El Camino de las Sombras (44 page)

—O también puedes estirar la situación tanto tiempo como sea posible con la esperanza de que alguien te salve. Eres listo. Supongo que era de esperar, todos nos preguntábamos por qué Blint escogió a un aprendiz sin Talento. Supongo que la explicación buena es que eres listo.

—¿Todos? ¿Habéis apostado sobre mí? Espera, ¿comentan que no tengo el Talento?

—Como dicen ellos, en el Sa'kagé no hay secretos que valga la pena saber —dijo Vi—. De modo que no vas a contarme para quién trabajabas, ¿verdad? Probablemente no eres más que otro tipo enviado por Roth. Cuando quiere un trabajo hecho, se asegura de que se haga. Hasta corre el rumor de que le hizo el encargo a la duquesa de Jadwin, pero reconozco la obra de un ejecutor en cuanto la veo.

—Eres un poco parlanchina, ¿no? —dijo Kylar.

Si hubiese tenido una mano libre, se habría abofeteado. «Nota: cuando intentes ganar tiempo, no critiques la verborrea de tu captor.»

La hermosa cara de la ejecutora se volvió fea por un momento, y Kylar vio al Hu Patíbulo que llevaba dentro. Después la chica sonrió, pero Hu no salió de sus ojos.

—En la próxima vida —dijo— trabaja en ese encanto.

La siguiente sensación sería el deslizamiento del cuchillo, el rasgado de la carne de su cuello, la calidez. Kylar tensó los músculos, presa de la necesidad y la desesperación.

Llamaron a la puerta.

—¿Kylar? —dijo el conde. Vi se sobresaltó y giró el cuello.

Kylar echó la cabeza a un lado y se revolvió con la intención de quitársela de encima. Al menos eso le dijo a su cuerpo que hiciera. En lugar de eso, sintió que brotaba de él una energía que era como un rayo controlado. Una fugaz euforia, un poder que lo invadía, un bienestar como si llevara enfermo toda la vida y de pronto se sintiera sano por vez primera. Era el Talento que Durzo siempre había dicho que tenía y que ahora por fin era suyo.

Vi salió despedida, pero se agarró al pelo de Kylar y una de sus piernas se enredó con una de él. De modo que, en lugar de alejarla de su cuerpo, la ejecutora se elevó por los aires y después cayó de nuevo sobre él. Intentó rajarlo, pero Kylar ya tenía las manos libres. Agarró los dos brazos de la chica y rodó.

Cayeron de la cama y él aterrizó encima. Vi gruñó y alzó una rodilla entre sus piernas. Fue como si le explotara el sol en las calzas. Kylar gimió y bastante hizo con no soltarle las manos mientras ella se colocaba rodando encima de él.

—¿Kylar? —gritó el conde desde el otro lado de la puerta—. ¿Tienes una dama ahí dentro?

«Yo no la llamaría dama.» A Kylar le dolían tanto los atributos que apenas podía moverse, y mucho menos luchar.

—¡Socorro!

—Das pena —dijo ella.

Kylar solo pudo gruñir.

Vi se apartó de él y se levantó de un salto. Kylar intentó ponerse en pie mientras la puerta se abría de golpe, pero fue demasiado lento. La chica ya estaba lanzando su cuchillo al conde Drake.

El conde se hizo a un lado y esquivó el arma. En un visto y no visto tenía su propio cuchillo arrojadizo en la mano, pero vaciló. Viendo el brazo alzado, Vi saltó por la ventana.

Kylar le quitó al conde el cuchillo de la mano y lo lanzó mientras la ejecutora desaparecía bajo el alféizar. Le pareció ver que se le clavaba en el hombro. Agarró la espada que guardaba escondida bajo la cama pero, al mirar afuera, Vi ya no estaba.

El conde parecía alterado. En la otra mano sostenía una flecha roja.

—He vacilado —dijo. Viniendo de cualquier otro, habría sonado al reconocimiento de una derrota, pero el conde Drake parecía victorioso—. Después de todos estos años tenía mis dudas, pero es cierto. He cambiado de verdad. Gracias, Dios.

