—No debiste hacerlo, Andrew. Realmente preferiría que no lo hicieras.
—No hay ningún peligro —dijo él con seguridad.
—Hay peligro. No seas absurdo. Me basta con lo que tengo aquí, hasta... hasta que puedas arreglar las cosas.
—¿Por qué no has de tener tus propias ropas y tus cosas personales?
—Porque no valen el riesgo que corres al ir a mi casa en el Tiempo y que te pueden sorprender. ¿Y si hacen el Cambio mientras estás allí?
Él trató de aparentar tranquilidad.
—No pueden sorprenderme.
Luego prosiguió con animación:
—Además, mi escudo electrónico de protección me mantiene en el fisio-año, de modo que no puede afectarme ningún Cambio, ¿comprendes?
—No —suspiró Noys—. Creo que nunca llegaré a entenderlo.
—No tiene nada de particular.
Y Harlan trató de explicárselo una y otra vez, lleno de animación, y Noys le escuchó con aquellos ojos brillantes que nunca dejaban ver si le escuchaba o si se burlaba de él, o quizás ambas cosas a la vez.
Todo aquello era un gran aliciente en la vida de Harlan. Tenía alguien con quien hablar, alguien con quien podía discutir su vida, sus preocupaciones y sus pensamientos. Era como si ella fuese una parte de él mismo, pero una parte diferente, con la que necesitaba comunicarse hablando, en vez de pensar a solas. Y como era diferente, podía contestar en forma inesperada, gracias a sus procesos mentales independientes. Era curioso, pensó Harlan, cómo uno podía hacer una Observación de un fenómeno social como el matrimonio, y, sin embargo, no advertir una verdad tan importante como era aquélla. ¿Cómo adivinar, por ejemplo, que cuando más tarde recordase aquel idilio, lo menos destacado serían los momentos de pasión?
Ella se sentó a su lado y preguntó:
—¿Cómo siguen tus estudios de matemáticas?
—¿Quieres ver el libro que traigo? —dijo Harlan.
—¿Es posible que lleves esos libros encima?
—¿Por qué no? El viaje en la cabina lleva bastante tiempo. No hay ninguna necesidad de desperdiciarlo.
Él sacó una pequeña lectora de su bolsillo, insertó el rollo de microfilm y sonrió con cariño cuando ella se lo llevó a los ojos.
Ella le devolvió la lectora y meneó la cabeza.
—Nunca he visto tantos garabatos. Me gustaría saber leer el idioma Pantemporal.
—En realidad —dijo Harlan— la mayor parte de los garabatos que dices no son del idioma Pantemporal, sino signos matemáticos.
—Tú los entiendes, ¿no es eso?
A Harlan le contrariaba decir nada que pudiese apagar el brillo de franca admiración que lucía en sus ojos, pero se vio forzado a confesar:
—No tanto como yo quisiera. Sin embargo, he aprendido bastantes matemáticas para saber lo que necesito. No es necesario saber mucho para ver un agujero en la pared tan grande como para dar paso a una cabina de carga.
Lanzó la lectora al aire y la cogió al vuelo antes de que cayese, dejándola sobre una mesita.
Los ojos de Noys le miraban con ilusión y Harlan comprendió de pronto el sentido de aquella mirada.
—¡Por el Gran Cronos! —dijo él—. ¡Naturalmente! ¿No puedes leer el Idioma Pantemporal?
—No, desde luego que no.
—Entonces la biblioteca de esta Sección te resultará completamente inútil. No se me había ocurrido. Deberías tener tus propios libros del Cuatrocientos ochenta y dos.
Ella contestó con prontitud:
—No, no los quiero.
—Los tendrás —dijo Harlan.
—De veras, no los necesito. Es una tontería el arriesgarse...
—¡Los tendrás! —repitió él.
Por última vez se encontró delante de la frontera inmaterial que separa a la Eternidad de la casa de Noys en el 482. Había creído que la vez anterior sería la última. El Cambio debía ya estar muy cerca, cosa que no le había contado a Noys para no preocuparla.
Pero no le fue difícil decidirse a repetir el viaje, aquella excursión adicional. En parte, era el deseo de merecer la admiración de Noys al traerle sus libros metiéndose en la misma boca del león; en parte su deseo —¿cuál era la frase que usaban los Primitivos?— de «tirar de las barbas al Rey», si es que aquella frase podía aplicarse a las mejillas lampiñas de Finge.
Además, así podría saborear el extraño encanto que tenía el ambiente de una casa condenada a desaparecer en la nueva Realidad.
Lo había experimentado antes, cuando entró en ella durante el período marginal de gracia que le concedía su programa espacio-temporal. Lo sintió mientras vagaba por sus habitaciones, recogiendo ropas, bibelots y extrañas botellas e instrumentos del tocador de Noys.
Era el sombrío silencio de una Realidad a punto de extinguirse, muy diferente de la mera ausencia física de ruidos. Harlan no podía decir cuál sería la equivalente de aquella casa en la nueva Realidad. Podía ser una pequeña quinta suburbana, o una casa de pisos en una calle de la ciudad. O podía desaparecer, mientras las hierbas salvajes crecerían en el mismo lugar que ahora ocupaba el cuidado jardín de Noys. Incluso era posible que no sufriera cambios de importancia. Y podía ser habitada —Harlan cambió rápidamente de pensamiento— por la análoga de Noys, o desde luego, por otra persona.
