El camino de los reyes (109 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Creo que eres una mujer hermosa e inteligente.

—Bueno, en la parte de mujer has acertado.

—Tu padre está enfermo, ¿no?

Ella no respondió.

—Puedo comprender por qué quieres regresar para estar con él —dijo Kabsal—. Pero sin duda no abandonarás tu pupilaje para siempre. Volverás con Jasnah.

—Y ella no se quedará en Kharbranth eternamente. Ha estado moviéndose constantemente de un lado a otro durante los dos últimos años.

El miró al frente, contemplando la parte delantera del ascensor mientras subían. Pronto tendrían que pasar a otro para que los llevara al siguiente grupo de plantas.

—No debería haber pasado el tiempo contigo. Los fervorosos veteranos piensan que me he distraído mucho. No les gusta cuando uno de nosotros empieza a pensar más allá del fervor.

—Tu derecho al cortejo está protegido.

—Somos propiedad. Los derechos de un hombre pueden ser protegidos al mismo tiempo que se le disuade para que no los ejerza. He evitado trabajar, he desobedecido a mis superiores… Al cortejarte, también he cortejado los problemas.

—No te pedí nada de eso.

—No me desanimaste.

Ella no tenía respuesta para eso, aparte de sentir una preocupación creciente. Un atisbo de pánico, el deseo de huir y esconderse. Durante sus años de casi soledad en las posesiones de su padre, nunca había soñado con tener una relación como esta. «¿Eso es lo que es? —pensó, llena de pánico—. ¿Una relación?». Sus intenciones al venir a Kharbranth habían parecido muy claras. ¿Cómo había llegado al punto en que se arriesgaba a romperle el corazón a un hombre?

Y, para su rubor, admitió que echaría de menos más la investigación que a Kabsal. ¿Era una persona horrible por sentirse así? Lo apreciaba. Era agradable. Interesante.

Él la miró, y había anhelo en sus ojos. Parecía…, Padre Tormenta, parecía que de verdad estaba enamorado de ella. ¿No debería ella enamorarse también de él? No creía estarlo. Solo estaba confundida.

Cuando llegaron a lo alto del sistema de ascensores del Palaneo, prácticamente echó a correr hacia el Velo. Kabsal la siguió, pero necesitaban otro ascensor para llegar al reservado estudio de Jasnah, y pronto se encontró de nuevo atrapada con él una vez más.

—Podría huir —dijo Kabsal en voz baja—. Regresar contigo a Jah Keved.

El pánico de Shallan aumentó. Apenas lo conocía. Sí, habían charlado con frecuencia, pero rara vez sobre cosas importantes. Si dejaba el fervor, sería rebajado a décimo dahn, casi tan bajo como un ojos oscuros. No tendría dinero ni casa, en una posición casi tan mala como su familia.

Su familia. ¿Qué dirían sus hermanos si apareciera con un virtual desconocido? ¿Otro hombre para ser parte de sus problemas, al tanto de sus secretos?

—Puedo ver por tu expresión que eso no es una opción —dijo Kabsal—. Parece que he malinterpretado algunas cosas muy importantes.

—No, no es eso —respondió ella rápidamente—. Es que…, Oh, Kabsal, ¿cómo puedes esperar encontrar sentido a mis acciones cuando ni siquiera yo misma soy capaz de hacerlo? —le tocó el brazo, volviéndolo hacia ella—. No he sido sincera contigo. Ni con Jasnah. Ni, sobre todo, conmigo misma. Lo siento.

Él se encogió de hombros, intentando fingir que no le importaba.

—Al menos tendré un dibujo, ¿no?

Ella asintió mientras el ascensor por fin se detenía con un sobresalto. Salió al oscuro pasillo, seguida por Kabsal con las linternas. Jasnah alzó la cabeza cuando entró en su cuarto, pero no preguntó por qué había tardado tanto. Shallan sintió que se ruborizaba mientras recogía sus utensilios de dibujo. Kabsal vaciló en la puerta. Había dejado una cesta de pan y mermelada en el escritorio. La parte superior todavía estaba envuelta en una tela: Jasnah no la había tocado, aunque él siempre le ofrecía un poco como oferta de paz. Sin mermelada, ya que Jasnah la odiaba.

