Harlan se encontró en la sala de máquinas que ya había visto en la pantalla de observación de la Eternidad. En aquel fisio-momento, el Sociólogo Voy estaría sentado tranquilamente detrás de aquella pantalla observando la Ejecución que iba a desarrollarse.
Harlan no tenía prisa. La sala permanecería vacía durante los próximos 156 minutos. Desde luego, el programa espacio-temporal solo le concedía 110 minutos, dejando los restantes 46 para el margen acostumbrado de seguridad. Aquel margen estaba previsto para casos de emergencia, pero no se esperaba que un Ejecutor tuviera necesidad de utilizarlos. Un Ejecutor que cometiese fallos no duraba mucho como Especialista.
Harlan no contaba con usar más de dos de aquellos 110 minutos. Ajustó su generador de campo de pulsera y se rodeó de un aura de fisio-tiempo (una emanación, como si dijéramos, de la Eternidad) para protegerse de cualquier efecto del Cambio de Realidad, y dio un paso hacia la pared. Tomó un pequeño envase de su lugar en el estante y lo colocó en el otro lugar, previamente seleccionado, en el estante inferior.
Hecho el cambio, volvió a entrar en la Eternidad de una forma que le pareció tan prosaica como atravesar una puerta. Si un Temporal hubiera estado observando a Harlan, sencillamente le habría visto desaparecer.
El pequeño envase continuó donde lo había colocado. No jugaba un papel inmediato en la historia del Mundo. Una mano humana, horas más tarde, se dirigió a buscarlo, pero no lo encontró. Una investigación consiguió localizarlo media hora más tarde, pero, entretanto, una máquina se había detenido por falta del combustible contenido en aquel envase, y otro hombre se había irritado por aquella detención. Una decisión que no habría tomado en la anterior Realidad, ahora fue tomada sin vacilar. Un encuentro no tuvo lugar; un hombre que habría muerto, vivió un año más, bajo otras circunstancias; otro que habría vivido, murió mucho antes.
Como una piedra arrojada a un estanque, la Ejecución fue extendiendo sus efectos y alcanzó el máximo en el Siglo 2481, a veinticinco Siglos de la Ejecución. La intensidad del Cambio de Realidad declinó a partir de aquel punto. Los teóricos decían que los efectos del Cambio se extendían hasta el infinito en el hipertiempo, sin llegar nunca a cero, pero que a cincuenta Siglos de distancia de la Ejecución, el Cambio se hacía demasiado pequeño para ser observado ni aun por los mejores Programadores, y que allí alcanzaba su límite práctico.
Ningún ser humano en el Tiempo pudo advertir que se hubiera producido un Cambio. La mente cambiaba al igual que la materia, y solo los Eternos permanecían en el exterior para ser testigos del Cambio.
El Sociólogo Voy estaba contemplando la azulada escena del 2481.°, que antes había reflejado la intensa actividad de un espaciopuerto. No levantó la vista cuando entró Harlan. Apenas murmuró algo que pudiera tomarse por un saludo.
Era evidente que un cambio había asolado el espaciopuerto. Su vitalidad había desaparecido, los pocos edificios que se veían ya no eran las poderosas construcciones que habían sido. Se veía una nave espacial abandonada, con el casco cubierto de herrumbre. No se veía a nadie. No había movimiento.
La sonrisa de Harlan brilló por un momento y luego desapareció. Era un RMD, el Resultado Máximo Deseado. Y había ocurrido en el acto. Los cambios no se producían siempre en el preciso instante de la Ejecución. Si los cálculos tenían un pequeño grado de error, podían pasar horas o días antes de que el Cambio se manifestase (contando, desde luego, en fisio-tiempo). Esto solo ocurría una vez descartados todos los posibles grados de libertad. Mientras existiera una posibilidad matemática de acontecimientos alternativos, el Cambio no se producía.
Harlan se envanecía de que, cuando él calculaba el CMN, cuando era su mano la que realizaba la Ejecución, las variaciones aleatorias se anulaban inmediatamente y el Cambio se producía en el acto.
—¡Era tan hermoso! —dijo Voy lentamente.
La frase hirió los oídos de Harlan; era como si quisiera rebajar la belleza de su propio trabajo.
—No lamentaría que los viajes interplanetarios desaparecieran completamente de la Realidad —dijo.
—¿No? —inquirió Voy.
—¿Para qué sirven? Nunca duran más de un milenio o dos. La gente se cansa. Regresan a casa y las colonias quedan abandonadas. Luego, después de cuatro o cinco milenios, o cuarenta o cincuenta, prueban de nuevo para fracasar otra vez. Es desperdiciar la inteligencia y el esfuerzo humano.
—Es usted un filósofo —dijo Voy secamente.
Harlan enrojeció. Pensó: «¿De qué me sirve hablar con ellos?».
—¿Qué hay del Análisis individualizado? —dijo, con un súbito cambio de tema.
—¿Qué quiere que haga?
—¿Vamos a ver al Analista? Seguramente, a estas horas tendrá el trabajo casi terminado.
