Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Es una casa de baños —dijo Blint—. Otra importación ceurí. La única diferencia es que aquí los hombres y las mujeres se bañan por separado... salvo en los locales de Mama K, por supuesto.
El propietario de La Fulana Alegre saludó a Blint como «maese Tulii». El ejecutor le respondió con acento extranjero y mostrando una actitud amanerada y pidió que sacaran su carruaje.
En cuanto estuvieron en camino, Azoth preguntó:
—¿Adónde vamos? ¿Quién es el conde Drake?
—Es un viejo amigo, un noble que tiene que trabajar para ganarse la vida. Es procurador. —Al ver que Azoth parecía desconcertado, el maestro Blint añadió—: Un procurador es un hombre que hace cosas peores dentro de la ley que la mayoría de los delincuentes fuera de ella. Pero es un buen hombre. Me ayudará a volverte útil.
—¿Maestro? —preguntó Azoth—. ¿Cómo está Muñeca?
—Ya no es tu problema. No me preguntes por ella nunca más. —Pasó un minuto mientras iban traqueteando por las calles—. Está muy maltrecha, pero sobrevivirá.
No dijo nada más hasta que les hicieron pasar a la minúscula villa del conde.
El conde Drake era un hombre de aspecto afable y unos cuarenta años, con unos quevedos asomando del bolsillo de su chaleco. Cerró la puerta después de que entraran y, cojeando, tomó asiento tras un escritorio cargado de pilas de papeles.
—Jamás pensé que tomarías un aprendiz, Durzo. A decir verdad, creo recordar que juraste no hacerlo... y con bastante contundencia —dijo el conde.
—Y sigo creyendo hasta la última palabra que pronuncié —replicó Durzo con tono de cascarrabias.
—Vaya, estás siendo pasmosamente sutil o no sabes lo que te dices, amigo mío. —El conde acompañó la pulla con una sonrisa que Azoth intuyó real, sin malicia ni cálculo.
Muy a su pesar, Durzo también sonrió.
—Se acuerdan mucho de ti, Rimbold.
—Y más aún de mis muertos, supongo.
Durzo rompió a reír, y Azoth casi se cayó de la silla. Creía que el ejecutor era inmune a la carcajada.
—Necesito tu ayuda —dijo su maestro.
—Todo cuanto tengo es tuyo, Durzo.
—Quiero rehacer a este chico desde cero.
—¿En qué estás pensando? —preguntó el conde Drake, mientras miraba a Azoth con curiosidad.
—Un noble de algún tipo, relativamente pobre. De esos a los que invitan a actos sociales pero no llaman la atención.
—Hum. El tercer hijo de un barón, pues. Será de la alta nobleza, pero nadie importante. O mejor: un barón del este. Mi primo segundo vive a dos días a caballo, pasado Havermere, y ha perdido la mayor parte de sus tierras a manos de los lae'knaught, así que, si quieres una identidad a toda prueba, podemos convertirlo en un Stern.
—Servirá.
—¿Nombre de pila? —preguntó el conde Drake al muchacho.
—Azoth.
—No el de verdad, chico —corrigió el conde—. Tu nuevo nombre.
—Kylar —dijo Durzo.
El conde sacó un papel en blanco y se apoyó los quevedos en la nariz.
—¿Cómo quieres escribirlo?
¿K-i-l-l-a-r?*
Durzo lo deletreó y el procurador tomó nota; después sonrió.
*(Suena de forma parecida killer, asesino en inglés. (N. del T.)
—¿Jueguecitos de palabras en jaerano antiguo?
—Ya me conoces —dijo el ejecutor.
—No, Durzo, no creo que nadie te conozca. Aun así, resulta un poco ominoso, ¿no te parece?
—Es lo que hay.
