El Consuelo (39 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

—¿No tiene usted televisión?
—No.
—¿Pero sí internet?
—Sí... No puedo cerrarlos al mundo entero, al fin y al cabo...
—¿Y lo utilizan mucho?
—Sobre todo Yacine. Para sus investigaciones... —sonrió Kate.
—Ese niño es asombroso...
—Y tanto.
—Dígame una cosa, Kate, ¿es...?
—Luego, más tarde. Cuidado, que se sale el agua... Bueno... los huevos no los vamos a coger, es el pasatiempo favorito de Nedra...
—Bueno, y ya que la menciona, precisamente...
Kate se dio la vuelta.
—¿Le gusta el whisky muy, muy bueno?
—Pues... sí...
—Entonces luego, más tarde.
—Éste es el antiguo horno... que ahora utilizamos de perrera... Cuidado, el olor es insoportable... Esto de aquí es un cobertizo... Esto, el establo... transformado en garaje para bicis... Eso de ahí, la bodega... No repare en el desorden y en los trastos que hay... Era el taller de Rene...
Charles no había visto nunca nada igual. ¿Cuántos siglos acumulados había ahí? ¿Cuántos contenedores, cuántos brazos y cuántas semanas serían necesarios si hubiera que vaciar ese lugar?
—Pero ¡¿ha visto todas estas herramientas?! —exclamó—. Parece el museo de Arte y Tradiciones populares, es extraordinario...
—¿Usted cree? —contestó Kate con una mueca.
—Estos niños no tendrán televisión, pero desde luego seguro que no se aburren ni un momento...
—Ni uno solo, por desgracia...
—¿Y eso de ahí? ¿Qué es?
—Es la famosa moto que arregla René desde... la guerra, me imagino...
—¿Y eso de ahí?
—No lo sé.
—Es increíble...
—Huy... pues esto no es nada, aún hay más...
Volvieron a la luz del día.
—Aquí están las conejeras... Vacías... Tengo mis limitaciones... Eso de ahí es un primer silo para guardar el heno, un henil, vamos... En ese pajar de ahí, como su nombre indica, se guarda la paja... ¿Qué está mirando?
—La armadura... Estos tipos me dejan de piedra... No se imagina la cantidad de conocimientos teóricos que hay que tener para construir cosas como ésta... No —prosiguió, pensativo—, no se lo puede ni imaginar... Es que hasta yo, que soy del gremio, no... ¿Cómo lo hacían? Es un misterio... Cuando sea viejo, me apuntaré a clases de carpintería...
—Cuidado con el gato...
—¿¡Otro!? Pero ¿cuántos tiene?
—Huy... hay mucho movimiento, mucha renovación... O sea, nacen muchos y mueren otros muchos también... Sobre todo por culpa del río... Los muy tontos se tragan cebos con anzuelo y ahí se quedan...
—Y ¿qué tal se lo toman los niños?
—Es una tragedia. Hasta la siguiente carnada...
Silencio.
—¿Cómo se las apaña, Kate?
—No me las apaño, Charles, no me las apaño. Pero a veces, de vez en cuando, le doy clases de inglés a la hija del veterinario a cambio de algunas consultas gratis...
—No... me refería a todo lo demás...
—Soy como los niños: espero la próxima carnada. Es algo que me enseñó la vida... un día... —Cerró el cerrojo cuando hubo salido Charles—. Y con eso es más que suficiente.
—¿Encierra a los gatos?
—Pero, hombre, si los gatos no pasan nunca por las puertas...
Se dieron la vuelta, y aquello parecía... el Patio de los Milagros, como en la novela de Víctor Hugo...
Cinco chuchos, a cual más feo y deforme, esperaban la hora de la comida.
—Vamos, espantos míos... Os toca a vosotros...
Volvió a la despensa y llenó sus escudillas.
—Ese de ahí...
—Sí, ¿qué pasa con él?
—¿Sólo tiene tres patas?
—Y le falta un ojo... Por eso le hemos puesto de nombre
Nelson...
Kate se percató de la perplejidad de su invitado, y precisó:

Admiral Lord Nelson... Battle of Trafalgar...
¿Le suena?
—Esto de aquí es la leñera... Eso de ahí, otro silo... donde está el antiguo granero... O sea, el que se usa para almacenar el grano... No tiene nada especial... Trastos, nada más que trastos... Otro museo, como usted lo llama... Aquí hay otro más en ruinas todavía... Pero con unas puertas muy bonitas de doble hoja, porque ahí es donde se guardaban antes los coches de caballos... Quedan dos en un estado deplorable. Venga a verlos...
Molestaron a las golondrinas, que estaban ahí tan tranquilas.
—Pero éste todavía está muy bien...
—Ah, ¿ese ligero de dos ruedas? Ése lo restauró Sam. Para
Ramón...
—¿Quién es
Ramón*
—Su burro —precisó, levantando los ojos al cielo en un gesto elocuente—, el tontorrón de su burro...
—¿Por qué ese aire de desesperación?
—Porque se le ha metido en la cabeza participar en un concurso de doma que organizan en la región este verano...
—¿Y cuál es el problema? ¿No está preparado?
—No, no, ¡sí que lo está! De hecho, ha practicado tanto que el año que viene repetirá curso... Pero no hablemos de eso, no tengo ganas de ponerme de mal humor...

