntó al anciano.
—Acaba de llegar un mensajero que os traía esto.
Kylar abrió el mensaje sin lacrar para no tener que mirar a Logan. Decía: «Tienes que venir a verme. Esta noche a la décima hora. Jabalí Azul. Jarl».
Kylar sintió un escalofrío. «Jarl.» No sabía nada de él desde que había dejado las calles. Se suponía que su viejo amigo lo daba por muerto. Eso significaba que Jarl lo buscaba bien porque necesitaba a Kylar Stern, bien porque sabía que Kylar era Azoth. El problema era que Kylar no podía imaginar ningún motivo por el que Jarl pudiese necesitar a Kylar Stern.
Si Jarl conocía su identidad, ¿quién más estaría al corriente?
El maestro Blint ya se había ido, pero más tarde Kylar tendría que hablar con él. De momento debería ocuparse solo.
—Tengo que irme —dijo. Se volvió y arrancó a caminar con paso firme hacia la puerta.
—¡Kylar! —exclamó Logan.
Kylar se volvió.
—¿Confías en mí? —preguntó.
Logan alzó las manos en señal de impotencia.
—Sí.
—Entonces, confía en mí.
El Jabalí Azul era uno de los mejores burdeles de Mama K. Estaba en una travesía del paseo de Sidlin en el lado este, no muy lejos del puente de Tomoi. Tenía fama de servir algunos de los mejores vinos de la ciudad, dato que mencionaban no pocos mercaderes cuando sus mujeres les hacían preguntas incómodas. «Una amiga me ha dicho que hoy te ha visto entrar en El Jabalí Azul.» «Sí, claro, cariño. Una reunión de negocios. La carta de vinos es excepcional.»
Era la primera visita de Kylar. El burdel tenía dos pisos. La planta baja, donde se servía la comida y el vino, parecía una acogedora posada. Un cartel calificaba el primer piso de «salón» y el segundo como «habitaciones de huéspedes».
—Saludos, mi señor —dijo una voz sensual junto a Kylar, que se había quedado quieto e incómodo junto a la entrada.
Se volvió y sintió que se ruborizaba. La mujer estaba muy cerca de él, lo bastante para que lo asaltara el aroma especiado de su perfume. Además había adoptado una voz ronca e incitante, como si compartiesen secretos o pudieran compartirlos pronto. Sin embargo, eso no era nada comparado con lo que llevaba puesto. Kylar no sabía si debía llamarlo vestido, pues, aunque la cubría del cuello a los tobillos, estaba confeccionado de encaje blanco, era bastante suelto y dejaba ver que no llevaba nada debajo.
—¿Disculpad? —dijo, devolviendo la mirada a sus ojos y poniéndose más colorado todavía.
—¿Puedo ayudaros de alguna manera? ¿Os gustaría que os trajera una copa de tinto sethí y os explicase nuestra gama de servicios? —Parecían divertirle los apuros de Kylar.
—No, gracias, mi señora —dijo.
—Quizá preferiríais venir al salón y hablar conmigo más... en privado —dijo ella, pasándole un dedo por la mandíbula.
—En realidad, preferiría, esto, que no. Gracias de todas formas.
Ella alzó una ceja como si Kylar hubiese sugerido algo diabólico.
—Normalmente me gusta que un hombre me prepare un poco, pero si queréis que pasemos directamente a mi habitación, no habría...
—¡No! —la atajó Kylar, y se dio cuenta de que había alzado la voz y la gente lo estaba mirando—. Quiero decir que no, gracias. He venido a ver a Jarl.
—Ah, sois uno de esos —dijo ella, la voz súbitamente normal. El cambio fue absoluto, desconcertante. Kylar reparó por primera vez en que era incluso más joven que él. No podía pasar de los diecisiete. Sin querer, pensó en Mags—. Jarl está en el despacho. Por ahí —indicó.
Ahora que había renunciado a seducirlo, Kylar la vio con otros ojos. Parecía dura, crispada. Mientras se alejaba, le oyó decir:
—Parece que los guapos siempre se pasan a la otra acera.
No sabía a qué se refería, pero siguió andando, preocupado de que se estuviese riendo de él. A medio camino del despacho, se volvió entre las mesas para mirarla. La chica ofrecía sus servicios a un mercader más mayor, a cuyo oído susurraba. El hombre estaba radiante.
