El códice Maya (38 page)

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Authors: Douglas Preston

Tags: #Aventuras, Intriga

Al otro lado de la Ciudad Blanca, no muy lejos del puente, bajaba de las montañas un pequeño río que desembocaba en el abismo, convirtiéndose en un garboso filamento blanco que desaparecía en las brumas de abajo. Mientras Tom observaba, del abismo se elevó una bruma que volvió borroso el puente colgante y le impidió ver la Ciudad Blanca propiamente dicha. La bruma se disipaba, se levantaba, se disipaba de nuevo en un interminable ballet de luz y sombras.

Tom se estremeció. Su padre, Maxwell Broadbent, había estado probablemente en ese mismo lugar hacía cuarenta años. Sin duda había distinguido los borrosos contornos de la ciudad en medio de la maraña de vegetación. Allí era donde había hecho su primer hallazgo y empezado la obra de su vida; y allí era donde había terminado, encerrado vivo en una tumba oscura. La Ciudad Blanca era el alfa y el omega de la carrera de Maxwell Broadbent.

Pasó los prismáticos a Sally, quien examinó la Ciudad Blanca largo rato. Luego los bajó y se volvió hacia Tom, con el rostro encendido por la emoción.

—Es maya —dijo—. Hay una pista para jugar a la pelota, una pirámide y pabellones de varios pisos. Es del período clásico alto. La gente que construyó esta ciudad era de Copán. Estoy segura…, probablemente es aquí donde los mayas se retiraron después de la caída de Copán en 900 antes de Cristo. Un gran misterio resuelto.

Le centelleaban los ojos, y el sol se reflejaba en su pelo dorado. Él nunca la había visto tan llena de vitalidad. Era sorprendente, pensó, teniendo en cuenta lo poco que habían dormido últimamente.

Ella se volvió y lo miró a los ojos, y a él le pareció que ella le había leído el pensamiento, porque se puso ligeramente colorada y desvió la mirada, sonriendo para sí.

A continuación Philip cogió los prismáticos y estudió la ciudad. Tom lo oyó tomar aire.

—Allá abajo hay unos hombres —dijo—. Están talando árboles al pie de la pirámide.

Se oyó una débil explosión de dinamita y de la ciudad se elevó una nube de polvo, como una pequeña flor blanca.

—Vamos a tener que encontrar la tumba de padre antes de que lo hagan ellos —dijo Tom—. O… —Dejó la frase sin terminar.

59

Tom pasó el resto de la tarde al amparo de los árboles, observando a Hauser y a sus hombres. Un grupo de soldados talaba los árboles de un templo de piedra al pie de la pirámide mientras otro cavaba y volaba una pirámide más pequeña cercana. Los vientos cambiantes les traían los débiles ruidos de las sierras de cadena y, cada media hora más o menos, el lejano estruendo de los explosivos seguido por una nube de polvo que se elevaba.

—¿Dónde está la tumba de padre? —preguntó a Borabay.

—En una pared de roca que hay debajo de ciudad en otro extremo. Lugar de muertos.

—¿La encontrará Hauser?

—Sí. El camino está escondido, pero él al final la encuentra. Mañana o dentro de dos semanas.

Al caer la noche se encendieron un par de focos en la Ciudad Blanca, y un tercer foco iluminó el puente colgante y sus inmediaciones. Hauser no había querido correr riesgos y había venido bien equipado, hasta con generador.

Cenaron en silencio. Tom a duras penas podía saborear las ranas o lagartos o lo que fuera que había preparado Borabay para ellos. Por lo que veía desde su lugar privilegiado en la cresta, la Ciudad Blanca estaba bien defendida y era prácticamente impenetrable.

Cuando acabaron de cenar, fue Philip quien expresó en alto lo que todos pensaban.

—Creo que es mejor que nos vayamos y volvamos con refuerzos. No podemos hacer esto solos.

—Philip —dijo Tom—, cuando encuentren la tumba y la abran, ¿qué crees que pasará?

