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Authors: Alfonso Ussia

Tags: #humor

El diario de Mamá (6 page)

—Muy fácil. En El Corte Inglés, en su sección de zapatería, adquiera un par de Sebagos negros y otro par de color corinto, que con el tiempo adquieren un tono más discreto.

—Respecto al botón de la bragueta…

—Eso lo arreglan sus deditos, Alcoceba.

—Haré lo que me recomienda.

—Y una loción desodorante occipital.

—Procuraré dar con ella.

—Y que su mujer, en lugar de criticarlo, le planche bien las camisas.

—Es lo que siempre le digo.

—No olvide las transferencias a los leales enanos.

—Las pongo en marcha inmediatamente.

—No se encorve tanto.

—¿Así mejor, señor marqués?

—Así, Alcoceba. La cabeza, siempre alta y los movimientos, gráciles.

—En junio, pues.

—En junio, Alcoceba.

Capítulo 3

Sábado. Sin despedirse, quizá para evitar una escena de celos y de sufrimientos, Marsa se ha ido. La ha llevado Miroslav, nuestro jefe de Seguridad, un tipo formidable. Saber que está aquí ha traído tranquilidad a La Jaralera. Y Tomás volvió feliz de Sevilla, porque el sastre le prometió un artístico y rápido trabajo. Elena y los niños se han instalado ya en la Casa de los Cazadores. Pepillo, el jardinero, asegura que este año, con lo que ha llovido, al sol de la primavera las flores van a estallar. La ganadería brava que tenía en El Acebuchal se ha largado a otra parte y he unido mi campo al heredado de tío Juan José.

Tomás ha sabido por su novia Gertrude una novedad alarmante. Su padre, el Príncipe Alexander Mauricius von Hohenloezern está a punto de cancelar su visita a mi casa —para el incauto príncipe, la de Tomás—, por un episodio agudo de gota. Estos del Gotha siempre terminan con gota, y séame perdonado el ingenioso juego de palabras. Si el príncipe no viene, tampoco lo hará, como es de esperar, la Princesa Anna Carlota o Carlota Anna, que me hago con la picha un lío. Y en ese caso, sólo con Gertrude, la farsa de Tomás puede resultar más viable. Según me ha contado Tomás, el Príncipe Alexander Mauricius es el mayor consumidor de salchichas y embutidos del Tirol, así como un gran bebedor de cerveza y licores digestivos. Alivio general. Es mucho mejor recibir a un solo miembro de la familia Trapp que a todo el coro, entre otras razones, porque Gertrude en solitario no puede ser capaz de entonar el
Do, re, mi
. Por este lado, optimismo.

—Tu suegro, bastante borracho. ¿No es así, Tomás?

—Le agradecería, señor, que al referirse a Su Alteza lo hiciera con un mínimo de respeto.

—Mira, Tomás. Vas paseando por el Tirol, pegas un zapatazo en la hierba, y aparecen cien príncipes. Los príncipes de allí están muy devaluados.

—Gertrude me asegura que, de restaurarse la monarquía en Austria (y hay muchas posibilidades de que ello suceda), ella y yo seríamos los quintos en el orden sucesorio. De tal modo, señor marqués, que si usted y yo nos saludáramos, usted tendría que inclinar la cabeza al estrecharme la mano.

—Imposible situación. Sueñas, Tomás.

—Cometería una grave ofensa diplomática.

—En absoluto.

—Austria reaccionaría con indignación y retiraría a su embajador en España.

—Chorradas.

—Y yo no le invitaría jamás a cazar corzos en nuestras propiedades de Zu Wietgenstein Glükne.

—No quedan corzos en ese sitio tan raro.

—Y tampoco a cazar faisanes.

—Los faisanes han volado. Estoy ingenioso.

—Está usted insoportable. A propósito, ¿la señora marquesa?

—En Sevilla, que han venido unas amigas de Colombia y se queda esta noche con ellas.

—Y yo que me lo creo.

—Tres amigas, exactamente.

—Y un cuerno.

—Dos, Tomas.

—Así está mejor, señor.

Nadie me conoce como Tomás, y sabe que una vez al año mi mujer me la pega con otro. Supo lo del Farolitos, lo del alcalde de Guadalmazán del Marqués y lo de Jerónimo, el mayoral de la ganadería.

