El equipaje del rey José (28 page)

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Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

—Y yo.

—Despachaos, pedazos de plomo —gritó Navarro, sentándose resueltamente al lado de su enemigo, con objeto de evitar cualquier ofensa que pudiera hacérsele…

Para disipar las sospechas de sus camaradas o hacerles entender que estaba decidido a defender al infeliz jurado, entabló con él familiar diálogo en esta forma:

—Eso pasará pronto, Sr. Soldevilla. Buena suerte fue para Vd. tropezar con un amigo como yo, que le asistiré en cuanto sea menester, y le protegeré aun a riesgo de mi vida contra todo aquel que intentara hacerle daño.

—Gracias, muchas gracias —dijo Monsalud, bebiendo con febril ansiedad en una taza que le presentaron.

—Tengo que comunicar a Vd. una triste noticia, y es que mi excelente padre, el señor D. Fernando Navarro, amigo de su familia de usted, ha sido asesinado por los infames renegados.

—¡Asesinado! —repitió sordamente Monsalud, engullendo el pan y las magras que le dieron—. ¡Infeliz suerte!… Quizás no moriría de esa manera.

—Sí; pero los viles que pusieron la mano en aquel hombre insigne no vivirán mucho tiempo —dijo foscamente Navarro ofreciendo a Monsalud un vaso de vino—. Revolveré la tierra por encontrarlos, y uno a uno caerán en mis manos, de las cuales pasarán al infierno.

—¡Al infierno! —balbució Monsalud—. Gracias, gracias, Sr. Navarro; voy recobrando la vida. ¡Ah! pero ahora recuerdo… oí hablar de su padre de Vd… Sí, antes que cayésemos en poder de los ingleses, trabé conversación con un joven jurado. Díjome que el Sr. D. Fernando se había dado a sí mismo la muerte, por no caer en manos de la vil canalla que después de sacrificar ignominiosamente a cierto clérigo, le iban a martirizar a él de la misma manera.

—También me lo han dicho así.

—Y el joven que me habló de este asunto, amigo Navarro, añadió que él mismo, después de prestar varios servicios al desgraciado don Fernando, le había suministrado el medio de eximirse, por un acto enérgico, de la bochornosa muerte que le tenían preparada. Dijo también que el ilustre señor, vencido de la extenuación y del pánico, perdió en sus últimos momentos el juicio, cayendo en singulares locuras y manías.

—Tantos detalles no habían llegado a mi noticia —dijo el guerrillero—, y en cuanto a las palabras de ese renegado que con Vd. habló, no les doy fe.

—¿Por qué?

—Porque no.

—Es uno que dijo llamarse… ¿a ver cómo? ¡Ah! Salvador no sé cuántos.

—Me lo figuraba… —contestó Navarro con diabólica risa—. Uno de los que busco… y de los que no se me escaparán, a fe mía… Es un reptil que ha querido morderme y que he de aplastar sin remedio. Traidor renegado, ha hecho migas con los franceses y es uno de los más crueles sayones que tiene la canalla para atemorizar a las gentes inofensivas de este país. Embrollón, embustero, farsante y lleno de fatuidad, atreviose a poner sus ojos en un ángel del cielo a quien idolatro y que no puede ser sino para mí… ¡Oh! nuestra rivalidad es ya un poco antigua… pero se ha recrudecido recientemente, Sr. Soldevilla de mi alma, desde que ese miserable ratoncillo que no merece roer la suela de mis zapatos, se ha atrevido a manchar la buena fama de la mujer que adoro, engañándola con miserables artes y obteniendo de ella ciertos favores por el más vil y repugnante medio… Tome Vd. más carne, Sr. Soldevilla —añadió presentándosela— tal vez necesite Vd. recobrar todas sus fuerzas para esta noche… Pues sí, como decía, empleando infames medios…

—Gracias, gracias, Sr. Navarro —dijo Salvador rechazando la carne—. Debe de ser un gran tunante ese joven.

—Como que para hablar con Genara y arrancarle algún honesto favor, remedaba mi persona y mi voz en la oscuridad de la noche…

—No quiero nada más —dijo Monsalud secamente—. Me encuentro bien.

—Poco ha comido Vd…

—Lo necesario para afrontar cualquier peligro.

—Pues sí, amigo Soldevilla —añadió Navarro—, perdone Vd. que me haya exaltado al oírle nombrar persona tan aborrecida para mí. He jurado matarle, matarle sin piedad, y me parece que mientras él viva me está robando con su aliento la existencia que Dios me dio para vivir, y el aire para respirar.

Monsalud, sacudido por viva excitación nerviosa, se levantó del suelo en que yacía.

