Read El códice Maya Online

Authors: Douglas Preston

Tags: #Aventuras, Intriga

El códice Maya (35 page)

—No me digas.

—Tú el hijo más parecido a padre.

Philip puso los ojos en blanco.

—Eso sí que es una novedad, un indio de la selva que psicoanaliza.

—Porque tú el más parecido a padre, tú el que más lo quiere y al que más daño hace él. Y ahora tú dolido otra vez porque descubres no eres el hermano mayor, después de todo. Yo hermano mayor.

Hubo una pausa y Philip soltó una carcajada áspera.

—Esto es demasiado. ¿Cómo puedo estar compitiendo con un indio analfabeto y tatuado con los dientes afilados?

Al cabo de una pausa, Borabay dijo:

—Yo continúo historia ahora.

—Por supuesto.

—Cah organiza todo para muerte y funeral de padre. Cuando llega día, hay gran fiesta de funeral por padre. Fiesta grande, grande. Toda la gente tara viene. Padre también está. Padre disfruta mucho en su propio funeral. Da muchos regalos. Todos reciben cazuelas, sartenes y cuchillos.

Tom y Sally se miraron.

—Debió de disfrutar de lo lindo —dijo Philip—. Me imagino al viejo cabrón comportándose como el dueño y señor en su propio funeral.

—Tienes razón, Philip. Padre disfruta. Come, bebe demasiado, ríe, canta. Abre cajas para que todos veamos tesoros sagrados de hombre blanco. A todos gusta Virgen María sagrada con niño Jesús. Hombre blanco tiene dioses bonitos.

—¡El Lippi! —exclamó Philip—. ¿En qué condición estaba? ¿Había sobrevivido al viaje?

—Lo más hermoso que nunca veo, hermano. Cuando lo miro, veo algo en hombre blanco que nunca he visto.

—Sí, sí, es una de las obras más bellas que hizo Lippi. ¡Y pensar que está encerrado en una tumba húmeda!

—Pero Cah engaña a padre —continuó Borabay—. Cuando termina funeral, tiene que dar de beber a padre veneno especial para morir sin dolor. Pero Cah no hace eso. Cah da a padre brebaje para dormir. Nadie sabe eso excepto Cah.

—Suena claramente shakespeareano —dijo Philip.

—Llevan a padre dormido a tumba junto con tesoro. Cierran puerta, encierran a padre en tumba. Todos lo creen muerto. Solo Cah sabe no está muerto, solo dormido. De modo que él despierta luego en tumba oscura.

—Espera —dijo Vernon—. No te sigo.

—Yo sí —dijo Philip con calma—. Enterraron a padre vivo.

Silencio.

—Todos no —dijo Borabay—. Cah. Gente tara no sabe nada de ese truco.

—Sin comida ni agua… —dijo Philip—. Dios mío, qué horrible…

—Hermanos —dijo Borabay—, en tradición tara ponemos en tumba mucha comida y agua para la otra vida.

Tom sintió un escalofrío por la espalda al comprender lo que eso implicaba.

—¿Entonces crees que padre sigue vivo —preguntó por fin—, encerrado en la tumba?

—Sí.

Nadie dijo una palabra. Se oyó el triste ululato de una lechuza en la oscuridad.

—¿Cuánto tiempo lleva en la tumba? —preguntó Tom.

—Treinta y dos días.

Tom se sintió mareado. Era inconcebible.

—Eso es terrible, hermanos —dijo Borabay.

—¿Por qué demonios hizo eso Cah? —preguntó Vernon.

—Cah enfadado con padre porque roba tumba hace mucho tiempo. Cah es niño entonces, hijo del jefe. Padre humilla a padre de Cah robando tumba. Esta es la venganza de Cah.

—¿Tú no pudiste detenerlo?