 

Kate se apoyó contra una de las limoneras del coche de caballos.
—Porque ya lo ve... Esta casa es un desastre... Todo va mal, hay grietas por todas partes, todo se viene abajo... Los niños nunca llevan calcetines bajo las botas, y eso cuando tienen botas... Tengo que desparasitarlos dos veces al año... Se meten por todos los rincones, se inventan un montón de travesuras por segundo y pueden invitar a casa a todos los amigos que quieran, pero sólo hay una cosa que todavía se tiene en pie, una sola: los estudios. Tendría que vernos por las tardes a todos, sentados a la mesa de la cocina haciendo los deberes... No permito que se tomen a broma los estudios... ¡El doctor Katyll se transforma en Mister Hyde! Pero ahora... Samuel... es mi primer fracaso... Lo sé, no debería decir «mi», pero bueno... no es tan sencillo...
—Bueno, tampoco será tan grave, ¿no?
—No, supongo que no... pero...
—Termine la frase, Kate, dígame...
—El año pasado empezó el instituto, así que tuve que mandarlo interno... Aquí no podía quedarse... Ya el colegio no es como para tirar cohetes... Y entonces, este curso interno ha sido un desastre... No me lo esperaba en absoluto, porque yo conservo excelentes recuerdos de mis años de
boarding school
, pero... no sé... a lo mejor aquí en Francia es distinto... Estaba tan feliz y tan aliviado cuando volvía a casa el fin de semana que yo no tenía valor para obligarlo a ponerse a estudiar. Y ya ve el resultado...
Kate tenía una sonrisa triste.
—Bueno, en lugar de un buen estudiante a lo mejor tendré un campeón de Francia de doma de burros... Bueno... vámonos... Estamos asustando a las madres...
Era cierto que no paraban de piar en los nidos encima de sus cabezas.

 

—¿Tiene hijos? —le preguntó Kate.
—No. Bueno, sí... Tengo una Mathilde de catorce años... No la he «fabricado» yo, pero...
—Pero eso no cambia gran cosa...
—No.
—Lo entiendo. Mire... Le voy a enseñar un sitio que le va a gustar...
Llamó a la puerta del enésimo edificio.
—¿Sí?
—Estoy con Charles, ¿podemos entrar?
Les abrió la puerta Nedra.

 

Si Charles pensaba que ya no podría asombrarse más, se equivocaba de medio a medio.
Se quedó callado un buen rato.
—Es el taller de Alice —le dijo Kate al oído.
Pero no por eso recuperó Charles el habla.
Había tantas cosas que ver... Cuadros, dibujos, frescos, máscaras, marionetas hechas de plumas y de cortezas, muebles fabricados con pedazos de madera, guirnaldas de hojas, maquetas y un montón de animalitos extraordinarios...
—¿Era ella entonces la artista de la repisa de la chimenea?
—La misma...

 

Alice estaba de espaldas, sentada a una mesa colocada delante de la ventana. Se dio la vuelta tendiéndoles una caja.
—¡Mirad todos los botones que he encontrado en el mercadillo! Mirad qué bonito es éste... Es de mosaico... Y este de aquí... Es un pececito de nácar... Es para Nedra... Le voy a hacer un colgante con él para celebrar la llegada del
Señor Blop...
—¿Se puede saber quién es el
Señor Blop?
Charles se alegró de no ser el único que hacía preguntas tontas.
Nedra les señaló una esquina de la mesa.
—Pero... —dijo Kate— ¡¿lo habéis puesto en el precioso jarrón de
Granny?!
—Pues sí... Te lo íbamos a decir... Es que no hemos encontrado ningún acuario...
—Porque no habéis buscado bien... Habéis ganado ya un montón de pececitos, y, dicho sea de paso, nunca habéis sido capaces de conseguir que os duraran más de un verano, y yo os he comprado montones de peceras...
—Peceras —corrigió la artista.
—Gracias,
bowls. So...
apañáoslas...
—Sí, pero es que son muy pequeñas...
—¡Pues entonces no tenéis más que construirle vosotras una! ¡Como Gastón!

 

Cerró la puerta y se volvió hacia Charles gimiendo.
—Nunca debería haber dicho esta frase: «No tenéis más que...», siempre anuncia consecuencias horrorosas... Bueno, venga... vamos a terminar nuestra ronda pasando por las cuadras y así no olvidará nunca esta visita. Sígame...

