El Campeón Eterno (17 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—¿Le has contado a mi padre nuestro secreto? —preguntó.

—Creo que ya lo conocía antes de que partiéramos —sonreí yo, volviéndome hacia el rey, en cuyo rostro había aparecido una especie de mirada abstraída—. Deseamos prometernos en matrimonio, majestad. ¿Nos dais el consentimiento?

El rey Rigenos abrió la boca, se secó el sudor de la frente y tragó saliva antes de asentir.

—Naturalmente. Mis felicitaciones a ambos. Esto hará todavía más fuerte nuestra unidad.

Una leve arruga de preocupación apareció en la frente de Iolinda.

—Padre, te complace de verdad la noticia, ¿no es así?

—Naturalmente..., sí... Me complace, naturalmente... Pero estoy un poco cansado de tanto viajar y tanto combatir, querida mía. Necesito descansar. Perdonadme...

—¡Oh, lo lamento, padre! Sí, debes descansar, tienes razón. No tienes buen aspecto. Haré que los esclavos preparen un poco de comida y te la sirvan en la cama.

—Sí, eso es... —musitó Rigenos.

Cuando se hubo ido, Iolinda me miró con aire curioso.

—Tú también pareces haber sufrido en los combates, Erekosë. No estás herido, ¿verdad?

—No. La batalla fue encarnizada, y no me ha gustado mucho de lo que hemos hecho.

—Los guerreros matan a otros guerreros. Así son las cosas.

—En efecto —respondí con voz ronca—, pero ¿ desde cuándo matan también mujeres, Iolinda? ¿Y niños, bebés incluso?

Ella se humedeció los labios con la lengua. Después, susurró:

—Ven. Comamos algo en mis aposentos. Allí estaremos más cómodos.

Cuando terminamos de comer me sentí mejor, pero seguía sin estar completamente cómodo.

—¿Qué sucedió? —me preguntó Iolinda—. ¿Qué ocurrió en Mernadin?

—Hubo una gran batalla naval, y vencimos.

—Eso es magnífico.

—Sí.

—Y luego tomasteis Paphanaal. Irrumpisteis en ella y la tomasteis.

—¿Quién te ha dicho que «irrumpimos» ? —pregunté, asombrado.

—¿Por qué lo dices...? Los guerreros que han regresado. Hemos conocido la noticia poco antes de que llegarais...

—En Paphanaal no hubo resistencia —le expliqué—. Había algunas mujeres y niños en la ciudad, y nuestras tropas se dedicaron a matarlos uno por uno.

—Cuando se entra en una ciudad siempre hay mujeres y niños que mueren o son heridos —dijo Iolinda—. No debes sentirte culpable de...

—Pero no hubo resistencia —repetí—. No había nadie que la defendiera, ningún hombre. Absolutamente todos los varones de Paphanaal habían embarcado en la flota que destruimos en el mar.

Iolinda se encogió de hombros. Evidentemente, no podía hacerse una idea de la escena como había sucedido en la realidad. Quizá fuera mejor así. Con todo, no logré reprimir un último comentario:

—Y aunque de todos modos habríamos vencido, parte de nuestra victoria naval se debió a una traición por nuestro lado —murmuré.

—¿Dices que fuisteis traicionados? —respondió ella rápidamente—. Alguna sucia jugada de los Eldren...

—Los Eldren lucharon con honor. Fuimos nosotros quienes matamos a su comandante durante una tregua.

—Comprendo —dijo ella. Luego sonrió—. Bueno, debemos ayudarte a olvidar esas cosas terribles, Erekosë.

—Espero que puedas —respondí.

El rey anunció nuestro compromiso al día siguiente y la noticia fue recibida con alegría por los ciudadanos de Necranal. Salimos a saludarles desde la gran balconada que se alzaba sobre la ciudad. Iolinda y yo sonreíamos pero, cuando regresamos al interior, el rey nos dejó con un brusco adiós y se fue apresuradamente.

