—Lo siento —dijo Brooke—. Lo superará. Hablaré con ella.
—Olvídalo. No es importante.
—Sí lo es.
—¿Qué? ¿Que no le caiga bien a una chica? Yo voy a mi rollo.
Brooke miró a Lux y decidió hacer lo posible para ser su amiga. No porque pensara que podía ayudarla, sino porque Lux era condenadamente interesante. Como Brooke visualizaba el mundo en forma de gráficos que podían plasmarse en cuadros, imaginó el cuerpo desnudo de Lux en la esquina inferior derecha de un gran lienzo, su piel brillante en contraste con los largos jirones rojos de historias que fluían libres y exuberantes en su cabeza, pasando a formar parte del cuadro, desde el sofá rojo en el que ella estaba reclinada hasta las rosas de un vaso de cristal que había sobre una mesa.
—Tú... eh... —empezó Lux—, ¿quieres leerme lo tuyo?
—Nah —Brooke suspiró—. Ya no hay ganas.
—No.
—Siento lo de Aimee —dijo Brooke.
—Ya, da igual. Le he jodido el club, su fiesta privada de arte, y está cabreada. Es lo mismo, yo necesitaba oír las palabras.
—¿Nuestras palabras?
—Las historias.
—¿Por qué no te lees un libro? —preguntó Brooke.
—Porque en los libros no hay errores. Están demasiado limpios; pero cuando, vamos, cuando, ya sabes, estás leyendo y es algo que acabas de escribir y estás entusiasmada, y lo lees en voz alta quizá por primera vez y las partes buenas son realmente buenas y... digamos que llegas como a una parte aburrida, algo que tú no sabías que iba a ser aburrido, y según vas leyendo ves que no queda bien, sabemos que la cosa no marcha y te sientes como avergonzada porque está ocurriendo ahora mismo y estamos escuchando y... uff, es como que todo el dramatismo está en la habitación, y que...
Lux dejó de hablar para poder pensar un momento.
—Necesito ese dramatismo —continuó—. Me gusta. Necesito ese tipo de relaciones y contactos personales para vivir. Y me da lo mismo si a vosotras no os gusto. Tampoco es que vayáis a romperme los dedos ni nada.
Brooke rió ante la absurda idea de romperle los dedos a Lux.
—No —le dio la razón Brooke—, tus dedos están a salvo con nosotras.
—Sí. Bueno. Gracias. Me piro. Si el club se junta la semana que viene, aquí estaré, y a Aimee que le den por culo. Lo último lo digo metafórico, no literal.
—Metafóricamente. Literalmente. Son adverbios, no adjetivos. Describen cómo pretendes, o más bien cómo no pretendes, que le den por culo a Aimee. Respectivamente.
Lux abrió su cuaderno y añadió un nuevo concepto sobre adverbios a su lista de descubrimientos que no entendía del todo y que tendría que analizar con más detenimiento. También añadió la palabra «respectivamente».
—Gracias —dijo, cerrando de golpe su cuaderno.
Brooke recogió sus cosas y quiso preguntarle a Lux si querría hacer de modelo para ella. Eso supondría viajar y sacrificar algunas noches y fines de semana para posar en su estudio. Brooke decidió entrar en materia con algo agradable que le hiciera a Lux sentirse bien antes de invitarla a ir al estudio.
—Mira Lux, no te preocupes —dijo con seriedad—. Eres una chica especial. Estoy segura de que Trevor te adora y te quiere para él solo.
—¿Tú crees? —preguntó Lux, y la ironía dejó paso al temor.
Brooke estaba intentando ser amable, por eso dijo cálidamente:
—Desde luego, cariño, estoy totalmente segura.
Las dos mujeres recogieron sus cosas y se dirigieron juntas a la puerta. Al tirar del picaporte, Lux abrió la puerta con demasiada fuerza y ésta chocó contra la pared, dejando un profundo boquete en el muro del tamaño del pomo de la puerta.
