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Authors: Mark Haddon

Tags: #Drama, Infantil y juvenil, Intriga

El curioso incidente del perro a medianoche (7 page)

Yo no dije nada.

Padre dijo:

—Voy a hacer que me lo prometas, Christopher. Y ya sabes qué significa que te haga prometerme algo.

Yo sabía bien qué significa decir que prometes algo. Tienes que decir que nunca más volverás a hacer algo y entonces nunca debes volver a hacerlo, porque eso convertiría la promesa en una mentira.

—Ya lo sé —dije.

Padre dijo:

—Prométeme que dejarás de hacer esas cosas. Prométeme que dejarás ese ridículo juego ahora mismo, ¿entendido?

—Lo prometo —dije.

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Creo que sería un astronauta muy bueno.

Para ser un buen astronauta tienes que ser inteligente y yo soy inteligente. También tienes que entender cómo funcionan las máquinas y yo soy bueno a la hora de entender cómo funcionan las máquinas. También te tiene que gustar estar solo en una minúscula nave espacial a miles y miles de kilómetros de la superficie de la Tierra sin que te entre pánico o claustrofobia o tengas añoranza o te vuelvas loco. Y a mí me gustan de verdad los espacios pequeños, siempre y cuando no haya nadie en ellos conmigo. A veces, cuando quiero estar solo, me meto en el armario del tendedero que hay al lado del cuarto de baño y me deslizo junto al calentador y cierro la puerta detrás de mí y me paso horas allí sentado, pensando, y eso me hace sentir muy tranquilo.

Así que yo tendría que ser un astronauta en solitario, o tener mi propia parte de la nave espacial en la que nadie más pudiese entrar.

No hay cosas amarillas o marrones en una nave espacial, así que eso también estaría bien.

Tendría que hablar con otras personas del Centro de Control, pero lo haríamos a través de una conexión de radio y un monitor de televisión, o sea que no sería como hablar con desconocidos, sino como jugar a un juego de ordenador.

No sentiría ninguna añoranza, porque estaría rodeado de montones de las cosas que me gustan, máquinas y ordenadores y el espacio exterior. Y podría mirar a través de una ventanita de la nave espacial y saber que no hay nadie cerca de mí en miles y miles de kilómetros, que es lo que a veces me imagino que me pasa en las noches de verano, cuando me tumbo en el jardín y miro al cielo y me pongo las manos a los lados de la cara para no ver la valla y la chimenea y el hilo de tender y puedo hacer como que estoy en el espacio.

Todo lo que vería serían estrellas. Las estrellas son los sitios en que las moléculas de las que está hecha la vida se crearon billones de años atrás. Por ejemplo, el hierro de tu sangre, que impide que estés anémico, se creó en una estrella.

Me gustaría poder llevarme a Toby conmigo al espacio, y puede que me lo permitieran porque a veces se llevan animales al espacio para los experimentos, o sea que si se me ocurriera un buen experimento con una rata que no le hiciera daño a la rata, podría pedir que me dejaran llevar a Toby.

Pero si no me dejaran iría igualmente porque sería un Sueño Hecho Realidad.

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Al día siguiente en el colegio le dije a Siobhan que Padre me había dicho que ya no podía hacer de detective y eso significaba que el libro se había acabado. Le enseñé las páginas que había escrito hasta entonces, con el dibujo del universo y el plano de la calle y los números primos. Y ella dijo que no importaba. Dijo que el libro era realmente bueno como estaba y que debía sentirme muy orgulloso de haber escrito un libro, incluso aunque fuera más bien corto, y que había algunos libros muy buenos que eran muy cortos, como
El corazón de las tinieblas
, que era de Conrad.

Pero yo le dije que no era un libro propiamente dicho porque no tenía un final propiamente dicho porque no había descubierto quién había matado a Wellington, así que el asesino todavía Andaba Suelto.

Y ella dijo que era como la vida, donde no se resolvían todos los asesinatos y no se atrapaba a todos los asesinos. Como Jack el Destripador.

Dije que no me gustaba la idea de que el asesino aún Anduviese Suelto. Dije que no me hacía gracia pensar que la persona que había matado a Wellington pudiese vivir en algún sitio cerca y que me la pudiera encontrar dando un paseo por la noche. Y eso era posible porque los asesinos suelen ser conocidos de la víctima.

Entonces dije:

—Padre dijo que no debía volver a mencionar nunca el nombre del señor Shears en nuestra casa, que era un hombre malo. Quizás eso significa que fue la persona que mató a Wellington.

Y Siobhan dijo:

—A lo mejor es que a tu padre no le gusta mucho el señor Shears.

Y yo dije:

—¿Por qué no?

—No lo sé, Christopher —dijo ella—. No lo sé, porque no sé nada sobre el señor Shears.

—El señor Shears estaba casado con la señora Shears y la dejó, como en un divorcio —dije yo—. Pero no sé si en realidad se divorciaron.

Y Siobhan dijo:

—Bueno, la señora Shears es amiga tuya, ¿no? Amiga tuya y de tu padre. Así que a lo mejor a tu padre no le gusta el señor Shears porque dejó a la señora Shears. Porque le hizo algo malo a una persona que es su amiga.