—Mi padre parece desaprobar nuestro enlace —dijo Iolinda con aire preocupado—, a pesar de haber dado su consentimiento.

—Es por un desacuerdo en la táctica a emplear durante la batalla —respondí—. Ya sabes lo importantes que consideramos esas cosas los soldados. Pronto se le pasará.

Pero yo estaba inquieto. Aquí estaba como un gran héroe, amado por el pueblo y a punto de casarme con la hija del rey como debía hacer todo héroe, pero había algo que empezaba a parecerme no del todo bien.

Ya hacía algún tiempo que tenía tal sensación, pero me era imposible descubrir su procedencia. No sabía si tenía que ver con mis especiales sueños, con mis preocupaciones acerca de mi origen, o con la crisis que parecía consolidarse entre el rey y yo. Probablemente se trataba de una nimiedad y mi ansiedad no tenia fundamento.

Iolinda y yo fuimos entonces a la cama prematrimonial, según era la costumbre en los Reinos Humanos.

Pero, esa primera noche, no hicimos el amor.

En mitad de la noche, noté que me daban unos golpecitos en el hombro y me incorporé casi al instante.

Sonreí aliviado.

—¡Ah, eres tú, Iolinda!

—Sí, soy yo, Erekosë. Gemías y te agitabas tanto que me ha parecido mejor despertarte.

—Bueno... —me froté los ojos y añadí—: Gracias.

Mi memoria estaba borrosa, pero me pareció haber experimentado mis sueños habituales.

—Cuéntame algo de Ermizhad —dijo Iolinda de pronto.

—¿Ermizhad? —contesté con un bostezo— ¿Qué sucede con ella?

—La has estado viendo mucho, según me han dicho. Conversabas con ella en el barco. Yo no he conversado jamás con un Eldren. Habitualmente, no tomamos prisioneros...

—Bueno —dije con una sonrisa—, supongo que te parecerá una herejía lo que voy a decir, pero la he encontrado totalmente... humana.

—¡Oh, Erekosë! Ese chiste es de mal gusto. Dicen que es hermosa, y que tiene más de mil vidas humanas sobre su conciencia. Es perversa, ¿no es así? Ha atraído a la muerte a muchos hombres...

—No la interrogué al respecto —respondí—. Charlamos sobre temas filosóficos, principalmente.

—Entonces, ¿es muy inteligente?

—No lo sé. A mí me pareció casi inocente. Aunque —añadí rápidamente, para mostrarme diplomático— quizás ahí esté su astucia, en parecer llena de inocencia.

—¡ Inocente! Ja! —exclamó Iolinda al tiempo que fruncía el ceño.

Me sentí lleno de turbación.

—Sólo es la impresión que me causó, Iolinda. En realidad, no tengo ninguna opinión confirmada respecto a Ermizhad o al resto de los Eldren.

—¿Me amas, Erekosë?

—Naturalmente.

—¿No pensarás..., no pensarás traicionarme?

Me eché a reír y la tomé en mis brazos.

—¿Cómo puedes temer tal cosa?

Por fin, volvimos a caer dormidos.

A la mañana siguiente, el rey Rigenos, el conde Roldero y yo nos dedicamos al serio asunto de planificar nuestra estrategia. El estudio de los mapas y planes de batalla resultaba más distendido y el rey Rigenos pareció casi alegre. Estábamos prácticamente de acuerdo en todos los detalles de la operación. Pero entonces, era muy probable que Arjavh estuviera empeñado en la reconquista de Paphanaal, lo cual era una locura que le llevaría a una segura derrota. Probablemente la sometería a sitio, pero nosotros podíamos abastecer la ciudad con suministros y armas por medio de barcos, y el príncipe Eldren perdería el tiempo. Mientras tanto, nuestra expedición a los Mundos Fantasmas atacaría las posiciones Eldren e impediría, según me aseguraron Roldero y Rigenos, cualquier posibilidad de advertir a sus aliados espectrales por parte de los Eldren.

