El Escriba del Faraón (25 page)

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Authors: César Vidal

Mientras releo nuestra crónica siento que mi corazón se ve zarandeado entre la pena y la risa. El relato es absurdamente inconsistente. Hemos de suponer que nuestro sabio sugirió a Ajeprura Amenhotep que expulsara de
Jemet
a los leprosos e indeseables, pero él los arrojó a las canteras, como si, de repente, le hubiera surgido una necesidad imperiosa de trabajadores. Claro que esto no es nada en comparación con el resto de la historia. El señor de la tierra de
Jemet
decide, finalmente, entregarles una tierra, pero los leprosos y los indeseables, en lugar de experimentar alivio y gratitud por la libertad concedida y el obsequio otorgado, deciden declarar la guerra a todo el pueblo. Y para remate, mientras que ninguno de sus parientes y amigos se une a la rebelión y comparte los peligros de la guerra, ¡aquellas contaminadas personas envían mensajeros a los
aamu
y entre ellos obtienen aliados!

Con todo, para mí ese argumento plagado de contradicciones no constituye lo más patético de la historia. Lo más ridículo es que nos hemos atrevido a señalar que todo empezó porque Ajeprura Amenhotep, como si fuera un auténtico modelo de piedad, deseaba ver a los dioses. ¡A los dioses! Los dioses de la tierra de
Jemet —
bueyes, carneros, cocodrilos, babuinos con cara de perro y estatuas de madera y metal— los ha tenido siempre delante de los ojos. En cuanto al único Dios verdadero, a ese Dios que no habita en templos, que nadie puede ver ni representar, lo resistió hasta que se quedó sin medios para hacerlo. Ahora sólo tiene la posibilidad de perpetuar su rebeldía mediante la mentira, a través del engaño que, redactado por nosotros, se transmitirá generación tras generación, edad tras edad.

Pero si el engaño siempre es malo, el autoengaño es su variedad peor. Con él enredamos nuestro propio corazón, eliminamos la más mínima esperanza de descubrir la verdad y nos reducimos a una esclavitud tan opresiva como la de los hebreos en la tierra de
Jemet.
Creo que Ajeprura Amenhotep ha logrado engañarse a sí mismo y que, a través de la mentira forjada por él, ha hecho recaer toda la culpa de sus actos sobre aquel que ha dejado al descubierto el carácter sanguinario de su gobierno y la fragilidad preocupante de su imperio. El señor de la tierra de
Jemet
se ha comportado como aquella vieja a la que un espejo había mostrado todas sus arrugas y fealdades, e, irritada por la desagradable verdad, decidió romperlo queriendo creer así que lo horrible desaparecería junto con el instrumento que lo ponía de manifiesto.

En cuanto a mí, tengo decidido lo que haré cuando termine de escribir esta historia, que, a diferencia de la redactada por los paniaguados de Ajeprura Amenhotep, resulta totalmente verídica. Entregaré a Ipu —que aún es mi subordinado— los papiros en que la he dejado consignada por escrito. Encerrados en jarros sellados, recibirán sepultura bajo la arena del desierto, a la espera de que generaciones venideras los hallen y con ellos descubran la verdad. Después, cuando las tinieblas de la noche sean más espesas, montaré mi caballo y partiré en busca de Moisés y de su pueblo. En lo profundo de mi corazón sé que, cuando lo haya encontrado, su Dios, el Dios que nadie puede representar, pintar o esculpir me aceptará como un hombre libre al fin.

NOTA DEL AUTOR

Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, tanto de los hombres como de los animales; y ejecutaré mi juicio sobre todos los dioses de Egipto. Yo, YHVH.

ÉXODO 12,12

El aficionado a la novela histórica suele preguntarse a menudo hasta qué punto lo que está leyendo se corresponde con la realidad documentada y hasta qué punto es un fruto de la imaginación del autor. El tema del Éxodo y de los orígenes de la nación de Israel es tan crucial para la historia del género humano que merece la pena aclarar en este caso los posibles interrogantes del lector. El marco en que se desenvuelven los personajes de esta novela es, desde luego, el correspondiente a la época. Episodios como el del juicio de la divinidad realizado ante el sacerdote Ptahmose están documentados durante el Reino Nuevo egipcio, y lo mismo puede decirse en cuanto a los remedios médicos y mágicos administrados a Merit. En este caso concreto, los mismos se corresponden literalmente con los contenidos en los papiros egipcios llegados hasta nosotros. La segunda campaña de Amenhotep II aparece descrita en las páginas precedentes partiendo de una lectura crítica de las estelas de Karnak, Amada y Elefantina correspondientes a este rey. Todos esos aspectos son, por lo tanto, puntualmente históricos, aunque no por ello puedan dejar de resultar chocantes a nuestro paladar contemporáneo.

