El cuento de la criada (38 page)

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Authors: Elsa Mateo,Margaret Atwood

Tags: #Autoayuda, Ciencia Ficción

—Quiero ver la autorización —dice el Comandante—. ¿Tenéis autorización legal?

Ahora podría empezar a gritar, agarrarme a la barandilla, renunciar a toda dignidad. Podría detenerlos, al menos un momento. Si son los auténticos, se quedarán, de lo contrario echarán a correr. Y me dejarán aquí.

—No la necesitamos, señor, pero todo está en orden —dice el mismo hombre—. Violación de secretos de estado.

El Comandante se lleva una mano a la cabeza. ¿Qué he estado diciendo, y a quién, y cuál de sus enemigos lo ha descubierto? Probablemente ahora su seguridad estará en peligro. Estoy más arriba que él, mirándolo; y se está encogiendo. Entre ellos ya ha habido purgas, y habrá algunas más. Serena Joy empalidece.

—Zorra —me insulta—. Después de todo lo que hizo por ti.

Cora y Rita llegan corriendo desde la cocina. Cora está deshecha en llanto. Yo era su esperanza, y la he defraudado. Nunca tendrá niños.

La furgoneta espera en el camino de entrada, con las puertas dobles abiertas. Los dos hombres —ahora uno a cada costado— me cogen de los brazos y me ayudan a subir. No tengo manera de saber si éste es mi fin o un nuevo comienzo: me he entregado a unos extraños porque es inevitable.

Subo y penetro en la oscuridad del interior; o en la luz.

NOTAS HISTÓRICAS
NOTAS HISTÓRICAS SOBRE EL CUENTO DE LA CRIADA

Transcripción parcial de las actas del Duodécimo Simposio de Estudios Gileadianos, celebrado como parte del Congreso de la Asociación Histórica Internacional que tuvo lugar en la Universidad de Denay, Nunavit, el 25 de junio de 2191.

Presidente:
Profesora Maryann Crescent Moon (Maryann Luna Creciente) del Departamento de Antropología Caucasiana de la Universidad de Denay, Nunav it.

Orador inaugural:
Profesor James Darcy Pieixoto, Director de los Archivos- del Siglo Veinte y Veintiuno, de la Universidad de Cambridge, Inglaterra.

CRESCENT MOON:

Estoy encantada de darles la bienvenida a todos, y satisfecha al comprobar que muchos de ustedes asisten al discurso sin duda fascinante y provechoso del Profesor Pieixoto. Los miembros de la Asociación Gileadiana de Investigación consideramos que este período merece un estudio más exhaustivo, en la medida en que fue responsable de la modificación del mapa del mundo, sobre todo en este hemisferio.

Pero antes de pasar a ello, quisiera hacer algunos anuncios. La expedición de pesca saldrá mañana, como estaba programado, y para aquellos que no hayan traído un adecuado equipo para la lluvia y repelente de insectos, les informo que pueden conseguirlos con cargo a su cuenta en la recepción. La Marcha de la Naturaleza y el Desfile al Aire Libre de Trajes de época han sido postergados para pasado mañana ya que nuestro infalible Profesor Johnny Running Dog (Johnny Perro Corredor) nos ha anunciado que para entonces se producirá un cambio del tiempo.

Permítanme recordarles el resto de las actividades patrocinadas por la Asociación Gileadiana de Investigación y que ustedes pueden realizar durante este congreso como parte de la programación de este Duodécimo Simposio. Mañana por la tarde, el Profesor Gopal Chatterjee, del Departamento de Filosofía Occidental de la Universidad de Baroda de la India, disertará sobre «Los elementos Krishna y Kali en la Religión Estatal del Período Primitivo de Gilead», y el jueves por la mañana intervendrá la Profesora Sieglinda Van Buren, del Departamento de Historia Militar de la Universidad de San Antonio, República de Texas. La Profesora Van Buren ofrecerá lo que, sin duda, será una fascinante conferencia ilustrada sobre «La Táctica de Varsovia: la Política de Cerco del Núcleo Urbano en las Guerras Civiles Gileadianas». Estoy segura de que todos querremos asistir.

También debo recordarle a nuestro orador inaugural, aunque estoy segura de que no es necesario, que se ciña al tiempo que le ha sido asignado, porque queremos dedicar una parte a las preguntas, y supongo que nadie querrá perderse el almuerzo, como ocurrió ayer.
(Risas.)

El Profesor Pieixoto prácticamente no necesita presentación ya que es bien conocido por todos nosotros, si no personalmente, al menos a través de sus numerosas publicaciones. Entre ellas se incluyen «Las leyes suntuarias a través de las épocas: un análisis de documentos», y el ya conocido estudio «Irán y Gilead: dos monoteocracjas de finales del siglo veinte vistas a través de los diarios». Como todos ustedes saben, es co-director, junto con el Profesor Knotly Wade (Ánade Nudoso), también de Cambridge, del manuscrito que hoy nos ocupa y colaboró en la transcripción, en los comentarios y en la publicación del mismo. El título de esta charla es «Problemas de autenticación con relación a
El cuento de la criada».