El Sociólogo dejó que una sombra de desagrado cruzase su rostro, como si pensara: «Eres muy impaciente, ¿no?».
—Acompáñeme y vamos a verlo —dijo Voy en voz alta.
La placa en la puerta del despacho decía: «Nerón Feruque», lo que llamó la atención de Harlan por su ligera similitud con los nombres de un par de gobernantes del área Mediterránea durante los Tiempos Primitivos. (Sus clases semanales con Cooper habían aguzado en gran manera su interés por la Historia Primitiva.)
Sin embargo, el hombre sentado detrás de la mesa no se parecía a ninguno de los dos gobernantes, tal como Harlan los recordaba. Era delgado, casi cadavérico, con la piel fuertemente estirada sobre una prominente nariz.
Tenía los dedos largos y sus muñecas eran huesudas. Mientras acariciaba su pequeña calculadora, parecía la Muerte pesando un alma en su balanza.
Harlan miró la calculadora con ansiedad. Aquella máquina era el corazón y los músculos del Análisis individualizado. Cuando se le daban los datos de una biografía individual y las ecuaciones de un Cambio de Realidad, empezaba a trepidar, burlona, por un tiempo variable entre un minuto y un día, y por último escupía un formulario que detallaba todas las posibles vidas alternativas de la persona estudiada (bajo la nueva Realidad), asignando a cada una un índice de probabilidad.
El Sociólogo Voy presentó a Harlan. Feruque contempló con animosidad el emblema del Ejecutor, inclinó la cabeza y no pronunció palabra.
Harlan dijo:
—¿Ha terminado ya con el Análisis individualizado de la señorita?
—No. Cuando termine ya se lo diré. Era uno de aquellos que despreciaban a los Ejecutores hasta llegar a ser groseros.
Voy dijo:
—Cuidado, Analista.
Las cejas de Feruque eran tan blancas que parecían invisibles. Eso aumentaba su parecido con una calavera. Sus ojos se movieron en donde uno creería ver cuencas vacías, y dijo:
—Ya ha matado a las naves interplanetarias, ¿no?
—Las hemos retrasado un Siglo —dijo Voy.
Feruque hizo una mueca y ahogó un comentario despectivo.
Harlan cruzó los brazos y contempló fijamente al Analista, hasta que éste desvió la mirada, confuso.
Harlan pensó: «Sabe que él también tiene la culpa».
Feruque se dirigió a Voy:
—Oiga, ya que está aquí, ¿qué quiere que haga con las peticiones de suero anti-cáncer? No somos el único Siglo que tiene el anti-cáncer. ¿Por qué vienen aquí todas las peticiones?
—Los demás Siglos que lo poseen están tan agobiados como nosotros, y usted lo sabe —dijo Voy.
—Pues que dejen de enviar peticiones.
—¿Cómo se consigue eso?
—Fácil. Que el Gran Consejo deje de admitirlas.
—Yo no tengo influencia con el Gran Consejo —dijo Voy.
—Pero tiene influencia con el Viejo.
Harlan escuchó la conversación con indiferencia. Pero al menos servía para distraerle de la ruidosa calculadora. Entendió que lo de «Viejo» se refería al Programador encargado de aquella Sección.
—He hablado con el Jefe —dijo el Sociólogo— y ya se ha dirigido al Gran Consejo.
—Tonterías. Ha enviado una instancia de rutina. Debe luchar por eso. Es una cuestión de importancia básica.
—Estos días el Gran Consejo Pantemporal no está dispuesto a considerar cambios en su política básica. Conocerá los rumores que están corriendo.
—¡Ah, sí! Que preparan un asunto importante. Siempre que se presenta un problema desagradable, empiezan a rumorear que el Consejo tiene algo importante entre manos.
Si Harlan hubiera estado de humor, se habría sonreído ante aquellas palabras.
Feruque permaneció callado unos momentos y luego continuó:
—Lo que la mayoría de la gente no comprende es que el suero anti-cáncer no es una cuestión como las semillas vegetales o los motores electrónicos. Verdad es que cada semilla ha de ser vigilada por sus posibles efectos perniciosos en la Realidad, pero lo del anti-cáncer tiene que ver con las vidas humanas, y esto es cien veces más difícil de analizar.
»¡Piénselo! Considere cuántas personas mueren al año de cáncer en cada Siglo de los que no poseen sueros anti-cáncer de una u otra clase. Ya imaginará si los enfermos tienen ganas de morir. Por eso los Gobiernos Temporales de esos Siglos no paran de enviar instancias a la Eternidad: “Por favor, envíennos setenta y cinco mil ampollas de suero para los enfermos absolutamente indispensables a nuestra civilización. Incluimos los datos biográficos”.
Voy asintió rápidamente.
—Ya lo sé. Ya lo sé.
Pero Feruque necesitaba desahogar su resentimiento.
