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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El factor Scarpetta (13 page)

—Intentaremos rastrear de dónde se envió el mensaje de texto, la localización física —terció Marino—. Eso es todo cuanto podemos hacer. Es justificado plantearlo, ya que no hemos encontrado el móvil. Estoy de acuerdo. ¿Y si alguien lo tiene y esa persona envió el mensaje a la madre de Toni? Puede que suene descabellado, pero ¿cómo saberlo?

Deseó no haber dicho «descabellado». Sonaba como si criticase a Scarpetta o dudase de ella.

—Viendo el vídeo, también me pregunto cómo sabemos que la persona de la parka verde es Toni Darien. No se le ve la cara, en ninguno de los vídeos. —Era Benton quien hablaba.

—Sólo que parece de raza blanca. —Marino retrocedió para volver a comprobar la grabación—. Le veo la mandíbula y un poco de barbilla, porque lleva la capucha puesta y fuera está oscuro y ella no mira a la cámara. La cámara la graba de espaldas y Toni anda mirando el suelo. Tanto cuando entra en el edificio como cuando sale.

—Si abrís el segundo archivo que Lucy ha enviado con el título «Grabación 2», veréis imágenes de grabaciones previas, de días anteriores: mismo abrigo, misma figura, sólo que tenemos una visión clara de la cara de Toni.

Marino cerró el primer archivo y abrió el segundo. Entró en las diapositivas y empezó a mirar imágenes fijas de Toni frente al portal de su edificio, entrando y saliendo. En todas ellas llevaba una bufanda de color rojo vivo y la misma parka verde con ribete de piel, sólo que en estas imágenes no llovía y no llevaba la capucha puesta, y se le veía el cabello moreno, largo y suelto, cayéndole sobre los hombros. En varias de las imágenes vestía pantalones de
jogging
y, en otras, pantalones informales o tejanos, y en una llevaba mitones verde oliva y marrón claro, y en ninguna guantes negros o un gran bolso negro al hombro. En todas las ocasiones iba a pie, salvo una vez que llovía y la cámara la grabó subiendo a un taxi.

—Corrobora la declaración del vecino —dijo Bonnell, rozando el brazo de Marino, la tercera vez que lo hacía, apenas tocándolo, pero vaya si él lo notaba—. Ese es el abrigo que describió. Me dijo que llevaba un abrigo verde con capucha y que iba con el correo, que acabaría de sacar del buzón después de entrar en el edificio a las 5.47 de la tarde. Supongo que abrió el buzón, sacó lo que había y luego subió la escalera, que fue cuando la vio su vecino. Entró en el apartamento y dejó el correo en la encimera de la cocina, donde lo he encontrado esta mañana cuando he estado allí con los de criminalística. El correo no estaba abierto.

—¿Llevaba la capucha puesta dentro del edificio? —preguntó Scarpetta.

—El vecino no especificó. Sólo dijo que llevaba un abrigo verde con capucha.

—Graham Tourette —intervino Marino—. Tenemos que investigarlo y también al de mantenimiento, Joe Barstow. Ninguno está fichado salvo por infracciones de tráfico, pasarse un ceda el paso, matrícula no reglamentaria, un faro trasero roto, ir marcha atrás; ningún caso acabó en arresto. He dicho al RTCC que me consiga información de todos los que viven en el edificio.

—Graham Tourette especificó que él y su pareja masculina fueron al teatro anoche, alguien les había dado entradas para
Wicked.
Así que iré al grano y le preguntaré al doctor Wesley...

—Improbable. Muy improbable que un gay haya cometido este crimen.

—No he visto mitones en el apartamento —dijo Marino—. Y no estaban en la escena del crimen. Tampoco lleva guantes negros ni una bolsa negra en las imágenes anteriores.

—En mi opinión, es un homicidio de carácter sexual —añadió Benton, como si Marino no estuviera al teléfono.

—¿Indicios de agresión sexual en la autopsia? —preguntó Berger.

—Tiene heridas genitales; magulladuras, enrojecimiento, evidencia de algún tipo de penetración, de traumatismo.

—¿Fluido seminal?

—Yo no lo he visto. Esperemos a los hallazgos de laboratorio.

—La posibilidad que plantea la doctora es que quizá la escena del crimen y tal vez el mismo crimen sean un montaje —intervino Marino, que todavía se sentía mal por haber dicho «descabellado» poco antes, y esperaba que Scarpetta no creyese que implicara nada con ello—. En tal caso, podría ser un tipo gay, ¿verdad, Benton?

—Por lo que sé, Jaime —Benton respondió a Berger en lugar de a Marino—, sospecho que con los montajes se pretende ocultar la verdadera naturaleza y el motivo del crimen, así como cuándo se cometió, y la posible relación de la víctima con su agresor. En este caso, la puesta en escena tiene como propósito la evasión. Quienquiera que lo hizo teme que le atrapen. Y, reitero, el crimen tiene una motivación sexual.

—No parece que creas que fue un desconocido quien lo hizo —apuntó Marino, y Benton no respondió.