—Si yo le he dicho quién es mi novia, usted me tiene que revelar el secreto.

—Es un bombero.

—A la señora marquesa le pone el menestralío.

—Más bien, y en esta ocasión, el servicio público.

—Creo saber de quién se trata. El día del incendio no dejaba de mirar a un bombero que parecía ruso.

—Rodolfo.

—Pues está cachas, señor marqués.

—Siendo bombero no va a tener mis muslos.

—¿Le preocupa?

—Me indigna. La preocupación es otra cosa. Pero entre ella y yo hay un código de tolerancia que no se puede incumplir.

—No tiene importancia alguna. Cosas de la vida.

—¿A ti te gustaría que yo me zumbara a Gertrude?

—No tendría ninguna posibilidad de hacerlo. A Gertrude no le gustan los empleados de los marqueses.

Encima con ésas. Reconozco que sufro, y que esta noche voy a volar hacia el lugar del encuentro de Marsa con el bombero. No creo que se atreva a llevarlo al Alfonso XIII, ni al Colón. Elegirán uno de esos hoteles pequeños que se abrieron cuando la Expo del 92. O duermen en casa del bombero. En fin, no me quiero volver loco figurándome el lugar del indignante adulterio.

Así que, para alegrarme, retomo la lectura.

A ver qué escribe Mamá.

El piso de Rodolfo estaba en la séptima planta de un edificio en la avenida Kansas City, muy próxima a la estación de Santa Justa. Un piso de bombero soltero con éxito entre el mujerío. Colores malvas en las paredes, sillones carmesíes con almohadones
tutti-frutti
, una piel de cebra con cabeza incluida en el suelo y toda suerte de mandos a distancia sobre la mesa. Piso limpio y honesto, pero horroroso. Mueble bar a la izquierda y alto surtido de bebidas. Marsa le llamaba Rody, y Rody a Marsa, Margara.

—¿Algo fuerte para beber, Margara?

—Lo que tú me prepares, Rody.

Rody llevaba una camiseta que estallaba de ceñida con el rostro de Bruce Springsteen en el centro de su anchuroso pecho. Marsa, tendida sobre el sofá carmesí, se había desabrochado tres botones de la camisa y dejaba ver el suave valle entre sus cumbres. Rodolfo sólo sabía hablar de fútbol, y mientras lo hacía, acariciaba lentamente el canalillo de su amada.

—Mañana juega er Beti contra el Villarreá, Margara.

—Sigue hablándome, amor mío, que me encanta tu charla.

—Y si sacamo lo tre punto, salimo de la zona de decenso.

—¿De verdad, Rody?

—Pero er arbitro, Acebal Pezón, e antibético.

—Con esos apellidos…

—Pero Capi laz eztá metiendo toítas.

Con tanto Betis, y para que Rodolfo reaccionara, Marsa se había quitado la blusa. Lo de Acebal Pezón le dio la idea. Rody, ante la visión inmediata, se olvidó de Capi y comenzó la labor de extinción del incendio. Dos minutos más tarde, entrelazados, daban vueltas sobre la piel de cebra, cuyos ojos, los de la cebra, no daban crédito a lo que no veían. Dos horas tuvo enganchada Rodolfo a Marsa, que gemía y ululaba mientras Rodolfo, en lugar de apaciguar las llamas, las avivaba hasta extremos inauditos. «Bética mía», le susurraba al oído cuando sentía estremecerse el cuerpo de Marsa bajo el suyo. Por fin, el Guadalquivir. Y el descanso.

—Me encantas, Rody.

—Y tú a mí, Margara. Ma que lo colore verdiblanco.

Intuyo que están en un hotel. Marsa no es aventurera de pisos. Y hasta pudiera ser que estén tomando una copa y hayan decidido dejar pasar las cosas.

14 de febrero de 1942

Susú ha cumplido cuatro años. Estamos el aña y yo muy preocupadas con su «cosita». Es muy grande. Le tiene que doler. Por lo demás, muy soso. Bussy, mi marido, me tiene muy escamada. Llega tarde todas las noches a casa, y oigo un ajetreo de coches camino de la Casa de los Cazadores que no me gusta nada. Franco sigue sin responderme y no he podido convencerle de que cambie de bando en la Guerra Mundial. Mónica, mi peluquera, está totalmente de acuerdo conmigo, y me anima a viajar a Madrid para hacerle ver al Caudillo y a doña Carmen que los aliados tienen todas las de ganar. Bussy está pesadísimo contra el Generalísimo y a favor del Rey Le he dicho que si sigue así se va a tener que marchar de casa, pero, como la casa es suya, no me ha hecho excesivo caso.

