El cielo sobre Darjeeling (14 page)

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Authors: Nicole C. Vosseler

Tags: #Romántico

—Kali, la diosa negra —oyó decir a Mohan detrás de ella.

—La que ha dado su nombre a este barco —añadió Helena en voz baja—, la diosa de la muerte y la destrucción.

—Para algunos es también la diosa de la venganza. Aparece para golpear a los enemigos de Shiva y se adorna con sus cráneos. Pero también es la diosa de la reencarnación, pues es poderosa asimismo en la lucha contra los demonios y, cuando los derrota, puede devolver a la vida a las personas que ellos han devorado.

Helena se volvió un tanto hacia su interlocutor.

—La venganza, ¿no es una rebelión contra el destino?

—No cuando la venganza es el karma, porque solo así puede ser restablecido el
dharma
. En el
Bhagavad Guita
, el «Canto de Señor», quizás el más importante de nuestros escritos sagrados, el guerrero Áryuna tiene un dilema moral antes de la gran batalla acerca de su oficio. Sin embargo, Krishna, disfrazado de conductor de su carro, lo convence en un largo diálogo entre ambos de que su misión es luchar en la batalla, no por la fama y el honor, sino porque así lo dicta su karma.

Se levantó y se acercó a Helena, le tocó levemente el brazo y le señaló el rincón opuesto del salón, donde había otra estatua en la penumbra. Se trataba también de una figura danzante: la de un hombre con cuatro brazos rodeado de una corona de llamas.

—Shiva, el esposo de Kali, el principio masculino. Kali es el lado oscuro de Shaktí, el poder femenino. Shiva significa «el bondadoso, el amable», y es, al igual que Kali, el dios de la destrucción y de la desintegración. Se le representa a menudo como un danzante que aplasta la creación bajo sus pies.

Helena lo miró sin entender.

—¿Cómo puede ser bondadoso entonces?

—Destruyendo lo viejo se puede crear algo nuevo, gracias al poder de Brahma, «el creador». Shiva es el dios más contradictorio, el dios de los contrarios, de la fecundidad y del ascetismo, pero gracias a su carácter contradictorio mantiene en movimiento la rueda del universo. Sin él habría un estancamiento perpetuo, una muerte eterna.

—¿Y adora usted a ese Dios? —Las palabras de Helena denotaban repugnancia e incomprensión.

Mohan sacudió la cabeza.

—No. Mi karma está en haber elegido al dios Visnú para mi
ishta
, mi ideal. Visnú es el protector, el guardián del
dharma
; cada vez que el mundo se sale de quicio, se precipita en su auxilio. Adopta figura humana y se presenta para auxiliarnos, mostrándonos nuevos caminos y cómo podemos mejorar en ellos. Su octava aparición en el mundo fue la encarnación del dios Krishna, héroe de muchos cantares y leyendas. Y Krishna, en una de las leyendas, tiene el sobrenombre de Mohan. —Le sonrió con un gesto de complicidad—. Así se cierra el círculo. A mí me llamaron por su nombre y yo lo he elegido para dedicarle mi vida.

—Desearía saber cuál es mi karma —murmuró Helena sin querer, olvidándose casi de la presencia de Mohan.

—Que esté usted aquí, eso es karma —respondió él en voz baja—. Era inevitable, tenía que ser así, y tiene un sentido.

—Pero ¿cuál? —inquirió con desespero Helena, que luchaba contra las lágrimas, que la acosaban de nuevo—. ¡Me parece tan absurdo todo, tan carente de sentido!

Mohan la miró compasivo.

—Usted ha combatido contra el karma como una leona y al parecer ha perdido. Pero yo sé que está aquí por un motivo. Ninguna existencia, ninguna vida carece de sentido. Quien ha entendido cómo están relacionadas todas las cosas de este mundo ya no vierte una lágrima más. Para quien contempla el mundo con el entendimiento preciso, no existe pena ninguna. Así está escrito.

—¿Lo ha combatido usted?

