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Authors: Alfonso Ussia

Tags: #humor

El diario de Mamá (8 page)

—Me horroriza.

—Para que aprendas a comportarte. No se puede ir por el mundo seduciendo a la gente.

—No estoy para reproches. Has ganado otra vez.

—Si a eso lo llamas ganar… Lo cierto es que eliges mal.

—A Jerónimo, el mayoral, nunca lo olvidaré.

—Apacha, apacha.

—Y Farolitos tenía su aquel.

—Apacha, apacha.

—Si te vas a pasar el día diciendo «apacha, apacha», me largo.

—Ya me irás soltando los resquemores de tu conciencia. En fin, mi amor. Que he convidado a Garzón a matar un medalla de oro en la próxima berrea.

—Eso es más grave que acostarse con un bombero.

—Pero más inteligente. Se ha publicado en algún periódico que me tiene ganas.

—Tú no has hecho nada.

—Lo de los enanitos.

—Eso es legal.

—Lo de la Seguridad Social.

—Que emplume a Alcoceba.

—Por si acaso, he mandado al susodicho en el AVE con una invitación especial para Garzón.

—Me dices el día para no estar.

—Golpe maestro, mi amor.

Alcoceba debe de andar por Puertollano. Llevo dos años sin cazar en La Jaralera. Modesto, que se ha separado de Bubú, su marido subsahariano, me ha informado de la buena salud de nuestras reses. Ahora andan desmochadas y ridículas, pero, cuando agosto se despida, habrá cinco o seis venados con la medalla de oro en la boca, enseñándola. Y para Garzón, el mejor de todos ellos. Y si lo desea, también le invito a descolgar algunos ánsares, que llegan en esas fechas de Rusia, huyendo del frío. En la albariza de los juncos se puede forrar. Ya veré. Si se porta bien, tiene los ánsares asegurados.

Don Crispín me pide audiencia.

—Paso a la Iglesia.

Está joven y fuerte.

—La Iglesia solicita un mes de vacaciones.

—Así, de golpe.

—Llevo seis años sin ellas.

—Y seis años sin pegar un palo al agua.

—También sin cambiar de aires.

—Usted, dirá.

—Las Seychelles, Cristián.

—Están muy lejos y no puedo garantizarle su seguridad personal.

—Me da igual. Siempre he soñado con esas islas.

—No son islas de curas.

—Necesito pecar para arrepentirme posteriormente.

—Esta casa se está convirtiendo en un puticlú.

—No le contradigo.

—¿Para cuándo su viaje?

—El domingo parto.

—¿Se lleva los cilicios?

—Bajo ningún concepto. Voy de pecado mortal.

—¡Apachá!

Capítulo 5

Domingo de Resurrección y de viajes. Cumplido el sacrificio y superadas las penalidades de la Semana Santa, don Crispín parte rumbo a las Seychelles. Va vestido de condena a morir en la horca. Camisa lapislázuli con peces tropicales en atolón de corales. En la espalda, originalísimo, la leyenda «I Love Seychelles Islands». Me informa Miroslav, que la farmacéutica de Guadalmazán del Marqués le ha proporcionado una caja de pastillitas azules. Miroslav estuvo a punto de casarse con la pobre María, la doncella y «ponebaños» de Mamá, pero ha terminado abrazado a la farmacopea. María se va a quedar para vestir santos, y algo tendré que hacer para encontrarle un marido, porque en casa, tradicionalmente, todos los empleados terminan por casarse entre ellos.

Día de sol rabioso. La dehesa ya ha estallado de flores y verdes nuevos. Marsa ha recuperado el tono muscular y se muestra cabizbaja. Le da mucha vergüenza lo del bombero. Y Tomás se está gastando una buena parte de su fortuna hablando con Gertrude. Han empeorado las cosas. El príncipe ha sufrido una recaída y la Princesa ha tenido la mala idea de cambiar los planes e invitar a

Tomás a su palacio en trance de ruina. Tomás, horrorizado, por cuanto su afición a viajar es nula, tiene pánico al avión y no le apetece nada moverse en los terrenos de ella, que en ocasiones las mujeres son como los Victorinos, que cuando entras en sus querencias te meten una cornada hasta el yeyuno.

Y la gran noticia: Alcoceba cumplió con su deber y he recibido un tarjetón del juez Garzón. Deduzco, por la amabilidad de sus renglones, que los problemas están en vías de solución.

