Había una puerta en la otra punta de la habitación, ligeramente entreabierta con algo brillante al otro lado. «Un espejo más grande —esperó Margot—, de cuerpo entero y bien iluminado.» Abrió la puerta, encendió las luces y encontró un pequeño baño privado, con una puerta que conducía a otra habitación. Margot entró en el baño y asomó la cabeza en la habitación contigua. El estudio privado del rabino. «Y esto debe de ser su cuarto de baño privado —pensó Margot—. Bueno, semiprivado, porque obviamente lo comparte con las novias durante sus bodas.»
Claramente, las novias controlaban el decorado, pues la minúscula habitación estaba empapelada de rosa, y una de las pareces estaba cubierta desde el suelo hasta el techo por un espejo. Margot se quedó ahí de pie observándose. Se encontró fabulosa y joven. Aun así, se sentía insegura. En los últimos tiempos, la hipermetropía de Margot había ido aumentando, y no se había traído sus gafas. Dio un paso atrás para enfocar mejor. Luego otro más, y el váter quedó bajo sus rodillas. Se subió en él para ver mejor el efecto y analizar su belleza en busca de signos de deterioro.
«El cuerpo está perfecto —sentenció Margot—. La cara, sin arrugas, después de un lifting excelente.» Su cirujano plástico le había recomendado que ganara algún kilo, que a los cincuenta tenía que elegir entre un trasero minúsculo o una cara con aspecto lozano y juvenil. Su dermatólogo le sugirió lo mismo, y le dijo que las cremas que le podía recomendar o recetar tenían que ir acompañadas de una aumentación más sana, y no sólo más cuantiosa. Pero tras tantos años de dieta, Margot se cansó de comer. Cuando su médico de cabecera le dio la charla sobre huesos quebradizos y la probabilidad de llegar a ser una adinerada anciana chepuda, Margot se las arregló para añadir uno o dos kilos extra a su silueta. El efecto en su cara había sido maravilloso.
«Entonces, ¿cuál es el misterio de ser joven? —preguntó Margot al espejo—. ¿Por qué Trevor iba a querer a Lux pudiendo tenerme a mí? La diferencia física es de milímetros —se dijo Margot mientras imaginaba los brazos delgados de la novia saliendo de los tirantes de espagueti—. La piel de esos brazos tenía un ápice más de grasa y menos de músculo. Las pecas de la novia son unos milímetros más pequeñas que las mías y unos tonos más marrones. Vale, ella tiene pecas de niña y a mí se me están empezando a extender las manchas propias de la edad. Su pelo es más largo (nada del otro mundo) y brillante.» Margot ocultaba bien el gris de su pelo, pero no podía hacer nada para evitar la textura gruesa y áspera que había sustituido la lustrosa melena que tuvo en su día. Pero eso era sólo pelo. Todo lo demás estaba completamente camuflado. Y la novia de veintitrés años tenía un poco de tripa, mientras que Margot tenía la tripa lisa como la lycra.
De pronto Margot se quitó el vestido de tubo turquesa cortado al bies y lo tiró al suelo del baño. Se quedó de pie sobre el inodoro del rabino con su faja de dominatrix modificada y empezó a moverse un poco. De repente se sintió gorda y una farsante. Si encontrara un amante esa noche, tendrían que ir en taxis separados, para que no la viera tumbada en el asiento trasero como un pez muerto porque no podía encorvarse lo suficiente como para sentarse. Y él tendría que darle como mínimo media hora de ventaja para que pudiera quitarse la faja antes de que él llegara. Eso o bien incorporarla al juego sexual.
Margot empezó a contonearse y retorcerse y a quitarse la faja del pecho. La teta derecha asomó como un trozo redondo de espuma de poliestireno rebotando en la superficie de un lago. Luchando para liberar la mama izquierda, empezó a resbalarse, pues los tacones de sus zapatos eran incapaces de mantenerla en equilibrio sobre la curva de la tapa del inodoro. Cuando sus piernas salieron disparadas, asomó el pecho izquierdo, con marcas rojas por la presión de la lycra. Margot soltó un grito cuando la rabadilla, sin grasa que la protegiera, se golpeó con fuerza contra el asiento.
