El factor Scarpetta (36 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

—Tenemos a muchas personas investigándote. Lucy lleva días analizando todos tus datos en sus ordenadores —dijo Berger a Judd.

No era del todo cierto. Lucy quizás habría invertido un día en ello, desde Stowe. Cuando Marino había iniciado el proceso, el hospital cooperó y envió por correo electrónico cierta información, sin poner objeciones pese a ser un caso personal, un asunto relativo a un antiguo empleado. Marino había sugerido, como sólo él sabía hacerlo, que cuanto más ayudase el hospital, más probable era que el caso se resolviese con diplomacia y discreción. Órdenes de registro y órdenes judiciales, sumadas a un antiguo empleado que ahora era famoso, y aquello se propagaría por todas las noticias. Innecesario, si quizá nadie iba a resultar finalmente acusado, y qué lástima que la familia de Farrah Lacy tuviera que pasar de nuevo por tanto dolor, y no era lamentable el modo en que todos ponían demandas últimamente, había dicho Marino, o algo similar.

—Te refrescaré la memoria —dijo Berger a Hap Judd—. Entraste en la UCI, en la habitación contigua a la de Farrah, la noche del 6 de julio de 2004 para extraer sangre a otra paciente, ésta bastante mayor. Tenía unas venas terribles, por lo que te ofreciste para encargarte del asunto, ya que podías sacarle sangre a una piedra.

—Puedo enseñarte el gráfico de esa paciente —dijo Lucy.

Otro farol. Lucy no podía mostrar tal cosa. El hospital había denegado rotundamente a la oficina de Berger el acceso a la información confidencial de otros pacientes.

Lucy continuó, implacable:

—Puedo sacar el vídeo en que apareces entrando en su habitación con los guantes puestos y el carrito. Puedo mostrarte un vídeo de todas las habitaciones del Park General en que entraste, la de Farrah incluida.

—Nunca lo hice. Todo esto es mentira, pura mentira.

Judd estaba hundido en la silla.

—¿Estás seguro de que no entraste en su habitación esa noche, cuando estabas en la UCI? Le dijiste a Eric que lo habías hecho. Le dijiste que sentías curiosidad, que era muy bonita, que querías verla desnuda.

—Putas mentiras. Es un puto mentiroso.

—Dirá lo mismo bajo juramento, en el estrado de los testigos —añadió Berger.

—Sólo era hablar por hablar. Aunque lo hiciera, fue sólo para mirar. No hice nada. No hice daño a nadie.

—Los delitos sexuales son una cuestión de poder. Quizá te sentiste poderoso violando a una adolescente indefensa que estaba inconsciente y nunca lo contaría; quizá te sentiste grande y poderoso, sobre todo si eras un actor que empezaba y apenas conseguía papeles de poca monta en culebrones. Imagino que te sentías mal contigo mismo, clavando agujas en los brazos de personas enfermas y malhumoradas, fregando suelos, recibiendo órdenes de las enfermeras, de cualquiera, en realidad: eras lo más bajo de la cadena alimentaria.

—No. No lo hice. No hice nada —dijo Judd, meneando la cabeza de lado a lado.

—Bueno, parece que lo hiciste, Hap —intervino Berger—. Seguiré refrescándote la memoria con algunos hechos más. El 7 de julio aparece en las noticias que van a desconectar a Farrah Lacy de la máquina que la mantiene con vida. En cuanto la desconectan, vas a trabajar, aunque el hospital no te había llamado. Te empleaban por días, sólo estabas de servicio cuando te llamaban. Pero el hospital no te llamó la tarde del 7 de julio de 2004. Te presentaste igualmente y decidiste, por tu cuenta, limpiar el depósito de cadáveres. Fregar el suelo, limpiar el acero inoxidable, y esto lo dice un guardia de seguridad que sigue allí y resulta que aparece en un vídeo que vamos a enseñarte. Farrah murió y fuiste directo a la décima planta, a la UCI, a trasladar el cuerpo al depósito. ¿Te suena?