Kylar lo miró extrañado.

—Pero ¿qué decís?

—Kylar, tenemos que hablar.

Capítulo 45

—Estaré muerta dentro de un día o dos, de modo que presta atención, Jarl —dijo Mama K.

Jarl vaciló un momento y después bebió del ootai que ella le había servido.

«Maldita sea, sí que puede ser frío este chico.» Aunque claro, por eso mismo tenía esa conversación con él y no con ningún otro.

—Mañana o pasado, Kylar o Durzo vendrán aquí y me matarán —dijo—. Porque envié a Kylar a matar a un hombre que él creía que era Hu Patíbulo, pero en realidad era Durzo disfrazado. El que haya sobrevivido a la lucha sabrá que mentí y que los traicioné a los dos. Sé que en un tiempo fuiste amigo de Kylar, Jarl...

—Lo sigo siendo.

—Bien. No pensaba pedirte que me vengases. Estoy preparada para la justicia. La vida no es más que una sucesión de decepciones, de todas formas. —¿Era piedad lo que detectaba en los ojos del joven? Eso le parecía, pero no tenía importancia. El chico lo entendería si llegaba a su edad.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte, Mama K?

—No quiero que me ayudes. Los acontecimientos se precipitan, Jarl. Quizá demasiado. Roth está maniobrando para convertirse en shinga. Sospecho que en cualquier momento nos llegará la triste noticia de que Pon Dradin ha muerto.

—¿No vas a avisarle? ¿Vas a dejar que Roth lo mate sin más?

—Dos motivos, Jarl. Conocer cualquiera de ellos podría costarte la vida. ¿Estás preparado para actuar en este escenario?

Jarl frunció el ceño, pensó seriamente en la pregunta y luego asintió.

—En primer lugar, dejaré morir a Pon Dradin porque tengo las manos atadas. Roth me hizo chantaje para que traicionase a Durzo y a Kylar. No compartiré cómo, ya me he humillado bastante. Lo único que importa es que Roth me tiene pillada. No puedo enfrentarme a él de ningún modo que le sea remotamente posible detectar o sospechar, o me costará algo que valoro más que mi vida. Por tanto, voy a morir. Quiero que tú me sustituyas.

—¿Quieres que ocupe tu puesto en los Nueve?

Mama K sonrió contemplando su ootai.

—Nunca fui solo la maestra de los placeres, Jarl. He sido shinga durante diecinueve años. —Le procuró cierta satisfacción ver cómo abría los ojos su inmutable protegido.

Jarl se recostó en la silla.

—Dioses —exclamó—. Eso explica unas cuantas cosas.

Mama K se rió, y por primera vez en años lo hizo de buen grado. Si exponer la garganta siempre provocaba esa sensación, creía entender por fin que Durzo amara los riesgos de su trabajo. Encontrarse tan cerca de la muerte hacía que apreciara más estar viva.

—Cuéntame cómo funciona —dijo Jarl.

Es lo que habría dicho ella en su lugar. Habría aceptado lo que el shinga decía sobre su muerte y se habría puesto de inmediato a averiguar cómo le afectaría a ella, en lugar de expresar pena alguna por el inminente fallecimiento de su interlocutor. Quizá, en el lugar de Jarl, ella habría puesto carita de pena al oír que su maestra iba a morir, pero hubiese sido un gesto falso. Jarl no fingió nada parecido; había aprendido bien sus lecciones, y a lo mejor debería respetarlo por ello. Pero aun así dolía.

—Lo siento —dijo Jarl.

Sonaba sincero. A lo mejor lo era. O quizá solo lamentaba que la mujer que le había enseñado a manipular sus propias penas y amores se hubiera ablandado tanto, en la hora de la muerte, que ahora deseaba que aplicara en ella lo aprendido. No sabía decirlo. Jarl era lo que ella había hecho que fuese. Era peor que mirarse a un espejo.