—¿Te encuentras bien? —gritó la voz alegre de una chica desde la habitación de la novia.
—¡Sí, bien! —respondió Margot cerrando ambas puertas de la habitación. De todos modos, sentarse era lo mejor. Podía deslizar su cuerpo y quitarse el resto de su esclavitud. El talle se desenrolló fácilmente, y, aunque el trasero requirió meneos más contundentes, fueron los pies de Margot los que más se aferraron a la faja. Finalmente salió, vuelta del revés y arrastrando consigo ambos zapatos.
Respirando y sentándose con holgura por primera vez en toda la noche, Margot sonrió. Recogió su vestido del suelo y se lo metió por la cabeza, satisfecha al contemplar lo alborotado que le había quedado el pelo. Déjalo moverse con libertad. Margot se pintó de nuevo los labios y se puso los zapatos. Estaba lista para salir de allí, sentarse y pasárselo bien. Retrocedió para ver el erecto general de su transformación y empezó a llorar.
Sexo telefónico
—Bueno, ¿qué llevas puesto?—pregunta David.
—Nada —dice Grace, aunque lleva vaqueros y camiseta.
En el sofá, Grace toca la parte delantera de sus vaqueros.
—¿Y bien?¿Qué me estás haciendo ahora?—quiere saber.
—Estoy acercando tu cuerpo al mío, y estoy recorriendo con la mano la parte interior de tus muslos. ¿Te gusta? —pregunta.
—Me encanta. Háblame de mis pechos —dice Grace.
—Creía que el grupo había decidido abandonar la literatura erótica y que estabas escribiendo sobre tecnología —interrumpió Aimee.
—Va de tecnología —respondió Brooke, alzando la vista de su manuscrito.
—¿Cómo que va de tecnología?
—Están practicando sexo por teléfono.
—Ah, ya lo cojo. No lo había pillado, Brooke. Tienes que ser más clara en el primer párrafo o yo me pierdo —dijo Margot.
—¿Te pierdes? ¿En serio? ¿Dónde?
—Bueno, me pregunto por qué no la toca —dijo Margot.
—¿No ha quedado eso claro? —preguntó Brooke.
—No para mí. Aimee, ¿habías pillado que era sexo telefónico?
—No. Al principio no —reconoció Aimee, aunque no era ahí donde quería llegar.
—Quiero decir —continuó Margot—, creí que podía haber algo, alguna barrera entre ellos, porque él se estaba tocando el pene y ella estaba mirando por la ventana.
—De hecho —dijo Aimee—, me ha gustado esa parte.
—Él se está agarrando el pene y ella está mirando por la ventana, ¿es que no está cantado que es sexo telefónico? —preguntó Brooke.
—No. Para mí no —dijo Margot.
—Pensé que cuando él decía «¿qué llevas puesto? era una frase típica de sexo telefónico y se sobrentendía la situación —dijo Brooke.
—Ah, sí, es una frase de sexo telefónico —dijo Margot, pensando en ello—. Pero ya ves, a Aimee y a mí se nos escapó, así que quizá eso no sea pista suficiente. Creo que disfrutaríamos más toda la obra si lo del sexo telefónico estuviera claro desde el principio. Aunque me gusta la idea del deseo ardiente en lucha con las limitaciones físicas y que aun así consigan correrse con lo que tienen a mano, y no lo digo con segundas.
—Supongo que podría pillarlo.
—Creo que deberías.
—¿En serio puede uno correrse por teléfono? —dijo Aimee, preguntándose si había alguna posibilidad de abstraerse de su barriga y de los kilómetros que la separaban de Tokio. El sexo los había mantenido unidos en la pobreza; quizá su magia podría surtir efecto contra su repentina prosperidad.
