El Consuelo (43 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

—Más ¿qué?
Con la punta del zapato, se entretenía en dibujar semicírculos sobre la grava.
—Menos vivo.

 

De pronto, le entraron muchas ganas de hablarle de Anouk.
—¡A cenar! —exclamó Kate, poniéndose en pie.
Charles aprovechó que se había alejado para preguntarle a Yacine:
—Dime una cosa... ¿cómo se llaman las crías de las lechuzas?
—Lechuchicillas —sonrió Alice.
Yacine estaba descompuesto.
—¡Oye, tranquilo! Que si no lo sabes tampoco es tan grave... —lo tranquilizó Charles.
Claro que sí.
Claro que era grave.
—Sé que la cría del pavo se llama «pavezno», pero la de la lechuza... esto...
—¿Y la cría del águila? —preguntó Charles al azar, para sacarlo del apuro.
Sonrisa de oreja a oreja.
—El aguilucho.
Uf, menos mal.

 

Bueno, eso de «uf» es una manera de hablar... El niño le dio la tabarra con eso durante buena parte de la cena. Que si el pavezno, que si el osezno, que si el lobezno, que si el perrezno; que si el lobato, que si el cervato, que si el ballenato, que si el gurriato, que si el jabato, que si el gabato, que si el lebrato y que si el gazato.
No. Perdón. El gazapo.
Sentada al otro lado de la mesa, Kate lo miraba asentir concienzudamente con la cabeza y se divertía
very much
.

 

Eran doce bajo el emparrado. Todo el mundo hablaba a la vez. El pan y los pepinillos viajaban de un extremo a otro de la mesa, y se contaban anécdotas de la fiesta del colegio.
Quién había ganado qué, que el hijo de la maestra había hecho trampas y al cabo de cuantos chatos se había alejado de la barra el borracho del pueblo.
Los mayores querían dormir al raso, y los pequeños afirmaban que ellos también eran mayores. Con una mano Charles le servía más vino a Kate, y con la otra apartaba el hocico de algo que le babeaba en el hombro... Kate los reñía diciendo: «
For Christ sake!
¡Dejad de dar de comer a los perros!», pero nadie la escuchaba porque hablaba chino para ellos. Ella suspiraba entonces y, sin que nadie la viera, le daba canapés de paté al Gran Perro.
A la hora del postre, encendieron velas y linternas. Samuel y su pandilla recogieron los platos sucios y fueron a buscar las tartas que habían sobrado de la fiesta. Hubo algunas peleas. Nadie quería tarta de manzana de Fulanita porque Fulanita olía mal. Los adolescentes, mientras sacaban brillo a las pantallas de sus móviles último modelo, hablaban de buenos rincones para ir a pescar, de las complicaciones en el parto de la última vaca y de la nueva ensiladora de los Gagnoux. Había una chica muy guapa con una camiseta blanca de tirantes con un punto negro dibujado a la altura del pezón izquierdo, seguido de una flecha que advertía: «distribuidor de tortas», y la máquina funcionaba muy pero que muy bien.
Yacine se preguntaba en voz alta si se decía lebrón o lebrato, Nedra contemplaba la llama de una vela, y Charles contemplaba a Nedra.
Parecía un cuadro de La Tour...
Las autostopistas se habían ido en busca de un lugar donde «se captara algo», y Alice moldeaba mariquitas con cera y granos de pimienta del salchichón.
Entre un grito y otro se oía el viento en los árboles y el trino de las crías de las lechuzas.

 

Charles, atento a todo, se concentraba para después.
Sus tonterías, sus risas, sus rostros.
Ese islote en medio de la noche.
No quería olvidar nada de todo aquello.

 

Kate lo retuvo sujetándolo por el brazo.
—No, no se levante. Les toca a los niños trabajar un poco... ¿Quiere un café?
Alice se ofreció a preparárselo ella. Nedra trajo el azúcar, y los demás cogieron una linterna para llevar a los animales al prado.

 

Fue una cena muy alegre y llena de efímeras.

 

8

 