—Todos los miembros del Sa'kagé saben quién es su superior. Los más listos saben quién es su representante en los Nueve. Por supuesto, la identidad del shinga es un secreto compartido, lo que significa que no tiene nada de secreto. Suma todo eso y, si interrogas a un puñado de ladrones y putas, puedes deducir toda la estructura de poder del Sa'kagé. El sistema ha funcionado durante los últimos catorce años porque ha habido mucha estabilidad.

—¿Esa estabilidad ha sido fruto de tu dirección, o pura suerte? —preguntó Jarl.

—Mi dirección —respondió ella con sinceridad—. Hice que mataran al rey anterior y coloqué a Aleine en el trono para no tener presiones desde arriba, y he manejado bien todas las presiones que venían de dentro. Sin embargo, el estado natural de cualquier Sa'kagé es la revuelta, Jarl. Los ladrones, los asesinos, los cortabolsas y las putas no tienden a permanecer unidos. Abundan los asesinatos políticos. Durante tu vida ha habido mucha más paz que en cualquier período anterior.

»En mis primeros cinco años como shinga, perdimos ocho "shingas". Seis fueron víctimas de asesinatos ordenados desde fuera. A dos tuve que mandarlos matar yo misma porque intentaron quitarme el poder. Solo dos puestos de los Nueve permanecieron sin cambios. Durante los últimos catorce años, Pon Dradin ha podido entregarse a sus vicios con libertad siempre que asistiera a las reuniones, mantuviese la boca cerrada y no se pasara de listo. Nunca esperé que durara tanto.

—Entonces, ¿solo los Nueve saben quién es el auténtico shinga?

—Y los ejecutores, pero ellos prestan un juramento de servicio que es mágicamente vinculante. El sistema tiene sus pegas, no lo niego. Dradin se ha hecho casi tan rico como yo solo a base de sobornos, y todo nuevo miembro de los Nueve descubre que ha estado lamiendo los traseros incorrectos durante el tiempo que le haya llevado trepar por el escalafón. A algunos los irrita una barbaridad, pero también mantiene fuera de los Nueve a algunos que no merecen estar dentro. Lo mejor del sistema es que me ha mantenido viva y en el poder.

—¿Qué pinta Roth en todo esto?

—Roth acaba de unirse a los Nueve. No está al corriente del secreto. Por eso Dradin morirá en algún momento de hoy o mañana. Roth cree que matarlo lo convertirá en shinga, pero eso en realidad evidencia el mayor defecto de todo mi secretismo: si solo ocho personas saben quién es el auténtico shinga, Roth no tiene más que convencerlas de que ahora lo es él.

—Si tanto miedo le tiene el resto de los Nueve, ¿cómo le arrebato el poder? —preguntó Jarl.

Mama K sonrió.

—Exacto. Se lo arrebatas. No te dejaré indefenso, por supuesto. —Sacó un librito de su escritorio—. Mis espías. Confío en que no haga falta decirte que, cuanto más tardes en quemar este libro, menos valdrá tu vida.

Jarl lo cogió.

—Lo memorizaré de inmediato.

Mama K se reclinó en su silla.

—Roth está en una posición de fuerza, Jarl. La gente le tiene terror.

—¿Y eso es todo? —preguntó Jarl.

—Me perdonarás que no te cuente dónde guardo todas mis riquezas. Una anciana tiene que protegerse, no sea cosa que sobreviva a todo esto. Además, si muero, tendrás tiempo de sobra para descubrirlo.

—¿Puedo pedirte consejo? —preguntó Jarl. Mama K asintió—. Seguí a los hombres que me dijiste.

Mama K asintió. No intentó azuzar a Jarl con preguntas. Habían trabajado juntos lo bastante para estar segura de que se lo contaría todo.

—Eran brujos, sin ninguna duda. Destinaron un pequeño contingente para tender una emboscada a Regnus de Gyre al norte de la ciudad. Eliminaron a la mayoría de sus hombres, y los habrían matado a todos si Regnus no hubiese tenido un mago con él.

Mama K alzó una ceja.