Y yo dije:

—Pero Padre dice que la señora Shears ya no es amiga nuestra.

—Lo siento, Christopher —dijo Siobhan—. Me gustaría poder responder a todas esas preguntas, pero simplemente no sé qué decirte.

Entonces sonó el timbre que anunciaba que acababa el colegio.

Al día siguiente vi pasar 4 coches amarillos seguidos de camino al colegio, lo que lo convertía en un Día Negro, o sea que no comí nada en el almuerzo y me quedé sentado en un rincón de la clase todo el día y leí mi libro del curso de Matemáticas de bachiller superior. Al día siguiente, también vi 4 coches amarillos seguidos de camino al colegio, lo que lo convirtió también en un Día Negro, así que no hablé con nadie y durante toda la tarde me quedé sentado en un rincón de la biblioteca gimiendo con la cabeza apoyada con fuerza en una esquina y eso me hacía sentir tranquilo y seguro. Pero al tercer día mantuve los ojos cerrados todo el camino al colegio hasta que bajamos del autocar porque después de haber tenido 2 Días Negros seguidos me permito hacer eso.

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Pero no fue el final del libro porque cinco días más tarde vi 5 coches rojos seguidos, lo que lo convirtió en un Día Súper Bueno y supe que iba a pasar algo especial. En el colegio no pasó nada especial o sea que tenía que pasar algo especial después del colegio. Y cuando llegué a casa me fui hasta la tienda de la esquina a comprarme unos regalices y una Milky Bar con mi dinero de la semana.

Cuando me había comprado los regalices y la Milky Bar me di la vuelta y vi a la señora Alexander, la anciana del número 39, que también estaba en la tienda. No llevaba vaqueros. Llevaba un vestido como una anciana normal. Y olía a comida casera.

—¿Qué te pasó el otro día? —me dijo.

—¿Qué día? —pregunté.

Y ella dijo:

—Cuando volví a salir te habías ido. Tuve que comerme yo todas las galletas.

—Me marché —dije.

—Ya lo vi —dijo.

—Pensé que podía llamar usted a la policía —dije.

Y ella preguntó:

—¿Por qué iba a hacer eso?

Y yo dije:

—Porque yo estaba metiendo las narices en los asuntos de los demás y Padre me dijo que no debía investigar quién mató a Wellington. Y un policía me dio una amonestación y si vuelvo a meterme en líos será muchísimo peor a causa de la amonestación.

Entonces la señora india del otro lado del mostrador le dijo a la señora Alexander:

—¿En qué puedo servirla?

Y la señora Alexander dijo que quería medio litro de leche y un paquete de pastelillos de Jaffa y yo salí de la tienda.

Fuera de la tienda vi que el teckel de la señora Alexander estaba sentado en la acera. Llevaba un abriguito hecho de tartán, que es una tela escocesa y a cuadros. Le habían atado la correa a la tubería junto a la entrada. A mí me gustan los perros, así que me agaché y le dije hola al perro de la señora Alexander y él me lamió la mano. Su lengua era áspera y húmeda. Le gustó el olor de mis pantalones y empezó a olisquearlos.

Entonces la señora Alexander salió y dijo:

—Se llama Ivor.

Yo no dije nada.

Y la señora Alexander dijo:

—Eres muy tímido, ¿verdad, Christopher?

Y yo dije:

—No me está permitido hablar con usted.

—No te preocupes —dijo ella—. No voy a decírselo a la policía y no voy a decírselo a tu padre, porque no tiene nada de malo charlar un poco. Charlar un poco es sólo ser simpático, ¿no?

—Yo no sé charlar —dije.

Entonces ella dijo:

—¿Te gustan los ordenadores?

Y yo dije:

—Sí. Me gustan los ordenadores. En casa tengo un ordenador en mi habitación.

Y ella dijo:

—Ya lo sé. A veces te veo sentado ante el ordenador en tu dormitorio cuando miro desde la acera de enfrente.

Entonces desató la correa de Ivor de la tubería.

Yo no iba a decir nada porque no quería meterme en líos.

Entonces pensé que aquél era un Día Súper Bueno y que aún no había pasado nada especial, así que era posible que hablar con la señora Alexander fuera eso especial que iba a pasar. Y pensé que podía decirme algo sobre Wellington o la señora Shears sin que yo se lo preguntara, o sea que eso no sería romper mi promesa. Le dije:

—Me gustan las matemáticas y cuidar de Toby. Y también me gusta el espacio exterior y estar solo.

Y ella dijo:

—Apuesto a que eres muy bueno con las matemáticas, ¿verdad?

—Sí, lo soy —dije—. El mes que viene voy a examinarme del bachiller superior. Y voy a sacar un sobresaliente.

Y la señora Alexander dijo:

—¿De veras? ¿El bachiller en Matemáticas?

—Sí —contesté—. Yo no digo mentiras.

Y ella dijo:

—Perdona. No pretendía sugerir que estuvieses mintiendo. Sólo me preguntaba si te habría oído correctamente. Soy un poco sorda.