Por lo que se refiere a los personajes de la novela, debo señalar que aunque Nebi, el protagonista, Itunema o Merit son imaginarios, no lo son, sin embargo, algunos de sus principales protagonistas, comenzando por el rey Ajeprura Amenhotep —más conocido como Amenhotep II—, su hijo Uebensenu, la reina Ta-aa y, por supuesto, Moisés, Aarón y Miriam.

Aunque todavía el campo científico sigue dividido entre los que abogan por una fecha para el Éxodo de Israel en el siglo XIII a. de C. y los que prefieren ubicarlo en el siglo XV a. de C, creo que un examen de todas las fuentes históricas obliga a aceptar la segunda tesis como la única capaz de armonizarlas en su totalidad. Entre los argumentos a favor de la misma hay uno que, a mi juicio, resulta de especial relevancia y es el hecho de que la
Historia de Egipto
de Manetón, la única fuente egipcia que ha llegado hasta nosotros en la que aparece mencionado el Éxodo de Israel, lo sitúa en la XVIII Dinastía, bajo un faraón de nombre Amenhotep.

Contra lo que suele afirmarse bastante a menudo —y demasiado erróneamente—, los egipcios sí tenían noticias del Éxodo de Israel y además las recogieron en sus fuentes. Naturalmente, y como era de esperar, lo hicieron de una manera deformada —y escasamente consistente—, muy similar en la redacción y el contenido a la mencionada por Nebi en el último capítulo de esta novela. El propio Manetón ofrece un eco de esa visión, y resultaba tan exageradamente tendenciosa que en el siglo I de nuestra era el historiador Flavio Josefo pudo ridiculizarla y refutarla con absoluta facilidad.

Es de suponer que el Egipto de Amenhotep II debió de quedar extraordinariamente quebrantado tras un episodio como el del paso del mar de las Cañas en persecución de los hebreos. De hecho, la historia nos confirma que no volvió a realizarse una sola campaña militar similar a la de los dos primeros años durante el resto del reinado. Su ausencia en Asia fue tan inexplicable que, como han señalado diversos egiptólogos, no resulta extraño que se pensara que había muerto antes de la fecha en que realmente falleció. Hoy en día, la arqueología nos ha mostrado que su reinado fue relativamente prolongado, aunque los tiempos inmediatamente posteriores a la segunda campaña resultaron grises y vacíos, y la fiebre conmemorativa y autoglorificadora de los primeros años se extinguió totalmente. Un último dato arqueológico parece además corroborar la identificación de este rey con el del Éxodo. Al término de su vida, de manera extraordinariamente rara y excepcional, Amenhotep II fue sepultado al lado de uno de sus hijos, el primogénito Uebensenu, aquel que, supuestamente, habría perecido durante la última plaga.

Por último, deseo hacer una referencia a la manera de pensar y expresarse de los personajes de esta novela. En la medida de lo posible y siempre que no obstaculizara la claridad de la lectura, he intentado reproducir la forma de hablar de los antiguos egipcios —quizá un tanto acartonada y formal para el gusto contemporáneo—, y muchos encontrarán en el presente libro huellas claras de «Las máximas de Ptahotep» o de «La sátira de los oficios», entre otras obras clásicas de la literatura egipcia. He procurado ser fiel asimismo a la documentación histórica referente a la vida de Moisés o al pensamiento monoteísta que éste propugnaba. Que ambos lados del conflicto, egipcios y hebreos, lo vivieron como una confrontación directa no sólo de dos teologías sino de dos cosmovisiones globales es algo sobre lo que no abrigo ninguna duda. También resulta indudable el desenlace final de aquel choque. Aunque todavía yerguen admirables los monumentos levantados por los antiguos reyes de Egipto, no es la ideología encarnada en los mismos, sino la defendida por Moisés, la que ha sobrevivido hasta hoy.

Zaragoza-Miami-Zaragoza Verano de 1994

GLOSARIO

Aamu.
Asiáticos. Conjunto de tribus situadas al norte y noroeste de Egipto.

Abu.
La isla de Elefantina.

Aba.
Problemas matemáticos en parte coincidentes con los resueltos actualmente por el álgebra.

Ajet.
Estación de invierno o de la inundación.

Anj.
Nudo de Isis. Cruz con un rizo cerrado en su parte superior. Aunque se ignora en realidad su significado primitivo en la época en que transcurre la acción de la novela, se relacionaba con la vida eterna.

Apep.
Serpiente dotada de poderes mágicos y enigma del dios Ra.

Corazón.
Véase ieb.