El plan, naturalmente, dependía de que Arjavh atacara Paphanaal.

—Pero cuando nos marchamos de allí ya debía de estar camino de la ciudad —razonaba Rigenos—. Sería una tontería dar media vuelta en tales circunstancias. ¿Qué conseguiría con ello?

Roldero asintió a sus palabras.

—Creo perfectamente posible que Arjavh se haya concentrado en Paphanaal. Dos o tres días más y nuestra flota estará lista para hacerse de nuevo a la mar. Pronto habremos sometido las Islas Exteriores, y después avanzaremos sobre Loos Ptokai. Con un poco de suerte, Arjavh todavía tendrá concentrado el grueso de sus fuerzas en Paphanaal. A finales de este año, todas las posiciones de los Eldren estarán en nuestro poder.

Yo me sentía algo menos optimista al escuchar su exultante confianza. En esto me parecía más razonable Katorn, quien nunca se sentía tan seguro de nada. Casi deseé, de hecho, que Katorn estuviera en la reunión, pues sentía un gran respeto por su opinión como soldado y estratega.

Y fue al día siguiente, mientras estábamos todavía volcados sobre los mapas, cuando llegó la noticia.

Nos quedamos asombrados, pues variaba totalmente los planes elaborados, convirtiendo toda nuestra estrategia en agua de borrajas. Más aún, nos ponía en una situación temible.

Arjavh, príncipe de Mernadin, señor de los Eldren, no había atacado Paphanaal. Una gran parte de nuestras tropas aguardaban allí para recibirle, pero no se había dignado hacerles una visita.

Quizás en ningún momento había tenido intención de marchar sobre Paphanaal.

Quizá siempre había tenido en la cabeza lo que se disponía a hacer ahora, y habíamos sido nosotros los estúpidos. Nos había burlado, nos había vencido en estrategia.

—Ya te dije que los Eldren eran muy astutos —dijo el rey Rigenos al recibir la noticia—. Ya te lo dije, Erekosë.

—Ahora te creo —respondí en un susurro, intentando hacerme una idea de la importancia de lo que acabábamos de saber.

—¿Qué opinión te merecen, ahora, amigo mío? —dijo Roldero—. ¿Todavía dividido en tus afectos?

Moví la cabeza en señal de negativa. Mi lealtad estaba con la humanidad. No había tiempo para problemas de conciencia, ni tenía objeto alguno intentar comprender a aquel pueblo no humano. Yo les había subestimado y ahora parecía que la humanidad entera iba a pagar el precio de mi error.

Una flota de naves Eldren había desembarcado en las costas de Necranala, en la ribera oriental y bastante cerca de Necranal. Un ejército Eldren avanzaba por tierra hasta la propia Necranal con una fuerza que, según las noticias, resultaba imposible de detener.

Me maldije a mí mismo. Rigenos, Katorn, Roldero... hasta Iolinda, todos habían tenido razón. Me había dejado engañar por las lenguas doradas y la belleza extraña de aquella gente.

Y apenas quedaba algún guerrero en Necranal. La mitad de todas nuestras fuerzas estaba en Paphanaal, y tardaríamos un mes en traerlas de vuelta. La flota de los Eldren había cruzado probablemente el océano en la mitad del tiempo. Habíamos creído que su escuadra había sido destruida frente a Paphanaal, pero sólo habíamos derrotado una fracción de sus naves.

Nuestros rostros reflejaban temor mientras elaborábamos apresurados planes de urgencia.

—No tiene sentido llamar a las tropas de Paphanaal a estas alturas —murmuré—. Cuando por fin llegaran, la batalla ya se habría decidido. Envía allí un mensajero veloz, Roldero. Que les cuente lo sucedido y que Katorn decida la estrategia a seguir. Que el mensajero le diga que cuenta con toda mi confianza.