—Yo no sé plan de Cah hasta más tarde. Entonces trato de salvar a padre. En la entrada de tumba hay puerta de piedra gigante. Yo no puedo moverla. Cah descubre yo voy a Sukia Tara para salvar a padre. El muy enfadado. Me toma prisionero y quiere matarme. Dice yo soy hombre sucio, medio tara medio blanco. Luego hombre blanco loco con soldados vienen y capturan a Cah, llevan a Cah a la Ciudad Blanca. Yo escapo. Oigo a soldados hablar de vosotros y vuelvo a buscaros.

—¿Cómo supiste dónde encontrarnos?

—Oigo hablar a soldados.

El fuego parpadeó mientras se hacía de noche alrededor de las cinco personas sentadas en silencio en el suelo. Las palabras de Borabay parecieron quedar suspendidas en el aire mucho tiempo después de que las hubiera pronunciado. Borabay desplazó la mirada alrededor del fuego, mirándolos uno por uno.

—Hermanos, esa es forma terrible de morir. Es muerte para rata, no para ser humano. Él nuestro padre.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Philip.

Después de una larga pausa Borabay habló en voz baja y resonante:

—Nosotros rescatamos a padre.

52

Hauser estudiaba minuciosamente el burdo plano de la ciudad que había dibujado los dos pasados días. Sus hombres habían registrado dos veces la ciudad, pero había crecido tanto la vegetación que era casi imposible trazar un mapa exacto. Había varias pirámides, docenas de templos y otros edificios, cientos de lugares donde podía esconderse una tumba. A menos que tuvieran suerte, podía llevarles semanas.

Un soldado entró e hizo el saludo.

—Informe.

—Los hijos están treinta kilómetros atrás, al otro lado del río Ocata.

Hauser dejó despacio el plano.

—¿Sanos y salvos?

—Se están recuperando de una enfermedad. Hay un indio tara cuidando de ellos.

—¿Armas?

—Un viejo rifle de caza inservible que está en poder de una mujer. Arcos y flechas y una cerbatana, por supuesto…

—Sí, sí. —Hauser no pudo evitar sentir cierto respeto por los tres hijos, sobre todo por Philip. Deberían estar muertos. Max también había sido así, obstinado y con suerte. Era una combinación potente. Una imagen de Max acudió brevemente a su mente, con el torso desnudo, abriéndose paso a machetazos por la selva, su espalda sudada cubierta de ramitas y hojas. Durante meses habían avanzado a través de la jungla cubiertos de picaduras y cortes, debilitados, enfermos…, sin encontrar nada. Y entonces Max se había desembarazado de él, había seguido río arriba y había encontrado el premio que llevaban más de un año buscando. Hauser volvió a casa sin blanca y tuvo que alistarse… Sacudió la cabeza, como para apartar de sí el resentimiento. Todo eso pertenecía al pasado. El futuro —la fortuna de los Broadbent— era suyo.

El teniente habló.

—¿Vuelvo a enviar un destacamento para matarlos? Esta vez nos aseguraremos de acabar con ellos,
jefe,
se lo prometo.

—No —dijo él—. Que vengan.

—No le entiendo.

Hauser se volvió hacia el teniente.

—No los molesten. Déjenlos en paz. Que vengan.

53

Philip se recuperó más despacio que los demás, pero al cabo de tres días más de cuidados de Borabay fue capaz de andar. Una mañana soleada recogieron el campamento y se encaminaron hacia el pueblo tara en las estribaciones de la Sierra Azul. Las pócimas de hierbas de Borabay, sus ungüentos e infusiones, habían tenido un efecto asombroso en todos ellos. Borabay iba el primero con el machete, marcando un paso rápido. Hacia el mediodía habían llegado al río ancho donde habían encontrado a Philip, cubriendo en cinco horas la distancia que habían tardado cinco días en recorrer en su desesperada retirada. Cruzado el río, a medida que se acercaban a la Sierra Azul, Borabay empezó a moverse con más cautela. Se adentraron en las estribaciones y empezaron a ganar altitud. El bosque pareció volverse más soleado, menos lúgubre. Las ramas de los árboles estaban cubiertas de orquídeas y ante ellos veían alegres tramos de sol. Pasaron la noche en un antiguo campamento tara, un semicírculo de cabañas con tejado de hojas de palmera, hundido entre vegetación desmandada. Borabay caminó a través de la vegetación que le llegaba hasta la cintura con el machete silbando, abriendo un sendero hasta el grupo de chozas mejor conservadas. Se metió en ellas y Tom oyó los golpes del machete, las patadas en el suelo y las maldiciones murmuradas, primero en una cabaña pequeña y luego en la otra. Borabay reapareció con una pequeña serpiente que se retorcía clavada en la punta del machete, que arrojó al bosque.