Por enésima vez, Azoth se sintió no solo como un niño sino como un extraño. Se diría que en todas partes había secretos que no podía desentrañar, misterios que le estaban vedados. Ya no eran las conversaciones susurradas con Mama K sobre algo llamado ka'kari o sobre la política del Sa'kagé, las intrigas de la corte, la magia o criaturas de los Hielos que eran imaginarias aunque Durzo insistiera en que existían, u otras que según él eran inventadas, o referencias a dioses y ángeles que Blint no le explicaba ni siquiera cuando preguntaba. Ahora era su propio nombre. Azoth se dispuso a exigir una explicación, pero los adultos ya habían pasado a otros detalles.
—¿Para cuándo lo necesitas y hasta qué punto tiene que ser creíble? —preguntó el conde.
—Muy creíble. Cuanto antes mejor.
—Ya me lo parecía. Lo haré lo bastante bueno para que nadie lo note a menos que los Stern auténticos vengan a la ciudad. Por supuesto, te sigue quedando pendiente un problema de cierta envergadura. Tienes que adiestrarlo para que sea un noble.
—Error, yo no tengo que adiestrarlo.
—Pues claro que... —El conde dejó la frase en el aire. Chasqueó la lengua—. Ya veo. —Se ajustó los quevedos y miró a Azoth—. ¿Cuándo se viene a vivir?
—Dentro de unos meses, si sobrevive hasta entonces. Antes tengo que enseñarle unas cuantas cosas. —Durzo miró por la ventana—. ¿Quién es ese?
—Ah —dijo el conde Drake—. Es el joven señor Logan de Gyre. Un muchacho que algún día será un duque magnífico.
—No, el sethí.
—No lo sé. No lo había visto nunca. Parece un consejero.
Durzo maldijo. Agarró a Azoth por la mano y lo sacó prácticamente a rastras de la habitación.
—¿Estás preparado para obedecer? —le preguntó con tono imperioso.
Azoth se apresuró a asentir.
—¿Ves a ese chico?
—¿A eso lo llamáis chico? —preguntó Azoth.
El joven al que el conde había llamado Logan de Gyre llevaba una capa verde con ribetes oscuros, unas buenas botas de cuero negro abrillantadas hasta resplandecer, una túnica de algodón y una espada. Estaba a veinte pasos de la puerta, acompañado de un sirviente del conde. Tenía cara de mozalbete, pero su constitución hacía que pareciese años mayor que Azoth. Era enorme, más alto ya de lo que Azoth probablemente sería nunca, y más ancho y grueso que nadie que conociera, aunque no parecía gordo. Mientras que Azoth se sentía torpe y raro con su ropa, Logan transmitía comodidad, confianza, apostura y señorío. Solo mirarlo hacía que se sintiera un andrajoso.
—Busca pelea con él. Distrae al sethí hasta que yo pueda salir.
—¡Logan! —gritó una chica desde el piso de arriba.
—¡Serah! —respondió Logan, alzando la vista.
Azoth miró hacia el maestro Blint, pero había desaparecido. No había tiempo de decir nada. Daba igual si lo entendía o no. Había misterios que aún no tenía permitido comprender. Solo podía actuar o esperar, obedecer o desobedecer.
El criado abrió la puerta y Azoth retrocedió hasta esconderse detrás de la esquina. Cuando Logan entró y miró escalera arriba, con una sonrisa en los labios, Azoth volvió a doblar la esquina con paso decidido.
Chocaron y Azoth dio con la espalda en el suelo. Rodó a un lado y Logan, intentando no trabarse con él, le dio sin querer una patada en el estómago.
—¡Uuuf!
Logan se agarró al pasamanos para no caer.
—Lo siento mucho...
—¡Simio gordinflas! —Azoth se puso en pie trabajosamente, agarrándose la barriga—. Torpe cagarruta de alcantarilla... —Dejó la imprecación en el aire al darse cuenta de que todos los insultos que conocía lo delatarían como habitante de las Madrigueras.
—No pretendía... —dijo Logan.
—¿Qué pasa? —preguntó la chica desde lo alto de la escalera. Logan alzó la vista, con cara de culpabilidad.
