«Le vendría bien un poco de aire fresco —pensó—, ahora que tenía tiempo».
Abajo, en el patio de ambulancias, Brady, el individuo alto y delgado que había remplazado a Meyerson, estaba limpiando su vehículo con un trapo.
—Buenas tardes, doctor —dijo.
—Buenas tardes.
Estaba oscureciendo. Entre las luces que se encendían, Adam vio las grandes polillas salir de sus éxodos y bailar en torno a las bombillas. De los barrios cercanos llegaba el ruido de película de guerra de los cohetes, un tableteo como de ráfagas de ametralladora de sectores lejanos del frente, y pensó con cierta culpabilidad en Meomartino, que ya estaría camino de algún lugar llamado Ben Soi, o Nha Hoa o Da Nang.
—Aún faltan cuatro días para el 4 de julio —dijo el conductor de ambulancias—. A juzgar por esos idiotas, nadie lo diría. Por otra parte, los cohetes son ilegales.
Adam asintió. Durante el resto de la semana, el censo de pacientes de la clínica de urgencia subiría a causa de la fiesta, se dijo, con indiferencia.
—Hola —le saludó Spurgeon Robinson, saliendo del edificio y dirigiéndose hacia la ambulancia.
—¿Qué sabes, Spur?
—Pues sé que voy a dar el ultimo paseo de mi vida en esta condenada ambulancia.
—Mañana ya serás todo un residente —dijo Adam.
—Sí, claro, pero tengo que decirte algo sobre ese asunto. Camino de la residencia, me ha pasado una cosa la mar de graciosa: me voy del Servicio Quirúrgico.
Esto le desconcertó, porque había depositado en Spurgeon gran parte de su fe profesional.
—¿Y a qué te vas a dedicar?
—A Obstetricia. Ayer hablé con Gerstein y, afortunadamente, tenía un puesto para mí. Kender me dejó irme con su bendición.
—¿Y por qué? ¿Estás seguro de que es eso lo que realmente quieres?
—Me es necesario. Tengo que aprender cosas que la cirugía no me puede enseñar.
—¿Como qué, por ejemplo? —preguntó Adam, dispuesto a discutir.
—Como, por ejemplo, todo lo que hay que saber sobre medios anticoncepcionales, y sobre el embrión.
—¿Para qué?
—Pero, hombre, es en el feto donde se perpetua toda esta confusión. Cuando las madres están depauperadas, los cerebros fetales no se desarrollan lo suficiente para admitir más tarde, cuando nace el niño, suficiente instrucción. Y entonces hay un aumento general en el número de proletarios, condenados a serlo toda la vida. Decidí que si quiero ayudar a poner en orden este asunto lo mejor es ir a la raíz del problema.
Adam asintió, confesándose que lo que decía Spurgeon tenía sentido.
—Oye, Dorothy nos ha encontrado apartamento —dijo Spurgeon.
—¿Bonito?
—No está mal. No es caro y, además, está cerca de la clínica de Roxbury. Vamos a dar una gran fiesta de inauguración, el 3 de agosto por la noche. Toma nota.
—Pues ahí nos tendrás, si antes no pasa algo que me retenga en este sitio. Ya me entiendes…
—De acuerdo —dijo Spurgeon.
En la ambulancia sonó la radio, crepitante.
—Nosotros, doctor Robinson —dijo Brady.
Spurgeon se subió a la ambulancia.
—¿Sabes de qué me acabo de dar cuenta? —dijo, sonriendo, asomado a la ventanilla—. Pues de que a lo mejor puedo yo ayudar a nacer a tu hijo.
—Si lo haces, silba un poco de Bach —dijo Adam—. A Gaby le gusta Bach.
Spurgeon pareció molesto.
—A Bach no se le silba.
—A lo mejor, si le pides permiso a Gerstein, te deja poner un piano en el cuarto —dijo Adam cuando la ambulancia comenzó a moverse.
La risa del interno se perdió más allá del patio.
Al verle irse, Adam sonrió, demasiado cansado y demasiado contento para dar un paso.