Profesor Piejxoto.

(Aplausos.)

PIEIXOTO:

Gracias. Estoy seguro de que todos disfrutamos del té helado de la cena de anoche y que ahora estamos disfrutando en igual medida de nuestra ardiente presidenta. Utilizo la palabra «disfrutar» en dos sentidos excluyendo, naturalmente, el tercero, ya obsoleto.
(Risas.)

Pero seamos serios. Desearía, tal como indica el titulo de esta pequeña charla, considerar algunos de los problemas vinculados con el
supuesto
manuscrito que ya es bien conocido de todos ustedes y que lleva el titulo de
El cuento de la criada.
Digo
supuesto
porque lo que tenemos ante nosotros no es el artículo en su forma original. En términos estrictos, cuando lo descubrimos no era en absoluto un manuscrito, y no llevaba titulo. La inscripción «El cuento de la criada» le fue añadida por el Profesor Wade, en parte como homenaje al grau Geoffrey Chaucer; pero aquellos de ustedes que como yo conocen al Profesor Wade más de cerca, me comprenderán cuando digo que estoy seguro de que todos los juegos de palabras fueron intencionados, sobre todo el que tiene que ver con el significado vulgar de la palabra
cuento
siendo hasta cierto punto la base de sustentación de esa fase de la sociedad gileadiana de la que trata nuestra saga.
(Risas, aplausos.)

Este artículo, no me atrevo a utilizar la palabra
documento,
fue descubierto en el emplazamiento de lo que otrora fue la ciudad de Bangor, en lo que, en la época anterior al comienzo del régimen gileadiano, habla sido el estado de Maine. Sabemos que esta ciudad fue un importante apeadero de lo que nuestra autora denomina «el Tren Metropolitano de las Mujeres», ya que algunos de nuestros bromistas historiadores le dieron el apodo de «el Tren Metropolitano de las Gachís».
(Risas y silbidos.)
Por esta razón, nuestra Asociación se ha interesado especialmente en él.

El artículo en su estado original se componía de una caja de zapatos de las de metal, para uso del Ejército de Estados Unidos, quizá hacia mil novecientos cincuenta y cinco. Este hecho en sí mismo no tiene por qué ser significativo, pues es sabido que estas cajas de zapatos se vendían frecuentemente como «desechos del ejército», y por lo tanto pueden haber quedado dispersadas. Dentro de esta caja de zapatos, precintada con cinta adhesiva como la que se usaba antiguamente para los paquetes postales, había aproximadamente treinta casetes, del tipo de las que se volvieron obsoletas alrededor de los ochenta o los noventa, con la llegada de los discos compactos.

Les recuerdo que éste no es el primer descubrimiento de este tipo. Sin duda les resulta familiar el artículo conocido como «Las memorias de A. B.», hallado en un garaje de un suburbio de Seattle, y «El diario de P.», desenterrado accidentalmente durante la construcción de un nuevo templo en las proximidades de lo que una vez fuera Syracuse, en Nueva York.

El Profesor Wade y yo estábamos muy entusiasmados con este nuevo hallazgo. Afortunadamente, varios años antes, con la ayuda de nuestro técnico anticuario residente, habíamos reconstruido un aparato capaz de reproducir semejantes casetes, y de inmediato emprendimos la cuidadosa tarea de la transcripción.

En la colección había en total unas treinta casetes, con proporciones variables de música y palabras. En general, cada casete comienza con dos o tres canciones, sin duda utilizadas como camuflaje: luego la música se interrumpe y a continuación se oye una voz. Es la voz de una mujer y, según nuestros expertos en fonética, es la misma desde el principio al fin. Las etiquetas de las casetes eran etiquetas auténticas que databan, por supuesto, de una época anterior al comienzo de la primera era gileadiana ya que, bajo este régimen, toda esa música profana quedó prohibida. Por ejemplo, había cuatro casetes tituladas «Los años dorados de Elvis Presley», tres de «Canciones populares de Lituania», tres de «Muchacho George se lo quita» y dos de «Los violines melodiosos de Mantovani», así como algunos títulos de los que sólo había una casete: «Las hermanas gemelas en el Carnegie Hall», es una de mis predilectas.

Si bien las etiquetas son auténticas, no siempre fueron colocadas en la casete con las canciones correspondientes. Además, las casetes no guardaban ningún orden especial, sino que estaban tiradas en el fondo de la caja, y tampoco estaban numeradas. Así que le correspondió al Profesor Wade, y a mí mismo, ordenar los bloques de diálogo en el orden en que parecían sucederse; pero, como he dicho alguna vez, el resultado se basa en conjeturas y debe ser considerado como algo aproximado y sujeto a una investigación más profunda.