—La saquearán.

—No, lo primero que hará Hauser será asesinar a padre.

Philip no respondió.

—Tardaremos al menos cuarenta días en salir de aquí. Si queremos salvar a padre tenemos que actuar ya.

—No quiero ser yo quien diga que no vamos a rescatar a padre, pero Tom, por el amor de Dios, tenemos un rifle viejo, unos diez cartuchos y unos guerreros pintados con arcos y flechas. Ellos tienen armas automáticas, lanzagranadas y dinamita. Y cuentan con la ventaja de defender una posición increíblemente protegida.

—No si hay un camino secreto para entrar en la ciudad —dijo Tom.

—No hay camino secreto —dijo Borabay—. Solo puente.

—Tiene que haber otro camino —dijo Tom—. ¿O cómo construyeron el puente?

Borabay se lo quedó mirando y Tom sintió una oleada de triunfo.

—Dioses construyen este puente —dijo Borabay.

—Los dioses no construyen puentes.

—Dioses construyen
este
puente.

—¡Maldita sea, Borabay! Ese puente no lo construyeron los dioses sino la gente, ¡y para hacerlo tuvieron que estar a ambos lados!

—Tienes razón —dijo Vernon.

—Dioses construyen puente —insistió Borabay—. Pero —añadió al cabo de un momento— la gente tara también sabe construir puente desde un solo lado.

—Imposible.

—Hermano, ¿tú siempre estás seguro de tener razón? Yo digo cómo los tara construyen puente desde un solo lado. Primero, disparan flechas con cuerda y gancho. Este se engancha al árbol del otro lado. Luego hacen cruzar a niño en cesta sobre ruedas.

—¿Cómo cruza?

—Él mismo se da impulso.

—¿Cómo puede un hombre cubrir doscientos metros con una flecha de la que cuelga una cuerda y un gancho?

—Gente tara utiliza arco grande y flecha especial con pluma. Muy importante esperar día de viento fuerte en dirección correcta.

—Sigue.

—Cuando niño está al otro lado, un hombre dispara una segunda flecha con cuerda. Niño ata dos cuerdas juntas, pone cuerda alrededor de pequeña rueda…

—Una polea.

—Sí. Entonces con polea hombre puede hacer cruzar muchas cosas en cesta. Primero cable pesado, que desenrolla al avanzar. Niño ata cable pesado a árbol. Ahora hombre puede cruzar sobre cable pesado. Hombre y niño ya están al otro lado. Hombre utiliza segunda polea para hacer cruzar tres cables más, uno cada vez. Ahora cuatro cables al otro lado de cañón. Entonces más hombres cruzan en cesta…

—Ya es suficiente —interrumpió Tom—. Me hago una idea.

Guardaron silencio, a medida que asimilaban la imposibilidad de su situación.

—¿Han intentado los guerreros tara hacerles una emboscada y cortar el puente?

—Sí. Muchos mueren.

—¿Han probado con flechas con fuego?

—No alcanzan puente.

—No perdamos de vista que si cortamos el puente —dijo Philip— padre también quedará atrapado dentro.

—Soy muy consciente de ello. Solo estoy considerando nuestras opciones. Podríamos proponer a Hauser un trato: que deje salir a padre y se quede con la tumba y sus riquezas. Se las cederemos y listos.

—Padre nunca aceptaría —dijo Tom.

—¿Aunque esté en juego su vida?

—Se está muriendo de cáncer.

—¿O nuestras vidas?

Philip los miró.

—Ni se os ocurra confiar en Hauser o hacer un trato con él.

—Muy bien —dijo Vernon—, hemos eliminado acceder a la Ciudad Blanca por otra ruta, y hacerlo mediante un ataque frontal. ¿Alguno de los presentes sabe construir un planeador?

—No.

—Eso nos deja un solo curso de acción.

—¿Y cuál es?

Vernon niveló un lugar en la arena cerca del fuego y empezó a trazar un mapa mientras explicaba su plan. Cuando terminó, Philip fue el primero en hablar.