Judd clavó la vista en la mesa de acero y no respondió. Berger no supo leer lo que él sentía. Quizá conmoción; quizá calculaba qué iba a decir a continuación.

—Tú llevaste el cuerpo de Farrah Lacy al depósito de cadáveres. Una cámara lo grabó. ¿Quieres verlo?

Judd se frotó la cara con las manos.

—Esto es una mierda. No es como dices.

—Te pondremos la grabación ahora mismo.

Un clic del ratón y luego otro, y empezó el vídeo: Hap Judd con ropas de hospital y una bata de laboratorio, transportando una camilla al depósito del hospital y deteniéndose ante la puerta cerrada de la cámara frigorífica. Aparece un guardia de seguridad, abre la puerta de la cámara, mira la etiqueta que hay sobre la mortaja del cadáver y dice: «¿Por qué la traen aquí? Tenía muerte cerebral y la han desconectado.» Y Hap Judd responde: «La familia lo quiere así. No me preguntes. Era preciosa, joder, una animadora. Como la chica de tus sueños que llevarías al baile.» El guardia dice: «¿De veras?» Happ Judd retira la sábana, exponiendo el cuerpo de la joven muerta, y dice: «Vaya desperdicio.» El guardia replica, meneando la cabeza: «Métela ahí, tengo cosas que hacer.» Judd empuja la camilla al interior de la cámara frigorífica, su respuesta indistinguible.

Hap Judd se puso en pie.

—Quiero un abogado.

—No puedo ayudarte, no has sido arrestado. No informamos de sus derechos legales a las personas que no han sido arrestadas. Si quieres un abogado, es cosa tuya. Nadie te detiene. Adelante.

—Puedes arrestarme y supongo que vas hacerlo, que es el motivo de que esté aquí.

Parecía indeciso y no miraba a Lucy.

—No ahora.

—¿Por qué estoy aquí?

—No para ser arrestado. No, por ahora. Más tarde, puede que sí, puede que no. No lo sé. No es por eso que te pedí que habláramos, hace tres semanas —dijo Berger.

—Entonces, ¿qué? ¿Qué es lo que quieres?

—Siéntate.

Judd volvió a sentarse.

—No puedes acusarme de algo así. ¿Comprendes? No puedes. ¿Tienes una pistola por aquí? ¿Por qué no me disparas sin más, joder?

—Son dos asuntos distintos —aclaró Berger—. Primero, podemos seguir investigando y puede que te acusemos. Quizá te acusemos formalmente. ¿Qué pasa después? Te la juegas con un jurado. Segundo, nadie va a dispararte.

—Te lo repito, no le hice nada a esa chica. No le hice daño.

—¿Y qué dices del guante? —preguntó Lucy.

—Oye, yo voy a preguntarle por eso —le espetó Berger.

Estaba harta. Lucy tenía que parar de inmediato.

—Yo hago las preguntas —insistió, sosteniendo la mirada a Lucy hasta asegurarse de que, esta vez, iba a escuchar.

—El guardia dice que se fue del depósito y te dejó ahí solo con el cadáver de Farrah Lacy. —Berger prosiguió con el interrogatorio repitiendo la información reunida por Marino, intentando no pensar en lo descontenta que ahora estaba con él—. Dijo que volvió a los veinte minutos y que entonces tú te ibas. Te preguntó qué habías estado haciendo todo ese tiempo en el depósito y no supiste qué responder. Recordaba que sólo llevabas un guante quirúrgico puesto y que parecías sin aliento. ¿Dónde estaba el otro guante, Hap? En el vídeo que acabamos de mostrarte, llevabas los dos guantes. Podemos mostrarte otro vídeo en que apareces entrando en la cámara frigorífica y quedándote ahí casi veinte minutos con la puerta abierta. ¿Qué hacías ahí dentro? ¿Por qué te quitaste un guante? ¿Lo utilizaste para algo, quizá para ponértelo en otra parte del cuerpo? ¿Quizá para ponértelo en el pene?

