El fantasma de Harlot (85 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

Bien, heme aquí, introduciendo nueva gente en tu vida sin la cortesía de un pequeño desarrollo, pero esta amistad con los Masarov es la relación más interesante que tengo actualmente en Uruguay, aunque haya sido montada igual que un matrimonio de conveniencia, con comisionistas representando ambas partes.

Comenzó porque aquí en Montevideo a veces formamos parte activa del Departamento de Estado. «Nuestra pantalla se funde con la lámpara», es uno de los dichos corrientes de Hunt. Por supuesto, a él no le disgusta la idea de ser primer secretario del embajador de los Estados Unidos. Como recordarás, el digno Jefferson Patterson, nombrado por Eisenhower, es un hombre afable, que tartamudea irremediablemente cuando habla inglés, y mucho más cuando intenta hablar español. De modo que Patterson evita aparecer en público. Su segundo, el ministro, está bien, pero su mujer, una borracha, ha llegado a quitarse los zapatos en las recepciones de la Embajada, anunciando que quería divertirse. «
Grands jetés
», anuncia. No necesito decirte que la retiraron del circuito. Eso deja el campo libre a los Hunt y, en ciertas ocasiones, a los Porringer y a mí.

Combina lo anterior con la opinión del Departamento de Estado de que las insistentes peticiones de reducción de armamentos por parte de Kruschov, si bien no son confiables, exigen de nosotros una actitud recíproca. «No podemos perder ante los ojos del mundo» es la posición actual del Departamento de Estado. Incluso hemos recibido un mensaje de la división del Hemisferio Occidental en el que se nos dice que la cuidadosa confraternización con los soviéticos es una opción viable. Teóricamente, siempre estamos preparados a mostrarnos amistosos con cualquier soviético que llega a mirarnos de reojo, pero en la práctica, cuando se inicia una conversación alrededor de la mesa de los canapés, nos comportamos como si tuviésemos que besar a un leproso. Uno no debe exponer la carrera confraternizando por demasiado poco.

Bien, la directiva ha llegado. Y, por cierto, hemos dado un nuevo impulso al puesto GOGOL (que es como llamamos a los BOSQUEVERDE) ahora que han vuelto las recepciones al aire libre. Los Avinagrados de Washington han considerado que se trata de una excelente oportunidad, razón por la cual nos han enviado dos de sus agentes. Casi todos los integrantes de la división de la Rusia soviética están en contra, no sólo de los soviéticos, sino de los polacos, los finlandeses o cualquiera que hable ruso con fluidez. Son una raza peculiar. Extraordinariamente paranoicos y estrechos de miras, son tan cordiales como un mejillón. Tienen apellidos que podrían ser irlandeses, si no los pronunciaran de manera tan extraña. Hoolihan se convierte en Heulihaen, y Flaherty en Flarrety. Desde hace un mes, Heulihaen y Flarrety se han instalado en GOGOL. Cada uno hace guardias de ocho horas y han fotografiado hasta el último detalle de las recepciones en el jardín de la Embajada soviética.

Hunt los llama «nuestros irlandorrusos». Si de ellos dependiera, los irlandorrusos nos darían tanta información como una ostra, pero Hunt sabe mover las fichas en el Callejón de las Cucarachas. Resultado: los irlandorrusos, aunque a regañadientes, nos pasan algo de información.

El descubrimiento más importante (obtenido después de filmar a los rusos y a sus invitados en el jardín y pasarnos horas y horas estudiando estas películas caseras) es que detrás de los muros de la Embajada soviética hay un juego de infidelidad. Al parecer, existe una conexión entre el nuevo jefe del KGB, el
Residente
, llamado Varjov, Georgi Varjov, que tiene el aspecto que se merece —físico de tanque, cabeza rapada como una bala— y —cestas preparada?—nuestra espiritual Zenia.

Me enteré de ello después de entablar relación (dentro de ciertos límites) con los Masarov. Sigo pensando que Zenia es un ser espiritual, aunque su predilección por Varjov, si es verdadera, me repele. Los irlandorrusos, sin embargo, están absolutamente convencidos de ello. La lógica sobre la cual basan sus conclusiones es la siguiente: no hay fiesta en la que uno no se vea rodeado por indicios de infidelidad. Vemos sonrisas, susurros, miradas, todo ese lenguaje de signos característico de las películas. No obstante, nuestras percepciones son transitorias. Los indicios de comportamiento están en todas partes, pero por lo general no podemos confirmar lo que vemos. En una película, si tenemos la paciencia de volver a examinar cada movimiento de nuestros actores, lo indefinido puede volverse concreto. Mediante estos métodos se nos suministra la información, segura en un setenta y cinco por ciento, de que Zenia Masarov y Georgi Varjov tienen un lío, y que Boris Gennadievich Masarov está enterado de la situación.

No me gusta terminar aquí, pero acabo de recibir una llamada telefónica urgente referida a mi trabajo. Como debo ir a la Embajada, despacharé esta carta y haré lo posible por ponerte al tanto de cómo sigue todo mañana. Espero enviarte un informe completo entonces. Perdóname por un final tan brusco.