—¿Dónde me siento? —preguntó Kabsal.

—Quédate ahí de pie —dijo Shallan, sentándose, apoyando la libreta en sus piernas y sujetándola con su mano segura cubierta. Lo miró, una mano apoyada en el marco de la puerta. La cabeza afeitada, envuelto en la túnica gris claro, las mangas cortas, la cintura atada con un fajín blanco. Ojos confundidos. Ella parpadeó, tomando una Memoria, y luego empezó a abocetar.

Fue una de las experiencias más embarazosas de su vida. No le dijo a Kabsal que podía moverse, y por eso él mantuvo la pose. No habló. Tal vez pensaba que estropearía el dibujo. Shallan notó que su mano temblaba mientras abocetaba, aunque, por fortuna, consiguió contener las lágrimas.

«Lágrimas —pensó, haciendo las líneas finales de la pared alrededor de Kabsal—. ¿Por qué debería llorar? No soy yo la que acaba de ser rechazada. ¿No pueden tener sentido mis emociones al menos una vez?»

—Toma —dijo, arrancando la página y mostrándosela—. Se emborronará a menos que la cubras de barniz.

Kabsal titubeó, luego se acercó y cogió el dibujo con dedos reverentes.

—Es maravilloso —susurró. Alzó la cabeza, luego corrió junto a su linterna, la abrió y sacó el broam de granate del interior—. Toma —dijo, ofreciéndolo—. Como pago.

—¡No puedo aceptar eso! Para empezar, no es tuyo.

Como fervoroso, todo lo que Kabsal tenía pertenecía al rey.

—Por favor. Quiero darte algo.

—El dibujo es un regalo. Si me pagas por él, entonces no te habré dado nada.

—Entonces te encargaré otro —dijo él, colocando en su mano la brillante esfera—. Aceptaré el primer retrato gratis, pero haz otro para mí, por favor. Uno de los dos juntos.

Shallan vaciló. Rara vez hacía bocetos de sí misma. Le parecía extraño dibujarse.

—Muy bien.

Cogió la esfera y la guardó furtivamente en su bolsa de seguridad, junto a la animista. Era un poco extraño llevar algo tan pesado allí, pero se había acostumbrado al bulto y el peso.

—Jasnah, ¿tienes un espejo? —preguntó.

La otra mujer suspiró audiblemente, molesta por la distracción. Rebuscó entre sus cosas y sacó un espejo. Kabsal lo recogió.

—Sujétalo junto a tu cabeza —dijo Shallan—, para que así pueda verme.

Él obedeció, confuso.

—Inclínalo un poco a ese lado —dijo ella—. Muy bien, así.

Parpadeó, fijando en su mente la imagen de su rostro junto al suyo.

—Siéntate. El espejo ya no hace falta. Solo lo quería como referencia…, por algún motivo me ayuda a colocar mis rasgos en la escena que quiero dibujar. Me sentaré a su lado.

Él se sentó en el suelo y Shallan empezó el trabajo, usándolo como excusa para distraerse de sus emociones encontradas. Culpabilidad por no sentir lo mismo que Kabsal sentía por ella, pero pena por no poder verlo más. Y, por encima de todo, ansiedad por la animista.

Dibujarse junto a él fue un desafío. Trabajó con furia, mezclando la realidad de Kabsal sentado y la ficción de sí misma, con su traje de flores bordadas, sentada con las piernas a un lado. El rostro del espejo se convirtió en su punto de referencia, y construyó su cabeza alrededor. Demasiado estrecho para ser hermoso, con el pelo demasiado claro, las mejillas salpicadas de pecas.

«La animista —pensó—, estar aquí en Kharbranth con ella es un peligro. Pero marcharse es peligroso también. ¿Podría haber una tercera opción? ¿Y si la envío?»