La fiesta
—Fue tan sumamente dulce —dijo Aimee a Brooke mientras salía con torpeza de su piso y entraba en el cálido día de verano.
—Cariño, no pienses más en eso —dijo Brooke, pero Aimee no podía evitar que su mente rememorara aquel momento una y otra vez.
Cuando salieron a la calle, Brooke se puso las gafas de sol para protegerse del intenso sol, brillante y dorado. Aimee revolvió su bolso en busca de unas gafas que ocultaran la humedad de sus ojos. Mientras caminaban, Aimee repitió la historia.
—Quiero decir que en realidad se desmayó —dijo Aimee—. No en ese mismo instante, pero sí después en la sala de espera, y prácticamente a mis pies. Dijo que fue porque vio la aguja tan cerca del bebé en la pantalla del monitor que le entró el pánico. A pesar de que su mujer y los niños estaban completamente a salvo.
—Algunos maridos son así, no sé, Aimee. Cada marido es distinto. Probablemente el marido de esa mujer se desmaya cada dos por tres.
—Sí, pero no todos los maridos cogen el teléfono en mitad de una amniocentesis —dijo Aimee mientras se apartaba las gafas y se sonaba la nariz.
—¡Él no llamó! —dijo Brooke parándose en mitad de la acera para mirar a su amiga.
—Cuando la aguja estaba entrando —admitió Aimee.
—¿Qué hiciste?
—Pues empecé a llorar. ¡Y él me preguntó si me había causado dolor la aguja! ¿Te lo puedes creer?
—¿Lo hizo?
—¿El qué?
—Hacerte daño.
—Bueno, un poco. Es que era una aguja enorme y gruesa. Pero no lo bastante como para hacer llorar.
—¿Entonces qué hiciste?
—Le dije que apagara el maldito teléfono.
—¿Lo hizo?
—Sí. «Me tengo que ir, Sheila-darling —me dijo—. Te llamaré más tarde.»
—¿Quién es Sheila-darling? —preguntó Brooke con suspicacia.
—Su agente. Es una lesbiana alta y mayor. Tiene un corte de pelo moderno de color gris acero. Lleva gafas con montura de concha. Habla a ladridos. Da igual quien sea.
—Lo siento muchísimo, Aimee.
—He llamado a un abogado de divorcios —declaró Aimee.
—¿Puedes divorciarte de un hombre porque hable mucho por el móvil? —preguntó Brooke. Y luego—: ¿y qué dijo?
—Me dio una idea de lo que puedo exigir en términos de manutención del niño y pensión alimenticia.
—No, me refiero a tu marido —dijo Brooke.
—Mi marido cogió anoche un avión a Ecuador para fotografiar a chicas en bikini. Desde allí viajará a Bucarest para hacer el anuncio de un coche y luego regresará a Tokio para fotografiar a más grupos de rock.
—¿Le dijiste que querías el divorcio? —preguntó Brooke.
Brooke se detuvo ante el pequeño y encantador café italiano situado en Cherry Lane. Abrió la puerta y condujo a Aimee hacia el interior.
—Vamos, la fiesta está al fondo —dijo Brooke.
—Le dije que me lo estaba planteando. Que ya había tenido suficiente y que él tenía que estar aquí conmigo durante el embarazo —dijo Aimee conforme avanzaba hacia el fondo de la cafetería, buscando con la mirada serpentinas de tonos pastel y cigüeñas de papel—. Así que me mandó un cheque por valor de 26.000 dólares.
—Eso es mucho dinero —dijo Brooke.
—Es el sueldo del último mes de trabajo en Tokio. Me echó un discurso sobre lo caro que es educar a un niño. Dice que está a un paso de ser famoso y que por eso tiene que ser constante en su trabajo. Me alegra que le vaya bien. Quiero decir que 26.000 dólares es mucho dinero para un mes. De todas formas, la prueba duró veinte minutos. Podía haber apagado su puto teléfono.