—Ya me acuerdo. Me lo dijo —y entonces dije—: Yo soy la primera persona en mi colegio que se presenta a un examen de bachillerato, porque es una escuela especial.

—Bueno —dijo ella—, pues estoy muy impresionada. Y espero que saques un sobresaliente.

Y yo dije:

—Lo sacaré.

Entonces ella dijo:

—Y la otra cosa que sé sobre ti es que tu color favorito no es el amarillo.

—No —dije yo—. Y tampoco es el marrón. Mi color favorito es el rojo. Y el color metálico.

Entonces Ivor se hizo caca y la señora Alexander la recogió con la mano metida dentro de una bolsita de plástico y luego volvió del revés la bolsita de plástico y le hizo un nudo de forma que la caca quedó encerrada y ella no tocó la caca con las manos.

Entonces yo hice unos razonamientos. Padre tan sólo me había hecho prometerle cinco cosas que eran:

  1. No mencionar el nombre del señor Shears en nuestra casa.
  2. No ir a preguntarle a la señora Shears quién había matado a ese maldito perro.
  3. No ir a preguntarle a nadie quién había matado al maldito perro.
  4. No entrar sin autorización en los jardines de los demás.
  5. Dejar ese ridículo jueguecito del detective.

Y preguntar acerca del señor Shears no era ninguna de esas cosas. Y si uno es detective tiene que Correr Riesgos y ése era un Día Súper Bueno lo que significaba que era un buen día para Correr Riesgos, así que dije:

—¿Conoce usted al señor Shears? —lo cual era más o menos charlar.

Y la señora Alexander dijo:

—No, en realidad no. Quiero decir que lo conocía lo suficiente como para saludarlo y charlar un poco en la calle, pero no sabía gran cosa sobre él. Creo que trabajaba en un banco. El National Westminster. En el centro.

Y yo dije:

—Padre dice que es un hombre malo. ¿Sabe por qué dice eso? ¿Es un hombre malo el señor Shears?

Y la señora Alexander dijo:

—¿Por qué me haces preguntas sobre el señor Shears, Christopher?

No dije nada porque no quería investigar el asesinato de Wellington, que era la razón por la que preguntaba sobre el señor Shears.

Pero la señora Alexander dijo:

—¿Es por Wellington?

Y asentí con la cabeza, porque eso no contaba como hacer de detective.

La señora Alexander no dijo nada. Se dirigió a la pequeña papelera roja junto a la entrada del parque y metió en ella la caca de Ivor, aquello era meter una cosa marrón dentro de una cosa roja, lo que hizo que me diera vueltas la cabeza, así que no miré. Entonces volvió de nuevo hacia mí.

Inspiró profundamente y dijo:

—Tal vez sería mejor no hablar de esas cosas, Christopher.

—¿Por qué no? —dije.

Y ella dijo:

—Porque… —Entonces se detuvo y decidió empezar una frase distinta—. Porque a lo mejor tu padre tiene razón y no deberías andar por ahí haciendo preguntas sobre eso.

Y yo pregunté:

—¿Por qué?

Y ella dijo:

—Porque está claro que va a dolerle que lo hagas.

—¿Por qué va a dolerle que lo haga? —dije yo.

Entonces la señora volvió a inspirar profundamente y dijo:

—Porque… porque yo creo que tú ya sabes por qué a tu padre no le gusta mucho el señor Shears.

Entonces pregunté:

—¿Mató el señor Shears a Madre?

Y la señora Alexander dijo:

—¿Que si la mató?

Y yo dije:

—Sí. ¿Mató él a Madre?

Y la señora Alexander dijo:

—No. No. Por supuesto que él no mató a tu madre.

—Pero ¿le causó él tanto estrés que se murió de un ataque al corazón? —pregunté.

Y la señora Alexander dijo:

—Te aseguro que no sé de qué me hablas, Christopher.

Y yo dije:

—¿O le hizo daño y ella tuvo que ir al hospital?

—¿Tuvo que ir al hospital? —preguntó la señora Alexander.

Y yo dije:

—Sí. Y no fue muy grave al principio, pero tuvo un ataque al corazón cuando estaba en el hospital.

Y la señora Alexander dijo:

—Dios mío.

—Y se murió —dije yo.

Y la señora Alexander dijo otra vez:

—Dios mío —y entonces dijo—: Oh, Christopher, lo siento, lo siento muchísimo. No lo sabía.

Entonces le pregunté:

—¿Por qué ha dicho «Creo que tú ya sabes por qué a tu padre no le gusta mucho el señor Shears»?

La señora Alexander se llevó una mano a la boca y dijo:

—Oh, pobrecillo. —Pero no contestó a mi pregunta.

Así que volví a preguntarle lo mismo, porque en una novela policíaca cuando alguien no quiere contestar a una pregunta es porque trata de guardar un secreto o trata de impedir que alguien se meta en líos, lo que significa que las respuestas a esas preguntas son las respuestas más importantes de todas, y por eso un detective tiene que presionar a esa persona.

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