—Cuando uno lee los datos biográficos, cada uno de ellos es un héroe. Cada hombre será una pérdida insoportable para su mundo. De modo que uno los analiza. Hay que calcular qué pasaría con la Realidad si cada uno siguiera viviendo y, ¡por Cronos!, si diferentes combinaciones de hombres continuaran viviendo. Durante el mes pasado he estudiado quinientas setenta y dos instancias. Diecisiete, fíjese, solo diecisiete Análisis individualizados resultaron exentos de cambios de Realidad perniciosos. Y tenga en cuenta que no hubo ni un solo caso de Cambio de Realidad favorable. Pero el Consejo dice que en los casos neutrales se autoriza el envío del suero. Por humanidad ya se sabe. Por consiguiente, este mes se curarán, exactamente, diecisiete personas de los diferentes Siglos. ¿Y qué sucede? ¿Son más felices los Siglos por eso? Desde luego que no. Un hombre se cura y una docena del mismo país, del mismo Tiempo, mueren. Todos preguntan: ¿Por qué ha tenido que ser Fulano? Quizá los tipos a quienes no dimos suero eran mejores, quizás eran filántropos amados por todos, mientras que el único a quien asistimos apela a su madre anciana siempre que le sobra tiempo para dejar de pegar a sus hijos. Las gentes desconocen los Cambios de Realidad, y nosotros no podemos explicárselo. Estamos creando problemas y dificultades para nosotros mismos, Voy, a menos que el Gran Consejo decida estudiar todas las peticiones y aprobar solo aquellas que resulten en un Cambio de Realidad favorable. Eso es. O el curarlos produce algún bien para la Humanidad o, de lo contrario, no debemos hacerlo. No debemos seguir diciendo: Lo haremos siempre que no cause ningún daño.
El Sociólogo le escuchó con un gesto de amargura en su rostro y al final dijo:
—Si fuera usted el enfermo de cáncer...
—Eso es estúpido, Voy. Nosotros no tomamos nuestras decisiones fundándonos en tales ideas. En tal caso nunca habría un Cambio de Realidad. Algún pobre diablo siempre sale perdiendo, ¿no es así? Suponga que es usted ese pobre diablo, ¿eh? Y otra cosa. Recuerde que cada vez que realizamos un Cambio de Realidad es más difícil encontrar otro favorable en lo sucesivo. Cada fisio-año, la probabilidad de que un Cambio fortuito resulte pernicioso aumenta continuamente. Eso significa que la proporción de personas que podemos curar se hace siempre más pequeña. Siempre disminuye. Pronto podremos curar solo a uno cada fisio-año, incluso teniendo en cuenta los casos neutrales. Recuerde lo que le digo.
Harlan no sentía el menor interés por todo aquello. Era la clase de quejas que se escuchaban siempre entre los Eternos. Los Psicólogos y los Sociólogos, en sus raros estudios sobre la Eternidad, lo llamaban identificación. Los hombres tendían a identificarse con el Siglo con que se relacionaban profesionalmente. Las luchas de éste, demasiado a menudo, se convertían en sus propias luchas.
La Eternidad combatía al demonio de la identificación por todos los medio a su alcance. Nadie podía ser destinado a una Sección alejada menos de dos Siglos del suyo natal. Para hacer la identificación más difícil, se daba preferencia a los Siglos con culturas muy diferentes de la natal. Harlan recordó a Finge, destinado al 482.°. Además, los destinos eran cambiados en forma rotativa tan pronto como se observaban reacciones sospechosas. Harlan no apostaría ni diez grafen del Siglo 50 por las posibilidades de que Feruque continuara en aquel puesto un fisio-año más.
Y sin embargo, los Eternos seguían experimentando el absurdo deseo de tener un hogar estable en el Tiempo. Por alguna razón ignorada, aquello afectaba con mayor intensidad a los Siglos que poseían la navegación espacial. Era algo que merecía ser investigado, y lo habría sido a no intervenir la crónica resistencia de la Eternidad a examinar su propia organización.
Un mes antes, Harlan habría despreciado a Feruque como a un estúpido sentimental, un descontento que reaccionaba frente a la pérdida de las naves antigravitacionales en la nueva Realidad, lanzando invectivas contra los Siglos que necesitaban el suero anti-cáncer.
Tendría que denunciarle. Así lo exigía el reglamento. Las reacciones de aquel hombre ya no eran seguras.
Pero ahora no podía decidirse a hacerlo. Simpatizaba con aquel hombre. Su propio crimen era mucho más grave.
Qué fácil le resultaba volver a pensar en Noys.
Al final consiguió dormirse aquella noche. Cuando despertó, con la habitación de paredes translúcidas bañada de sol, le pareció que había despertado en el interior de una nube en un alegre cielo matinal.
Noys estaba a su lado, sonriente.
—¡Caramba! Sí que te cuesta despertarte.
La primera reacción de Harlan fue tratar de cubrirse con las sábanas, pero no tenía. Poco a poco recordó lo sucedido la noche anterior y sintió cómo se encendían sus mejillas. ¿Qué pensar de lo ocurrido entre ellos?
Pero de súbito recordó algo y se sentó de un salto en la cama.
—Son más de la una, ¿no es cierto? ¡Por Cronos!
—No. Sólo son las once. El desayuno te espera y aún te queda mucho tiempo.