—Cabañas ahora limpias. Entrar, colgar hamacas, descansar. Yo preparo cena.

Tom miró a Sally. El corazón le latía en el pecho con tanta fuerza que era casi audible. Sin cambiar una palabra, los dos supieron lo que iban a hacer.

Entraron en la cabaña más pequeña. Dentro hacía calor y olía a hierba seca. Los rayos del sol entraban por pequeños agujeros en el techo de palmera, cubriendo el interior de motas de luz vespertina. Tom colgó su hamaca y observó cómo ella colgaba la suya. Las motas de luz eran como un puñado de monedas de oro arrojadas sobre su pelo, que destellaban a medida que se movía. Cuando ella hubo acabado, Tom se acercó y le cogió la mano. Temblaba ligeramente. La atrajo hacia sí, le acarició el pelo, la besó en los labios. Ella se acercó más, apretando el cuerpo contra el de él, y le devolvió el beso. Esta vez abrió los labios y él probó su lengua, luego le besó la boca, la barbilla, el cuello, y ella lo atrajo más y le asió la espalda mientras él le besaba el escote y se movía hacia abajo, besando cada botón a medida que los desabrochaba. Dejó al descubierto sus pechos y siguió besándolos, primero los lados blandos y después alrededor de los pezones, duros y erectos, luego deslizó una mano por su suave barriga. Notaba cómo ella le masajeaba los músculos de la espalda. Le desabrochó los pantalones y se arrodilló, le besó el ombligo y deslizó las palmas hasta aferrarla por detrás al tiempo que le bajaba las bragas. Ella empujó las caderas hacia delante y abrió los muslos con una breve aspiración mientras él seguía besándola, sujetándole las nalgas, hasta que sintió cómo ella le clavaba los dedos en los hombros y la oyó aspirar bruscamente y soltar un repentino gritito al tiempo que su cuerpo se estremecía.

Entonces ella lo desnudó; se tumbaron juntos en la cálida oscuridad e hicieron el amor mientras se ponía el sol. Las pequeñas monedas de luz se volvieron rojas y se apagaron a medida que el sol se ocultaba detrás de los árboles, dejando la cabaña en una silenciosa oscuridad, donde el único sonido eran los débiles gritos que llenaban el extraño mundo que los rodeaba.

54

Los despertó la alegre voz de Borabay. Se había hecho de noche y el aire era más fresco, y el olor de carne asada flotaba a través de la cabaña.

—¡A cenar!

Tom y Sally se vistieron y salieron de la cabaña, sintiéndose incómodos. El cielo estaba resplandeciente de estrellas, y la gran Vía Láctea trazaba un arco semejante a un río de luz sobre sus cabezas. Tom nunca había visto una noche tan negra ni la Vía Láctea tan brillante.

Borabay estaba sentado junto al fuego, dando la vuelta a unos pinchos de carne mientras hacía agujeros en una calabaza seca y cortaba una ranura en un extremo. Cuando terminó, se la llevó a los labios y sopló. Se elevó una dulce nota baja, seguida de otra y otra. Se detuvo sonriendo.

—¿Quieren escuchar música?

Empezó a tocar, y las notas errantes compusieron una melodía evocadora. La selva calló mientras los sonidos puros y limpios brotaban de la calabaza, esta vez más deprisa, elevándose y cayendo, con carrerillas de notas tan nítidas y apresuradas como un arroyo de la montaña. Había momentos de silencio en los que la melodía quedaba suspendida en el aire que los rodeaba, y a continuación se reanudaba. Terminó con una serie de notas bajas tan fantasmales como el gemido del viento en una cueva.