—Lo observé todo desde lejos, pero Regnus y el mago se pelearon después y se fueron cada uno por su camino. Mi teoría es que el duque de Gyre no sabía que su hombre era un mago.

—¿Ese mago derrotó a tres brujos?

—Todo lo espectacular lo pusieron los brujos pero, cuando el humo se despejó, y lo digo literalmente, él era el único que quedaba en pie. Luchó con la cabeza. Despistó a dos de los brujos hasta que los soldados del señor de Gyre cayeron sobre ellos. Hizo que un caballo pisoteara al tercero. No entiendo de magia, así que quizá se me pasó algo por alto, pero esa es la impresión que me dio.

—Sigue.

—Al duque de Gyre solo le quedaba un hombre después de su pelea con el mago. Cruzaron la ciudad dando muchos rodeos y llegaron a su mansión pasada la medianoche. ¿Te has enterado de lo que se encontraron?

—Veintiocho muertos. Dieron rienda suelta a Hu Patíbulo.

—¿Ordenes de Roth? —preguntó Jarl.

Mama K asintió.

—Por desgracia, el juramento de los ejecutores tiene una serie de lagunas.

—Fue espantoso. En fin, el duque de Gyre convenció a los hombres enviados a apresarlo de que, en vez de eso, se unieran a él, y ahora están escondidos en casa de un primo mientras intentan reunir discretamente todo el apoyo que puedan. El mago es sethí y su nombre de pila, Solon. Todavía no he podido descubrir nada más. Al menos hace media hora se alojaba en La Grulla Blanca.

—Nunca fallas, Jarl.

El joven estaba a punto de hacerle una pregunta cuando llamaron a la puerta. Entró una doncella y entregó un trozo de papel a Mama K, quien se lo pasó a Jarl.

—La clave está al principio de tu libro.

Al cabo de un minuto tenía el mensaje descifrado.

—Pon Dradin ha muerto. —Alzó la vista hacia Mama K—. ¿Qué hago ahora?

—Eso, mi aprendiz —respondió ella—, es tu problema.

—Kylar, quiero que hablemos de tu futuro.

«No dará para mucho.»

El conde Drake sacó los quevedos del bolsillo de su chaleco pero no se los puso. Solo los meneó mientras hablaba.

—Tengo una propuesta para ti. Le he dado muchas vueltas al asunto y, Kylar, no tienes madera de ejecutor. No, escúchame; quiero proporcionarte una salida, hijo. Kylar, quiero que te cases con Ilena.

—¿Señor?

—Sé que parece repentino, pero quiero que te lo pienses.

—Señor, solo tiene quince años.

—Claro, no me refería a ahora. Lo que te propongo es, en fin, Kylar, que os comprometáis. Ilena lleva años prendada de ti, y mi propuesta es que nos concedamos unos años para ver si el asunto sale adelante, mientras tú... bueno, mientras tú aprendes mi oficio.

—No estoy seguro de entenderlo. En realidad, estoy seguro de que no lo entiendo.

El conde se dio un golpecito en la palma de la mano con los quevedos.

—Kylar, quiero que tú... Quiero darte la oportunidad de dejar esa vida que llevas. Aprende mi negocio y herédalo algún día. He hablado con la reina y, con su permiso, he descubierto que puedo transferirte mi título. Serías conde, Kylar. Ya sé que no tiene nada de especial, pero al menos te legitimaría. Podrías ser de verdad lo que has estado fingiendo todos estos años.

Kylar se quedó boquiabierto.

—¿Transferir vuestro título? ¿Cómo que transferirlo?

—Venga, Kylar, a mí el título no me ha servido para nada bueno, de todas formas. ¡Bah! Y tampoco tengo hijos varones a los que legarlo. Tú lo necesitas y yo no. Es algo que quiero hacer, aunque no te atraiga la idea del compromiso con Ilena. Esto te concedería tiempo, Kylar. Tiempo para pensar en lo que quieres hacer con tu vida. Te permite liberarte. Liberarte de ellos.

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