Era la primera vez que alguien me decía que era valiente.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué quiere que abandone?
—Es una actividad tremendamente absorbente. Harry, si continuaras, se apoderaría de tu vida. No descansarías. Cuando fracasaras en un ascenso, el recuerdo se apoderaría de todos tus pensamientos hasta que por fin lo lograses. Incluso para los buenos ése puede ser un proceso debilitante. Un vicio. Se termina como un cobarde, una víctima o un mediocre monomaniaco. Es lo mismo que ser un ex alcohólico. No se puede pensar en ninguna otra cosa.
Me sentía muy agitado.
—No entiendo lo que dice.
Mi voz debe de haber tenido una arista ofensiva o descortés porque pude sentir su fastidio. Su disciplina como pedagogo seguramente me salvó de ser víctima de su mal genio.
—Muy bien —dijo—, podemos continuar. El hombre que adquiere competencia en el montañismo es capaz de convertirse en el instrumento de su propia voluntad. A eso es a lo que tratamos de llegar. Eso es lo que se nos alienta a intentar conseguir desde que tenemos un año de edad. A un niño se le enseña que no debe ensuciarse en los pantalones. Sus intestinos se convierten en el instrumento de su voluntad. Y a medida que crecemos, con frecuencia experimentamos emociones que son tan bajas y turbulentas como cuando en público sentimos la embarazosa necesidad de cagar. —Utilizó esos términos como si fuesen la única manera posible de expresar la idea—. Sin embargo, le decimos a nuestro buen esfínter, criatura de nuestra voluntad: «Aguanta, imbécil».
«Obviamente, escalar rocas consolida las regiones superiores de la voluntad. Pero se trata de un proceso difícil y tan peligroso como la magia negra, pues cada temor que estamos dispuestos a enfrentar se halla igualmente abierto al Diablo. Si fracasamos, allí está el Diablo para consolar nuestra cobardía. "Quédate conmigo y tu cobardía será perdonada", nos dice. En cambio, cuando el montañismo se practica correctamente, ahuyenta al Diablo. Por supuesto, en el caso de que fracases él regresará con redobladas fuerzas. Si entonces no eres lo suficientemente bueno, debes pasarte la mitad de tus días extirpando al Diablo. Eso hace perder mucho tiempo. Y cuanto más tiempo permanezcamos en el mismo lugar, más satisfecho estará Satanás. Le encanta la actividad circular, obsesiva. La entropía es su principal deleite. Cuando el mundo se convierta en péndulo, él reinará.
—Quizá —dije— debería yo saber qué podría escalar y qué no podría, y contentarme con eso.
—Nunca. En una de tus mitades eres como tu padre. Esa mitad no descansará. Desde el primer día me di cuenta de que en cierto sentido eras igual que los mejores escaladores de rocas. Tú lo entendiste. Sabías que estabas en una iglesia imponente, por cierto la única en que la religión se acerca lo suficiente a Dios como para dar un poco de sustento verdadero.
—Sí, señor.
—Me han contado una historia acerca de una secta judía terriblemente exagerada llamada de los Hasidim. Solían vivir en guetos, en aldeas de Asia y Ucrania. Al parecer uno de ellos, un rabino, era tan devoto que rezaba a Dios cuarenta veces por día. Finalmente, al cabo de cuarenta años, el rabino se impacientó y dijo: «Dios, te he amado durante tanto tiempo que quiero que te reveles ante mí. ¿Por qué no te revelas ante mí?». Y Dios lo complació. Se reveló ante el rabino. ¿Y cómo crees que reaccionó éste?
—No lo sé.
Harlot se echó a reír. Nunca lo había oído reír con ganas. Creí entender por qué había elegido aquel nombre. En su interior moraban más personas de lo que uno hubiese podido pensar. Su risa resonó en todo el restaurante.
—Bien, Harry, el buen hombre se metió debajo de la cama y empezó a aullar como un perro. «Ay, Dios, por favor no te reveles ante mí», suplicó. Harry, ésta es una historia útil. Dios causa pavor. Eso es lo primero que debes saber. Si Cristo no nos hubiera sido enviado, nadie habría salido de la caverna. Jehová era demasiado para nosotros. No habría habido una civilización moderna.
—¿Y qué hay de Egipto, Grecia o Roma? ¿Acaso no nos sacaron de la caverna?
—Harry, esas culturas fueron ejemplos perfectos de lo obsesivo. Egipto, Grecia y Roma, las tres, fueron moradas del Diablo. No te dejes impresionar por lo hermosas que hayan podido ser. El Diablo, no debes olvidar, es la criatura más hermosa hecha por Dios. Sin embargo, espiritualmente, esas culturas no optaron por salir de la caverna de Platón. Se necesitó que Cristo viniera y dijese: «Perdonad a los hijos por los pecados de los padres». Ese día, Harry, nació la investigación científica. Aunque tuviésemos que esperar un milenio, y más, para Kepler y Galileo. De modo que sigue la lógica: una vez que el padre comienza a sentirse seguro de que sus hijos no sufrirán por sus actos de sacrilegio, se hace lo suficientemente audaz para empezar a experimentar. Empieza a considerar el universo como un lugar curioso y no como una maquinaria todopoderosa que devolverá la ruina y la muerte en pago por su curiosidad. Ése fue el comienzo del viaje tecnológico que aún puede destruirnos. Los judíos, por supuesto, al rechazar a Cristo tuvieron que seguir viéndoselas con Jehová durante los dos milenios siguientes. De modo que nunca olvidaron. Dios causa pavor. «Ay, Dios, no te reveles ante mí. ¡No de una sola vez!»