Iba a echar de menos a Spurgeon Robinson como compañero de trabajo, se dijo. Cuando las cosas comenzaban a ponerse difíciles en un gran hospital docente, era como si el personal que trabajaba en los diverso servicios se hallara en otros continentes. Se verían de vez en cuando, claro, pero no iba a ser lo mismo: habían llegado al final de una fase de sus relaciones.
Para ambos era también el comienzo de algo nuevo, que, de esto Adam estaba seguro, iba a ser muy bueno.
Mañana, los nuevos internos y residentes caerían sobre el hospital.
La administración del viejo había terminado, pero la de Kender comenzaba ahora, y Kender sería tan buen jefe y tan duro como Longwood, y plantearía parecidos problemas y exigiría las mismas responsabilidades cuando se reuniera la Conferencia de Mortalidad. Mañana, todo el resto del personal estaría también allí y él sería uno de tantos. Enseñar cirugía, en la cuadra y en la sala de operaciones, hasta septiembre, cuando llegarían sus primeros alumnos del Colegio Médico.
Siguió en el patio de ambulancias, vacío, frotando la «piedra de nervios» y pensando en la importante primera clase y en las otras clases que seguirían, un cable lanzado al futuro que le uniría con gente como Lobsenz, Kender y Longwood.
Recordó, algo molesto, que había prometido a Gaby realizar grandes proezas en Medicina, encontrar soluciones a problemas como la anemia aplástica, el hambre y el resfriado. Y, a pesar de todo, él sabía que, por intermedio de los jóvenes médicos anónimos en cuyas vidas iba a influir, era muy probable que hiciera grandes descubrimientos. «No le había mentido», pensó, dando media vuelta y regresando al edificio.
Arriba, en el despacho vacío, se sentó ante la mesa con la cabeza reposando en el escritorio y durmió durante unos minutos.
No tardó en despertar. Oyóse de nuevo el ruido de los cohetes, esta vez una explosión ilegal más larga, y el estallido final coincidió con el quejido de una sirena lejana; una ambulancia que volvía.
Pero no era eso lo que le había despertado.
En el bolsillo superior el aparato llamador volvió a sonar, y cuando llamó le dijeron que una de las pacientes de Miriam Parkhurst sentía dolores y pedía calmantes no autorizados.
—Llamen al doctor Moylan y que vaya a examinarla —dijo, curiosamente reacio a salir de aquel despacho y diciéndose que el interno estaba de servicio y era él, por tanto, quien debía ir.
Cuando colgó el teléfono se sentó otra vez en la silla. Sus libros estaban ya en las cajas de cartón. Los ficheros clínicos estaban cerrados, y las baldas metálicas vacías. El despacho estaba exactamente como lo había encontrado al llegar; incluso la vieja mancha de café seguía en su sitio.
Volvieron a llamarle. Esta vez hacía falta en la clínica de urgencia para una consulta quirúrgica.
—Allá voy —dijo.
Echó una última ojeada.
En el suelo había una bola de papel. La recogió y la puso en el cesto, donde quedó medio en equilibrio, porque estaba lleno.
Luego abrió el cajón del centro, vacío, y dejó allí la «piedra de nervios», a modo de regalo para Harry Lee, que a partir del día siguiente sería jefe de residentes.
El aparato llamó de nuevo, Adam se puso en pie y se estiró, dolorido. Ahora estaba ya completamente despierto. «Era un ruido que él asociaría siempre con este despacho», pensó, más alto que el de la sierra, más alto que el de los fuegos artificiales tan alto que incluso, Dios mediante, acallaría el tintineo burlón de los cascabeles y las campanillas del Arlequín.
Sus dedos hicieron involuntariamente el signo de los cuernos y sonrió al salir y cerrar la puerta. «Scutta mal occhio, pu pu pu», pensó, aceptando la ayuda que le ofrecía su abuela para espantar al enemigo. Se dirigió hacia el ascensor, se metió en el lento y chirriante monstruo y subió en él a la clínica de urgencia.
NOAH GORDON, es un escritor norteamericano de best-sellers, en los que predomina el drama histórico y algún aspecto de la medicina.
