Nuestro ataque fue devuelto con una lluvia de finas flechas Eldren. Los hombres gritaron y los caballos relincharon cuando las flechas encontraron sus objetivos y, por un instante, hubo consternación entre nuestros hombres al ver desgarradas las filas. Pero pronto, con gran disciplina, volvieron a ordenarse.
Y de nuevo levanté la lanza, en la que ondeaba el penacho negro y plata.
—¡Caballería! ¡Adelante a todo galope!
Las trompetas transmitieron la orden. El aire se llenó de sonido. Los caballeros lanzaron hacia delante sus corceles de guerra, una fila tras otra, desplegándose en ambos costados mientras otra sección se lanzaba directamente contra el centro de la tropa Eldren. Los caballeros se inclinaban sobre el cuello de sus rápidas monturas, con las lanzas en ángulo sobre las sillas, unos sosteniéndola bajo el brazo derecho y apuntando a la izquierda y otros asegurándola con el brazo izquierdo y dirigiéndola hacia la derecha. Las plumas de sus cascos revoloteaban a su espalda mientras cargaban contra los Eldren. Sus capas refulgían, sus penachos ondeaban y el leve sol matinal brillaba en sus armaduras.
El hollar de los caballos era ensordecedor y clavé espuelas en mi montura para que emprendiera el galope; junto a un grupo de cincuenta jinetes que me seguía sosteniendo en el centro los estandartes gemelos de la humanidad, me lancé adelante Buscando con la mirada a Arjavh, por el cual, en aquel instante, sentía un odio absoluto.
Le odiaba porque estaba obligado a librar aquella batalla y, Posiblemente, a matarle.
Con un espantoso rumor hecho de gritos y de chasquidos de metal, nos lanzamos sobre el ejército Eldren y pronto me olvidé de todo salvo de la necesidad de matar y defender mi vida frente a quienes querían matarme. Rompí la lanza muy pronto, tras atravesar con ella el cuerpo de un jinete Eldren con armadura y romperse con el ímpetu. Se la dejé clavada y saqué la espada.
Lancé ahora mis golpes a diestro y siniestro con salvaje intensidad, buscando a Arjavh. Por fin le vi, con una enorme maza ondeando en su mano enguantada y barriendo a los infantes que intentaban derribarle de la silla.
—¡Arjavh!
El príncipe me divisó por el rabillo del ojo mientras me detenía para aguardarle.
—¡Un momento, Erekosë, estoy ocupado aquí!
—¡Arjavh!
Mi grito fue un desafío. Nada más.
Arjavh terminó con los soldados que le acosaban e hincó espuelas a su montura en dirección a mí, dando vueltas todavía a la enorme maza mientras dos caballeros se acercaban a él. Sin embargo, los dos hombres se retiraron al observar que estábamos a punto de enfrentarnos.
Ya estábamos ahora a suficiente distancia para combatir. Le lancé un potente golpe de mi espada envenenada, pero se apartó a tiempo y sentí que su maza me rozaba la espalda, tendido hacia delante sobre mi silla con la espada, tras el fallido golpe, casi tocando el suelo.
Levanté el arma en un golpe por abajo y la maza llegó a tiempo de pararlo. Seguimos luchando varios minutos hasta que, para mi sorpresa, escuché una voz a cierta distancia que gritaba...
—¡Reagrupad los estandartes! ¡Reagrupaos, caballeros de la humanidad!
¡No habíamos tenido éxito en nuestra táctica! Era evidente por el grito que habíamos escuchado. Nuestras fuerzas intentaban consolidarse y atacar de nuevo. Arjavh sonrió y bajó la maza.
—Intentan rodear a los Halflings —dijo al tiempo que soltaba una carcajada.
—Nos encontraremos pronto otra vez, Arjavh —le grité yo mientras daba media vuelta con el caballo y retrocedía entre la masa de combatientes, abriéndome camino entre los hombres enfrascados en la lucha hacia el estandarte, que ahora ondeaba a mi derecha.
No había nada de cobardía en mi retirada, y Arjavh lo sabía. Yo tenía que estar con mis hombres cuando se reagrupaban. Por eso Arjavh había bajado su arma. No había querido detenerme.
¿Había mencionado Arjavh a los Halflings? No había advertido la presencia de espectros o trasgos entre sus tropas. ¿Qué eran, pues? ¿Qué clase de criaturas no podían ser rodeadas?
Los Halflings sólo eran una parte de mi problema. Teníamos que tomar decisiones rápidamente o la jornada pronto estaría perdida. Cuatro de mis mariscales trataban desesperadamente de mantener cerradas nuestras filas cuando me acerqué a ellos. Los Eldren nos rodeaban cuando habíamos proyectado rodearles nosotros, y muchos grupos de nuestros guerreros habían quedado separados de la fuerza principal.
Por encima del ruido de la batalla, grité a uno de mis mariscales:
—¿Cuál es la situación? ¿Por qué hemos fallado tan pronto? Les superamos en número...