—No —respondió Judd, negando con la cabeza.

—¿Quieres contárselo a un jurado? ¿Quieres que un jurado escuche todo esto?

Judd mantuvo la vista baja, mirando la mesa mientras desplazaba un dedo por el metal, como un niño pintando con los dedos. Jadeaba, estaba congestionado.

—Lo que me digo es que te gustaría dejar esto atrás —añadió Berger.

—Dime cómo —dijo Judd sin alzar la vista.

Berger no tenía ninguna muestra de ADN. Ni testigos ni otras pruebas, y Judd no iba a confesar. Nunca tendría más que circunstancias indirectas. Pero no necesitaba más que eso para destruir a Hap Judd. Con su celebridad, una acusación era una condena. Si le acusaba de profanar restos humanos, que era la única acusación que existía para la necrofilia, le destrozaría la vida, y Berger no se tomaba eso a la ligera. No se la conocía por acusar de forma maliciosa o por elaborar casos apoyados en procedimientos defectuosos o en pruebas conseguidas de manera incorrecta. Nunca había recurrido a litigios injustificables o irrazonables y no iba a hacerlo ahora, ni tampoco iba a permitir que Lucy la presionara.

—Retrocedamos tres semanas, cuando llamé a tu agente. ¿Recuerdas mis mensajes? Tu agente me dijo que te los transmitió.

—¿Cómo puedo dejar esto atrás?

Judd la miró. Quería hacer un trato.

—La cooperación es algo bueno. Colaborar, como tienes que hacer cuando trabajas en una película. Personas que trabajan juntas. —Berger dejó la pluma encima de su bloc y cruzó las manos—. No colaboraste ni cooperaste hace tres semanas, cuando llamé a tu agente. Quería hablar contigo y tú pasaste de mí. Podría haber enviado a la poli a tu piso de TriBeCa o localizarte en Los Ángeles y hacer que te trajeran ante mí, pero te ahorré el trauma. Actué con delicadeza, tuve en cuenta quién eres. Ahora la situación es distinta. Necesito tu ayuda y tú necesitas la mía. Porque tienes un problema que no tenías hace tres semanas. Hace tres semanas, no habías conocido a Eric en un bar. Hace tres semanas, yo no sabía nada del hospital Park General ni de Farrah Lacy. Quizá podamos ayudarnos mutuamente.

—Dime cómo. —Miedo en sus ojos.

—Hablemos de tu relación con Hannah Starr.

No reaccionó. No respondió.

—No vas a negar que conoces a Hannah Starr —insistió Berger.

—¿Por qué iba a negarlo?

—¿Y no sospechaste, ni por un momento, que te llamaba en relación a ella? Sabes que ha desaparecido, ¿verdad?

—Pues claro.

—Y no se te ocurrió...

—Vale. Sí. Pero no quería hablar de ella por una cuestión de intimidad. Hubiera sido injusto para ella y no veo que eso tenga nada que ver con lo que le ha pasado.

—Sabes lo que le ha pasado.

—Pues no.

—Me da la impresión que sí.

—No quiero verme involucrado. No tiene nada que ver conmigo. Mi relación con ella no era asunto de nadie. Pero ella te diría que no estoy metido en nada pervertido. Si ella estuviese aquí, te diría que lo del Park General es una puta mentira. Quiero decir que la gente que hace esas cosas es porque no se lo puede montar con alguien vivo, ¿no? Ella te diría que no tengo problemas en ese departamento. No tengo problemas con el sexo.

—Tenías una aventura con Hannah Starr.

—Lo dejé hace tiempo. Lo intenté.

Lucy lo miraba con severidad.

—Empezaste a utilizar los servicios de la empresa de inversiones de Hannah hará poco más de un año —dijo Berger—. Puedo darte la fecha exacta, si quieres. Comprenderás, claro está, que tenemos mucha información debido a lo que ha pasado.

