El camino de los reyes (105 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

CINCO AÑOS ANTES

Kaladin odiaba el Llanto. Marcaba el final del año viejo y el principio de uno nuevo, cuatro semanas seguidas de lluvia en una incesante cascada de desagradables gotas. Nunca furiosa, nunca apasionada como una alta tormenta. Lenta, firme. Como la sangre de un año moribundo que diera sus últimos pasos temblorosos hacia el túmulo. Mientras otras estaciones iban y venían de manera impredecible, el Llanto nunca dejaba de regresar puntual, en el mismo momento cada año. Desgraciadamente.

Kaladin estaba tendido en el tejado inclinado de su casa en Piedralar. Tenía al lado un pequeño cubo de brea, cubierto por una tapa de madera. Estaba casi vacío ahora que había terminado de reparar el tejado. El Llanto era una época terrible para esa tarea, pero era también cuando la insistencia de una gotera podía ser más irritante. Volverían a repararla cuando terminara, pero de momento no tendrían que sufrir el continuo goteo sobre la mesa del comedor durante las próximas semanas.

Estaba tumbado de espaldas, mirando el cielo. Tal vez debería de haber bajado y entrado en la casa, pero ya estaba empapado de todas formas. Así que se quedó. Mirando, pensando.

Otro ejército pasaba por el pueblo. Uno de los muchos de estos días: venían a menudo durante el Llanto para avituallarse y dirigirse a nuevos campos de batalla. Roshone había hecho un raro acto de presencia para darle la bienvenida al caudillo: el alto mariscal Amaram en persona, al parecer un primo lejano, además de jefe de la defensa alezi en la zona. Era uno de los soldados más reputados que todavía estaban en Alezkar: la mayoría había partido hacia las Llanuras Quebradas.

Las pequeñas gotas de lluvia cubrían a Kaladin. A mucha gente les gustaban estas semanas: no había altas tormentas, excepto una justo en el centro. Para la gente del pueblo, era un momento apetecible para atender las granjas y relajarse. Pero Kaladin anhelaba el sol y el viento. Echaba de menos las altas tormentas, con su furia y su vitalidad. Estos días eran deprimentes, y le resultaba difícil hacer nada productivo. Como si la falta de tormentas lo dejara sin fuerzas.

Pocas personas habían visto a Roshone desde aquella aciaga cacería de espinasblancas y la muerte de su hijo. Se ocultaba en su mansión, cada vez más recluido. La gente de Piedralar se comportaba con cuidado, como si esperara que explotase de un momento a otro y volviera su ira hacia ellos. Eso a Kaladin no le preocupaba. Una tormenta, fuera por una persona o por el cielo, era algo a lo que se podía reaccionar. Pero este ahogo, este lento y aburrido vivir… Era mucho, mucho peor.

—¿Kaladin? —llamó la voz de Tien—. ¿Sigues ahí arriba?

—Sí —respondió él, sin moverse. Las nubes eran tan aburridas durante el Llanto. ¿Podía haber algo con menos vida que ese miserable gris?

Tien rodeó el edificio, donde el tejado caía hasta tocar el suelo. Tenía las manos en los bolsillos de su largo impermeable y un sombrero de ala ancha en la cabeza. Ambos parecían demasiado grandes para él, pero la ropa siempre parecía demasiado grande para Tien. Incluso cuando le quedaba bien.

El hermano de Kaladin subió al tejado y se acercó a él, luego se tumbó y miró al cielo. Otra persona podría haber intentado animar a Kaladin, y habría fracasado. Pero de algún modo Tien sabía qué era lo que había que hacer. Por el momento, estar callado.

—Te gusta la lluvia, ¿no? —le preguntó por fin Kaladin.

—Sí —respondió Tien. Naturalmente, a Tien le gustaba casi todo—. Aunque es difícil mirar al cielo con un tiempo como este. No dejo de parpadear.

Por algún motivo, eso hizo sonreír a Kaladin.

—Te he hecho una cosa en el taller —dijo Tien.

Los padres de Kaladin estaban preocupados: Ral, el carpintero, había aceptado a Tien, aunque en realidad no parecía necesitar otro aprendiz, y estaba insatisfecho con el trabajo del muchacho. Se quejaba de que Tien se distraía con facilidad.

Kaladin se sentó mientras su hermano se sacaba algo del bolsillo. Era un caballito de madera, intrincadamente tallado.

—No te preocupes por el agua —dijo, tendiéndolo—. Ya lo he barnizado.

—Tien —dijo Kaladin, sorprendido—. Es precioso.

Los detalles eran sorprendentes: los ojos, los cascos, las líneas de la cola. Era igualito que los majestuosos animales que tiraban del carruaje de Roshone.

—¿Se lo has enseñado a Ral?

—Dijo que era bueno —respondió Tien, sonriendo bajo su enorme sombrero—. Pero me dijo que debería haber estado haciendo una silla. Me metí en un lío.