Nacido en una familia de origen Judío, Noah Gordon cursó estudios de medicina, pero los abandonó en favor de la carrera de periodismo. Ese primer interés por el tema médico influyó, sin duda, en su obra posterior.
Tras trabajar en distintos medios como freelance, Gordon volvió a su ciudad natal donde, además de su trabajo como periodista, comenzó a escribir artículos sobre medicina que fueron publicados en diversas revistas.
Con su primera novela,
El Rabino
(1979), logró unas buenas ventas, pero fue con
El Médico
(1986) —primera parte de la trilogía de
Los Cole
, junto con
Chamán
(1992) y
La Doctora Cole
(1996)— el detonante de su carrera como autor superventas, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Tras varios libros más dedicados al mundo médico, con
El Último Judío
(1999) cambió de registro para contarnos la historia de un Judío en el Toledo del S.XV. Su última novela,
La Bodega
(2007), se centra en el mundo del vino y la enología.
Ha manifestado su reticencia a embarcarse en una nueva novela por temor a dejarla inconclusa debido a su avanzada edad.
[1]
Revista satírica norteamericana. (N. del T.)
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[2]
Revista juvenil. (N. del T.)
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[3]
Sociedad patriotera, de tendencias fascistas. (N. del T.)
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[4]
Licor italiano Strega, quiere decir bruja (N. T.)
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[5]
Oh puta negra! ¡Oh furcia oscura!, ¡Oh mujer! ¡Oh mujer!. El último epíteto está en yiddish y viene de la raíz hebraica Nafkeh, que significa mujer. (N. T.)
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[6]
La conmemoración hebrea del Día de la Expiación (N. T.)
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[7]
Robert Southey, poeta e historiador inglés (1774-1843) (N. del T.)
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[8]
Alusión a la Universidad de Harvard (N del T.)
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[9]
En castellano en el original (N. del T.)
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[10]
Fats quiere decir literalmente «grasas», pero, como apodo, equivale a «gordinflón» (N. del T.)
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[11]
En el original, «SIND THE BOY», en l ugar de SEND (con «e») THE BOY. (N. del T.)
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[12]
El famoso crac financiero de 1929 (N. del T.)
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[13]
Alude a la costumbre de las negras de desrizarse el pelo para tenerlo liso y suelto, como las blancas. (N. del T.)
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[14]
Queso de leche de búfalo que se usa en las «pizzas» y que se pone al fuego. (N. del T.)
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[15]
Bastardos. Gente de ínfimo nivel (N. del T.)
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[16]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[17]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[18]
Putrefacción de la raíz de pitio y carbonilla en la caña de azúcar - Génesis y prevención de la tendencia clorótica. (N. del T.)
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[19]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[20]
Cork es el nombre de un condado irlandés, y también corcho, en inglés. (N. del T)
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[21]
Sigla de Grand Old Party, el grande y viejo partido, el partido republicano norteamericano. (N. del T.)
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[22]
El día nacional de Estados Unidos. (N. del T.)
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[23]
Henry David Thoreau, poeta norteamericano del siglo pasado, que pasó dos años seguidos viviendo solo en una choza, en el bosque. (N. del T.)
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[24]
Sigla de “Young Men's Christian Association”, osea Asociación de Jóvenes Cristianos. (N. del T.)
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[25]
Racistas norteamericanos. Wallace fue candidato presidencial frente a Nixon. (N. del T.)
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[26]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[27]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[28]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[29]
En el texto dice «cuckoo, cuckoo», o sea cucú, cucú, el sentido es el mismo que cornudo. (N. del T.)
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[30]
Ph: potencial de hidrógeno.
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[31]
Alusión a dos famosos versos de Tennyson:
The moan of doves in inmemorial elmsy he murmur of innumerable bees
, muy citados en la literatura inglesa por su acertada aliteración. (N. del T.)
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[32]
En castellano en el original. (N. del T.)
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[33]
Whisky norteamericano. (N. del T.)
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[34]
Literalmente «atornillador»; un cóctel a base de vodka. (N. del T.)
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[35]
Negro, en lengua yiddish. (N. del T.)
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[36]
En castellano en el original. (N. del T.)
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