El fin de la eternidad (2 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Harlan no podía estar seguro de encontrar lo que buscaba dentro de un plazo razonable. Cuando estudió por primera vez el proyecto de Cambio de Realidad 2456-2781, número de orden V-5, creyó que sus deseos hacían una jugarreta a su capacidad de raciocinio. Pasó un día entero verificando una y otra vez las ecuaciones y desarrollos, atenazado por una dolorosa incertidumbre mezclada con una creciente excitación y amarga gratitud, puesto que al menos le habían enseñado psicomatemáticas elementales.

Ahora Voy estudiaba la misma lámina y sus símbolos con expresión entre confusa y preocupada.

—Me parece... digo que me
parece
que todo está en orden —aseguró al fin.

—Compruebe en particular los ritos sociales del noviazgo en la Realidad actual de este Siglo —dijo Harlan—. Eso es sociología y supongo que cae dentro de su responsabilidad. Por eso dispuse verle a
usted
a mi llegada, antes que a ningún otro.

Voy frunció el ceño. Aún se mostraba cortés, pero su tono al responder fue glacial:

—Los Observadores destinados a nuestra Sección son muy competentes. Estoy seguro que los asignados a este proyecto han proporcionado datos exactos. ¿Tiene pruebas de lo contrario?

—Nada de eso, sociólogo Voy —dijo Harlan—. Acepto los datos, pero no estoy de acuerdo con el planteamiento del problema. ¿No observa un tensor complejo indeterminado en este punto, si ponderamos correctamente el comportamiento prenupcial?

Voy miró con atención, y una expresión de alivio se extendió por su rostro.

—En efecto, Ejecutor, en efecto. Pero se resuelve por sí mismo en una identidad. Se tiene un bucle de pequeñas dimensiones, que no presenta caminos secundarios. Espero que me perdone si uso imágenes gráficas en vez de expresiones matemáticas exactas.

—Se lo agradezco. Así como no soy Sociólogo, tampoco soy Programador — replicó Harlan.

—Muy bien, pues —dijo Voy—. Ese tensor complejo indeterminado a que alude, o bifurcación del camino, como si dijéramos, no es significativo. La dicotomía se resuelve más adelante y tenemos un camino único. Nos pareció innecesario mencionarlo en nuestro informe.

—Si es su criterio, me someto al mismo. Sin embargo, queda la cuestión del CMN.

El Sociólogo torció el gesto al oír aquellas siglas, como había previsto Harlan. CMN. El Cambio Mínimo Necesario. Aquí el Ejecutor era el amo. Un Sociólogo podía creerse inmune a la crítica en lo relativo al análisis matemático de las infinitas Realidades posibles en el Tiempo, pero al definir el CMN, el Ejecutor tenía la última palabra.

El cálculo mecánico no era suficiente. La mayor Computaplex existente, manejada por los más expertos y hábiles Jefes Programadores, no servía sino para señalar los límites dentro de los cuales se situaba el CMN. Era entonces cuando el Ejecutor, examinando los datos del problema, decidía el punto exacto del Cambio dentro de aquellas condiciones límite. Un buen Ejecutor rara vez se equivocaba. Los mejores Ejecutores no se equivocaban nunca.

Harlan no se equivocaba nunca.

—El CMN recomendado por su Sección —dijo Harlan, hablando en tono pausado, frío, silabeando el Idioma Pantemporal Normalizado con meticulosidad— implica la inducción de un accidente espacial, y una muerte inmediata y bastante horrible para una docena o más de personas.

—Es inevitable —dijo Voy, encogiéndose de hombros, indiferente.

—Sugiero que el CMN puede reducirse al mero traslado de un envase de un estante a otro. ¡Aquí! —señaló Harlan. La blanca y bien cuidada uña de su índice dejó una leve huella debajo de un grupo de perforaciones.

Voy examinó aquel punto con dolorosa pero muda atención.

—¿No altera eso la situación con respecto a la dicotomía que ha dejado de tener en cuenta? —continuó Harlan—. ¿No cree que entonces se utiliza el camino de mínima probabilidad, convirtiéndolo prácticamente en una certeza, y que eso nos conduce a...?

—Virtualmente, al RMD —dijo Voy en un susurro.

—Exactamente al Resultado Máximo Deseado —afirmó Harlan.

Voy alzó los ojos, con una expresión entre compungida e irritada en su moreno rostro. Harlan, indiferente, observó que aquel hombre tenía entre los incisivos superiores un hueco que le daba un aspecto conejil, lo cual chocaba con la contenida energía de sus palabras.

Voy preguntó:

—Supongo que esto llegará a conocimiento del Gran Consejo Pantemporal.

—No lo creo —dijo Harlan—. Que yo sepa el Gran Consejo no se ha ocupado de ello. Por lo menos, el Cambio de Realidad programado se me pasó sin ningún comentario.

Harlan no creyó oportuno explicar con más detalle cómo le fue «pasado», y Voy se abstuvo de preguntar.