—¿Pero cómo…? ¡Quiero decir, Tien, tiene que darse cuenta de que esto es sorprendente!

—Oh, no sé —dijo Tien, sin dejar de sonreír—. Es solo un caballo. Al maestro Ral le gustan las cosas que pueden utilizarse. Cosas para sentarse, o donde poner la ropa. Pero creo que podré hacer una buena silla mañana, algo que lo satisfaga.

Kaladin miró a su hermano, con su rostro inocente y su naturaleza afable. No había perdido ni una cosa ni la otra, aunque ya era un adolescente. «¿Cómo es que puedes sonreír siempre? —pensó—, hace un día terrible, tu maestro te trata como si fueras crem, y tu familia está siendo estrangulada lentamente por el consistor. Y sin embargo sonríes. ¿Cómo, Tien?»

«¿Y por qué consigues que yo también quiera sonreír?»

—Padre gastó anoche otra de las esferas, Tien —le dijo. Cada vez que su padre se veía obligado a hacerlo, parecía más pálido, menos alto. Las esferas estaban opacas ahora, sin luz. No se podía infundir esferas durante el Llanto. Todas se apagaban, tarde o temprano.

—Hay muchas más —dijo Tien.

—Roshone intenta agotarnos. Poco a poco, nos ahoga.

—No es tan malo como parece, Kaladin —dijo su hermano, tocándole el brazo—. Las cosas nunca son tan malas como parecen. Ya lo verás.

Muchas objeciones se alzaron en su mente, pero la sonrisa de Tien acabó con todas. Allí, en medio de la parte del año más terrible, Kaladin sintió durante un momento como si hubiera visto el sol. Podía jurar que sentía que las cosas se volvían más brillantes a su alrededor, la tormenta se retiraba un poco, el cielo se iluminaba.

Su madre rodeó el edificio. Los miró, divertida por encontrarlos a los dos sentados en el tejado, bajo la lluvia. Subió a la parte inferior. Un grupito de haspers se aferraban allí a la piedra: las pequeñas criaturas de dos conchas proliferaban durante el Llanto. Parecían crecer de la nada, igual que sus primos los diminutos caracoles, dispersos por toda la piedra.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó la madre, sentándose con ellos. Hesina rara vez actuaba como las otras madres de la ciudad. A veces, eso le molestaba a Kal. ¿No debería de haberlos enviado a la casa o algo así, quejándose de que iban a pillar un resfriado? No, tan solo se sentó con ellos, con su impermeable de cuero marrón.

—Kaladin está preocupado porque padre está gastando las esferas —dijo Tien.

—Oh, yo no me preocuparía por eso —replicó ella—. Te llevaremos a Kharbranth. Serás lo bastante mayor para ir dentro de dos meses.

—Deberíais venir conmigo —dijo Kal—. Y padre también.

—¿Y dejar el pueblo? —dijo Tien, como si nunca hubiera contemplado esa posibilidad—. Pero me gusta estar aquí.

Hesina sonrió.

—¿Qué? —dijo Kaladin.

—La mayoría de los jóvenes de tu edad intentan por todos los medios librarse de sus padres.

—No puedo irme y dejaros aquí. Somos familia.

—Está intentando ahogarnos —dijo Kaladin, mirando a Tien. Hablar con su hermano le había hecho sentirse mucho mejor, pero sus objeciones seguían presentes—. Nadie paga por ser curado, y sé que nadie pagará por tu trabajo. ¿Qué clase de valor recibe padre por esas esferas que gasta? ¿Verduras a diez veces por encima de su precio, grano pasado al doble?

Hesina sonrió.

—Qué observador.

—Padre me enseñó a fijarme en los detalles. Tengo ojos de cirujano.

—Bueno —dijo ella, sus propios ojos chispeando—, ¿se dieron cuenta tus ojos de cirujano de la primera vez que gastamos una de las esferas?

—Claro. Fue el día después del accidente de caza. Padre tuvo que comprar tela nueva para hacer vendas.

—¿Y necesitábamos vendas nuevas?

—Bueno, no. Pero ya sabes cómo es padre. No le gusta cuando los suministros empiezan a reducirse.

—Y por eso gastó una de esas esferas que había atesorado durante meses y meses, enfrentado al consistor por ellas —dijo Hesina.

«Por no mencionar las molestias que se tomó en robarlas en primer lugar —pensó Kaladin—. Pero eso ya lo sabes.» Miró a Tien, que contemplaba de nuevo el cielo. Por lo que Kal sabía, su hermano todavía no había descubierto la verdad.

—Así que tu padre resistió tanto tiempo, solo para ceder al final y gastar una esfera en vendas que no necesitaría en meses —dijo Hesina.

En eso tenía razón. ¿Por qué había decidido su padre de pronto…?

—Está haciendo creer a Roshone que está ganando —dijo Kaladin con sorpresa, mirándola.

Hesina sonrió taimadamente.