Sacudió la cabeza.

—Es un plan disparatado. Yo propongo que regresemos y volvamos con refuerzos. Puede que tarden meses en encontrar la tumba de padre.

—Philip —interrumpió Borabay—, tal vez no lo entiendes. Si huimos ahora, gente tara nos mata.

—Tonterías.

—Nosotros hacemos promesa. No podemos romper promesa.

—Yo no hice ninguna maldita promesa, fue Tom quien la hizo. De todos modos, podríamos pasar por el lado del pueblo tara y estar muy lejos antes de que se enteren siquiera de que nos hemos ido.

Borabay sacudió la cabeza.

—Eso para cobardes, hermano. Así dejamos morir a padre en tumba. Si tara cogerte, la muerte para cobarde es lenta y desagradable. Te cortan…

—Ya hemos oído lo que hacen —dijo Philip.

—No hay suficiente comida y agua en tumba para aguantar mucho.

El fuego crepitó. Tom miró a través de los árboles. Abajo y a casi unos ocho kilómetros de distancia, alcanzaba a ver tres luces de diamante en la Ciudad Blanca. Se oyó otra débil explosión de dinamita. Hauser y sus hombres trabajaban las veinticuatro horas del día. Estaban en un verdadero aprieto. No tenían alternativas buenas y solo un plan mediocre. Pero era lo mejor que iban a conseguir.

—Basta de charla —dijo Tom—. Tenemos un plan. ¿Quién se apunta?

—Yo —dijo Vernon.

Borabay asintió.

—Yo.

—Yo —dijo Sally.

Todos los ojos se clavaron en Philip, quien hizo un ademán furioso como para hacerlos desaparecer.

—¡Por el amor de Dios, ya saben cuál es mi respuesta!

—¿Cuál? —preguntó Vernon.

—¡Que conste en acta que mi respuesta es no, no y no! Es un plan digno de James Bond. Nunca saldrá bien en la vida real. No lo hagan. Por el amor de Dios, no quiero perder también a mis hermanos. No lo hagan.

—Tenemos que hacerlo, Philip —dijo Tom.

—¡Nadie tiene que hacer nada! Tal vez sea una blasfemia, pero ¿no es un poco cierto que padre se lo ha buscado?

—Entonces ¿vamos a dejarlo morir?

—Solo les estoy pidiendo que no pierdan inútilmente la vida.

Vernon estaba a punto de responder a gritos, pero Tom le tocó el brazo y sacudió la cabeza. Tal vez Philip tenía razón y era una misión suicida. Pero él, personalmente, no tenía elección. Si no hacía algo ahora no podría vivir consigo mismo más tarde. Era tan sencillo como eso.

Sus caras titilaron alrededor del fuego y hubo un largo silencio lleno de incertidumbre.

—No tenemos por qué esperar —dijo Tom—. Saldremos esta noche a las dos de la madrugada. Nos llevará unas dos horas llegar allá abajo. Todos sabemos lo que tenemos que hacer. Borabay, puedes explicar a los guerreros su papel. —Lanzó una mirada a Vernon. El plan había sido de él, de Vernon, del hermano que nunca tomaba la iniciativa. Alargó una mano y le asió el hombro—. Bien hecho.

Vernon le sonrió.

—Tengo la sensación de que estamos en
El mago de Oz.

—¿Qué quieres decir?

—Yo he encontrado mi cerebro. Tom, tú has encontrado tu corazón. Borabay ha encontrado a su familia. Philip es el único que aún no ha encontrado su coraje.

—Por alguna razón tampoco creo que nos baste con un cubo de agua para encargarnos de Hauser —dijo Tom.

—No —murmuró Sally.

60

Tom se levantó de su hamaca a la una de la madrugada. La noche era cerrada. Las nubes habían ocultado las estrellas y a través de los árboles susurraba un viento agitado. La única luz provenía del montón de brasas encendidas de la hoguera que proyectaban un resplandor rojizo sobre la cara de los diez guerreros tara. Seguían sentados en círculo alrededor del fuego, no se habían movido de allí ni habían hablado en toda la noche.