—Entonces, ese error, ¿lo ha descubierto usted?

—Sí.

—¿Y no dio parte al Gran Consejo Pantemporal?

—No.

Hubo una reacción de alivio, y luego Voy se puso en guardia.

—¿Por qué?

—Pocas personas habrían dejado de caer en ese error. Pensé que podía corregirlo antes de que se cometiera un daño irreparable. Así lo hice. ¿Por qué ir más allá?

—Bien... gracias, ejecutor Harlan. Se ha portado como un amigo. El error de esa Sección que, como usted dice, era prácticamente inevitable, habría manchado nuestra hoja de servicios.

Voy continuó después de una breve pausa:

—Aunque, en realidad, y teniendo en cuenta las alteraciones de personalidad que va a inducir este Cambio de Realidad, la muerte de algunos hombres resultaba de escasa importancia.

Harlan pensó fríamente: «No parece muy agradecido. Igual me guarda rencor. Cuando tenga tiempo para pensarlo, es posible que su rencor aumente aún más, por haber sido salvado de una descalificación gracias a un Ejecutor. Si yo fuese Sociólogo como él, me estrecharía la mano con gratitud, pero no quiere dar la mano a un Ejecutor. No le repugna condenar una docena de hombres a la asfixia, pero sí el contacto de un Ejecutor».

Comprendiendo que no le convenía dar tiempo al resentimiento de su interlocutor, Harlan atacó casi en seguida:

—Espero que su agradecimiento me autorice a pedirle que su Sección haga un pequeño trabajo para mí.

—¿Un trabajo? —preguntó Voy.

—Un problema de Análisis Individualizado. He traído todos los datos, así como los de un Cambio de Realidad propuesto para el Siglo 482. Deseo saber el efecto de este Cambio sobre la probabilidad de supervivencia de cierta persona.

—No estoy seguro de haberle entendido bien —dijo el Sociólogo con vacilación—. ¿No dispone de medios para hacer este análisis en su propia Sección?

—En efecto. Sin embargo, estoy realizando una investigación personal y por ahora no quiero que figure en los archivos. Sería muy difícil encargar este trabajo a mi Sección sin que...

Harlan hizo un gesto vago, sin concluir la frase.

—¿Entonces, no quiere que esto vaya por vía oficial? —preguntó Voy.

—Debe hacerse confidencialmente, y quiero una contestación confidencial.

—Es muy irregular. No puedo aceptarlo.

Harlan frunció el ceño.

—No es más irregular que mi olvido en denunciar su error al Gran Consejo Pantemporal. En ese caso no tuvo usted ninguna objeción. Si hemos de atenernos a las normas en un caso, tendremos que ser igualmente formales en otro. Creo que me comprende, ¿verdad?

La expresión de Voy revelaba que le había comprendido perfectamente, sin lugar a dudas. Alargó la mano hacia Harlan.

—¿Puedo ver los documentos?

Harlan se tranquilizó. Había superado el obstáculo principal. Miró con atención mientras el Sociólogo se inclinaba sobre las láminas que había traído.

—¡En nombre del Tiempo! Es un Cambio de Realidad sin importancia —fue el único comentario de Voy.

Harlan aprovechó la ocasión, mintiendo a medida que hablaba:

—Así es. Demasiado pequeño, creo. De ahí surge la discusión. Está por debajo de la diferencia crítica y he escogido un solo individuo como caso piloto. Naturalmente, no sería hábil que yo usara el equipo de nuestra Sección sin estar del todo seguro de mi acierto.

Voy no dijo nada a esto, y Harlan no continuó. No convenía exagerar la comedia.

Voy se puso en pie.

—Pasaré estos datos a uno de mis Analistas. Esto quedará entre nosotros, aunque comprenderá que no podemos sentar un precedente.

—En modo alguno.

—Y si no le importa, me gustaría observar el Cambio de Realidad que vamos a efectuar aquí. Espero que nos haga el honor de dirigir el CMN personalmente.

Harlan asintió.

—Asumo toda la responsabilidad.

Cuando entraron en la sala de control dos de las pantallas estaban conectadas. Los técnicos las habían ajustado según las coordenadas exactas de Espacio y Tiempo, y luego salieron. Harlan y Voy se vieron a solas en la centelleante sala. (La decoración a base de películas moleculares reflectantes se hacía notar, y no poco por cierto, pero esta vez Harlan, atento a las pantallas, no hizo caso).

Ambas imágenes aparecían inmóviles. Semejaban naturalezas muertas, pues representaban instantes matemáticos del Tiempo.

Una de las vistas era en colores naturales muy contrastados: la sala de máquinas de un vehículo espacial experimenta, como bien sabía Harlan. Una puerta se estaba cerrando y aún asomaba por el resquicio un brillante zapato de material rojo semitransparente. No se movía. Nada se movía. Si se hubiese aumentado el contraste de la imagen hasta el punto de hacer visibles las motas de polvo en el aire, ni siquiera éstas se habrían movido.