Hizo una pausa. Pidió dos copas más, una para cada uno de nosotros. Coñac para él, bourbon para mí.
—Otro Old Harper's para el joven Harry —le dijo a la camarera, y prosiguió con su disquisición acerca de lo pavoroso — . Sospecho que, de alguna manera, Dios está con nosotros cada vez que escalamos una roca. No para salvarnos. ¡Cuánto detesto esa psicología infantil! Dios salva. Dios está junto a todas las mediocridades mal nacidas. Como si Dios no tuviese otra cosa que hacer que cuidar de los mediocres y los indiferentes. No, Dios no es un perro San Bernardo para rescatarnos a cada paso. Dios está cerca de nosotros cuando escalamos la roca porque ésa es la única manera que tenemos de poder verlo, y entonces Él también nos ve. Se tiene una experiencia de Dios cuando uno se extiende más allá de sí mismo y trata de elevarse por encima de sus temores. Si uno se halla atrapado debajo de una roca claro que aullará como un perro. Si se domina ese miedo, puede venir luego un miedo mayor. Quizá sea ése nuestro simple propósito en la tierra. Subir a niveles más y más altos de miedo. Si triunfamos, tal vez podamos compartir un poco del miedo de Dios.
—¿Su miedo?
—Absolutamente. Su miedo por el gran poder que Él mismo le ha dado al Diablo. No hay libre albedrío para el hombre a menos que los poderes del Diablo sean equiparados a los del Señor en este planeta en guerra. Es por eso que no quiero que sigas escalando. La verdad desnuda es que careces de la habilidad exquisita que resulta necesaria. De modo que continuamente encontrarás un poco de coraje, y luego lo perderás. Terminarás como uno de esos golfistas monumentalmente aburridos que trabajan años para mejorar su swing y nunca dejan de hablar de ello. Puro narcisismo.
—De acuerdo —dije.
Estaba enfadado. Muy herido y francamente enfadado.
—No te estoy diciendo todo esto porque no respete tus sentimientos, sino precisamente por respeto a ellos. Estoy seguro de que hay un lugar para ti. Exigirá todo tu coraje, tu inteligencia, tu voluntad y tu ingenio. En cada vuelta serás tentado por el Diablo. Pero, en mi modesta opinión, puedes servir a Dios. Mucho mejor que como montañista.
Su talento para la transición era formidable. Me había conducido del abismo de una herida inesperada a una cima de interés.
—¿Está diciendo lo que yo imagino que dice?
—Por supuesto. Tu padre me pidió que pasara con vosotros mis vacaciones para que te examinara como un posible recluta. Nada menos. Yo tenía otros planes muy distintos para estas dos semanas. Pero él me dijo: «Más que nada, quiero que el muchacho suba a bordo con nosotros. Sólo si tú piensas que es materia adecuada. Es un asunto demasiado importante como para que yo lo juzgue según mis deseos y mi afecto».
—¿Le habló así mi padre?
—Absolutamente.
—¿Usted le dijo que podía subir a bordo?
—Ayer. Ahora te conozco mejor que tu padre. Tienes buenas condiciones. No diré más que eso. Él es un entusiasta, y en ciertas ocasiones se excede en su juicio, pero yo me enorgullezco de poseer una mirada desapasionada. Tú tienes cualidades de las que tu padre carece, a pesar de la espléndida materia de la que está hecho.
Me sentí tentado de decir: «En mí no hay nada especial» — ¿no es ése el grito más doloroso que uno puede lanzar en la adolescencia?—, pero lo pensé mejor, y me callé.
—¿Planeas ir a Yale?
—Sí, señor.
—Yo diría que si no te derrumbas en el examen de ingreso, puede darse por sentado que entrarás. Yale es perfecta. Yo lo llamo la cabina del tío Eli.
Me reí.
—Ah, sí —dijo Harlot, mi nuevo socio—, parte del ferrocarril subterráneo. Una de las estaciones en el trayecto. Al menos para unos pocos. —Hizo una mueca—. Como viejo graduado de Harvard no me gusta decirlo, pero para nuestros propósitos, Yale es mejor. Harvard se pone muy quisquillosa a la hora del reclutamiento. Una ironía, pues la mitad de nuestra mejor gente asistió a Harvard. Bien, como siempre digo, confía en cualquiera, menos en quien se haya matriculado en Princeton.
Harlot levantó su vaso. íbamos a brindar por ello. Luego estrechamos nuestras manos y regresamos a la Custodia. Harlot partió por la mañana. De vez en cuando me enviaría una carta con algún consejo, pero no volveríamos a vernos a solas durante varios años.