Estimado señor Ximénez de Andrada:

Por medio del señor Alcoceba, he recibido su amable invitación para practicar mi afición a la caza en su finca La Jaralera durante la próxima berrea. Le agradezco su generosidad, y, abusando de ella, le rogaría me permitiera extender su invitación a mi amigo el ex ministro de Justicia, señor Bermejo, que mucho le agradecerá su detalle.

Afectuosamente,

BALTASAR GARZÓN

Por supuesto que sí. Roto el hielo, le he contestado con otro tarjetón. El que tiene las tres coronas de los principales títulos de casa. Y no he firmado, como la anterior, con mi primer apellido, sino «Sotoancho», para que sepa con quién se está jugando los cuartos.

Excmo. Sr. D. Baltasar Garzón. Mi admirado amigo:

Tiene usted plena libertad para invitar al ex ministro señor Bermejo a compartir los lances de la berrea en La Jaralera. Para mí, supone un honor recibir en mi casa al más justo de los jueces y al más ecuánime de los ministros del Gobierno. Hay media docena de venados que llevan el oro en las puntas. En septiembre hace bastante calor por aquí, por lo que le reitero que no se traiga el chaquetón.

Con mi respeto,

EL MARQUÉS DE SOTOANCHO

P. D. Mi esposa, la marquesa de Sotoancho, es una gran admiradora de usted y del señor ministro, y está feliz.

¡Apachá! Se la he metido doblada a Marsa. Miroslav ha llevado la carta a la estafeta de Guadalmazán. Con las lluvias del invierno, el Guadalmecín baja de primo hermano del Orinoco. La albariza es un hervidero de patos, y el puente de los plumbagos ha estado a punto de ser desbordado por el caudal del río. He decidido comprar un cachorro. Desde que murió
Gus
, me falta el amor canino. Un labrador, seguramente. Marsa me invita a pasear, rechazo la invitación. Los cornudos tenemos que saber imponernos a destiempo. ¿Tú te acuestas con un bombero? Pues yo no paseo contigo, hala. Me gustaría, pero no doy mi brazo a torcer.

—Mañana, quizá, pero hoy, bajo ningún concepto.

—Qué carácter tienes, mi amor.

—Me viene de generaciones.

Que se entere. Y es más. La chaqueta que más le gusta a Marsa que me ponga, cuando el sol comienza a ser más sol que en invierno, es la Teba beige de verano. Colgará en mi armario castigada durante un mes, por lo menos.

Y claro, de orgasmías, nada. Mi fuchinga está de alivio de luto. Marsa duerme en el cuarto verde hasta que yo, y sólo yo, considere que ha llegado la hora de perdonar su destierro. Medidas severas, reprimendas duras, pero siempre necesarias. Ya no tengo los ojos hinchados de tanto mirar al mar. Y un último aguijón a su vanidad. El próximo viernes, me largo solo a ver bailar a Sara Baras en el Teatro de la Maestranza. Marsa siente una especial animadversión por Sara Baras. Un día jugó a reina mala de
Blancanieves y los siete enanitos
y le salió el tiro por la culata.

Yacíamos sobre el manto verde de la dehesilla cuando Marsa, juguetona ella, me preguntó: «Espejito mágico. ¿Quién es la mujer más guapa, atractiva y simpática de Andalucía?» Y yo, el espejito mágico, respondí de inmediato: «Sara Baras.»

Desde aquel corte, cada vez que lee algo de Sara Baras me tira el periódico a los mofletes. «Ahí tienes a tu Sara Baras.» Y yo disfruto de lo lindo. Porque es verdad. Sara es más guapa, atractiva y simpática que Marsa. Y no anda con bomberos con aspecto de rusos.

Después de la actuación, me quedaré a dormir en el Alfonso, y se va a creer que hay tema, ¡Ojalá! Pero, al menos, la inquieto. Los Sotoancho, cuando nos ponemos sutiles y vengativos, somos terribles. Ni paseo, ni chaqueta beige, ni exilio amnistiado, y Sara Baras. Para que sepa lo que vale un peine. Aquí está.

—¿De verdad no quieres pasear conmigo, amor?

—Estoy trabajando. Garzón y Bermejo vienen a cazar en septiembre. Les he dicho que eres su admiradora.