—Sí. No digo que sea el mejor. Yo le propuse sexo telefónico a ese chico que tenía en París y me respondió «
ma sex n'est pas si long
», o, traducido a grandes rasgos, «mi pene no es lo bastante largo», ya sabes, como para cruzar el Atlántico. Estuvo curioso en su momento. ¿Por qué se ha quedado todo el mundo tan callado?
Lux no se paró en la puerta pidiendo disculpas ni esperó a que la invitasen a entrar. Abrió la puerta de la sala de reunión, entró y se sentó.
—Lo siento, llego tarde.
No habían hablado con Lux desde el incidente del tirón de pelos. Alegó estar enferma el martes anterior (y de hecho más adelante se la había visto con muy mala cara y cansada). No llegó a aparecer en la boda, según declaró Brooke, que había estado bebiendo y bailando todo el tiempo que la sinagoga permitió. Aimee se cansó y se largó alrededor de las 11 de la noche. Margot desapareció antes de la cena.
Lux se sentó en la mesa de reuniones y sacó su cuaderno y un lápiz.
—Me alegro de verte —dijo Brooke.
Aimee miró a Brooke. Aimee había dicho que no quería que Lux siguiera en el grupo de escritoras. Pensaba que era demasiado peligroso. Lux era demasiado peligrosa. Lux no sabía cómo comportarse. Así que decidieron dejar de invitarla. Ellas seguirían quedando, pero sin decirle a Lux cuándo ni dónde. Y aun así, ahí estaba Lux ocupando su sitio presidiendo la mesa. A Brooke se la veía encantada.
—Mmm —dijo Lux—, gracias. Yo... eh... no he tenido ocasión de escribir nada porque he estado liada con un asunto y Brooke dijo que habíais pasado a escribir de tecnología, así que voy a tener que pensar sobre eso un rato, pero yo... pues eso, que voy a escuchar, si os parece bien.
—¿Por qué no viniste a la boda? —preguntó Brooke a Lux.
—¿Qué boda? —respondió Lux, mirándolas sin comprender.
—El sábado por la noche. La boda de Teddy —insistió Brooke.
—No conozco a ningún Teddy.
—El hijo de Trevor, Teddy —dijo Margot hablando un poco más fuerte de lo normal, como si Lux tuviera que conocerlo. Y un segundo después Lux comprendió. Trevor tenía un hijo llamado Teddy y Teddy se había casado el fin de semana y todas las allí presentes, menos ella, habían sido invitadas.
—Ah sí, Teddy —dijo Lux con una compostura inusual—. ¿Por qué iban a invitarme a la boda de Teddy?
«Bueno, te estás tirando a su padre, ¿no?», fue el pensamiento que Margot no expresó al grupo.
—No te sientas mal —dijo Aimee.
—¿Por qué iba a sentirme mal?
—Quiero decir, que así es como funciona.
Aimee siguió hablando aunque no tenía nada que añadir.
—¿Que así es como funciona el qué?
—Así es como son los hombres —dijo Aimee llanamente, aunque sus palabras estaban cargadas de contenido.
Lux se preguntó si Aimee estaba utilizando eso llamado «ironía» sobre la que había estado leyendo. La ironía era engañosa, y Lux estaba esforzándose por entenderla.
—Vale, ¿entonces a quién le toca hoy? —dijo Lux, también con llaneza, pero carente de ironía. Simplemente quería ponerse al día.
—Brooke —le informó Margot—. Algo sobre Grace y David, que van a tener sexo.
—Creí que habíamos pasado a la tecnología —dijo Lux.
—Sexo telefónico —respondieron al unísono Margot y Brooke.
—Bueno, es que no estoy demasiado preparada para dejar el tema anterior —dijo Brooke a la defensiva.
—Por mí está bien —dijo Lux.
—Apenas eres humana.