El montañismo dejó su herencia. En mi último año en St. Matthew's pasé de segundo a primer remero y participé en las regatas contra St. Paul's y Groton. Terminé mis estudios con buenas calificaciones y acabé dominando mi dislexia. Gané la única lucha a puñetazos que tuve en mis tres años de colegio preparatorio. Incluso practiqué lucha, lo cual me resultaba bastante difícil, ya que aún no había erradicado por completo de mi cerebro los rastros del incidente con el capellán asistente (quien siempre que nos cruzábamos me saludaba con una inclinación de cabeza). Ya no sentía que mi sexo estuviera infectado de pus. E ingresé en Yale. Como era de suponer, durante mi último año en St. Matthew's tuve un fuerte sentido de la misión para la que estaba destinado, lo que continuó en la universidad. Ingresé en Yale con la esperanza de que algún oficial me llevase a mi unidad estudiantil de la CIA, pero pronto aprendí que la Agencia no tenía células a ese nivel. Nunca oí que llamaran a mi puerta a medianoche.
Por sugerencia de Harlot, me uní al Centro de Adiestramiento de Oficiales de Reserva de la universidad. «Tendrás que vértelas con idiotas —me había advertido Harlot—, pero hay requisitos del servicio militar que deberás satisfacer para unirte a la Agencia, y el Centro se encarga de eso. Después de Yale no querrás pasar dos años en el Ejército antes de unirte a nosotros.»
Hice ejercicios de formación cerrada durante los siguientes ocho semestres y logré ser lo bastante bueno como para quitarme de encima cualquier mal recuerdo de mi adiestramiento con los Knickerbockers Grays. Descubrí una veta de optimismo dentro de mí. A medida que uno crecía, los traumáticos callejones sin salida de la niñez podían desvanecerse.
Harlot me telefoneaba de vez en cuando y se mostraba interesado en los cursos que elegía. Por lo general era para encauzar mi interés hacia el inglés. «Aprende tu lengua materna y valorarás mejor las otras.» Hacia el final del primer año me envió un libro que él consideraba un gran regalo: una primera edición del diccionario etimológico de Skeat que, en verdad, me interesó bastante. En una época no sólo podía localizar las raíces de una palabra en latín y griego, sino también disfrutar de los términos exóticos provenientes del escandinavo y el celta. Aprendí que ciertas palabras inglesas derivan del latín por vía del italiano y del latín a través del portugués y del francés (
fetiche
o
parasol
), y del latín a través del francés por vía del español, o del portugués por vía del español, o del latín a través del neerlandés (
canal
), o del alemán provenientes del latín, y del bajo latín por vía del francés, o del alemán procedentes del húngaro y éste del serbio proveniente a su vez del griego tardío y éste del latín, dando como resultado
húsar
, por ejemplo. Aprendí que hay términos híbridos, mezcla de francés con elementos del español provenientes del griego a través del árabe (
alambique
fue todo un hallazgo), y que existe un sinfín de palabras que proceden del bajo alemán, neerlandés, eslavo, ruso, sánscrito, magiar, hebreo, indostano. Era evidente que Harlot me estaba preparando para la CIA. ¿La teoría? Pues, buscar los zarcillos de otras lenguas que habían penetrado en la inglesa. De este modo uno podía desarrollar el gusto por la lógica inexpresada de otras tierras.
Por supuesto, yo todo lo veía como una preparación. Durante los cuatro siguientes años, mis cursos y las amistades que hice estuvieron en función de mi futuro como hombre de la CIA. Si sentía alguna preocupación por mi destino, era durante las noches de primavera en New Haven, después de alguna ocasional y frustrante cita con una muchacha, cuando me decía que en realidad yo quería ser novelista. Meditando acerca de ello, trataba de convencerme a mí mismo de que carecía de experiencia suficiente para escribir.
Unirme a la CIA me daría las aventuras necesarias para escribir buena ficción.
Por cierto que era un hombre de un solo propósito. Me veo en mi tercer año, la víspera del partido entre Yale y Harvard, borracho en la taberna de Morey con mis compañeros, sosteniendo en alto la copa de plata repleta de ponche. Estaba obligado a seguir bebiendo mientras los de mi mesa siguiesen cantando. La canción era larga, y yo no abandonaba hasta que terminaba el último compás, sólo que entonces volvían a empezar. Letras de canciones en las que no he pensado en treinta años surgen del pálido brillo del interior de esa gran copa de plata. Bebía ponche en la taberna de Morey y a mi alrededor un círculo de diez voces iluminadas cantaba:
Es Harry, es H, es H quien hace que el mundo gire.
Es Harry, es H quien hace que el mundo gire.
Canta Aleluya, canta Aleluya,
echa cinco centavos en la gorra,
salva a otro vagabundo borracho,
canta Aleluya, canta Aleluya,
y él te salvará a ti.
Hicieron una pausa para recobrar el aliento, pero yo no dejé de beber.