Cuando Harlan reparó de nuevo en la voz de Finge, éste estaba diciendo:
—Recibirá toda esta información en el resumen oficial. Mientras tanto puede disponer de su antiguo despacho y de las mismas habitaciones.
Harlan se halló fuera de la oficina de Finge sin recordar exactamente cómo había salido de allí. Probablemente se había marchado sin despedirse.
Entre las emociones que lo dominaban, la más saliente era la ira. ¡Por Cronos! ¡No se podía permitir que Finge hiciera esas cosas! Sería de pésimos efectos sobre la moral del personal. Era una burla...
Se detuvo, aflojó los puños y dejó de apretar las mandíbulas. ¡Ahora verían! Sus pasos resonaron fuertemente en sus propios oídos mientras se dirigía con decisión al técnico de Comunicaciones que estaba en recepción.
Comunicaciones levantó la vista, sin mirarle de frente, y dijo con precaución:
—¿Diga, señor?
—Hay una mujer en el despacho del Programador Finge —dijo Harlan—. ¿Es nueva aquí?
Quiso que pareciese una pregunta indiferente. Se trataba de aparentar que hacía una pregunta ociosa, casual. Pero le pareció que sonaba como un toque de clarín.
Aquello despertó la atención del técnico. La mirada de sus ojos expresó algo de lo que hace a todos los hombres compañeros, Ejecutores inclusive. El técnico dijo:
—¿Se refiere a aquella morena? ¡Estupenda! ¿No le parece que tiene un cuerpo como una estatua de energía pura?
Harlan tartamudeó ligeramente.
—Limítese a contestar a mi pregunta.
El técnico le lanzó una ojeada, y su simpatía se desvaneció.
—Es nueva aquí —dijo—. Es una Temporal.
—¿Cuál es su empleo?
El de Comunicaciones esbozó una lenta sonrisa que se convirtió en una mueca.
—Se supone que es la secretaria del Jefe. Su nombre es Noys Lambent.
—Perfecto.
Harlan dio media vuelta y se marchó.
El primer viaje de Observación de Harlan al 482.° tuvo lugar al día siguiente, pero solo duró treinta minutos. Se trataba de un viaje de orientación, preparado para que pudiera hacerse una idea de la situación. Reingresó una hora y media al otro día; el tercer día no fue al Tiempo normal.
Ocupó las horas estudiando sus informes anteriores, refrescando la memoria en sus propias anotaciones, revisando el sistema idiomático de aquel Siglo, familiarizándose de nuevo con las costumbres locales.
El 482.° había soportado un Cambio de Realidad, aunque de poca importancia. Un partido político que fue predominante había desaparecido, pero por lo demás la organización social no parecía haber cambiado.
Sin darse plena cuenta de ello se dedicó a buscar en sus viejos informes la información disponible sobre la aristocracia. Sin duda había realizado Observaciones.
Los datos estaban allí, pero eran impersonales, distantes. Sus comentarios se referían a un grupo social, no a los individuos.
Desde luego sus programas de trabajo espaciotemporales nunca le habían exigido o permitido observar a la aristocracia en su propio ambiente. Las razones no estaban al alcance de un Observador. Se sentía irritado consigo mismo por sentir curiosidad respecto a aquellos detalles.
Durante aquellos tres días tuvo ocasión de ver a la muchacha Noys Lambent cuatro veces. Al principio solo se había fijado en sus ropas y en su aspecto general. Ahora se dio cuenta de que medía un metro setenta de altura, un poco más baja que él. Sin embargo, era delgada y andaba de un modo erguido y gracioso que la hacía parecer más alta. Tenía más edad de la que aparentaba a primera vista, quizá frisaba en los treinta, y desde luego pasaba de los veinticinco...
Era tranquila y reservada. Una vez, cuando se cruzaron en el pasillo, le sonrió para luego bajar los ojos. Harlan se hizo a un lado para evitar el rozarla, y luego continuó su camino, sintiéndose irritado consigo mismo.
Al final del tercer día. Harlan empezaba a creer que su condición de Eterno le exigía una resolución. No había duda de que a ella le agradaba estar allí. No había duda de que Finge no infringía la letra de la Ley. Sin embargo, la poca discreción de Finge en aquel asunto y su descuido iban contra el espíritu de las ordenanzas, y ya era hora que se pusiera remedio a aquella afrenta.
Harlan decidió que no había un hombre en toda la Eternidad que le desagradase tanto como Finge. Las excusas que había tenido para él, hacía solo unos cuantos días, le parecieron ya carentes de valor.
En la mañana del cuarto día, Harlan solicitó y recibió permiso para hablar con Finge en privado. Entró en el despacho con paso decidido y fue directo al grano, no sin sorpresa para él mismo.
—Programador Finge, sugiero que la señorita Lambent sea devuelta al Tiempo normal.
Finge apretó los labios, le indicó una silla con un gesto, juntó las manos cerradas bajo la barbilla y enseñó parte de sus dientes.