Aimee lo había soltado y, aunque sonó incongruente para las otras, traducía a la perfección la línea de sus pensamientos, que iban desde a) no pertenece a este grupo, hasta b) no me ha pedido perdón por lo que me hizo ni una mísera vez, o c) Trevor se la está tirando pero no la invitó a la boda de su hijo y no le importa lo más mínimo.
Lux suspiró. Miró por la ventana y se preguntó si el grupo de escritoras, que había parecido tan prometedor, iba a desmoronarse o a convertirse en una estúpida pérdida de tiempo, como todo lo demás. El comentario lleno de furia de Aimee rebotó contra Lux porque ésta dio por hecho que era un ser humano. Al momento comprendió que Aimee la odiaba (pero a quién le importa), que quería que abandonara la sala (lo cual haría cuando le pareciera oportuno) y que no había peligro de violencia física. Para Lux, eso quería decir que podía hacer lo que le viniera en gana. Así que se sentó en su silla y miró inquisitiva a Aimee, esperando que dijera algo interesante, algo que tuviera sentido.
—¡Eres idiota! —empezó Aimee—. ¿Cómo puedes dejar que te use así? ¿Cómo puedes tener tan poco respeto por ti misma, por tu cuerpo? Te está usando como objeto sexual.
—¿Tú crees? —dijo Lux riendo.
Por supuesto que Trevor sólo la quería por el sexo. Todos los hombres que había conocido la querían por el sexo. ¿Qué se creía Aimee que hacían juntos ella y Trevor? ¿Limpiar ventanas? Y de repente se le encendió la luz, pero en otro tema distinto. ¿Era eso lo que se entendía por ironía?
—No, creo que te quiere —respondió Aimee, utilizando la ironía de forma demasiado sutil como para que Lux la entendiera—. Sí. Creo que está tan solo desde su divorcio que todo lo que quiere es casarse de nuevo, y tú eres la mujer perfecta número dos porque eres muy joven y hermosa y estás llena de vida. Tú puedes darle la segunda familia que ha estado anhelando, ahora que sus hijos han crecido y han volado del nido. Te quiere porque eres muy especial, Lux, y todo lo que desea es hacerte suya.
Lux sintió un escalofrío sólo de pensarlo. Pertenecer a alguien era esclavitud hasta donde Lux sabía, y ella hacía todo lo posible por pertenecerse a sí misma. Justo la mañana anterior Trevor la había acribillado a preguntas sobre dónde había estado todo el fin de semana; quería ir a ayudarla, a cuidar de su amiga ficticiamente enferma. Quería saber por qué estaba tan cansada cuando fue a verlo el domingo por la noche, con quién había estado, qué había hecho.
—Aimee —dijo Brooke, llamando la atención a su vieja amiga para que no fuera demasiado dura con Lux.
—Sí, ya basta. Dejémoslo ya. Quizá nos reunamos de nuevo la semana que viene —dijo Margot.
—Lo siento —reflexionó Aimee—. Tan sólo estoy siendo honesta, para que la pobre chica no pierda el tiempo.
Margot, planeando una salida rápida, recogió sus cosas. No quería mirar a nadie, así que mantuvo los ojos fijos en la mesa, recorriendo el cuaderno abierto de Lux. En él vio una lista de palabras escritas con la letra enrevesada e infantil de Lux:
Luís XIV: algún rey francés
fua:¿algún tipo de comida?, ¿o bebida?
Despreocuparse: no importar una mierda
Sostén: palabra culta para sujetador.
Laszibo (¿seocy?, ¿guarro?)
«¡Aja! —pensó Margot—, nos está utilizando para ampliar vocabulario. Nunca encontrará los significados de esas palabras hasta que no aprenda a deletrearlas. Alguien debería ayudarla con la ortografía.»
Aimee siguió a Margot en su salida, dejando a Brooke y a Lux solas en la sala de reuniones. Brooke sonrió a Lux.