—Muy bien —asintió Roldero—. Pero no disponemos de un número suficiente de guerreros para la defensa Podemos preparar algunos regimientos si mandamos aviso a Zavara. También tenemos tropas en Stalaco, Calodemia y un puñado de hombres en Dratarna. Quizá podrían estar aquí en una semana. También tenemos guarniciones en Shilaal y Sinana, pero dudo que sea recomendable su retirada...

—De acuerdo —asentí—. Los puertos deben estar defendidos a toda costa. ¿Quién sabe cuántas flotas más tendrán preparadas los Eldren?. Si hubiéramos tenido algún servicio de espionaje, algunos hombres dedicados a informarnos de sus movimientos... —exclamé, soltando una maldición.

—Esas lamentaciones no sirven de nada ahora —dijo Roldero—. Además, ¿quién entre nosotros podría hacerse pasar por un Eldren? ¿Quién tendría coraje suficiente para permanecer en su compañía mucho tiempo?

—La única fuerza contundente que tenemos está en Noonos. Tendremos que enviar mensajeros para ordenarles que vengan, y rezar para que Noonos no sea atacada en su ausencia. —Tras estas palabras, me miró fijamente—: No es culpa tuya, Erekosë. Comprendo que esperábamos demasiado de ti...

—Bueno —le prometí entonces—, ahora puedes esperar todavía más de mí, rey Rigenos. Yo conseguiré que los Eldren se retiren.

El rey Rigenos frunció el ceño, pensativo.

—Aún tenemos algo con que negociar —murmuró—. La hermana de Arjavh...

Y, entonces, comenzó a ocurrírseme una idea. La hermana de Arjavh... Primero habíamos dado por seguro que éste marcharía sobre Paphanaal y no lo había hecho. Ni se nos había pasado por la cabeza que desembarcara en Necranala, pero lo había hecho. La hermana de Arjavh...

—¿Qué quieres de ella? —pregunté.

—¿No podríamos utilizarla con la amenaza de que, si Arjavh no retira sus tropas, la mataremos?

—¿Cómo iba él a confiar en nosotros?

—Eso dependerá en gran medida de lo que quiera a su hermana, ¿no te parece? —el rey Rigenos emitió una sonrisa, al tiempo que sus ánimos se recobraban—. Está bien, Erekosë, inténtalo, pero no acudas a él demostrando debilidad. Lleva contigo todos los regimientos que puedas reunir.

—Desde luego —asentí—. Tengo la sensación de que Arjavh no permitirá que sus sentimientos le detengan mientras disponga de una ocasión para capturar la capital.

El rey Rigenos hizo caso omiso de mis palabras. Incluso llegué a preguntarme si éstas serían acertadas, pues empezaba a considerar que había algo más detrás de la decisión tomada por Arjavh.

Rigenos me puso la mano en el hombro.

—Hemos tenido nuestras diferencias, Erekosë, pero ahora estamos unidos. Adelante. Ve y combate con la Jauría del Mal. Gana la batalla. Mata a Arjavh. Ésta es tu oportunidad para cortarle la cabeza a esa monstruosidad que son los Eldren. Y si la batalla parece imposible, utiliza a su hermana para darnos tiempo. Sé valiente, Erekosë. Sé astuto. Sé fuerte.

—Lo intentaré —respondí—. Saldré en seguida para reunir a los guerreros de Noonos. Me llevaré toda la caballería de que dispongamos y dejaré una pequeña fuerza de infantería y artillería para defender la ciudad.

—Haz lo que te parezca conveniente, Erekosë. Regresé a los aposentos y me despedí de Iolinda. La princesa estaba abrumada de pesar.

No visité a Ermizhad para decirle lo que proyectábamos.

18. El príncipe Arjavh

Cabalgué con mi espléndida armadura a la cabeza de mi ejército. En mi lanza ondeaba el estandarte de la espada de plata sobre campo negro, el caballo hacía cabriolas, tenía el semblante confiado y tras de mi avanzaban cinco mil caballeros al encuentro del ejército Eldren, cuya fuerza desconocíamos.

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