Mohan Tajid se echó a reír con una risa suave, profunda, simpática.

—¡Oh, claro que sí, he querido hacerlo demasiadas veces incluso! Pero ¿de qué habría servido? El karma es el karma. Luchar contra él solo me habría acarreado sufrimiento, tanto en esta vida como en la próxima.

Helena luchaba consigo misma. Darse por vencida en su situación le parecía una humillación infinita y todo su orgullo se rebelaba. Y sin embargo, percibía con claridad que era lo único que podía hacer. No podía cambiar nada, estaba casada e iba camino de un país desconocido, un lugar extraño que sería su hogar el resto de su vida y, lo que era aún peor, al lado de un desconocido de quien apenas sabía nada.

Mohan debió de sentir lo que estaba sucediendo en su interior porque la agarró con tiento del brazo.

—No está usted sola. Puedo ayudarla si usted quiere.

Helena tragó saliva a duras penas. Por fin alzó la vista hacia Mohan, y la calidez y el afecto que vio en sus ojos le dieron más bien una sensación de seguridad.

Acabó asintiendo con la cabeza.

Aprendió muchas cosas de Mohan Tajid, no solo a expresarse con verdadera fluidez en hindi, al menos sobre las cosas más sencillas de la vida, sino también acerca del multiforme mundo de los dioses hindúes, cuyas cualidades y cuyo simbolismo determinaban la forma de vestir, los usos y las numerosas fiestas del año lunar de trece meses; aprendió acerca de la historia variada del país y de sus territorios: las luchas entre los soberanos mogoles y los marajás; la conquista de la costa por los portugueses y franceses en el siglo
XVII
y luego por los británicos en el siglo
XVIII
, que se apoderaron prácticamente de todo el subcontinente desde Bengala. A menudo, relataba por las noches a Helena y a Jason, que lo escuchaba boquiabierto, los antiguos cantares y leyendas: la de Rama y su esposa, la hermosa Sita, raptada por Rávana, rey de los demonios, a la que pudo liberar con ayuda de Hánuman, el dios mono; la de la victoria del antiguo héroe Indra sobre Vritrá, el demonio gigantesco que había subyugado el mundo con el caos, la ignorancia y la oscuridad; la de la astucia del dios Ganeshaa, con cabeza de elefante, quien, corpulento como era, se enfrentó en una carrera alrededor del mundo a Karttikeya, su veloz hermano. Mientras Karttikeya salía como una flecha montado sobre su pavo real, Ganeshaa se limitó a dar una vuelta en torno a sus padres, Shiva y Parvati, y se declaró ganador, ya que sus padres representaban todo el universo. También les habló de Shiva y de Parvati, de Krishna y del guerrero Áryuna. Para Helena, que había recibido escasa instrucción en la fe cristiana, esas historias se asemejaban a los mitos griegos con los que había crecido, de ahí que no le resultaran extrañas. En ocasiones, las tardes que pasaba junto a Mohan, con Jason pegado a ella, se confundían con los atardeceres sureños de su niñez, cuando su padre le contaba con voz sosegada los antiguos relatos en la parte trasera de la casa, cuyos muros irradiaban todavía el calor del día. Olía a tomillo y adelfas, y el eterno canto de los grillos se oía en oleadas crecientes y decrecientes. Curiosamente, eso iba aliviando su dolor, dándole consuelo y cura.

Aunque ya estaban aproximadamente a mediados de diciembre, las noches se habían vuelto sensiblemente más cálidas. Se había hecho el silencio entre Mohan Tajid y Helena, sentados en un rincón de cubierta, a resguardo del intenso viento que azotaba el barco. Con calma se deslizaba el
Kalika
por el mar de aguas oscuras; solo el silbido de las olas rompiendo en la proa delataba la velocidad a la que los llevaba a su destino. Los quinqués de cristal daban una luz tenue rodeada de negra noche sembrada de innumerables estrellas, muy nítidas y que parecían estar al alcance de la mano.