Aimee se detuvo cuando vio a Margot saludándola con la mano desde una mesa reservada al fondo del restaurante. La reserva era para tres. No había serpentinas de tonos pastel ni figuras de papel en la mesa. No es que Aimee quisiera serpentinas y adornos, tan sólo esperaba algo más que una reserva para tres en el fondo de un restaurante.
—¿Es esto? —le dijo a Brooke, intentando parecer contenta con la reducida asistencia a su
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—Aja —musitó Brooke, y acto seguido se sentó.
—Ya hemos pedido por ti —dijo Margot—. Todas vamos a comer pasta.
Aimee siguió ahí de pie, preguntándose dónde estaba su madre. Su madre le daba cariño y apoyo constantes. Una vez condujo desde el norte de Nueva Jersey hasta la parte baja de Manhattan en mitad de la noche porque a Aimee le habían robado el bolso, con las llaves de casa y la dirección en su interior, y le daba miedo quedarse sola en el piso. Con certeza aparecería en la fiesta de su hija. ¿Se había olvidado Brooke de invitarla? ¿Dónde estaba la madre de Brooke? ¿Dónde estaban los amigos de la facultad que había dado por sentado que vendrían en avión desde el centro de Estados Unidos? ¿Ésta era su fiesta? ¿Dónde estaba la celebración?
—Ven a sentarte —dijo Brooke, y finalmente Aimee ocupó un asiento frente a Margot.
—Mi madre me dijo que vendría —murmuró Aimee mientras recorría con la mirada el restaurante, en busca de algún rostro familiar.
—Está en un atasco —dijo Margot pasándole un trozo de papel por encima de la mesa.
—Éste es mi regalo —dijo Margot.
Aimee desdobló el fino trozo de papel satinado que revelaba el anuncio de un monitor electrónico para bebés sacado de una revista.
—Lo mejor de lo mejor —le aseguró Margot—. Te lo he enviado a tu apartamento. Menos peso.
—Gracias —dijo Aimee.
Había dado por hecho cuando Brooke dijo
baby shower
que ese día sería el centro de atención, y se dedicaría a abrir muchos regalos envueltos en bonitos papeles. Le habría gustado sentirse sobrecogida por la generosidad y el cuidado que hubieran puesto sus amigas en hacerle regalos para el bebé. Incluso le habría gustado llevar un sombrero ridículo hecho de lazos pegados sobre una base de cartón.
—Le estaba hablando a Margot de la foto que querías hacer —dijo Brooke, interrumpiendo el momento de autocompasión que bien se había ganado Aimee.
—¿Qué foto? —preguntó Aimee.
—Ayer por teléfono. Empezaste a decirme que querías fotografiar a una pareja de amantes, pero nos interrumpieron y no acabaste de contármelo.
—Ah sí. Bueno. Supongo que con lo del embarazo tuve la idea de fotografiar a un hombre y a una mujer abrazados, besándose, tocándose, pero quiero que la cámara esté ubicada en algún punto casi entre medias de ellos, como si fuera... —dijo Aimee, feliz de que la distrajeran de pensar en todas las cosas que faltaban en su fiesta.
—Bien, ¿y cómo lo harías? —preguntó Margot—. ¿Colocarías la cámara entre sus cuerpos y luego, no sé, la programarías? Así es como pensaba Brooke que podrías hacerlo.
—No, no. Construiría una plataforma de resina acrílica.
—¡Ah, claro! Eso funcionaría. ¿Y cómo la harías? —preguntó Brooke.
—Bueno, mmm... supongo que si dispusiera de un carpintero haría una plataforma en condiciones, sólo que el suelo sería transparente. Pero si la hiciera yo sola, podría utilizar un par de bloques de hormigón con una lámina de plástico denso y transparente entre medias. Los modelos se tumbarían sobre el plástico, y yo estaría bajo ellos.
—Entonces debería tener como mínimo 91 centímetros de altura, ¿no, Aimee? —preguntó Brooke—. Así podrías meter la barriga por debajo.