—Sí, lo sé. No se habla de otra cosa en las noticias. Y ahora la otra chica. La corredora de maratón. No me acuerdo de su nombre. Y que igual hay un asesino en serie al volante de un taxi amarillo. No me sorprendería.

—¿Qué te hace pensar que Toni Darien era corredora de maratón?

—Lo habré oído en la tele, o lo habré visto en Internet.

Berger intentó recordar cualquier referencia a Toni Darien como corredora de maratón. No recordaba que se hubiera dado esa información a los medios, sólo que era corredora.

—¿Cómo conociste a Hannah? —preguntó.

—En el Monkey Bar, donde va mucha gente de Hollywood. Estaba allí una noche y empezamos a hablar. Era muy inteligente en cuestiones de dinero, me contó muchas cosas de las que yo no tenía ni puta idea.

—Sabes lo que le pasó hace tres semanas —dijo Berger, y Lucy escuchó con suma atención.

—Tengo cierta idea; creo que alguien le hizo algo. Ella cabreaba a la gente, ¿sabes?

—¿A quién cabreó?

—¿Tienes una guía de teléfonos? Deja que le eche un vistazo.

—A mucha gente. ¿Dices que cabreaba a casi todos los que conocía?

—Yo incluido. Lo admito. Siempre quería hacer las cosas a su manera. Siempre quería salirse con la suya.

—Hablas de ella como si estuviese muerta.

—No soy un ingenuo. Casi todo el mundo cree que le ha pasado algo malo.

—Pero no parece alterarte la posibilidad de que esté muerta.

—Claro que me altera. No la odiaba. Sólo me cansé de que siempre estuviera presionándome. Y persiguiéndome, si quieres que te sea sincero. No le gustaba que le diesen un no por respuesta.

—¿Por qué te devolvió tu dinero, en realidad el cuádruple de tu inversión original? Dos millones de dólares. Menudo desembolso, sólo un año después de tu inversión.

Otra vez se encogió de hombros.

—El mercado estaba inestable. Lehman Brothers estaba panza arriba. Me llamó y me dijo que recomendaba salir y yo le dije4o que tú creas. Luego me llegó la transferencia. ¿Y después? Vaya si tenía razón. Lo habría perdido todo, y aún no gano millones y millones. Aún no estoy arriba. Te aseguro que no quiero perder mis ahorros.

—¿Cuándo fue la última vez que mantuviste relaciones sexuales con Hannah? —Berger volvía a hacer anotaciones, consciente de Lucy, de su actitud impasible, del modo en que miraba a Judd.

Hap tuvo que pensar.

—Mmm, vale, me acuerdo. Después de esa llamada. Me dijo que iba a sacar mi dinero y que fuera a verla y me explicaría lo que pasaba. Era sólo una excusa.

—¿A verla dónde?

—A su casa. Me pasé por allí y una cosa llevó a la otra. Ésa fue la última vez. Julio, creo. Yo me iba a Londres y además ella tiene marido. Bobby. No estaba muy cómodo en su casa, cuando él estaba presente.

—¿Estaba presente en esa ocasión? ¿Cuándo te pidió que fueras a verla antes de irte a Londres?

—Mmm, no me acuerdo si estaba por allí. La casa es enorme.

—La casa de Park Avenue.

—El casi nunca estaba en casa. —Judd no respondió a la pregunta—. Viaja continuamente en sus aviones privados, va y viene de Europa, a todas partes. Creo que pasa mucho tiempo en el sur de Florida, se mueve en los círculos de Miami y tienen esa casa junto al océano. Tiene un Enzo ahí abajo. Uno de esos Ferrari que vale más de un millón de pavos. No lo conozco mucho; lo habré visto un par de veces.

—¿Dónde y cuándo lo conociste?

—Cuando empecé a invertir con la empresa de ambos, hará poco más de un año. Me invitaron a su casa. Lo he visto en su casa.

Berger calculó cuándo tuvo lugar eso y volvió a pensar en Dodie Hodge.

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