—Si lo que dice el testigo es verdad, me parece que eso es exactamente de lo que se trata —dijo Bonnell a Marino, tocándole de nuevo—. No creo que hablemos de un novio, quizá tampoco nadie que conociera antes de anoche.

—Necesitamos traer a Tourette para interrogarlo. Y al encargado del mantenimiento. Quiero hablar con los dos, sobre todo con el de mantenimiento, Joe Barstow —dijo Berger.

—¿Por qué sobre todo Joe Barstow? —quiso saber Benton, y sonaba algo cabreado.

Quizá Benton y la doctora no se llevaban bien. Marino no tenía ni idea de lo que les pasaba a ninguno de ellos, llevaba semanas sin verlos, pero le cansaba tener que comportarse de un modo antinatural para ser amable con Benton. Se estaba hartando de que le faltase siempre el respeto.

—Tengo la misma información del RTCC que Marino. ¿Te has fijado en el historial laboral de Barstow? —preguntó Berger a Marino—. Un par de empresas de alquiler de vehículos, taxista, y otros muchos trabajos, como camarero. Trabajó para una empresa de taxis hasta fecha tan reciente como 2007. Parece que ha hecho muchas cosas mientras estudiaba a tiempo parcial en la Manhattan Community College, entrando y saliendo durante los últimos tres años, por lo que veo.

Bonnell se había levantado, había abierto un cuaderno y permanecía de pie, junto a Marino.

—Intenta sacarse la licenciatura en artes visuales. Toca el bajo, antes tocaba en un grupo, le gustaría producir conciertos de rock y sigue esperando su gran oportunidad en el negocio de la música.

Bonnell leía sus notas, su muslo rozando a Marino.

—Últimamente ha trabajado media jornada en una productora —continuó Bonnell— haciendo trabajillos, casi todos de machaca de oficina, recados, lo que él llama ayudante de producción y yo recadero. Tiene veintiocho años. He hablado con él unos quince minutos. Afirma que sólo conocía a Toni de tratarla en el edificio, que él —cito textualmente— nunca había salido con ella, pero se había planteado invitarla a salir.

—¿Le has preguntado directamente si salía con ella o se lo había planteado? ¿O lo ha dicho por iniciativa propia? —preguntó Berger.

—Iniciativa propia. También por iniciativa propia ha dicho que llevaba varios días sin verla. Dice que estuvo toda la noche en su apartamento, le trajeron una pizza y miró la tele porque hacía mal tiempo y estaba cansado.

—Ofreciendo un montón de excusas —dijo Berger.

—Podría verse así, pero tampoco es raro en casos como éste. Todos se creen sospechosos. O en sus vidas hay algo que no quieren que sepamos —replicó Bonnell, hojeando el cuaderno—. La describió como simpática, alguien que no se quejaba mucho, y que él supiera no era de las que montaba fiestas o traía gente a casa, o (y cito textualmente de nuevo) muchos tíos. Lo noté muy alterado y asustado. No parece que ahora conduzca taxis —añadió, como si fuera un detalle importante.

—No lo sabemos con seguridad —dijo Berger—. No sabemos si tiene acceso a un taxi, podría hacerlo de forma extraoficial para no pagar impuestos, por ejemplo, como muchos de los taxistas de la ciudad que van por libre, sobre todo últimamente.

—La bufanda roja se parece a la que retiré del cuello de Toni —dijo Scarpetta, y Marino la imaginó sentada en alguna parte con Benton, mirando la pantalla del ordenador, probablemente en su piso de Central Park West, no lejos de la CNN—. Un rojo puro, intenso, confeccionado con un tejido tecnológico que, pese a ser fino, calienta mucho.

—Eso es lo que parece que lleva —dijo Berger—. Lo que los vídeos y el mensaje de texto enviado al móvil de su madre parecen establecer es que Toni estaba viva ayer cuando salió del edificio a las siete y un minuto y que seguía viva una hora después, a eso de las ocho. Kay, has empezado a decirnos que quizá tengas una opinión distinta de la hora de la muerte, distinta de lo que implican estos vídeos, por ejemplo.

—Mi opinión es que anoche no estaba viva.

La voz de Scarpetta tranquila, como si lo que acababa de decir no debiera sorprender a nadie.

—¿Entonces qué acabamos de ver? —preguntó Bonnell, frunciendo el ceño—. ¿A un impostor? ¿Alguien que lleva su abrigo y entra en su edificio? ¿Alguien que tenía llaves?

—¿Kay? ¿Recapitulamos? ¿Mantienes la misma opinión, ahora que has visto los vídeos? —preguntó Berger.

—Mi opinión se basa en mi examen del cuerpo, no en fragmentos de vídeo —respondió Scarpetta—. Y sus artefactos post mórtem, específicamente el livor y el rigor mortis, sitúan el momento de la muerte mucho antes que anoche. Tan pronto como el martes.

—¿El martes? ¿Anteayer? —Marino estaba asombrado.

—Mi opinión es que recibió el golpe en la cabeza en algún momento del martes, posiblemente por la tarde, varias horas después de que comiera ensalada de pollo. Su contenido gástrico era lechuga romana, tomates y carne de pollo parcialmente digeridos. Después de que la golpeasen en la cabeza, la digestión se detuvo, de modo que la comida quedó sin digerir mientras moría, lo que creo que llevó cierto tiempo, quizás horas, según la respuesta vital a la herida.