Cariños,

HERRICK

17

La urgente llamada telefónica no estaba relacionada con mi trabajo sino con Sally. Tenía que verme. Acababa de venir del médico. Estaba embarazada.

Últimamente, yo había intentado verla con menos frecuencia, pero sin resultados definitivos. Ahora estaba embarazada. Mi pobre Sally era honesta, o lo suficientemente honesta, cuando se la presionaba (cosa que yo hice), para reconocer que había tenido relaciones con Sherman en este período. No sabía de quién era el hijo. Aunque estaba dispuesta a jurar que era mío.

Me sentí cercano a las náuseas. Pronto me di cuenta de que ella era quien se sentía peor. No abortaría, me dijo. Tendría su hijo. «Y esperemos que no se parezca demasiado a ti.» Si era varón, estaría segura de que era mío. Su lógica le parecía inapelable. «Quiero que se parezca un poco a ti», dijo finalmente.

Nos sentamos en el borde de mi cama, abrazados como dos mendigos que intentan darse calor el uno al otro. Por primera vez, no nos quitamos la ropa ni hicimos el amor sin desnudarnos del todo. Aun cuando la presionaba para que abortase, sabía que rehusaría, y eso despertaba un demonio en mí. La idea de que pudiese tener un hijo secreto en la casa de Sherman Porringer resultaba atractiva para una parte muy pequeña de mi ser. Entendí entonces que no hace falta que el mal sea absoluto; basta con que toque un solo, extraño nervio. Hice lo mejor por convencerme de que, después de todo, tal vez fuera de Sherman. En seguida decidí que daba igual. Sherman, ferviente concurrente a todos los buenos (y malos) burdeles de Montevideo, merecía lo que recibiera. También se me ocurrió que podía tener sífilis (en cuyo caso, también yo podía tenerla) aunque, leal marrano de la medicina moderna, no hacía más que consumir todo nuevo antibiótico que entrara en la farmacia de la Embajada. Era una miocinizina o penisulfamilamida andante.

Sally se marchó después de que acordásemos volver a discutir el asunto más adelante. De pronto se me ocurrió pensar en el futuro niño. Eso por fin me causó una punzada. Una parte de mí pronto podría estar encerrada bajo el techo de Porringer. Me consolé con la idea de que Sally sería una madre amante y apasionada, si bien ruidosa, con un buen registro de gritos ante las heces y demás vertidos de la infancia. Pero me había quedado sin sábado. Esa noche fui a la Embajada, dejé mi carta para despachar por la valija diplomática del Departamento de Estado, y volví a casa a seguir escribiendo.

11 de enero de 1958

Querida Kittredge:

Es medianoche. El trabajo vino y se fue: una crisis con Fuertes, que no resultó ser crítica. Espero que no pase mucho tiempo antes de que pueda ponerte al tanto de nuestro as uruguayo, pero primero prefiero explayarme acerca de mis nuevos amigos del KGB.

Por supuesto, aún puedo oír a uno de mis instructores de la Granja diciendo: «¡Expláyese!». ¡Segura exhortación de la Agencia! La verdad es que me siento mareado por estar escribiéndote otra vez. ¿Será la altitud? En caso de que no te lo haya mencionado, Uruguay es, después de Luxemburgo, el país más plano del mundo. Sobre el nivel del mar, además. (Sabes? He tomado cuatro copas y sólo he comido un aguacate.

Pido disculpas. Siento demasiado vértigo para continuar. Dormiré y seguiré mañana.

Domingo por la mañana

Hoy es doce de enero, y no destruiré los
pensées
finales de anoche. Creo, a pesar de la evidencia, que cuando estoy borracho mi ingenio demuestra tener su propio ritmo.

A los Masarov. Hace un tiempo, Varjov, el
Residente
de la Embajada rusa, nos invitó a una gran fiesta. Después de un intercambio de cables con Washington, aceptamos. Hunt encabezó la delegación del Departamento de Estado, y Porringer y yo asistimos bajo nuestras respectivas tapaderas de primer y segundo asistentes del primer secretario del embajador. ¡Sombras de Gilbert y Sullivan! Hunt, al repasar nuestro equipo, llegó a la conclusión de que yo necesitaba una pareja.

—¿Qué le parece Libertad La Lengua? —le pregunté.

—¿Y Nancy Waterston? —replicó él.

Estoy seguro de que hace tanto que mencioné a nuestra oficial administrativa que considero oportuno refrescarte la memoria.

Creo que en una oportunidad describí a Nancy como agradable, brillante y trabajadora pero innegablemente fea y muy del tipo de la solterona. Adoraba a Mayhew, y ahora Hunt recibe la misma dosis de lealtad. Al comienzo, la invité a salir un par de veces, cuando la señora Sonderstrom, la señora Porringer, la señora Gatsby o la señora Kearns no encontraban ninguna muchacha sin compromisos que me acompañase. Nancy debe de ser diez años mayor que yo, y juraría que nunca se ha acostado con un hombre.

Bien, si hubiera sido la Embajada suiza, o incluso la Embajada de Gran Bretaña, yo habría aceptado, pero me sentía curiosamente disminuido ante la idea de entrar en la guarida de los rusos del brazo de Nancy.