Una vez que tuvimos hecha la transcripción, y que tuvimos que revisar varias veces, debido a las dificultades que planteaba el acento, las alusiones a cosas desconocidas y los arcaísmos, nos vimos obligados a tomar algunas decisiones con respecto al material que tan laboriosamente habíamos conseguido. Se nos presentaban varias posibilidades. En primer lugar, las casetes podían ser una falsificación. Como ustedes saben, se han dado varios casos de falsificaciones de este tipo por las que los editores han pagado sumas elevadas, deseando sin duda aprovecharse del sensacionalismo de esos relatos. Parece que ciertos períodos de la historia se convierten rápidamente tanto para otras sociedades como para aquellas que los viven, en tema de leyendas no especialmente edificantes y en motivo de autocomplacencia hipócrita. Si se me permite un comentario al margen, diré que en mi opinión debemos ser prudentes en nuestros juicios morales sobre los gileadianos. Seguramente ya hemos aprendido que tales juicios son forzosamente específicos de la cultura. Además, la sociedad gileadiana se encontraba bajo una fuerte presión, demográfica y de otro tipo, y estaba sujeta a factores de los que nosotros mismos estamos libres. Nuestra misión no consiste en censurar sino en comprender.
(Aplausos.)

Dejando de lado mi digresión: de todos modos resulta bastante difícil falsificar una casete como ésta de un modo convincente, y los expertos que las analizaron nos aseguraron que los objetos físicos en sí mismos eran genuinos. Por cierto, la grabación misma, o sea la superposición de la voz sobre la música, no podría haberse hecho en los cien ni en los cincuenta últimos años.

Suponiendo, entonces, que las casetes son auténticas, ¿qué decir de la naturaleza del relato? Obviamente no pudo haber sido grabado en el mismo período de tiempo del que habla puesto que, si la autora dice la verdad, no habría tenido a su alcance ni magnetófono ni casete, y tampoco habría tenido dónde esconderlos. Además hay en su narración cierta calidad reflexiva que, en mi opinión, descartaría la simultaneidad. Posee un cúmulo de emociones almacenadas, si no en la tranquilidad, al menos
post facto.

Pensamos que si podíamos establecer la identidad de la narradora, podríamos encontrar una manera de explicar cómo este documento, permitidme llamarle así en nombre de la brevedad, salió a la luz. Para ello utilizamos dos líneas de investigación.

Primero intentamos, utilizando planos urbanos de Bangor y de otra documentación que quedaba, identificar a los habitantes de la casa que debía encontrarse en aquel entonces en el sitio del descubrimiento. Probablemente, razonamos, ésta había sido una «casa segura» del Tren Metropolitano de las Mujeres de aquel tiempo, y la autora podría haberlo ocultado en el ático o en la bodega, por ejemplo, durante semanas o meses, tiempo durante el cual habría tenido la oportunidad de realizar las grabaciones. Por supuesto, no había ningún indicio que nos permitiera descartar la posibilidad de que las casetes hubieran sido trasladadas al emplazamiento en cuestión una vez grabadas. Abrigamos la esperanza de poder rastrear y localizar a los descendientes de los hipotéticos ocupantes que, esperábamos, nos conducirían a otro material: diarios, quizá, o incluso anécdotas familiares transmitidas de generación en generación.

Lamentablemente, esto no nos condujo a nada. Tal vez estas personas, si realmente representaban un enlace en la cadena clandestina, habían sido descubiertas y arrestadas, en cuyo caso cualquier documentación referente a ellos habría quedado destruida. Así que continuamos con la segunda línea de ataque. Registramos los archivos de la época, intentando relacionar los personajes históricos con los individuos que aparecían en el relato de nuestra autora. Los archivos que han quedado de aquella época están en muy malas condiciones, pues el régimen gileadiano tenía la costumbre de arrasar con sus propias computadoras y destruir el material escrito después de las diversas purgas y de los disturbios internos; pero algún material escrito ha sobrevivido. Por cierto, parte de este material pasó clandestinamente a Inglaterra para uso propagandístico de las diversas sociedades de Protección de la Mujer, que en aquella época proliferaban en las Islas Británicas.

No abrigamos ninguna esperanza con respecto a localizar directamente a la narradora. Algunas pruebas internas nos demostraron que ella formaba parte de la primera tanda de mujeres reclutadas con fines reproductores y asignadas a aquellos que solicitaban tales servicios y que podían reclamarlos, dada su pertenencia a una minoría selecta. El régimen creó de inmediato una reserva de mujeres mediante la simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables, característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las sociedades caucasianas del norte de aquella época.

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