Charles y Kate se quedaron solos.
Kate cogió su copa y volvió su silla hacia la oscuridad. Charles se sentó en el sitio de Alice.
Quería ver los bichitos de cera que había hecho...
Luego arqueó la espalda, buscó sus cigarrillos y le ofreció uno a Kate.
—Qué horror —exclamó ella con una vocecita aguda—, me encantaría acompañarlo, pero me costó tantísimo dejarlo...
—Mire, sólo me quedan dos. Fumemos juntos nuestros ultimísimos cigarrillos, y no se hable más.
Kate lanzaba miradas inquietas a todos lados.
—¿Hay niños?
—Yo no veo ninguno...
—Bien... Genial.
Inspiró una bocanada cerrando los ojos.
—Lo había olvidado...
Se sonrieron y se envenenaron religiosamente.
—Fue por Alice... —declaró Kate.
Bajó la cabeza y prosiguió en voz más baja:
—Estaba en la cocina. Hacía rato que los niños se habían acostado. Fumaba un cigarrillo tras otro y... bebía sola, para retomar la expresión de la madre de Alexis...
»Alice apareció lloriqueando. Le dolía la tripa. Creo que era una época en que a todos nos dolía más o menos la tripa... Quería brazos, mimos, palabras que la tranquilizaran, todas esas cosas que yo ya no era capaz de darles... Pero se las apañó de todas maneras para trepar hasta mi regazo.
»Volvió a meterse el pulgar en la boca, y, por mucho que me esforzara, no se me ocurría nada que decirle para que se calmara o para que se volviera a dormir. Yo... Nada...
»En silencio, contemplábamos el fuego.
»Al cabo de un buen rato, me preguntó: ¿qué quiere decir "prematura"?
»Cuando algo ocurre antes de lo previsto, le contesté. Ella se quedó otro ratito callada y luego añadió: ¿y quién se ocupará de nosotros si tú tienes una muerte prematura?
»Me incliné hacia ella y entonces recordé que me había dejado la cajetilla de tabaco sobre sus rodillas.
»Y que acababa de aprender a leer...
»¿Qué quería que respondiera a eso?
»Tírala al fuego, le dije.
»La contemplé retorcerse y desaparecer entre las llamas y me eché a llorar.
»Me parecía de verdad que acababa de perder mis últimas muletas... Mucho más tarde, la llevé a su cama en brazos y volví corriendo a la cocina. ¿Por qué tanta prisa? ¡Pues para rebuscar entre las cenizas!
»Yo ya estaba muy
down
, y dejar de fumar de esa manera tan drástica me hundió más todavía... Por aquel entonces ya le había cogido una manía horrible a esta casa fría y triste que me lo había quitado todo, pero al menos le reconocía una virtud: el estanco más cercano estaba a seis kilómetros y cerraba a las seis de la tarde...
Kate aplastó la colilla en el suelo, la recogió, la dejó sobre la mesa y se sirvió un vaso de agua.
Charles seguía callado.
Tenían toda la noche por delante.

 

—Son los hijos de mi herm... —Se le quebró la voz—. Perdón... de mi hermana, y... Oh —exclamó, maldiciéndose—, por esto precisamente no quería invitarlo a cenar...
Charles dio un respingo.
—Porque cuando llegó usted anoche con Lucas, incluso detrás de todas sus heridas, o quizá debido a ellas, lo leí en su mirada y...
—¿Y? —repitió Charles, un poco inquieto.
—Y sabía lo que iba a ocurrir... Sabía que cenaríamos alrededor de esta mesa, que los niños se dispersarían, que me quedaría a solas con usted y que le contaría lo que nunca le he contado a nadie... Me da no sé qué confesárselo, señor Charles Desconocido, pero sabía que esto se lo contaría a usted... Es lo que le dije antes en el guadarnés... Ha habido alguna que otra expedición hasta aquí, pero es usted el primer hombre civilizado que se ha aventurado hasta el gallinero, y, si he de serle sincera, ya no lo esperaba.
Intento de sonrisa algo fallido.

 

Maldita sea, siempre ese problema de encontrar las palabras adecuadas. Charles nunca las tenía a mano cuando hacía falta. Si todavía el mantel hubiera sido de papel, le habría podido esbozar algo. Una línea de fuga o de horizonte, la idea de una perspectiva o incluso un punto de interrogación, pero, Dios santo, hablar... ¿Qué... qué decir con palabras?
—¡Todavía está a tiempo de levantarse y marcharse, ¿sabe?! —añadió Kate.
Esa sonrisa le salió algo mejor que la otra.
—Su hermana —murmuró Charles.
—Mi hermana era... Bueno, mire —prosiguió Kate en un tono más alegre—, me voy a poner a llorar ya mismo y así ya me lo quito de encima.
Se tiró de la manga del jersey como quien desdobla un pañuelo.
—Mi hermana, mi única hermana, se llamaba Ellen. Me sacaba cinco años y era una chica... maravillosa. Guapa, divertida, radiante... No lo digo porque fuera ella, lo digo porque así era ella. Era mi amiga, la única que tenía, creo, y mucho más que eso todavía... Se ocupó mucho de mí cuando éramos pequeñas. Me escribía cuando estuve interna, e, incluso después de casarse, nos llamábamos por teléfono casi todos los días. Nunca más de veinte segundos porque siempre había un océano y dos continentes entre nosotras, pero al menos esos veinte segundos no nos los quitaba nadie.
»Sin embargo, éramos muy distintas. Como en las novelas de Jane Austen, ya sabe... La mayor
sensible
y la pequeña
sensitive...
Era mi Jane y mi Elinor; ella era tranquila, y yo, turbulenta; ella era dulce, y yo, difícil; ella quería una familia, y yo, misiones; ella esperaba hijos, y yo, visados; ella era generosa, y yo, ambiciosa; ella escuchaba a la gente, y yo, nunca... Como con usted esta noche... Y como era perfecta, me otorgaba el derecho de no serlo yo... Ella era mi pilar, un pilar sólido, así que yo podía irme por ahí por el mundo... La familia se sostendría en pie...
»Ellen siempre me apoyó, me animó, me ayudó y me quiso. Nuestros padres eran maravillosos pero no se enteraban de nada, eran como de otro planeta, así que fue ella la que me crió.
»Hacía mucho, mucho tiempo que no pronunciaba su nombre en voz alta...