Hunt no quiso saber nada de estas sutilezas.

—¿Conoces el significado de «el Coronel solicita»? —me preguntó.

—Howard, Nancy no lo pasará nada bien.

—Lo hará.

Se rió mucho, con ese relincho aflautado y afeminado que tanto detestas. Su dedo medio es muy largo y, que Dios me perdone (y espero no escandalizarte), tuve una visión de Howard metiéndoselo a la señorita Waterston en su pobre y casto agujero. Fue un extraño relámpago que irrumpió en medio de la conversación. Vi cómo el dedo tanteaba, entraba y salía, con una serie de embates absolutamente perentorios. La mente nos lleva por donde quiere, ¿verdad?

—Tienes la mirada vidriosa —me dijo Hunt.

—¿Cuál es su motivo? —le pregunté tan fríamente como me atreví.

—Es una buena maniobra, Harry. Los hermanos King no sabrán cómo tomaros a Nancy y a ti.

—Se darán cuenta.

—Tal vez no, muchacho. Porque quiero que presentes a Nancy como a tu prometida.

—¿Se lo ha dicho a ella?

—Está de acuerdo. Le resultará divertido.

—Howard —le dije—, dígame el motivo verdadero. Lo aceptaré mejor.

—Los soviéticos siempre están queriendo hacernos pasar por tontos. He visto a uno de sus chicos alegres con tres loros diferentes en tres recepciones distintas. Cada vez, el mismo tipo tenía el descaro de presentar a la
dama
—separó las manos y trazó comillas en el aire con los dedos encorvados— como a su mujer. Ha llegado el momento de devolverles el juego.

Bien, Kittredge, terminó siendo una velada muy buena. Llegamos a la Embajada rusa un sábado por la tarde. La luz favorecía los suaves tonos amarillos de la casona de piedra. Como gran parte de la arquitectura de Montevideo, es una mezcolanza de renacimiento italiano, barroco francés, gótico transilvano, Oak Park, Illinois, alrededor de 1912 y samovar ruso. Se trata de un edificio grande y desparramado, con puertas enormes, torrecillas y balcones que parecen uñas encarnadas, ventanas pequeñas y ventanas gigantescas, portones amenazantes y un cerco de verjas negras con puntas doradas. «El castillo de Barba Azul», le susurré a Nancy cuando traspusimos la verja exterior. Un joven e inexorable marino ruso nos escoltó hasta el jardín. Sentí un impulso ingobernable de mirar hacia la ventana de los Bosqueverde, donde está apostada la Bolex H-16, y saludar a los irlandorrusos alzando el puño, tal como hacen los comunistas.

Bien, nunca te he contado cómo es una recepción en una Embajada pues supongo que allá en Washington asistirás a ellas a menudo, de modo que ¿para qué ofrecer detalles de las nuestras, de escala indudablemente menor? Aun así, los rusos se esfuerzan. Habían invitado prácticamente a todas las pandillas extranjeros en la ciudad: Noruega, Grecia, Japón, Portugal, Costa Rica, e incluso la Soberana Orden de Malta, el reino de Bélgica y la República Socialista de Checoslovaquia. En el momento culminante de la fiesta deben de haber estado representados no menos de cuarenta consulados y embajadas. Como demostración de la hospitalidad soviética, había una tonelada de caviar negro, provisiones interminables de vodka, además del surtido acostumbrado de canapés, mayor parte de los cuales tenía el aspecto de una gota de pigmento verde sobre un montículo de naranja de cadmio. También sirviere vino tinto y vino blanco del Cáucaso (el peor brebaje embotellado que existe). Todos los representantes de las embajadas extranjeras se esforzaban por hablarme en inglés. Hay algo tan prodigios; mente fraudulento en la amabilidad congelada de estos personajes, Tanta ansiedad en el aire... Parecen inquietos como pájaros por el modo en que se agitan.

Todo esto se veía exacerbado por la presencia de los estadounidenses en el jardín de los rusos. Cuánto deseé que estuvieras allí.

Tu belleza habría polarizado el césped. Yo ya había anticipado cómo se vería en la película. Desde arriba, cada estadounidense y cada ruso era el centro de un grupo de diplomáticos extranjeros. Captados por una lente de telefoto, los fragmentos de información se asemejan a partículas de comida. Las lenguas asoman para apoderarse de cada bocado.

La tarde se volvió crepúsculo, y un nuevo estado de ánimo se apoderó de la concurrencia. Todos se alborotaron un poco (quiero decir que apenas traspusieron los límites de la discreción). Hunt me ha dicho que la gente de cine llama a este momento del día «la hora mágica» porque la luz es suave y maravillosa, pero hay que captar la escena en treinta minutos. (Si alguna vez tengo que enfrentarme a un pelotón de fusilamiento, espero que sea en un jardín al atardecer.) No dejaba de imaginar la frustración de Heulihaen y Flarrety mientras nos enfocaban con sus lentes y película de velocidad ultrarrápida. Por supuesto, cuanto más tiempo permanecíamos en la fiesta, menos luz había para satisfacer a los irlandorrusos.

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