—Roshone habría encontrado un modo de desquitarse tarde o temprano. No habría sido fácil. Tu padre es un ciudadano importante, y tiene derecho a juicio. Salvó la vida de Roshone, y muchos podrían testificar sobre la gravedad de las heridas de Rillir. Pero Roshone habría encontrado un modo. A menos que considerara que nos ha doblegado.

Kaladin se volvió hacia la mansión. Aunque quedaba oculta por la lluvia, podía distinguir las tiendas del ejército acampado en la explanada de debajo. ¿Cómo sería vivir como soldado, a menudo expuesto a las lluvias y tormentas, a los vientos y las tempestades? En otro tiempo Kaladin se habría sentido intrigado, pero la vida de un lancero no le atraía ya. Su mente estaba llena de diagramas de músculos y listas memorizadas de síntomas y enfermedades.

—Seguiremos gastando las esferas —dijo Hesina—. Una cada pocas semanas. En parte para vivir, aunque mi familia se ha ofrecido a ayudarnos. Más bien para que Roshone siga pensando que nos ha doblegado. Y luego te enviaremos a Kharbranth. Inesperadamente. Te habrás ido, y las esferas estarán a salvo en manos de los fervorosos para que las usen como estipendio durante tus años de estudio.

Kaladin parpadeó al comprender. No estaban perdiendo. Estaban ganando.

—Piénsalo, Kaladin —dijo Tien—. ¡Vivirás en una de las ciudades más grandes del mundo! Será tan emocionante. Serás un hombre culto, como padre. Tendrás escribanas que te lean cualquier libro que quieras.

Kaladin se apartó el pelo mojado de la frente. Tien hacía que pareciera mucho más grandioso de lo que pensaba. Naturalmente, Tien era capaz de hacer que un charco lleno de crem pareciera algo maravilloso.

—Es verdad —dijo su madre, todavía mirando al cielo—. Podrías aprender matemáticas, historia, política, táctica, las ciencias…

—¿No son cosas que aprenden las mujeres? —dijo Kaladin, frunciendo el ceño.

—Las mujeres ojos claros las estudian. Pero también hay eruditos masculinos. Aunque no tantos.

—Todo esto para hacerme cirujano.

—No tienes por qué ser cirujano. Tu vida es tuya, hijo. Si sigues el camino del cirujano, estaremos orgullosos. Pero no sientas que tienes que vivir la vida de tu padre por él. —Miró a Kaladin, parpadeando para apartar el agua de lluvia de sus ojos.

—¿Qué otra cosa podría hacer? —dijo Kaladin, estupefacto.

—Hay muchas profesiones abiertas a los hombres con buena mente y formación. Si quisieras estudiar todas las artes, podrías convertirte en fervoroso. O tal vez en guardatormentas.

Guardatormentas. Extendió por reflejo la mano hacia la plegaria cosida a su manga izquierda, esperando el día en que necesitara quemarla para pedir ayuda.

—Pretenden predecir el futuro.

—No es lo mismo. Ya lo verás. Hay muchas cosas que explorar, muchos lugares a los que podrías ir. El mundo está cambiando. La carta más reciente de mi familia describe fabriales sorprendentes, como plumas que pueden escribir a través de grandes distancias. Puede que no pase mucho tiempo antes de que los hombres aprendan a leer.

—Nunca he querido aprender algo así —dijo Kaladin, sorprendido, mirando a Tien. ¿Era su propia madre la que decía estas cosas? Pero claro, ella siempre había sido así. Libre, de mente y de lengua.

Sin embargo, convertirse en guardatormentas… Estudiaban las altas tormentas, las predecían, sí, pero aprendían de ellas y sus misterios. Estudiaban los mismísimos vientos.

—No. Quiero ser cirujano. Como mi padre.

Hesina sonrió.

—Si esa es tu elección, entonces, como te decía, estaremos orgullosos de ti. Pero tu padre y yo solo queremos que sepas que puedes elegir.

Permanecieron allí sentados un rato, dejando que la lluvia los empapara. Kaladin siguió escrutando aquellas nubes grises, preguntándose qué era lo que Tien encontraba tan interesante en ellas. Poco después oyeron salpicar abajo, y la cara de Lirin apareció en el lado de la casa.

—¿Pero qué…? ¿Los tres? ¿Qué estáis haciendo ahí arriba?

—Celebrando —dijo la madre tranquilamente.

—¿Celebrando qué?

—La irregularidad, querido.

Lirin suspiró.

—Querida, puedes ser muy extraña en ocasiones, ¿sabes?

—¿Y no acabo de decirlo?

—Vale. Bueno, bajad. Hay una reunión en la plaza.

Hesina frunció el ceño. Se levantó y bajó la pendiente del tejado. Kaladin miró a Tien, y los dos se incorporaron. Kaladin se metió en el bolsillo el caballo de madera y bajó, cuidando de no resbalar en la roca resbaladiza, los zapatos chirriando. El agua fría le corría por las mejillas cuando llegó al suelo.

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