Vaciló, el lápiz de carboncillo flotando sobre el dibujo. ¿Se atrevería a enviar el fabrial a Jah Keved, envuelto, enviado a Tozbek en secreto, sin ella? No tendría que preocuparse por ser incriminada si la registraban o buscaban en su habitación, aunque habría que destruir los dibujos que había hecho de Jasnah con la animista. Y no se arriesgaría a levantar sospechas desapareciendo cuando Jasnah descubriera que su animista no funcionaba.

Continuó dibujando, cada vez más sumida en sus pensamientos, dejando que sus dedos trabajaran. Si enviaba la animista, podría quedarse en Kharbranth. Era una perspectiva dorada y tentadora, pero que complicaba aún más sus confusos pensamientos. Llevaba mucho tiempo preparándose para marcharse. ¿Qué haría con Kabsal? Y Jasnah. ¿Podría de verdad quedarse aquí, aceptando su tutelaje libremente ofrecido, después de lo que había hecho?

«Sí. Sí, podría.»

La fuerza de esa emoción la sorprendió. Viviría con la culpa, día a día, si eso significaba continuar aprendiendo. Era terriblemente egoísta por su parte, y se avergonzaba de ello. Pero continuaría haciéndolo un poco más de tiempo, al menos. Tendría que volver tarde o temprano, naturalmente. No podía dejar a sus hermanos enfrentarse solos al peligro. La necesitaban.

Egoísmo, seguido de valor. Le sorprendía tanto lo segundo como lo primero. Ninguna de las dos cosas era algo que se asociara a menudo con quien era. Pero empezaba a comprender que no sabía quién era. No hasta que salió de Jah Keved y todo lo que era familiar, todo lo que esperaban que fuera.

Su dibujo se hizo más y más intenso. Terminó las figuras y pasó al fondo. Líneas rápidas y atrevidas se convirtieron en el suelo y el arco de la puerta. Una mancha oscura para el lado del escritorio, proyectando una sombra. Líneas finas y nítidas para la linterna colocada en el suelo. Líneas amplias, como soplos de brisa, para formar las patas y la túnica de la criatura que estaba detrás…

Shallan se detuvo, los dedos dibujando una línea no pretendida de carboncillo, apartándose de la figura que había abocetado directamente detrás de Kabsal. Una figura que no estaba realmente allí, una figura con un claro símbolo angular flotando sobre su cuello en vez de una cabeza.

Shallan se levantó, volcando la silla, la libreta y el lápiz sujetos en su mano libre.

—¿Shallan? —dijo Kabsal, incorporándose.

Lo había vuelto a hacer. ¿Por qué? La paz que había empezado a sentir durante el dibujo se evaporó en un segundo, y su corazón empezó a latir desbocado. Las presiones regresaron. Kabsal. Jasnah. Sus hermanos. Opciones, decisiones, problemas.

—¿Va todo bien? —preguntó Kabsal, dando un paso hacia ella.

—Lo siento. Yo…, he cometido un error.

El frunció el ceño. Al lado, Jasnah alzó la cabeza, el ceño fruncido.

—No importa —dijo Kabsal—. Mira, vamos a tomar un poco de pan con mermelada. Podemos tranquilizarnos, y entonces puedes terminarlo. No me importa…

—Tengo que irme —cortó Shallan, sintiéndose ahogada—. Lo siento.

Pasó de largo ante el aturdido fervoroso y salió del reservado, dando un amplio rodeo al sitio donde la figura estaba de pie en su dibujo. ¿Qué le estaba pasando?

Corrió al ascensor, llamando a los parshmenios para que la bajaran. Miró por encima del hombro. Kabsal estaba en el pasillo, mirándola. Shallan llegó al ascensor, la libreta de dibujo en la mano, el corazón acelerado. «Cálmate», pensó, apoyándose contra la barandilla de madera de la plataforma mientras los parshmenios la bajaban. Miró el rellano vacío sobre ella.

Y parpadeó, memorizando esa escena. Empezó a abocetar de nuevo.