Ay, Mamá, Mamá. Razón te sobraba en tus predicciones bélicas, y en tus sospechas de la Casa de los Cazadores. Pero tu reacción de exiliar a Papá por su simpatía a la monarquía te salió mal. Todo esto era suyo como ahora es mío. Y lo de mi «cosita» me ha hecho ilusión. Que a los cuatro años de edad sorprenda su tamañito es algo que me enorgullece. Y no me dolía nada.

8 de agosto de 1945

Lo que aventuré. Los rusos han entrado en Berlín, Hitler se ha suicidado, los italianos han cambiado de chaqueta, los aliados han conquistado Francia, los americanos han lanzado una bomba atómica sobre Hiroshima, los japoneses están hechos añicos y el Caudillo ha quedado fatal. No se lo reconozco a Bussy, pero ha demostrado que es un poco cazurro. Ahora España estaría en el lado vencedor, y, por no haberme recibido, estamos en el de los malos. Susú ha dado un estirón. El pediatra me dice que va a ser muy alto, aunque desgarbado. Le he comprado una bicicleta. Carísima.

Me acuerdo de la bicicleta. Tiene que estar por ahí. Me pasaba el día montando en bici, y a Papá le gustaba. No me hacía tanta gracia cuando Papá me subía a su caballo y se ponía al galope. Porque mi padre era la continuación del caballo, un centauro. Los caballos me han dado desde niño muchísimo susto. Y Mamá era una buena amazona, muy a la antigua, pero a mi padre le aburría muchísimo pasear con ella a caballo. Y Franco se equivocó. Vaya si se equivocó. Ahí Mamá demostró que tenía más visión política.

—¡Ayyyyyy!

El grito de Marsa no contenía dosis de placer alguno. Un grito de dolor. Alarido de desgarro. Rodolfo, después de culminar la segunda galopada, le propuso a Marsa un tercer orgasmo inspirado en posturas del
Kamasutra
. Y algunas de ellas no se pueden ejecutar con un bombero, siempre físicamente preparado para culminar los escorzos más muelles y complicados.

—¡Qué dolor, Rody! ¿Cómo me has hecho esto? ¡Bruto!

—Yo creía que te guztaba, Margara.

—¿Cómo me va a gustar tener una pierna levantada y vertical, la otra horizontal, la cara hundida en la almohada y tú no se sabe dónde? Creo que me he roto un abdominal. No me puedo mover.

—No te preocupe, mi amor, que ezo mizmo le pazó a Dani cuando jugaba en er Beti, y le dieron unos mazaje imprezionante que siguió jugando como zi na. Me haz dejado a media faena. ¿Puedo acabá?

—¡No!

—Puez voy a acaba.

—¡Ayyyyyy!

—Ya etá.

—Ayyyyyy. Rodolfo, eres un egoísta y un asesino en la cama.

—Como Luí Aragoné cuando tiraba la farta.

—Me voy. No puedo seguir aquí. Has sido maravilloso hasta que te ha dado por desencuadernarme.

—Yo me he quedado la má de bien. ¿Te pido un tazi?

—Pues sí. No me puedo mover. ¡Ayyyyyy!

No consigo dormir. Pienso en Marsa. Las dos de la madrugada. Hora peligrosísima. Cuando vuelva, hablaré con ella e intentaré cambiar nuestros estatutos de tolerancia. Me podría poner los cuernos todos los días y sólo lo hace una vez al año, pero la quiero demasiado como para no sentirme herido hasta lo más profundo de mi ser. Después de adornarme, es verdad, suele estar maravillosa, cariñosa y amante durante una larga temporada. En fin, que mañana me sinceraré con ella y le haré ver que a mi edad el dolor del alma puede llevarme a un episodio vascular. Y si me muero y no tiene a quién engañar, ¿qué va a hacer en el futuro?

Jesusito de mi vida, no soy digno de tu amor, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. ¡Tómalo! Tuyo es y mío no.

Ya he rezado. Orfidal. ¡Azuquiqui!

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