—Por favor, siéntese, siéntese. ¿Le parece que la señorita Lambent es incompetente? ¿Ineficiente?
—En cuanto a su eficiencia o ineficiencia, Programador, no tengo nada que decir. Depende del trabajo que deba realizar, y yo no le he encargado ninguno. Pero comprenderá usted que su presencia es perniciosa para la moral de la Sección.
Finge le miró sin verle, como si su cerebro de Programador estuviera sopesando abstracciones incomprensibles para un Eterno corriente.
—¿En qué manera cree que daña nuestra moral, Ejecutor?
—No creo que sea necesario explicarlo más —dijo Harlan, cada vez más irritado—. Sus ropas son exhibicionistas. Su...
—Espere, espere. Un momento, Harlan. Usted ha sido Observador en este Siglo. Ya sabe que sus vestidos corresponden a la moda corriente en el Cuatrocientos ochenta y dos.
—En su propio ambiente, en su medio cultural normal, no tendría nada que decir, si bien me parece que sus trajes son extremados inclusive para el Cuatrocientos ochenta y dos. Creo que me permitirá opinar sobre este punto. Pero aquí, en la Eternidad, esa persona está ciertamente fuera de lugar.
Finge asintió con la cabeza. En realidad, parecía disfrutar con aquella discusión. Harlan se puso rígido.
—Está aquí con una finalidad determinada —dijo Finge—. Realiza una función importante, aunque eventual. Trate de soportarla mientras tanto.
Los labios de Harlan temblaron. Había presentado su protesta y la habían dejado de lado. Diría lo que pensaba.
—Ya puedo imaginar cuál es la función esencial de esa mujer. Pero el tenerla de un modo tan descarado no debería permitirse.
Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. La voz de Finge le detuvo.
—Ejecutor, sus relaciones con Twissell pueden haberle dado una idea exagerada de su propia importancia. Debe corregirla. Y mientras tanto, dígame, Ejecutor, si ha tenido nunca —vaciló un segundo, buscando la palabra adecuada— una novia.
Con deliberada e insultante precisión, y dando todavía la espalda a Finge, Harlan recitó:
—A fin de evitar relaciones emocionales con el Tiempo normal, un Eterno no debe casarse. A fin de evitar relaciones emocionales con su familia, un Eterno no debe tener hijos.
El Coordinador dijo gravemente:
—No le hablo de casamiento ni de hijos. Harlan siguió recitando:
—Se podrán tener relaciones eventuales con los Temporales previa la debida solicitud al Departamento Central del Gran Consejo Pantemporal, que dispondrá el Análisis individualizado del Temporal en cuestión. Las relaciones deberán atenerse a las limitaciones del programa específico espacio-temporal que haya sido concedido.
—En efecto. ¿Nunca ha presentado una solicitud para relaciones eventuales, Ejecutor?
—No, Programador.
—¿Ni piensa hacerlo?
—No, Programador.
—Quizá le convendría. Le daría mayor amplitud de miras. Es posible que entonces se fijase menos en detalles como los vestidos de una muchacha, ni tampoco en sus posibles relaciones con otros Eternos.
Harlan salió, mudo de rabia.
Le resultó casi imposible realizar su viaje diario por el 482.°, aunque el período más largo de permanencia seguía siendo de algo menos de dos horas.
Se sentía violento, y conocía la causa. ¡Finge! Finge y sus groseros consejos respecto a las relaciones con Temporales.
Las relaciones existían. Todo el mundo lo sabía. La Eternidad siempre había tenido en cuenta la necesidad de consentir los apetitos humanos (para Harlan aquella frase tenía un significado repulsivo), pero las restricciones impuestas a la selección de amantes hacían muy rígida y poco generosa tal tolerancia. Los escasos afortunados que conseguían una situación semejante debían portarse con la mayor discreción, por consideración a la mayoría y por decencia.
Entre las clases inferiores de Eternos, especialmente entre los de Mantenimiento, siempre corrían rumores de mujeres importadas en forma más o menos permanente y por razones obvias. El rumor siempre señalaba a los Programadores y a los Analistas como los más beneficiados.
Ellos y solo ellos sabían decidir qué mujeres podían ser trasladadas del Tiempo normal hacia la Eternidad sin peligro para la Realidad actual.
Mucho menos sensacionales, eran las historias que contaban sobre las empleadas Temporales que cada Sección contrataba como eventuales (siempre que el análisis espacio-temporal lo permitiese) para desempeñar las aburridas tareas de cocinar, limpiar y lavar.
Pero una Temporal, aquella Temporal, y empleada como secretaria, solo podía significar qué Finge se burlaba de los ideales que habían hecho de la Eternidad una organización gloriosa.