Kylar llamó a la puerta del despacho, que se abrió.
—Adelante, rápido —dijo Jarl.
Kylar pasó adentro, con la cabeza hecha un lío. Jarl —pues se trataba sin duda de su viejo amigo— se había convertido en un hombre apuesto. Iba vestido de forma impecable a la última moda, con una túnica de seda añil y unas ceñidas calzas beis adornadas con un cinturón de plata labrada. Llevaba el pelo oscuro recogido en una infinidad de trencillas largas, cada una de ellas aceitada y estirada hacia atrás. Parecía evaluarlo con la mirada.
Kylar oyó un leve roce de tela sobre tela procedente de la esquina. Alguien se le acercaba desde detrás de su campo visual. Lanzó una patada instintivamente.
Alcanzó al guardaespaldas en el pecho. Aunque era un hombre corpulento, notó que le rompía las costillas. El tipo salió disparado contra la pared, se deslizó por ella y cayó al suelo, donde quedó inmóvil.
Kylar repasó la habitación en un instante y no detectó ninguna amenaza más. Jarl tenía las manos extendidas para demostrar que no llevaba armas.
—Ese hombre no iba a atacarte. Solo quería cerciorarse de que no ibas armado. Lo juro. —Jarl miró al hombre del suelo—. Por los huevos del Gran Rey, lo has matado.
Kylar frunció el entrecejo y observó al guardaespaldas, que seguía inconsciente en la esquina. Se arrodilló a su lado y le puso los dedos en el cuello. Nada. Luego bajó la mano por el pecho para ver si alguna costilla rota podía habérsele clavado en el corazón. Entonces le pegó un puñetazo fuerte en el pecho. Y otro.
—¿Qué demonios estás...? —Jarl se calló cuando de repente se alzó el pecho de su guardaespaldas.
El hombre tosió y gimió. Kylar sabía que cada respiración sería un tormento para él, pero viviría.
—Que alguien se ocupe de él —dijo—. Tiene las costillas rotas.
Con los ojos muy abiertos, Jarl salió al comedor y volvió al cabo de un momento con dos guardaespaldas más. Eran grandes y musculosos como el primero, y a primera vista parecían capaces de manejar las espadas cortas que llevaban al cinto. Con un mero vistazo furioso a Kylar, recogieron al caído entre los dos. Se lo llevaron y Jarl cerró la puerta.
—Has aprendido una cosa o dos, ¿verdad? —dijo—. No estaba poniéndote a prueba. Ha insistido él en quedarse. No pensaba... Da igual.
Tras contemplar a su amigo durante un rato, Kylar dijo:
—Tienes buen aspecto.
—¿No querrás decir: «Por los nueve infiernos, ¿cómo me has encontrado, Jarl»? —preguntó su amigo con una carcajada.
—Por los nueve infiernos, ¿cómo me has encontrado, Jarl?
Jarl sonrió.
—Nunca te perdí. Nunca creí que estuvieras muerto.
—¿No?
—Nunca pudiste ocultarme nada, Azoth.
—No pronuncies ese nombre. Ese chico está muerto.
—¿Ah, sí? —preguntó Jarl—. Es una pena.
Se hizo el silencio en la habitación mientras los dos hombres se miraban. Kylar no sabía qué hacer. Jarl había sido su amigo, o amigo de Azoth, por lo menos. Pero ¿lo era de Kylar? Que supiera quién era él, quizá desde hacía años, le indicaba que no se trataba de un enemigo. Por lo menos de momento. Una parte de él quería creer que Jarl tan solo deseaba verlo, que anhelaba la ocasión de despedirse que las calles nunca les habían brindado. Sin embargo, llevaba demasiados años con el maestro Blint para adoptar una perspectiva tan cándida. Si Jarl lo había llamado ahora, era porque quería algo.
—Ha llovido mucho para los dos, ¿eh? —dijo Jarl.
—¿Me has hecho venir para hablar de eso?
—Mucho, sí señor —prosiguió Jarl, decepcionado—. En parte esperaba que no hubieses cambiado tanto como yo, Kylar. Hace años que quiero verte. Desde que te fuiste, en realidad. Quería pedirte perdón.