Helena bebía a sorbos de su taza. Intensificaba el sabor del té de frutas dulces, maduras, una rodaja de naranja en el fondo de la finísima porcelana. Aunque a aquella luz crepuscular todos los colores habían palidecido, convertidos en grises, plateados y dorados, sabía que el té tenía a plena luz del día un color cobrizo contra la pared interior de la taza, muy distinto del brebaje marrón apagado que había bebido siempre en World’s End.

—¿Le gusta el sabor?

Helena asintió con la cabeza.

—Mucho.

—Es del segundo brote, de la segunda cosecha, entre junio y agosto, que ha crecido con el sol y el monzón de verano. —La miró expectante y añadió a continuación—: Procede de Shikhara.

Shikhara... Había algo en ese nombre, en la manera en que lo había pronunciado... Resonó en su interior una y otra vez... Shikhara.

—La plantación de té de Ian, al noreste de Darjeeling —añadió el hombre como aclaración.

—¿Qué significa Shikhara? —Helena había aprendido que el hindustaní, al igual que el sánscrito, la lengua milenaria de la antigua y sagrada India, era un idioma cuyas palabras tenían con frecuencia un doble significado y cuyos fonemas constituían imágenes y símbolos.

—Ese nombre no se puede traducir con precisión. En hindi,
shikar
y
shikari
significan «caza» y «cazador». En el Himalaya, los templos de piedra que se encuentran en los solitarios valles poseen una forma muy peculiar, como la cima de una montaña, y ese estilo de construcción se llama también
shikhara
. «Cumbre», «templo», «caza», «cazador», todas esas acepciones tiene el significado de ese nombre.

Templo, ¿de qué? Caza, ¿de qué? Se le pasaron por la cabeza innumerables preguntas, pero no las formuló en voz alta; lo que preguntó fue:

—¿Cómo es ese lugar?

—Ah. —Una amplia sonrisa se dibujó en el oscuro semblante de Mohan y su dentadura blanca destacó en aquella penumbra—. Shikhara es lo más que puede asemejarse un lugar terrenal al paraíso. Al norte se extienden las cumbres y crestas cubiertas de nieve del Himalaya, a cuyos pies ondulan las verdes colinas boscosas y cubiertas de matas de té. El aire allá arriba es muy limpio y fresco, huele a vegetación y a las flores de los árboles y del té. Reina una paz increíble, como si el lugar estuviera bendecido por los dioses, de quienes tan cerca estamos los hindúes en el Himalaya. La casa, del estilo tradicional de las montañas, también tiene elementos ingleses: maderas nobles y tapices, artesanía... Ya conoce usted el buen gusto de Ian.

—Sí.

La sensación de nostalgia inconcreta por ese lugar, originada ya en la misma sonoridad del nombre, y que se hizo más profunda gracias a la breve descripción de Mohan, se transformó de pronto en el vago sentimiento de culpabilidad que la había embargado durante los días pasados. En las primeras jornadas a bordo, cuando Jason se hubo recuperado de sus mareos, había considerado absolutamente normal todo el lujo que la rodeaba. Debía ocuparse únicamente de comer, dormir y disfrutar del sol y del aire fresco en cubierta. Solo de manera paulatina se fue dando cuenta del número de criados que se ocupaban de su bienestar, sin contar los hombres que bregaban bajo cubierta, en la sala de calderas, en la cocina y en la cámara frigorífica y en todas aquellas zonas que pudieran estar ocultas en la panza del navío. El lujoso equipamiento del barco con maderas nobles, seda y terciopelo; el permanente aroma a sándalo y palo de rosa; las fundas bordadas de la litera en la que dormía noche tras noche; los caros vestidos, como el de ligera muselina blanca que llevaba aquella noche... Cada día disfrutaba de comidas de varios platos: ya por la mañana un desayuno opíparo; en el almuerzo y la cena cremas, pescado al vapor, volovanes, pollo, verdura de varios tipos, asado de cordero y, de postre, queso; mantecados o pasteles, sándwiches de pepino, fruta y pastitas para el té... Helena tenía solo una vaga idea de lo que podía costar todo aquello, pero suponía que debía ser un dineral, más de lo que ella había poseído en su vida.