Aparte de las exigencias físicas, a las cuales los prácticos Jefes de la Eternidad se sometían con indiferencia, seguía siendo cierto que el Eterno ideal era un hombre austero, que solo vivía para la misión a la que era destinado, para la mejora de la Realidad y para incrementar la suma de la felicidad humana. A Harlan le gustaba pensar en la Eternidad, como si fuese uno de aquellos antiguos monasterios de los Tiempos Primitivos.
Aquella noche soñó que había hablado con Twissell sobre aquel asunto y que éste, el Eterno ideal, compartía su repulsión. Soñó que Finge era degradado y trasladado. Se vio a sí mismo con el emblema de Programador. Implantaba un nuevo régimen en el 482.° y relegaba a Finge a una posición secundaria en Mantenimiento.
Twissell estaba a su lado, sonriendo con admiración, mientras él fijaba un nuevo programa de organización, claro, simple y efectivo, y ordenaba a Noys Lambent que distribuyera copias entre los asistentes.
Pero ella estaba desnuda, y Harlan despertó tembloroso y avergonzado.
Un día encontró a la muchacha en un corredor y Harlan se hizo a un lado para dejarla pasar, sin mirarla.
Ella se plantó ante él, obligándole a mirarla y a enfrentarse con sus ojos. Estaba llena de vida y de colorido y Harlan aspiró el perfume que emanaba su persona.
—¿Es usted el Ejecutor Harlan, no es así? —dijo ella.
Su primer impulso fue ignorarla, alejarse de allí. Pero al fin y al cabo, se dijo a sí mismo, ella no tenía la culpa. Además, tendría que rozarla para marcharse.
Harlan asintió brevemente.
—Sí.
—Me han dicho que es un experto en nuestro Tiempo.
—He estado allí.
—Me gustaría hablar de esto con usted, algún día.
—Estoy muy ocupado. No tengo tiempo.
—Pero, señor Harlan, quizá consiga encontrar un rato algún día.
Ella le sonrió.
Harlan dijo en voz baja, desesperado:
—¿Quiere pasar, o prefiere hacerse a un lado para que pueda pasar yo? ¡Hágame el favor!
Ella se hizo a un lado, con un movimiento de caderas que encendió de rubor las mejillas de Harlan; éste se sintió irritado contra ella por haberle hecho perder la serenidad, irritado consigo mismo por la misma causa y principalmente, por alguna oscura razón, irritado contra Finge.
Finge le llamó dos semanas más tarde. Sobre su mesa tenía una lámina de intrincadas perforaciones cuya longitud reveló a Harlan que esta vez no se refería a ninguna excursión de media hora en el Tiempo normal.
—¿Quiere sentarse, Harlan, y examinar este programa espacio-temporal? — dijo Finge—. No, no lo haga directamente. Utilice la lectora.
Harlan enarcó las cejas con un gesto de indiferencia e insertó cuidadosamente la lámina en la abertura de la lectora que estaba sobre la mesa de Finge. La lámina fue penetrando lentamente en el interior de la máquina y a medida que lo hacía, los grupos tabulados de perforaciones iban siendo traducidos a palabras que aparecían en el rectángulo de cristal del visor.
Antes de llegar a la mitad, Harlan alzó rápidamente la mano y desconectó el mecanismo. Arrancó la lámina con tal fuerza, que se rasgó a pesar de su fuerte contextura.
Finge dijo tranquilamente:
—Tengo otra copia.
Harlan sostenía los restos de la lámina entre el pulgar y el índice como si temiera que fuesen a estallar.
—Programador Finge, aquí hay algún error. No es posible que se me ordene utilizar la casa de esa mujer como base para una permanencia de casi una semana en el Tiempo normal.
El Programador hizo una mueca.
—¿Y por qué no, si las especificaciones espacio-temporales lo requieren? Pero si hay diferencias personales entre usted y la señorita Lambent...
—No existen cuestiones personales —interrumpió Harlan.
—Es posible que sea otra clase de cuestiones. En vista de las circunstancias, voy a explicarte ciertos aspectos del problema de esta Observación. Desde luego, ello no debe sentar precedente.
Harlan no contestó. Estaba pensando a toda velocidad. De ordinario, por orgullo profesional habría desdeñado toda explicación. Un Observador, o un Ejecutor, hacía su trabajo sin formular preguntas. Y normalmente un Programador ni siquiera soñaba en ofrecer explicaciones.
Sin embargo, aquí había algo fuera de lo corriente. Harlan se había quejado de la presencia de la muchacha, a la que llamaban secretaria. Quizá temiera Finge que la queja llegara más lejos. («Los culpables huyen sin que nadie los persiga», pensó Harlan con amarga satisfacción, y trató de recordar dónde había leído aquella frase.)
La estrategia de Finge era evidente, por lo tanto. Alojando a Harlan en casa de la mujer podría oponer contraacusaciones, si la cuestión llegaba demasiado lejos. Harlan no podría atestiguar contra él.
Desde luego, debía tener una buena explicación para enviar a Harlan a semejante lugar. Ahora iba a presentarla. Harlan escuchó con mal disimulado desprecio.