Cubrir sus pies.
Un eufemismo para la evacuación de ciertas necesidades biológicas.

Deshret.
Literalmente: Roja. Nombre dado por los egipcios al desierto que limitaba con su país.

Guer.
Palabra hebrea que significa extranjero o forastero.

Hacerse pesado.
Expresión para referirse a la manera en que la divinidad, supuestamente, intervenía en ciertos procesos en que una de las partes era un templo. Se suponía que el dios o diosa aumentaba su peso de tal manera que doblaba las piernas de sus porteadores sacerdotales con el mismo y de esa manera manifestaba cuál de los litigantes estaba asistido por la razón.

Hedj.
Plata.

Heka.
Magia, hechicería.

Hem-ka.
Sacerdotes relacionados con los ritos funerarios.

Hem-neter.
Sacerdotes relacionados con la asistencia de los templos.

Hemt.
Cobre-bronce.

Hep-Ur.
Literalmente: Agua Dulce. El río Nilo.

Heritep-a'a.
Gobernador de un sepat, convencionalmente denominado monarca.

Hyksos.
Invasores de origen racial discutido que entraron en Egipto durante el Segundo Período intermedio, dando lugar a las dinastías XV y XVI (hacia el 1674-1567 a. de C). Fueron expulsados por los reyes egipcios del final de la dinastía XVII y principio de la XVIII.

Ieb.
Corazón. La expresión «hablar el corazón» era utilizada por los egipcios para referirse a los latidos del mismo.

Ipet-Iset.
Karnak.

Iunu.
Literalmente: Pilar. Nombre egipcio de Heliópolis.

Jemet.
Literalmente: Negra. Nombre dado por los egipcios a su país en sentido amplio, y, de manera estricta, a la tierra fértil del mismo.

Jepresh.
Corona o yelmo de guerra forjado en electro.

Jeri-heb.
Sacerdotes encargados de dirigir los ritos funerarios de los miembros de la familia real.

Ka.
Esencia espiritual del ser humano. «Ir al ka» era un modismo utilizado para referirse a la muerte.

Kush.
Alta Nubia.

Ma'at.
Diosa egipcia que simbolizaba el equilibrio, la justicia y la armonía sobre las que se sustentaba Egipto.

Mandet.
Barca en la que Ra, el dios del sol, ascendía al cielo.

Mashah.
Palabra hebrea. Literalmente: sacó.

Mejir.
Segundo mes de la estación de peret.

Meseket.
Barca en la que Ra, el dios del sol, descendía del cielo.

Mesjenet.
Divinidad con la que, ocasionalmente, se relacionaba el oficio de escriba.

Mesjetiu.
La Osa Mayor.

Mut-Netjer.
Literalmente: Madre de los dioses. Uno de los calificativos atribuidos a la diosa Isis.

Nub.
Oro.

Nudo de Isis.
Véase Anj.

Occidente.
Lugar en el que estaba ubicado el paraíso de ultratumba de los bienaventurados.

Paopi.
Mes de la estación de ajet.

Pasteles de Osiris.
Uno de los alimentos reservados en el más allá a los bienaventurados.

Per-a'a.
Literalmente: Gran Casa. Aunque originalmente el término servía para designar la residencia regia —y con ella el gobierno del país—, con el paso del tiempo se aplicaría al mismo rey. De él deriva nuestra palabra «faraón».

Per-anj.
Literalmente: casa de la vida. Institución destinada al archivo de documentos, pero también en algunos casos a la docencia. En la misma no se formaban sólo los escribas, sino también algunos sacerdotes.

Peret.
La estación de la siembra.

Pnamenot.
Tercer mes de la estación de peret.

Renenet.
El destino, pero también la diosa de la generación.

Sem.
Sacerdotes relacionados con la momificación.

Sepat.
División administrativa del territorio egipcio, denominada convencionalmente momo.

Setetyu.
Tribu asiática derrotada por Amenhotep II.

Shemeu y Tamejeu.
El Alto y el Bajo Egipto.

Shemu.
Estación de la cosecha o de verano.

Sopdu.
La estrella Sirio.

Tjat.
Funcionario real al que, convencionalmente, suele denominarse «visir».

Tjehenu.
Nombre dado por los egipcios a los libios.

Tot.
Mes de la estación de ajet.

Ut.
Momia.

Wad-wer.
Literalmente: Gran Verde. El mar Mediterráneo.

Waset.
Tebas.

Wawat.
La Baja Nubia.

Web.
Sacerdotes encargados de oficiar en los templos menos importantes.

Weret-Hekau.
Literalmente: Gran Maga. Uno de los nombres atribuidos a la diosa Isis.

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