 

Silencio.

 

—Y, por muy cínica que yo fuera entonces —prosiguió Kate—, no tuve más remedio que reconocer que los
happy ends
no eran sólo cosa de las novelas victorianas... Ellen se casó con su primer amor, y éste estaba a la altura... Pierre Ravennes... Un francés. Un hombre adorable. Tan generoso como ella... La palabra francesa «
beau-frére
»
[4]
tenía entonces mucho más sentido que
brother-in-law
. Yo lo quería mucho, y la ley no tenía nada que ver con eso. Era hijo único y había sufrido mucho por ello. De hecho, había elegido ser obstetra... Sí, era de esa clase de hombres que saben lo que quieren... Pienso que una cena con tanta gente como la que acabamos de tener nosotros le habría encantado... Decía que quería siete hijos, y nunca se podía saber si lo decía en serio o no. Nació Samuel... Yo soy su madrina... Luego Alice, y después Harriet. No solía verlos muy a menudo, pero siempre me llamaba la atención el ambiente que había en su casa, era... ¿Ha leído a Roald Dahl?
Charles asintió con la cabeza.
—Me encanta ese hombre... Al final de
Danny, campeón del mundo
hay un mensaje para los jóvenes lectores que dice más o menos así: cuando seáis mayores, por favor no olvidéis que los niños quieren y merecen unos padres que sean
sparky
.
»No sé cómo traducir esta palabra... ¿Brillantes? ¿Divertidos? ¿Centelleantes? ¿Como la dinamita? Como el champán, quizá... Pero lo que sí sé es que su hogar era...
sparkísimo
. Yo estaba maravillada y a la vez un poco
confused
, me decía que yo nunca sabría hacer eso... Que no tenía la generosidad, la alegría y la paciencia necesarias para hacer tan felices a unos niños...
»Lo recuerdo muy bien, me decía, medio en broma y medio para tranquilizarme: si algún día tengo hijos, se los confiaré a Ellen... Y entonces...
Mueca triste.
Charles sintió el deseo de tocarle el hombro o el brazo.
Pero no se atrevía.
—Y entonces, nada... Hoy los libros de Roald Dahl se los leo yo...
Charles le cogió la copa de las manos, se la llenó y se la devolvió.
—Gracias.
Largo silencio.
Las risas y los acordes de guitarra a lo lejos le dieron ánimos para continuar con su relato.
—Un día fui a visitarlos de improviso... Para el cumpleaños de mi ahijado, precisamente... Por aquel entonces yo vivía en Estados Unidos, trabajaba mucho y todavía no conocía a mi sobrina pequeña... Llevaba varios días con ellos cuando se presentó el padre de Pierre. El famoso Louis de las iniciales en la camisa... Era un hombre excéntrico, pintoresco, divertido. Un concentrado puro de
sparky
, vamos... Un negociante de vinos al que le gustaba beber, comer, reír, lanzar a los niños por los aires y cogerlos por los pies, y abrazar contra su tripón a toda la gente a la que quería.
»Era viudo, adoraba a Ellen, y pienso que ella se casó con él tanto como con su hijo... Hay que reconocer que nuestro padre era ya mayor cuando nosotras nacimos... Profesor de latín y griego en la universidad... Muy bueno pero bastante... ausente... Se sentía más a gusto con Plinio el Viejo que con sus hijas... Cuando Louis vio que yo estaba ahí y podía quedarme a cuidar de los niños, les rogó a Pierre y a Ellen que lo acompañaran a visitar una bodega o no sé qué en Borgoña. Venid, les insistía, os sentará bien... ¡Hace tanto tiempo que no vais a ningún sitio! Vamos... venid... Visitaremos una finca preciosa, comeremos como reyes, dormiremos en un hotel maravilloso y mañana por la tarde ya estaréis de vuelta... ¡Pierre! ¡Hazlo por Ellen! ¡Sácala un poco de sus biberones!
»Ellen no se decidía a marcharse. Creo que no le apetecía nada separarse de mí... Y le diré una cosa, Charles, le diré que la vida es una gran perra, porque fui yo, sí, yo, quien insistió para que se marchara. Veía que esa escapadita hacía tanta ilusión a Pierre y a su padre... Vamos, ve, le dije, ve a comer como una reina y a dormir en una cama con dosel,
we'll be fine
.
»Dijo que vale, pero yo sabía que le costaba un esfuerzo. Que, una vez más, anteponía los deseos de los demás a los suyos propios...

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