Azoth le dio un puñetazo en la nariz que le dobló el cuello hacia atrás.
—¡Logan! —gritó el sethí.
La expresión bonachona del joven había desaparecido. Su rostro era una máscara, intensa, aunque no furiosa. Agarró la capa de Azoth y lo levantó del suelo.
A Azoth le entró el pánico; se puso a chillar y a lanzar puñetazos sin ton ni son, que magullaron las mejillas y la barbilla de Logan.
—¡Logan!
—¡Para! —gritó Logan a la cara de Azoth—. ¡Que pares!
Azoth enloqueció, y aquella intensidad de Logan se avivó hasta estallar en furia. Cambió de posición para sostener a Azoth en vilo con una sola mano y hundió el otro puño en su estómago una vez, dos. Azoth se quedó sin respiración. Entonces, un puño del tamaño de un martillo pilón le aplastó la nariz y lo dejó ciego por el dolor y las lágrimas que brotaron al instante.
Después, entre gritos lejanos, sintió que lo hacían girar en un círculo cerrado y, por un instante, volaba.
Su cabeza chocó contra madera noble y el mundo se iluminó con un fogonazo.
Logan había insistido en subir a ayudar a la condesa a cuidar del joven Kylar Stern. Le mortificaban los remordimientos, y al parecer no solo por haber perdido los nervios delante de la hermosa hija del conde Drake. Para Solon, habían sido diez segundos muy instructivos.
El conde Drake y Solon se quedaron a solas. El anfitrión lo hizo pasar a su estudio.
—¿Por qué no os sentáis? —dijo, mientras ocupaba su lugar detrás del escritorio—. ¿De dónde sois, maese Tofusin?
Era o bien cortesía o bien un señuelo. Solon soltó una risilla.
—Es la primera vez que me hacen esa pregunta. —Se señaló a sí mismo como si dijera: «¿Quieres mirarme la piel?».
—No veo ningún anillo de clan —replicó el conde—, ni cicatrices que indiquen que los han arrancado.
—Bueno, no todos los sethíes llevan los anillos.
—Hubiese jurado que sí —objetó el conde Drake.
—¿A qué viene esto? ¿Qué pretendéis?
—Siento curiosidad por saber quién sois de verdad, maese Tofusin. Logan de Gyre no solo es un joven estupendo al que considero casi como un hijo, sino también y de repente el señor de una de las Casas más poderosas del país. No os he visto nunca ni he oído hablar de vos, ¿y de la noche a la mañana sois el consejero del chico? Eso me llama la atención. No me importa que seáis sethí, si es que lo sois, pero he pasado alguna temporada en Hokkai y Tawgathu, y los únicos sethíes que no se perforan las mejillas son los exiliados despojados de clan y de familia. Sin embargo, si sois un exiliado, deberíais tener las cicatrices de cuando os arrancaron los anillos, y no es el caso.
—Vuestro conocimiento de nuestra cultura es admirable, pero incompleto. Soy de la Casa de Tofusin, buscavientos de la casa real. Mi padre estaba destinado en Sho'cendi.
—¿Un embajador ante los magos rojos?
—Sí. Sho'cendi acepta a estudiantes de todo el mundo. Como no tenía ningún talento mágico, recibí mi educación entre los mercaderes y los nobles, que no son tan tolerantes. No llevar los anillos me hizo la vida un poco más fácil. Existen más motivos, pero no creo que el resto de mi historia sea de vuestra incumbencia.
—Me parece correcto.
—¿Qué os llevó a Seth? —preguntó Solon.
—La esclavitud —contestó el conde—. Antes de incorporarme de lleno al movimiento que terminaría con la esclavitud en Cenaria hace siete años, creí que una vía más moderada podría funcionar. Fui a Hokkai a ver si podía descubrir modos de mejorar la vida de los esclavos.
Por el tamaño reducido de la casa —muy pequeña para un noble, incluso para un conde de baja alcurnia—, Solon supo que su anfitrión no había sido un esclavista que luego se sintió culpable por su flamante riqueza. Debía de haber sido un cruzado genuino desde el principio.