—¡Oh! no se levante Vd… descanse Vd. más, Sr. Soldevilla —dijo Navarro con ironía semejante a la del diablo cuando sonríe a las almas en el momento de cargar con ellas—. Tome Vd. fuerzas, amigo mío, que quizás las necesite pronto, sí, muy pronto… Si quiere Vd. dormir, duerma sin cuidado; y por si tuviese recelo de que mis compañeros le hagan algún daño, esté tranquilo; que no me moveré de su lado hasta que abra los ojos.

—No quiero dormir —repuso Salvador poniéndose en pie—. Agradezco a Vd. lo que ha hecho por mí… Y ahora que recuerdo, cuando ese jurado, que antes mencioné, hablaba del trágico fin del Sr. D. Fernando Garrote y de su funesta locura, lo hacía con tanta compasión, que parecía haberse interesado vivamente por él.

—Buen caso haría yo de las hipócritas palabras de ese necio —dijo Navarro sin disimular su ira—. ¡Oh! sólo el oír en su boca el sagrado nombre de mi padre, me parece un insulto… A ver, Sr. Soldevilla —añadió tomando el sable de un guerrillero que dormía— ¿qué le parece a Vd. ese sable?

—Admirable —respondió el jurado pasando el dedo por el filo y apoyando la punta en el suelo para probar la flexibilidad de la hoja.

—Si no recuerdo mal, me rogó Vd. que le proporcionase un sable. Quédese Vd. con el que tiene en la mano. Este borracho de Roque es de mi compañía, y mañana me entenderé con él.

—¡Gracias, gracias! —dijo Monsalud con extraordinaria animación—. ¡Cuántos favores debo a Vd.!

—¿No duerme Vd. un ratito?

—No.

—Es verdad. Tiempo tiene Vd. de dormir —dijo Navarro levantándose—, sí, de dormir mucho, muchísimo.

Casi todos los guerrilleros que antes había en la barraca, o habían salido a tocar la guitarra sobre el campo o dormían como troncos. Monsalud y Navarro salieron. Cuando se hallaban a buen trecho de la tienda, el renegado dijo a su enemigo.

—¡Navarro, Navarro!… Dios que nos mira sabe que no te tengo miedo… Acabas de hacerme un beneficio; mi corazón se oprime al pensar que puedo darte la muerte… Aguarda por Dios, a que te ofenda de nuevo, aguarda a que esta gratitud se disipe… Te aborrezco; pero un secreto respeto enfría mis rencores, cuando pienso que nos vamos a batir. A pesar de los horribles insultos que hace poco me has dirigido, te ruego que esperes, que esperes hasta mañana siquiera. Creo que debemos esperar.

—Adelante —repuso Navarro con enérgico acento—. No tienes que agradecerme nada. No te he perdonado, no te perdonaré, si no me confiesas que fingiste mi persona y mi voz para engañar a Genara.

—¡No lo confesaré porque es mentira! —exclamó Salvador inflamándose.

¡Pues te mataré porque es verdad! —rugió Navarro—. Miserable, ¿piensas que el hombre que ha hablado a solas con esa mujer puede insultarme respirando el aire que yo respiro y viendo la luz que yo veo?

—No una, sino muchas veces he hablado con ella —dijo Salvador.

—¡Mientes, bellaco! —gritó Navarro abalanzándose hacia él con el sable desnudo—. Defiéndete, hijo de nadie, miserable espúreo.

Monsalud sintió que por sus venas corría fuego, que su cerebro era un volcán. Ciego, loco de ira, se puso en guardia, gritando:

—Defiéndete, salvaje. Mátame; pero antes de hacerlo, sabe que eres un bandido, y tu Genara una vil mujerzuela.

—Canalla, toma el camino del infierno… ¡corre… anda… allá vas!

No hablaron ni una palabra más y los aceros chocaron.

Estaban en un sitio solitario, y la noche era oscurísima. Durante breve rato las dos hojas de acero se rozaron con discorde sonido. De pronto Navarro dio un grito terrible y cayó al suelo inundado de sangre.

—¡Dios mío!… ¡muero!… —exclamó con un rugido en el cual parecía que echaba el alma.

Y luego con voz expirante añadió:

—¡Padre!…

Monsalud hincó una rodilla en tierra y le miró el rostro, sin advertir que algunos hombres se acercaban.

FIN DE EL EQUIPAJE DEL REY JOSÉ;

MADRID, junio-julio de 1875.

Notas

[1]
Veáse
La batalla de los Arapiles
(primera serie). (N. del A.)

[2]
[«Pedro» en el original. (N. del E.)]

[3]
[«zahumar» en el original. (N. del E.)]

[4]
[«Pedro» en el original. (N. del E.)]

[5]
El Audaz. (N. del A.)

[6]
[«pararayos» en el original. (N. del E.)]

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