—Tiene muchísimo dinero, ¿verdad?

Mohan asintió con la cabeza.

—Muchísimo. Pero ahora usted también. Lo que le pertenece a él, le pertenece también a usted.

Helena abrió desmesuradamente los ojos, asustada, y sacudió la cabeza en señal de rechazo.

—¡Pero yo no lo quiero!

Mohan Tajid se rio.

—Pero es así, tanto ante la ley como a los ojos de Ian. Cualesquiera que sean sus deseos, yo sé que Ian se los concedería y los pondría a sus pies. Ya lo está haciendo ahora.

Helena se sintió de pronto miserable sin que pudiera decir por qué con exactitud.

—¿Por qué yo? —La pregunta reflejó esa queja colérica que llevaba semanas ardiéndole en el alma.

Mohan permaneció en silencio unos instantes.

—No lo sé —respondió finalmente—. Solo puedo suponer que la quería tener a usted a toda costa, sin reparar en las consecuencias, y pienso que todavía no sabe qué hacer ahora con usted.

«
Shikari
el cazador...» A Helena se le agolpó la sangre caliente en el rostro cuando pensó en aquella noche en Londres, cuando él estuvo tan cerca de ella, en el calor que recorrió su cuerpo de tal modo que creyó derretirse, y rezó para que Mohan no lo notara a la temblorosa luz de los quinqués.

Resultó evidente que este había malinterpretado su silencio temeroso, la rapidez con la que había apartado la mirada, porque bajó la voz cuando dijo en tono conmovedor:

—No piense usted mal de él. Lo que hace no lo hace de mala fe. Nació bajo el signo de acuario, pero tiene mucho de escorpión y, como un escorpión, solo pica cuando se le hiere; eso sí, entonces su respuesta es mortal. Y no olvida nunca.

Helena sintió frío de pronto. Presintió que, llevada por su cólera irreprimible, le había arrojado algo a la mente aquella tarde, antes del baile, que lo había herido profundamente. ¡Ojalá pudiera acordarse de lo que había sido! Ian le parecía más imprevisible que nunca, y se planteaba su vida futura con él como un problema difícil, casi irresoluble, para cuya solución apenas le servía de ayuda su entendimiento. Un movimiento en falso podía ser para ella en una amenaza.

Una carcajada ruidosa la sacó de sus pensamientos. Jason corría por cubierta con gran alboroto y la llamó desde lejos antes de precipitarse sobre ella y rodearla con los brazos.

—Nela, figúrate, he estado abajo en la sala de calderas y en la cámara frigorífica. ¡He podido mirar las máquinas detenidamente! ¡Los hombres tienen la cara completamente negra de hollín, e Ian me ha enseñado cómo los émbolos mueven el barco con la presión del vapor! —Lleno de entusiasmo, miraba radiante a Ian, que venía detrás de él.

Helena contempló por un instante la escena que se estaba desarrollando en cubierta como si ella fuera una espectadora ajena. «Una familia», fue la idea que se le pasó por la cabeza. Y vio lo que todos esos años había sido más bien un presentimiento con una claridad meridiana: ella había sido para Jason más una madre que una hermana mayor, había intentado reemplazar a Celia desde aquel día en que, siendo todavía muy niña, había regresado a casa para despedirse de su madre, que yacía en su lecho de muerte, con el color de la cera, rígida y fría, y luego, absorta y con profundo respeto, se había acercado a la cuna del diminuto y frágil bebé. Miró a Ian a la cara y supo que en ese momento estaba sintiendo lo mismo que ella. Lo detectó en su manera de comportarse, en algo suave y vulnerable que irradiaba su persona. «Una familia, la familia a la que ambos tuvimos que renunciar a edad tan temprana...» Por unos instantes Ian pareció indeciso sobre si acercarse o no, se movió con inseguridad antes de volverse abruptamente y desaparecer en la oscuridad.

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