—En Seth todo es muy distinto —dijo Solon—. El Año de la Alegría lo cambia todo.
—Sí, propuse la idea aquí, y hasta conseguí que se aprobara la ley, pero el Sa'kagé la saboteó de inmediato a base de sobornos. En vez de liberar a todos los esclavos el séptimo año, había que ponerlos en libertad pasados siete años de su adquisición. El Sa'kagé afirmaba que así era más sencillo, que sería ridículo comprar un esclavo el sexto año y poseerlo solo durante un mes o una semana. Por supuesto, en la práctica las cuentas las llevaba gente del Sa'kagé, de modo que, si en vuestro país el séptimo año se celebraba por todo lo alto la liberación de los esclavos, aquí pasaban los años y nunca los emancipaban. Se convirtieron en esclavos de por vida. Les daban palizas, los sacrificaban en los Juegos Mortales, mandaban a sus hijos a las granjas de bebés.
—Tengo entendido que llegaron a ser un auténtico horror —comentó Solon.
—Las instauró el Sa'kagé, diciendo que serían sitios donde los hijos de las prostitutas podrían integrarse. Siendo esclavos, sí, pero integrados. Sonaba bien, pero nos regaló lugares como la Casa de Misericordia. Lo siento, no debería seguir. Fue una época negra. ¿Es que ese chico no piensa bajar?
—A lo mejor deberíamos ir empezando —dijo Solon—. No creo que esto deba esperar y, a juzgar por el modo en que Logan miraba a vuestra hija, quizá se pasen un rato charlando.
El conde soltó una risilla.
—¿Ahora me ponéis vos a prueba?
—¿Lo sabe el duque de Gyre?
—Sí. Somos amigos. Regnus es reacio a exigirme que controle los escarceos de Logan, dadas las circunstancias de su propio matrimonio.
—No las conozco. ¿Podríais ilustrarme? —pidió Solon.
—No me corresponde a mí. En cualquier caso, Logan y Serah ya se cansarán. ¿Qué problema los ha traído aquí?
—Catrinna de Gyre.
—Cuidado —advirtió el conde.
—¿Os hizo entrega el duque de unas cartas que declaraban señor de Gyre a su hijo en su ausencia?
—Habló del tema, pero tuvo que partir a toda prisa. Dijo que su mayordomo las traería.
—La duquesa de Gyre ha robado las cartas y las ha destruido. Después ha ido a ver a la reina.
—¿A ver a quién? —El conde estaba estupefacto.
—¿Acaso es inusual?
—No se tienen mucho aprecio. ¿Qué ha pasado?
—La señora de Gyre ha solicitado que la nombraran tutora de Logan. El rey las ha oído hablar. Ha tomado cartas en el asunto y ha anunciado que lo sometería a consultas. ¿Qué significa eso?
El conde Drake se quitó los quevedos y se frotó el caballete de la nariz.
—Significa que, si actúa con rapidez, el rey puede designar un tutor para Logan.
—¿Tan mal lo haría Catrinna de Gyre? —preguntó Solon.
El conde Drake suspiró.
—Legalmente, el rey puede poner a quien le apetezca en el lugar de Logan siempre que esté emparentado con él, lo que significa casi cualquier miembro de la nobleza. Además, en cuanto tenga al tutor colocado, ni siquiera Regnus podrá invalidar el nombramiento. Catrinna acaba de entregarle la Casa de Gyre en bandeja al rey.
—Pero vos sois el procurador del duque de Gyre, y él os comunicó sus deseos. ¿Acaso eso no vale para nada? —preguntó Solon.
—Si al rey le interesara la verdad, sí. En la práctica, necesitaríamos el pergamino de la familia de Gyre, el Gran Sello del duque y una disposición temeraria a falsificar un documento de estado. El rey celebra audiencia en media hora. Me barrunto que este será el primer punto del orden del día. No hay tiempo, así de sencillo.