Dibujó con movimientos concisos la libreta contra el brazo seguro. Como iluminación, tenía solo dos esferas muy pequeñas a cada lado, donde temblaban las tensas cuerdas. Se movía sin pensarlo, solo dibujando, mirando arriba.

Miró lo que había dibujado. Había dos figuras en el rellano superior, llevando las túnicas demasiado rectas, como tela hecha de metal. Se inclinaban hacia delante, viéndola marchar.

Alzó de nuevo la vista. El rellano estaba vacío.

«¿Qué me está pasando?», pensó con horror creciente. Cuando el ascensor llegó al nivel del suelo, salió a toda prisa, la falda aleteando. Casi corrió hasta la salida del Velo, vacilando junto a la puerta, ignorando a los maestro-siervos y los fervorosos que la miraron confundidos.

¿Adónde ir? El sudor le corría por ambos lados de la cara. ¿Adónde huir si te estabas volviendo loca?

Se internó en la multitud de la caverna principal. Eran las últimas horas de la tarde, y la prisa por la cena había comenzado: sirvientes empujando carritos con la comida, ojos claros volviendo a sus habitaciones, eruditos con las manos a la espalda. Shallan se abrió paso entre ellos, el pelo se le soltó y la pinza cayó al suelo con un tañido agudo. Su pelo rojo onduló. Llegó al salón que conducía a sus habitaciones, jadeando, despeinada, y miró por encima de hombro. Entre el flujo del tráfico, una estela de personas que la miraban confusas.

Casi contra su voluntad, parpadeó y tomó una Memoria. Alzó de nuevo su libreta, sujetó el lápiz con dedos resbaladizos, y abocetó rápidamente la escena de la cueva abarrotada. Solo leves impresiones. Hombres de líneas, mujeres de curvas, paredes de roca curva, el suelo alfombrado, estallidos de luz en las lámparas de esferas de las paredes.

Y cinco figuras con cabezas de símbolos con túnicas y capas negras demasiado tiesas. Cada una tenía un símbolo diferente, retorcido y desconocido para ella, flotando sobre un torso sin cuello. Las criaturas avanzaban entre la multitud sin ser vistas. Como depredadores. Concentradas en Shallan.

«Solo me lo estoy imaginando. Estoy demasiado tensa, demasiadas cosas en la cabeza.» ¿Representaban su culpa? ¿La tensión de traicionar a Jasnah y mentirle a Kabsal? ¿Las cosas que había hecho antes de salir de Jah Keved?

Trató de quedarse allí, esperando, pero sus dedos se negaron a permanecer quietos. Parpadeó, y luego se puso a dibujar otra vez en una nueva hoja. Terminó con mano temblorosa. Las figuras casi estaban ya encima, las angulosas no-cabezas flotando horribles donde deberían de haber estado las caras.

La lógica la advirtió que estaba exagerando su reacción, pero no importaba lo que se dijera a sí misma, no podía creerlo. Eran reales. Y venían a por ella.

Se apartó, sorprendiendo a varios sirvientes que se acercaban para ofrecerle ayuda. Echó a correr, resbalando en las alfombras del pasillo, y llegó a la puerta de los aposentos de Jasnah. Con la libreta bajo el brazo, abrió la puerta con dedos temblorosos, la atravesó y la cerró tras ella. Echó el cerrojo y corrió hacia su cámara. Cerró también esa puerta, y luego se volvió, retrocediendo. La única luz de la habitación procedía de tres marcos de diamante que había en el gran cuenco de cristal de su mesilla de noche.

Se subió en la cama y retrocedió cuanto pudo, hasta dar contra la pared, respirando por la nariz de manera frenética. Todavía tenía la libreta bajo el brazo, aunque había perdido el carboncillo. Había más en su mesilla de noche.

«No lo hagas. Siéntate y cálmate.»

Sintió un creciente escalofrío, un terror en alza. Tenía que saberlo. Echó mano a un carboncillo, luego parpadeó y se puso a bosquejar su habitación.

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