—A este paso, en septiembre estoy en Colombia, con la gente que me quiere.

—Tú misma.

—¿Tanto te ha molestado lo del bombero?

—En absoluto. Pero no me apetece pasear. El trabajo me llama.

—¿A qué llamas trabajo?

—A mantener en armonía y justicia esta casa.

—Me encantaría recuperar tu confianza. ¿Puedo volver a dormir en nuestro cuarto?

—Te queda exilio en el verde.

—¿Me llevarás alguna noche a cenar a Sevilla?

—El viernes podría. Pero lo tengo ocupado. Voy a ver a Sara Baras.

—¿A quiééénnnn?

—A Sara Baras.

—¿Solo?

—Exacto. Y después, dormiré en el Alfonso XIII.

—Cuidadito conmigo, Cristian…

—Nos vemos a la hora del aperitivo.

—Cuidadito, Cristian, cuidadito…

Avergonzada, celosa y cobarde. En otra ocasión, en lugar de advertirme con ese «cuidadito» se hubiera largado de casa para encelarme más aún. Pero no se atreve. Intuye mi fortaleza de carácter. Sabe que, de golpe, la dignidad ha entrado en mis venas. Se siente como la presidenta de una gran empresa, que, al entrar en su despacho, descubre a su secretario sentado en su mesa, y éste, en lugar de pedirle disculpas, le dicta una carta. O mucho me equivoco o he triunfado. Nunca más me pondrá los cuernos.

Como en la copla.

Mi mujer se fue con otro

un
weekend
de primavera,

y al volver, ella entendió

lo tontísima que era.

Lo del
weekend
no es muy de copla, pero tampoco hay que ponerse purista de traje corto, zahones, patillas de boca de hacha y faca presta a la herida. También la copla tiene derecho a ser internacional.

¿Y Mamá?

20 de abril de 1950

De disgusto en disgusto. Murió Gonzalo, el general Queipo de Llano. Fue siempre encantador con nosotros. Pero la vida sigue. Lo terrible ha sido el feo que nos han hecho el Generalísimo y doña Carmen. A mi marido le ha importado un pito, pero yo me subo por las paredes. Se ha casado Carmencita con el marqués de Villaverde en el Pardo, y no se han acordado de nosotros. ¡Mil invitados! Hemos convidado al Caudillo a cazar en casa y nunca ha venido. He enviado a doña Carmen, el día de la Virgen del Carmen, el collar de perlas que usaba mi pobre suegra, que en paz descanse. En señal de gratitud, una tarjetita. Y no nos invitan a la boda del siglo XX. Para mí, que doña Carmen, que es de una familia ni buena ni mala de Oviedo, tiene envidia de mis piernas. Las suyas son gordas, como columnas, y eso no lo puede aguantar. Bussy me ha dicho que no vuelva a intentar ponerme en contacto con el Generalísimo, pero, ofensas aparte, yo soy ante todo una patriota. A la que no le voy a mandar nada más es a la señorita esa de Oviedo, que menudos dientes gasta, por envidiosa.

Por lo demás, Susú crece y es feliz. Ya tiene once años. Me ha preguntado si los Reyes Magos son los padres, y, muy a mi pesar, le he arreado una bofetada. Inconvenientes de tratar con los hijos del servicio, que no creen en los Reyes y no respetan la inocencia de mi chiquitín. En el fondo, es lógico que no crean en los Reyes, porque les traen muy pocos juguetes. Pero que Susú me salga con ésas…

Lo recuerdo perfectamente. Creo que fue a los quince años cuando oí una discusión entre Mamá y Papá. Mi padre estaba empeñado en desvelarme el secreto, y Mamá se opuso tajantemente. Fue el año de mis últimos Reyes. En el fondo, lo sabía desde los trece años, pero me hice el tonto. Los Reyes en casa eran buenísimos. No estoy de acuerdo con la observación de mi madre. «Susú crece y es feliz.» Crecer, crecía, como todos los niños. Pero la felicidad no acompañó a mi crecimiento. Mi padre, quizá por la obsesión de mi madre por hacerme a su imagen y semejanza, se distanció de mí. No obstante, y a pesar de la distancia, me gustaba más estar con él que con Mamá. Lo más molesto de aquellos tiempos, con once años cumplidos, es que tenía que dar la mano al ama cuando paseábamos.

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