—Es difícil decir cuál es la situación, señor Erekosë —respondió el mariscal—, ni cómo hemos fallado. En un momento dado, habíamos rodeado a los Eldren, y al momento siguiente la mitad de sus fuerzas nos rodeaban a nosotros. ¡Se desvanecieron y aparecieron a nuestras espaldas! Ni siquiera ahora se puede saber cuál es un Eldren de carne y hueso, y cuál es un Halfling.
El hombre que me respondía era el conde Maybeda, un guerrero viejo y experimentado. Su voz era desgarrada y temblaba como un poseso.
—¿Qué otras cualidades tienen esos Halflings? —pregunté.
—Son bastante sólidos cuando luchan, señor Erekosë, y se les puede matar con armas ordinarias, pero pueden desaparecer a voluntad y aparecer en el lugar del campo que deseen. Es imposible proyectar tácticas contra un enemigo así.
—En tal caso —decidí—, será mejor mantener juntos a nuestros hombres para adoptar una buena defensa. Sigo pensando que superamos en número a los Eldren y a sus fantasmales aliados. ¡Que vengan a por nosotros!
La moral de mis guerreros era baja. Estaban desconcertados y les resultaba difícil afrontar la posibilidad de la derrota cuando tan segura había parecido la victoria.
Entre los combatientes, vi aproximarse la bandera de los Eldren, con el basilisco. La caballería enemiga se acercaba velozmente con el príncipe Arjavh al frente.
Nuestras fuerzas se encontraron de nuevo, y por segunda vez, trabé combate con el líder Eldren.
Arjavh conocía el poder de mi espada. Sabía que su mero roce le mataría si encontraba un resquicio en la armadura, pero aquella letal maza, manejada con la destreza con que otro sostendría una espada, paraba todos los golpes que le dirigía.
Luché con él media hora, hasta que por fin observé en él muestras de confusión y agotamiento, cuando ya mis músculos me causaban un dolor insoportable.
¡Y, de nuevo, mis tropas se habían visto dispersadas! De nuevo, resultaba imposible saber cómo iba la batalla, pues la mayor parte del tiempo me despreocupé de ella, olvidando la marcha general del combate para concentrarme únicamente en romper la espléndida guardia de Arjavh.
Entonces vi pasar velozmente junto a mí al conde Maybeda, a lomos de su caballo, con la armadura partida y el rostro y los brazos ensangrentados. En una de sus manos enrojecidas llevaba el estandarte de la humanidad, hecho trizas, y sus ojos reflejaban pánico en un rostro bañado en sangre.
—¡Huye, Erekosë!—gritó mientras galopaba—. ¡Huye! ¡La jornada está perdida!
No podía creerlo, hasta que los restos desperdigados de mis unidades empezaron a pasar ante mí, retrocediendo en una ignominiosa y desordenada retirada.
—¡Reagrupaos, ejércitos de la humanidad! —les grité— ¡Reagrupaos!
Sin embargo, no me prestaron atención. Una vez más, Arjavh bajó su maza.
—Estás vencido —dijo.
Incliné al suelo la espada, a regañadientes.
—Eres un enemigo temible, príncipe Arjavh.
—También tú eres un adversario temible, Erekosë. Te recuerdo nuestro código para la batalla. Ve en paz. Necranal te necesitará. Moví la cabeza en señal de negativa y exhalé un profundo suspiro.
—Prepárate y defiéndete, príncipe Arjavh —exclamé.
El se encogió de hombros, alzó rápidamente la maza para detener el golpe que le había enviado, y dejó caer su arma con gesto veloz sobre mi muñeca, protegida por el guante de metal. Todo el brazo me quedó paralizado. Traté de asir la espada, pero no me respondían los dedos. Me cayó de la mano y quedó colgando de la tira de cuero que la aseguraba a mi muñeca.
Con una maldición, me lancé desde mi silla sobre él, utilizando la mano buena para asirle, pero Arjavh apartó su caballo y caí al suelo, con el rostro contra el fango ensangrentado del campo de batalla.
Traté de levantarme una vez, no lo conseguí y caí inconsciente.
¿QUIÉN SOY?
Eres Erekosë, el Campeón Eterno.
¿CUÁL ES MI NOMBRE VERDADERO?
El que tienes en cada momento.
¿POR QUÉ SOY COMO SOY?
Porque eso es lo que has sido siempre.
¿QUÉ ES SIEMPRE?
Siempre.
¿CONOCERÉ ALGUNA VEZ LA PAZ?
Conocerás la paz en ocasiones.
¿CUÁNTO TIEMPO?
Algún tiempo.
¿DE DÓNDE VENGO?
Siempre has existido.
¿ADONDE VOY?
Adonde debes.
¿CON QUÉ OBJETO?
Para luchar.
¿LUCHAR PARA QUÉ?
Luchar por luchar.
¿PARA QUÉ?
Luchar.
¿PARA QUÉ?
Me estremecí, consciente de que ya no estaba cubierto por mi armadura. Alcé la mirada. Arjavh estaba en pie junto a mí.
—No me explico por qué me odió de esa forma entonces —murmuraba el príncipe para sí. Entonces advirtió que había recobrado la conciencia y su expresión se modificó. Me dedicó una breve sonrisa—. Eres un hombre de gran ferocidad, caballero Campeón.