 

Se dirigieron a otro patio.
—Kate, ¿puedo hacerle una última pregunta?
—Lo escucho.
—¿Quién demonios es Gastón?
—¿No conoce a Gastón Lagaffe, el personaje de los tebeos? —preguntó, fingiendo una tristeza exagerada—. ¿Gastón y su pez
Bubullé?
—Ah, sí, sí, claro que sí...
—Yo me puse otra vez a estudiar francés en serio, cuando tenía diez años, para poder entender bien los tebeos de Gastón Lagaffe. Anda que no sudé sangre... Por culpa de todas esas onomatopeyas...
—Pero... ¿qué edad tiene? Si no es demasiada indiscreción... No se preocupe, le he confirmado a Yacine que es verdad que tiene usted veinticinco años, pero...
—Pensaba que había dicho que era la última pregunta —le dijo, sonriendo.
—Me equivocaba. Nunca habrá una última pregunta. No es culpa mía, sino suya, porque usted...
—Yo ¿qué?
—Me siento un poco bobo, pero es como si estuviera descubriendo el... el Nuevo Mundo... así que, qué le vamos a hacer, me surgen muchas preguntas...
—Vamos... ¿es que nunca ha estado en el campo?
—Lo que me impresiona no es el lugar en sí, sino lo que ha hecho de él...
—¿Ah, sí? ¿Y qué he hecho de él, según usted?
—No sé... Una especie de paraíso, ¿no?
—Dice usted eso porque es verano, porque hay una luz muy bonita y han acabado las clases...
—No. Lo digo porque veo a unos niños divertidos, inteligentes y felices.

 

Kate se quedó muy quieta.
—¿De... de verdad piensa lo que acaba de decir?
Su voz se había vuelto tan seria de repente...
—No lo pienso, estoy seguro de ello.
Kate se apoyó en su brazo para quitarse una chinita de la bota.
—Gracias —murmuró, haciendo una mueca horrible—, yo... ¿Nos vamos?
Bobo era una palabra muy floja, Charles se sentía totalmente estúpido, sí...
¿Por qué acababa de hacer llorar a esa chica tan adorable?

 

Kate dio unos cuantos pasos y añadió en un tono más alegre:
—Pues sí... casi veinticinco años... Bueno, no del todo... Treinta y seis, para ser más exactos...
»Bueno, como ya se habrá dado usted cuenta, la gran avenida bordeada de robles no era para esta modesta granja, sino para un castillo que pertenecía a dos hermanos... Pues bien, sepa usted que le prendieron fuego ellos mismos durante la época del Terror... Estaba recién construido, habían puesto en él todo su entusiasmo y todos sus ahorros, bueno... los de sus antepasados... y cuando los revolucionarios empezaron a querer ahorcar también a los aristócratas de por aquí, según cuenta la leyenda, pero es una leyenda que me encanta, nuestros queridos hermanos se tomaron el tiempo de pimplarse una por una todas las botellas de vino de su bodega antes de prenderle fuego al castillo entero, y luego se ahorcaron ellos mismos.
»Esto me lo contó un tipo de lo más excéntrico que apareció un día por aquí porque buscaba... No, es una historia demasiado larga... Ya se la contaré en otra ocasión... Volviendo a estos dos hermanos... Eran dos solterones que sólo vivían para la caza... Cuando digo caza me refiero a monterías, y por lo tanto a caballos, y ningún lujo era excesivo para sus caballos. Y si no, juzgue usted mismo...
Acababan de doblar la esquina del último silo.
—Mire qué maravilla...

 

—¿Cómo?
—No, nada, maldecía porque no me he traído mi cuaderno de dibujo.
—Bah... Ya volverá usted otro día... Es aún más bonito por la mañana...
—Es aquí donde deberían vivir...
—Los niños viven aquí durante el verano... Ya verá, hay un montón de pequeñas habitaciones para los mozos de cuadra...
Con la boca abierta y las manos en jarras, Charles admiraba el trabajo de su lejano colega.

 

Un edificio rectangular con un revestimiento ocre y deslucido que sólo dejaba ver los machones y los linteles de piedra tallada, tejados en mansarda cubiertos de tejas finas y planas, una alternancia rigurosa de lucernas de volutas y de ojos de buey, y una gran puerta en forma de arco enmarcada por dos larguísimos abrevaderos...
Esa cuadra, sencilla, elegante, construida en un rincón perdido del mundo y por dos hidalgos que no habían tenido la paciencia de esperar su turno para la horca, resumía en sí misma todo el espíritu del Gran Siglo.

 

—Esos dos tenían delirios de grandeza...
—Pues parece ser que no. Una vez más según ese tipo excéntrico del que le hablaba, al parecer los planos del castillo, al contrario, eran bastante decepcionantes... Su delirio eran los caballos, más bien... Y ahora —añadió Kate, riéndose—, el que disfruta todo esto es el gordinflón de
Ramón...
Venga por aquí... Mire el suelo... Son piedrecitas de río...

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