—Sí, bueno, eso si lo fuera a hacer ahora. Pero en realidad es sólo una fantasía —admitió Aimee.
—¿Y qué tipo de cámara?
—Me gusta la mía de 35 mm. Es rápida. Pero, quiero decir, si estamos hablando de la hipotética foto, creo que me gustaría probar con una cámara digital. Una de esas de muchísimos megapíxeles para que se pueda hacer una ampliación realmente grande.
—¿Nikon? —preguntó Brooke.
—Bueno, yo soy una chica Nikon —dijo Aimee riendo, intentando sacar todo el partido a esa tarde con sus amigas.
—Disculpad, tengo que ir al servicio —anunció Margot de repente.
Aimee vio a Margot dirigirse a los baños. Vio cómo sacaba el móvil a toda prisa y marcaba un número antes de entrar en el baño.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Aimee a Brooke.
—Supongo que tiene la vejiga del tamaño de una nuez —dijo Brooke riendo—. No como yo, que puedo aguantar todo el día. Tengo una vejiga de camello.
—Yo antes la tenía de camello, pero ahora la tengo de nuez. Así que sé lo que es eso —dijo Aimee, comprensiva con la incursión supersónica de Margot a los servicios.
El camarero trajo las ensaladas y Margot volvió del baño con aspecto de estar muy satisfecha consigo misma.
—¿No deberíamos esperar a mi madre? —preguntó Aimee cuando sus amigas atacaron el plato.
—Va a reunirse con nosotras cuando volvamos al... —empezó Brooke.
—A tu piso —le interrumpió Margot—. Ha llamado cuando estaba en el cuarto de baño. Hay tanto tráfico que va directamente a tu piso.
—Vaya —dijo Aimee—, qué mala suerte.
Aimee comió la ensalada con desgana, pero se acabó el plato de pasta y un trozo de tarta. Margot recibió algunas llamadas más durante la comida. Aunque era lo bastante educada como para levantarse de la mesa y atender las llamadas en privado, Aimee deseó que apagara el maldito aparato. Brooke intentó suplir a Margot con una conversación amena y cotilleos sobre viejos amigos. Aun así, le seguía doliendo que Toby, Ellen y Connie no hubieran ido a su fiesta. Incluso la madre de Brooke podría haber cogido el coche e ir a la ciudad. En breve, la
baby shower
de Aimee llegó a su fin. Margot y Brooke pagaron la cuenta y metieron prisas a Aimee para salir del restaurante.
—Os veo luego, chicas —dijo Margot metiéndose en un taxi.
—De acuerdo entonces, hasta ahora —dijo Aimee a las luces traseras rojas del taxi de Margot que se iban desvaneciendo.
Fue entonces cuando Aimee cayó en la cuenta de que Margot llevaba vaqueros y zapatos planos. «Qué extraño», pensó Aimee mientras giraba en dirección a su casa. Margot nunca llevaba vaqueros. Brooke ya había levantado un brazo para coger su propio taxi.
—Hasta luego, Brooke —dijo Aimee—. Gracias por la comida.
—No, no —insistió Brooke—, ha llamado tu madre. Está en el Soho. Quiere que nos reunamos con ella.
—Mi madre no conoce a nadie en el Soho.
—¿En serio? Bueno, llamó desde un sitio que está en la calle Wooster. Quiere que nos reunamos allí con ella, ¿de acuerdo?
—¿Mi madre está en Wooster? —preguntó Aimee.
—Sí.
Aimee intentó imaginarse a su aburguesada madre con su falda de vuelo y el pelo recogido esperando en la calle Wooster, en el Soho, mirando a los pintorescos individuos que pasaban por allí.
—Eh... ¿podrías pedirle que vaya a mi piso? Estoy bastante cansada —pero no dijo: «Y estoy en total desacuerdo con tu idea de una
baby shower
y quiero irme a casa y meterme en la cama».