—Tenía lechuga y tomates en la nevera —recordó Marino—. Así que es posible que comiese su última comida en el apartamento. ¿Estás segura de que no pudo hacerlo cuando estaba allí, cuando parece que estuvo allí durante una hora? ¿Durante el intervalo que acabamos de ver en el vídeo?

—Tendría sentido —terció Bonnell—. Comió y, varias horas después, a las nueve o a las diez, la agredieron cuando estaba fuera.

—No tiene sentido. Lo que vi al examinarla indica que no estaba viva anoche y que es muy improbable que estuviera viva ayer. —La voz tranquila de Scarpetta.

Casi nunca sonaba nerviosa o mordaz y nunca se daba ínfulas, y eso que tenía todo el derecho a dárselas. Según la experiencia de Marino, después de muchos años de trabajar juntos durante casi toda su carrera en una ciudad u otra, si un cadáver le decía algo a Scarpetta, era verdad. Pero lo estaba pasando mal con lo que la doctora decía ahora. No parecía tener ningún sentido.

—Bien. Tenemos muchas cosas que discutir —dijo Berger—. Vayamos por partes. Centrémonos en lo que acabamos de ver en estos vídeos. Asumamos que la persona de la parka verde no es un impostor, que es Toni Darien y que también envió anoche un mensaje de texto a su madre.

Berger no creía lo que afirmaba Scarpetta. Berger creía que Scarpetta estaba equivocada y, aunque pareciera increíble, Marino también se lo preguntaba. Se le ocurrió que quizá Scarpetta había empezado a creer en su propia leyenda, que se veía capaz de averiguar la respuesta a todo y nunca equivocarse.
El factor Scarpetta.
«Mierda», pensó Marino. Lo había visto una y otra vez, personas que creían lo que se decía de ellas y dejaban de trabajar de verdad, luego la jodían y acababan haciendo el ridículo.

—La cuestión es —continuó Berger—, ¿dónde estuvo Toni después de salir de su edificio?

—No en el trabajo —respondió Marino, intentando recordar si Scarpetta había cometido en alguna ocasión la clase de error que pone en tela de juicio a un experto, que hace que un caso se malogre en los tribunales.

No se le ocurría ni un solo ejemplo. Pero antes no era famosa ni salía constantemente en la tele.

—Empecemos con el trabajo, con High Roller Lanes. —La voz de Berger sonó alta y fuerte por el altavoz del teléfono—. Marino, empecemos por ti y la detective Bonnell.

Marino se sintió decepcionado cuando Bonnell se levantó para desplazarse al otro lado de la mesa. La detective simuló beber con un gesto de la mano, para preguntarle si quería la Coca-Cola
light.
Marino sintió algo distinto mientras la miraba, se fijó en el color de sus mejillas, el brillo de sus ojos, lo llena de energía que parecía. Aún sentía el roce de ella en su brazo aunque ya no la tenía cerca, sentía su firme redondez, el peso de ella contra él, e imaginó su cuerpo, la textura de su piel, y se notó atento y alerta como llevaba tiempo sin estarlo. Bonnell tenía que saber lo que hacía al rozarse con él.

—Primero, describiré el sitio, porque no es la típica bolera —dijo él.

—Es más tipo Las Vegas —añadió Bonnell, mientras abría la bolsa de papel, sacaba las dos Coca-Cola
light
y ofrecía una a Marino, los ojos tocando los suyos, brevemente, como chispas.

—Bien —empezó Marino, abriendo la lata. La cola salió a borbotones y se derramó por la mesa. Marino limpió el desaguisado con varias toallitas de papel y después se secó las manos en los pantalones—. Es una bolera de categoría. Luces de neón, pantallas de vídeo, sofás de piel y una sala espectacular con un bar enorme forrado de espejos. Más de veinte pistas, mesas de billar, un maldito código de cómo hay que vestirse. No se puede entrar ahí con pinta de colgado.

Había llevado a Georgia Bacardi a High Roller Lanes el pasado junio, para celebrar sus seis meses juntos. Era sumamente improbable que celebrasen los doce. La última vez que se vieron, el primer fin de semana del mes, ella había pasado de sexo. Le había dicho lo mismo de diez formas distintas: olvídalo. No se encontraba bien, estaba demasiado cansada, su trabajo en el Departamento de Policía de Baltimore era tan importante como el suyo, tenía sofocos, había otras mujeres en la vida de Marino y ella estaba harta de eso. Berger, Scarpetta, incluso Lucy. Con Bacardi, eran cuatro las mujeres en la vida de Marino y la última vez que había echado un polvo era el 7 de noviembre, hacía casi seis malditas semanas.

—Es un sitio precioso, como también lo son las mujeres que esperan mientras juegas a los bolos —continuó él—. Hay muchas que quieren entrar en el mundo del espectáculo, modelos, una clientela selecta, fotos de famosos, hasta en los aseos, al menos en los de hombres. ¿Hay en los de mujeres? —A Bonnell.

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