Antes de despertar a los demás, Tom cogió los prismáticos y se alejó de los árboles para echar otro vistazo a la Ciudad Blanca. El foco del puente colgante seguía encendido, y los soldados se encontraban en el fuerte en ruinas. Pensó en lo que los aguardaba. Tal vez Philip tenía razón y era un suicidio. Tal vez Maxwell Broadbent ya había muerto en la tumba e iban a poner en peligro la vida por nada. Todo eso no venía al caso: tenía que hacerlo.

Fue a despertar a los demás y encontró que la mayoría estaban levantados. Borabay reavivó el fuego, echó nuevas ramitas y puso un cazo de agua a hervir. Sally se reunió con ellos poco después y empezó a comprobar el Springfield a la luz del fuego. Estaba demacrada, ojerosa.

—¿Recuerdas cuál era siempre la primera baja en una batalla según el general Patton? —preguntó a Tom.

—No.

—El plan de batalla.

—¿No crees que funcione? —preguntó Tom.

Ella sacudió la cabeza.

—Probablemente no. —Desvió la mirada, luego la bajó de nuevo hacia el rifle y le dio un repaso innecesario con el trapo.

—¿Qué crees que va a pasar?

Ella sacudió la cabeza sin decir nada, haciendo ondear su abundante pelo dorado. Tom se dio cuenta de que estaba muy alterada. Le puso una mano en el hombro.

—Tenemos que hacerlo, Sally.

Ella asintió.

—Lo sé.

Vernon se reunió con ellos junto al fuego, y los cuatro bebieron infusión en silencio. Cuando se terminó la infusión, Tom consultó su reloj. Las dos. Buscó con la mirada a Philip, pero aún no había salido de su cabaña. Hizo una señal a Borabay con la cabeza y todos se levantaron. Sally se llevó el rifle al hombro y cada uno cogió su pequeña mochila de hoja de palmera en las que llevaban comida, agua, cerillas, una cocina de camping gas y otros requisitos imprescindibles. Partieron en fila india, Borabay el primero, los guerreros cerrando la marcha, y recorrieron el bosquecillo hasta salir a campo abierto.

Hacía diez minutos que habían dejado el campamento cuando Tom oyó a su espalda ruido de pasos corriendo y todos se detuvieron a escuchar, los guerreros con las flechas colocadas, los arcos tensos. Un momento después apareció Philip sin aliento.

—¿Has venido a desearnos suerte? —preguntó Vernon con una nota sarcástica en la voz.

Philip tardó un momento en recuperar el aliento.

—No sé por qué me planteo siquiera apuntarme a este plan tan descabellado. Pero, maldita sea, no voy a permitir que vayáis solos al encuentro de la muerte.

61

Marcus Aurelius Hauser buscó a tientas en su mochila, seleccionó otro Churchill y le dio vueltas entre el pulgar y el índice antes de sacarlo. Realizó el ritual de cortarlo, humedecerlo y encenderlo y lo sostuvo en alto en la oscuridad para admirar la gruesa punta incandescente mientras permitía que el aroma de las buenas hojas cubanas lo envolviera en un manto de elegancia y satisfacción. Los puros, musitó, siempre parecían saber mejor y más intensamente en la selva.

Estaba bien escondido en su puesto estratégico por encima del puente colgante en medio de un grupo de helechos, desde donde tenía una buena vista del puente y de los soldados en el pequeño fuerte de piedra del otro lado. Apartó varias plantas y se llevó los prismáticos a los ojos. Tenía un fuerte presentimiento de que los tres hermanos Broadbent iban a aparecer esa noche por el puente. No esperarían; no podían permitírselo. Tenían que encontrar la tumba antes que él si querían tener alguna posibilidad de quedarse con alguna de las obras maestras.

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