—¿Perdón?
—No era mi intención dejarla morir, Kylar. Es que muchas veces no podía escaparme. Lo intentaba, pero a veces, hasta cuando lograba escabullirme, no la encontraba. Ella tenía que moverse mucho. Pero un buen día desapareció sin más. Nunca supe lo que pasó. Lo siento mucho. —A Jarl se le llenaron los ojos de lágrimas y apartó la vista, apretando la mandíbula.
«Cree que Elene está muerta. Se culpa. Ha vivido con esos remordimientos todos estos años.» Kylar abrió la boca para decirle que estaba viva, que le iba bien según todas las informaciones que le llegaban, que a veces la observaba desde lejos los días en que salía de compras, pero no le salió ningún sonido. Dos pueden guardar un secreto, decía Blint, pero solo si uno de ellos está muerto. Y Kylar no conocía a ese Jarl. Estaba administrando uno de los burdeles de Mama K, de modo que sin duda respondía ante ella, pero a lo mejor respondía ante más gente.
Era demasiado peligroso. No podía contárselo. «Las relaciones son sogas que atan. El amor es un nudo corredizo.» Lo único que mantenía a Kylar a salvo era que nadie sabía de la existencia de un nudo corredizo con su nombre. Ni siquiera él sabía dónde estaba Elene. Se encontraba segura en algún lugar del lado este. Casada, tal vez, a esas alturas. Tendría ya diecisiete años, al fin y al cabo. A lo mejor hasta era feliz. Lo parecía, pero Kylar no se atrevía a acercarse demasiado aunque fuera a escondidas. El maestro Blint tenía razón: lo único que mantenía a Elene a salvo era estar lejos de Kylar.
La seguridad de Elene tenía más peso que los remordimientos de Jarl. Más que cualquier otra cosa. «Maldita sea, maestro Blint, ¿cómo puedes vivir así? ¿Cómo puedes ser tan fuerte, tan duro?»
—Nunca te he culpado por ello —dijo. Era una respuesta lamentable y sabía que no ayudaría en nada, pero no podía ofrecer otra cosa.
Jarl parpadeó y, cuando volvió a cruzar la mirada con Kylar, sus ojos oscuros estaban secos.
—Si eso fuera todo, no te habría pedido que vinieras. Durzo Blint tiene enemigos, y tú también.
—Eso no es exactamente una noticia —dijo Kylar. Daba igual que Blint y él nunca hablasen de los encargos que realizaban y que cualquiera que conociera su trabajo de primera mano estuviese muerto. Las cosas se sabían. Las cosas siempre acababan sabiéndose. Otro ejecutor les atribuía un trabajo, o un cliente se jactaba de a quién había contratado. Tenían enemigos a los que habían agraviado, y otros que solo creían que Durzo los había agraviado. Era uno de los precios de ser el mejor. Las familias de los murientes nunca atribuían un golpe exitoso a un ejecutor de segunda fila.
—¿Te acuerdas de Roth?
—Uno de los mayores de Rata, ¿no? —dijo Kylar.
—Sí. Al parecer, es más listo de lo que nos creíamos. A la muerte de Rata... bueno, todo el mundo huyó como de la peste. El resto de las hermandades se aprovecharon y tomaron nuestro territorio. Todos tuvimos que buscarnos la vida. Roth no había hecho demasiados amigos cuando era la mano derecha de Rata, y estuvieron a punto de matarlo media docena de veces. Parece ser que siempre te culpó a ti.
—¿A mí?
—Por matar a Rata. Si no te lo hubieses cargado, nadie se habría atrevido a ir por Roth. Tampoco se creyó nunca que estuvieras muerto, pero no estaba en condiciones de descubrir en quién te habías convertido. Eso está cambiando.
Kylar notó una opresión en el pecho.
—¿Sabe que estoy vivo?
—No, pero ocupará un lugar entre los Nueve en cuestión de un año, puede que menos. Hay una vacante ahora mismo que está intentando cubrir. Desde una posición de tanto poder, te encontrará. Yo no lo conozco en persona, pero circulan unas historias... Es un auténtico sádico. Cruel. Vengativo. Me da miedo, Kylar. Me da miedo como no me lo había dado nadie desde ya sabes quién.