Voy dijo:

—Esta sala de máquinas permanecerá vacía durante dos horas y treinta y seis minutos a partir del instante que contemplamos. En la Realidad actual, desde luego.

—Lo sé —murmuró Harlan.

Empezó a ponerse los guantes y mientras tanto sus ojos recorrían con rapidez los estantes, memorizando la situación del envase crítico, midió los pasos necesarios para llegar a él y el mejor emplazamiento adonde trasladarlo. Lanzó una breve ojeada a la otra pantalla.

Mientras la sala de máquinas, situada en el «presente» definido con respecto a la Sección Eternidad en la que ahora se encontraba, aparecía iluminada en colores naturales, la otra escena, situada a unos veinticinco Siglos de distancia en el «futuro», presentaba el filtro azulado que servía para diferenciar las imágenes «futuras».

Era la vista de un espaciopuerto. Un cielo color azul oscuro, con edificios azulados de desnudo metal sobre un terreno verdeazulado. Un cilindro azul de raro diseño, con una protuberancia en la base, destacaba en primer plano. Al fondo se veían dos cilindros más, parecidos al primero. Los tres apuntaban al cielo, sus extrañas ojivas partidas, en cuyo interior se alojaba seguramente la maquinaria principal.

Harlan frunció el ceño.

—Raros aparatos —dijo.

—Electro-gravitacionales —dijo Voy—. El Siglo Dos mil cuatrocientos ochenta y uno es el primero en desarrollar la navegación espacial por electro-gravitación. No necesita combustible ni energía nuclear. Una solución elegante; lástima que nuestro Cambio la haga desaparecer. ¡Una verdadera lástima!

Clavó la mirada en Harlan con visible disgusto.

Harlan apretó los labios. Conque disgustado, ¿eh? ¿Por qué no? El Ejecutor era él.

Sin duda, algún Observador habría presentado un informe sobre la cuestión del abuso de drogas. Algún Estadístico demostró que los últimos Cambios habían aumentado el número de adictos hasta que llegó a ser el mayor en todas las presentes Realidades de la humanidad. Un Sociólogo, probablemente el propio Voy, estableció el perfil psiquiátrico de aquella sociedad, y un Programador calculó el Cambio de Realidad necesario para disminuir la tendencia al uso de drogas, hallando que, como efecto secundario, la navegación espacial por electro-gravitación iba a desaparecer. En la decisión final habían intervenido una docena, cien hombres quizá, de todas las categorías en la Eternidad.

Pero, a fin de cuentas, tendría que ser un Ejecutor quien la llevase a la práctica. Siguiendo las instrucciones convenidas por los demás, a él le tocaba iniciar el Cambio de Realidad. Y entonces los demás le mirarían con ojos acusadores, y sus miradas parecerían decir: «A ti, y no a nosotros, se debe la destrucción de toda esa belleza».

Y por esa razón, los demás le condenarían y evitarían su presencia. Descargaban su propia culpa sobre los hombros del Ejecutor, y por ello le odiaban. Harlan dijo con sequedad:

—Las naves no importan. Debemos preocuparnos por ellos.

«Ellos» eran un grupo de personas, en apariencia insignificantes al lado de la nave espacial, del mismo modo que las dimensiones físicas de las trayectorias interplanetarias hacen parecer insignificante la Tierra así como la sociedad humana que la puebla.

Parecían pequeños muñecos. Sus diminutos brazos y piernas permanecían en posturas extrañas y ridículas, inmovilizados en aquel instante del Tiempo.

Voy se encogió de hombros.

Harlan ajustó el pequeño generador de campo que llevaba en su muñeca izquierda.

—Acabemos cuanto antes —dijo.

—Un momento —dijo Voy—. Quiero preguntarle al Analizador de Destinos cuánto tardará en completar este trabajo suyo. Yo también quiero terminar cuanto antes.

Sus manos desplazaron hábilmente un pequeño cursor; luego escuchó con atención el repiqueteo que recibió en respuesta.

«Otra característica de esta Sección de Eternidad —pensó Harlan—. Un código de ruidos intermitentes. Espectacular, pero innecesario, al igual que las películas moleculares reflectantes.»

—Dice que tardará unas tres horas —dijo Voy por fin—. Además, dice que le gusta el nombre de esa persona, Noys Lambent. Es una mujer, ¿no?

Harlan sintió la garganta seca.

—Sí.

Los labios de Voy se curvaron en una lenta sonrisa.

—Parece interesante. Me gustaría verla sin que ella se diese cuenta. No hemos tenido ninguna mujer en esta Sección desde hace meses.

Harlan contuvo un arrebato de ira y no contestó. Miró fríamente al Sociólogo y bruscamente le dio la espalda.

Si había un defecto en la Eternidad, era esta cuestión de las mujeres. Desde que ingresó en la Eternidad había comprendido claramente el problema, pero no se sintió personalmente afectado hasta que conoció a Noys. De aquel momento había llegado a este otro, en que se hallaba traidor a su juramento de fidelidad y a todo lo que había creído hasta entonces.

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