Cuando dejó de tocar, el silencio se prolongó varios minutos. Poco a poco los ruidos de la selva empezaron a ocupar el espacio que había dejado libre la melodía.

—Qué hermoso —dijo Sally.

—Debes de haber heredado ese don de tu madre —dijo Vernon—. Padre no tenía oído.

—Sí. Mi madre canta muy bonito.

—Tuviste suerte —dijo Vernon—. Nosotros casi no conocimos a nuestras madres.

—¿Ustedes no tienen misma madre?

—No. Cada uno tuvimos una distinta. Padre nos crió prácticamente solo.

Borabay abrió mucho los ojos.

—No comprendo.

—Cuando hay un divorcio… —Tom se detuvo—. Bueno, a veces uno de los padres se queda con los hijos y el otro desaparece.

Borabay sacudió la cabeza.

—Muy extraño. Yo lamento no tener padre. —Se volvió hacia los pinchos de carne—. Decirme cómo es crecer con padre.

Philip rió ásperamente.

—Dios mío, ¿por dónde empezar? De niño me daba miedo.

—Amaba la belleza —terció Vernon—. Tanto que a veces lloraba frente a un cuadro o una estatua bonita.

Philip soltó otro resoplido sarcástico.

—Sí, lloraba porque no podía tenerlo. Quería poseer la belleza. La quería para él. Mujeres, cuadros, lo que fuera. Si era hermoso lo quería.

—Eso es expresarlo con bastante crudeza —dijo Tom—. No hay nada malo en amar la belleza. El mundo puede ser un lugar muy feo. Él amaba el arte por sí mismo, no porque estuviera de moda o le diera dinero.

—No vivía la vida de acuerdo con las reglas de las otras personas —dijo Vernon—. Era un escéptico. Marchaba al ritmo de otro tambor.

Philip hizo un ademán.

—¿Marchaba al ritmo de otro tambor? No Vernon, golpeó al tipo del tambor en la cabeza, se lo arrebató y encabezó él mismo el desfile. Esa fue su forma de abordar la vida.

—¿Qué hacen ustedes con él?

—Le encantaba llevarnos de acampada —dijo Vernon.

Philip se recostó y soltó una carcajada.

—Acampadas horribles bajo la lluvia y con mosquitos, durante las cuales nos embrutecía con trabajos.

—Yo pesqué mi primer pez en una de esas excursiones —dijo Vernon.

—Yo también —dijo Tom.

—¿Acampada? ¿Qué es acampada?

Pero la conversación había dejado atrás a Borabay.

—Padre necesitaba huir de la civilización para simplificar su existencia. Porque era una persona tan complicada que necesitaba crear simplicidad alrededor de él, y lo hacía yendo a pescar. Le encantaba pescar con mosca.

Philip se mofó.

—Pescar, junto con la comunión, es tal vez la actividad más necia conocida por el hombre.

—Ese comentario es ofensivo —dijo Tom—, aun viniendo de ti.

—¡Vamos, Tom! ¡No me digas que con los años has aceptado esas chorradas! Eso y el camino multiplicado por ocho de Vernon. ¿De dónde ha salido toda esa religiosidad? Por lo menos padre era ateo. Eso es algo que te favorece, Borabay. Padre nació católico, pero se convirtió en un ateo sensato, equilibrado y firme.

—En el mundo hay muchas más cosas que tus trajes de Armani, Philip —dijo Vernon.

—Es cierto —dijo Philip—, siempre está Ralph Lauren.

—¡Un momento! —gritó Borabay—. Todos habláis a la vez. Yo no comprendo.

Other books

Stranded by J. C. Valentine
The Trouble With Love by Becky McGraw
Cockpit by Kosinski, Jerzy
The Riddle of the Red Purse by Patricia Reilly Giff
Tanned Hide by R. A. Meenan
the Emigrants by W. G. Sebald