Clavé mi mirada en sus ojos sombríos y lechosos.
—Mis guerreros... —murmuré—. ¿ Qué... ?
—Los que quedaban han huido. Hemos liberado a los pocos prisioneros que habíamos tomado y les hemos enviado tras sus camaradas. Eso fue lo pactado, según creo...
Pugné por incorporarme.
—Entonces, ¿vas a liberarme?
—Supongo que sí, aunque...
—¿Aunque?
—Serías un buen prisionero para utilizarte como rehén.
Comprendí a qué se refería y me relajé, tendiéndome de nuevo sobre el duro lecho. Me puse a meditar profundamente y rechacé la idea que me vino a la mente. Sin embargo, la idea se hacía cada vez más insistente en mi cabeza y por fin, casi contra mi voluntad, musité:
—Cámbiame por Ermizhad.
Sus fríos ojos expresaron sorpresa durante un instante.
—¿Es eso lo que me propones? Pero Ermizhad es un rehén muy valioso para la humanidad...
—¡Maldita sea, Arjavh, te digo que negocies un intercambio!
—Eres un humano muy extraño, amigo mío. Pero ya que cuento con tu permiso, eso haré. Te doy las gracias. Realmente, recuerdas bien el viejo código de guerra, ¿verdad? Creo que eres verdaderamente quien dices ser.
Cerré los ojos. Me dolía la cabeza.
Arjavh salió de la tienda y le oí dar instrucciones a un mensajero. Desde el interior de la tienda, grité:
—Aseguraos de que el pueblo se entere. El rey quizá no acceda al cambio, pero el pueblo forzará su voluntad. ¡Yo soy su héroe! Seguro que aceptarán intercambiarme por un Eldren, sea quien sea éste.
Arjavh aleccionó adecuadamente al mensajero y entró de nuevo en la tienda.
—Hay algo que me sorprende —dije al cabo de un rato de silencio. Arjavh estaba sentado en un taburete, en el extremo opuesto de la tienda—. Me sorprende que los Eldren no hayan conquistado a la humanidad hasta ahora. Con esos guerreros Halfling, yo diría que sois invencibles.
Sin embargo, Arjavh indicó lo contrario con un gesto de cabeza.
—Rara vez utilizamos a nuestros aliados —explicó—, pero en esta ocasión estaba desesperado. Estaba decidido a utilizar casi cualquier recurso para rescatar a mi hermana.
—Lo comprendo.
—No habríamos desembarcado jamás en esta tierra, de no ser por ella —continuó.
Lo dijo con tanta sencillez que le creí. Aunque ya anteriormente había tenido la íntima certeza de que así era. Respiré profundamente.
—Para mí, esto resulta muy difícil —declaré—. Me veo obligado a luchar así, sin una idea clara sobre la razón de la lucha, sin un conocimiento auténtico de este mundo, sin una perspectiva de quienes lo habitan. Los hechos más sencillos resultan ser mentiras, y las cosas más increíbles ser ciertas. ¿Qué son los Halflings, por ejemplo?
—Trasgos producto de la brujería —dijo él, con una nueva sonrisa.
—Eso es lo que me dijo el rey Rigenos. Pero eso no explica nada.
—¿Y si te dijera que son seres capaces de romper su estructura atómica a voluntad y volverla a juntar en otro lugar, instantáneamente? Seguro que tampoco entenderías esas palabras. Brujería, acabarías por decir.
Me sorprendió la naturaleza científica de la explicación.
—Con esas palabras te comprendería mejor —dije lentamente.
Arjavh enarcó sus inclinadas cejas.
—Realmente, eres un hombre diferente a los demás —murmuró—. Bien, los Halfling, como habrás visto, están emparentados con los Eldren. No todos los moradores de los Mundos Fantasmas son de nuestra especie, sino que los hay más directamente emparentados con los humanos, además de existir allí otras formas de vida más primitivas...
»Los Mundos Fantasmas son bastante sólidos, pero existen en una serie de dimensiones diferentes de la nuestra. En esos mundos, los Halflings no tienen poderes especiales, o no más nosotros en el nuestro, pero en éste sí. Desconocemos por qué, y ellos tampoco saben la razón. En la Tierra parece que tienen efecto en ellos unas leyes físicas distintas. Hace más de un millón de años descubrimos un medio de tender un puente dimensional entre la Tierra y esos otros mundos. Y encontramos a una raza semejante a la nuestra que, en ocasiones, acepta venir en nuestra ayuda si nuestra necesidad es especialmente grave. Y ésta es una de tales ocasiones. Sin embargo, a veces, los puentes dejan de existir cuando los Mundos Fantasmas cambian a otra fase de su extraña órbita, de modo que los Halflings que estén entonces en la Tierra no pueden regresar, y los Eldren que están en esos mundos se encuentran en igual situación. Por eso comprenderás que resulta peligroso permanecer mucho tiempo en el mundo que no corresponde a uno.
—¿Es posible que los Eldren vinieran en un principio de esos Mundos Fantasmas? —pregunté.
—Supongo que es posible —respondió—. Aunque no existen registros o datos al respecto...