Para Harlan aquella casa ya era como un fantasma, un espectro prematuro que hacía sus apariciones antes de haber muerto. Puesto que la casa, tal como estaba, significaba tanto para él, halló que se dolía de su desaparición y que lo lamentaba.
Solo una vez en los cinco viajes que había hecho pudo escuchar un ruido que rompiera la quietud de aquellas salas. En aquel momento se hallaba en la despensa, dando gracias al hecho de que la tecnología de aquella Realidad y de aquel Siglo permitía prescindir de sirvientes, lo cual le evitaba ahora un problema. Recordó que acababa de escoger entre los envases de alimentos preparados, habiendo decidido que tenía bastante para aquel viaje y que Noys se alegraría de poder variar la saludable pero monótona comida de los almacenes de la Sección con aquellos platos predilectos. Incluso se vio a solas mientras pensaba que no hacía mucho, las comidas de aquel Siglo se le antojaban decadentes y artificiales.
Estaba en la mitad de aquella carcajada, cuando escuchó un claro ruido metálico. ¡Harlan se quedó helado!
El sonido había llegado de algún lugar a sus espaldas. Durante el segundo de sorpresa en que Harlan permaneció inmóvil, lo primero que se le ocurrió fue que había entrado un ladrón. El verdadero y tremendo peligro de que fuese un Eterno, se le ocurrió en segundo lugar.
Pero no podía ser un ladrón. Todo el período comprendido en el programa espacio-temporal, incluyendo el margen de seguridad, era cuidadosamente aprobado y seleccionado entre otros períodos similares teniendo en cuenta la ausencia de factores imprevistos. Por otro lado, él había inducido un microcambio (quizá no tan pequeño) al llevarse a Noys de allí.
Con el corazón saltándole en el pecho, Harlan se volvió, no sin esfuerzo. Le pareció que la puerta acababa de cerrarse a su espalda, y que aún recorría el último milímetro necesario para acabar de encajar en su dintel.
Reprimió el impulso de empujar aquella puerta y registrar toda la casa. Regresó a la Eternidad cargado con los regalos para Noys y esperó durante dos días enteros antes de aventurarse de nuevo hacia el lejano hipertiempo. No sucedió nada anormal y Harlan acabó por olvidar el incidente.
Pero ahora, mientras manipulaba los mandos para entrar en el Tiempo por última vez, recordó de nuevo aquellos momentos. O quizá lo que le torturaba era la idea de que el Cambio estaba cada vez más cercano. Más tarde, al pasar revista a las posibles causas de lo sucedido, comprendió que fue uno u otro de esos pensamientos lo que le hizo equivocarse en el exacto ajuste de los mandos. No se le ocurría otra excusa.
La equivocación, de momento, no tuvo consecuencias. La habitación deseada quedó enfocada en el acto y Harlan pasó directamente a la biblioteca de Noys.
Se había acostumbrado lo suficiente a aquella época para gustarle la fina artesanía que se utilizaba en los envases para microfilms. Las etiquetas de los títulos eran intrincadas filigranas hasta convertirse en una obra de arte, pero casi ilegibles. Era un triunfo de la estética sobre la utilidad.
Harlan sacó algunos libros de los estantes, al azar, y quedó sorprendido. El título de uno de ellos era: «La Historia Social y Económica de nuestros Tiempos».
Aquello le revelaba una faceta insospechada del carácter de Noys. Desde luego, ella no era estúpida, pero nunca se le habría ocurrido a Harlan que pudiera estar interesada en materias tan sesudas. Pensó en echar una ojeada a aquella «Historia Social y Económica», pero se contuvo. La encontraría en la biblioteca de la Sección, si algún día quería leerla. Era muy posible que varios meses antes Finge hubiera reunido para los archivos de la Eternidad todos los libros importantes de las bibliotecas de aquella Realidad.
Dejó aquel microfilm a un lado y revisó los demás, seleccionando la mayor parte de las novelas y otros que le parecieron obras de literatura seria. Puso todo aquello y dos lectoras portátiles en una mochila que llevaba.
En aquel momento, una vez más, oyó un ruido en la casa. Aquella vez no podía haber error. No era un golpe seco de origen indeterminado. Era una risa, la risa de un hombre. Harlan no estaba solo en casa.
No se dio cuenta de que dejaba caer la mochila. ¡Por un segundo terrible, solo pudo pensar que había caído en la trampa!
D
e repente todo pareció inevitable. Era una cruel ironía del Destino. Por fin había entrado en el tiempo por última vez, se había burlado de Finge por última vez, había llevado el cántaro a la fuente por última vez. ¡Acababa de sorprenderle!
¿Era Finge quien reía?
—¿Quién sino él podía perseguirle, esperándole en la habitación contigua para luego estallar en una carcajada de triunfo?
Entonces, ¿todo estaba perdido? Como, en aquel momento de terror, estaba seguro de ello, no se le ocurrió huir ni refugiarse de nuevo en la Eternidad. Se enfrentaría con Finge.
Si era preciso, le mataría.
Harlan se acercó a la puerta tras la cual había sonado aquella risa, con el paso firme y seguro del asesino decidido a matar. Desconectó el cierre automático de la puerta y la abrió lentamente. Dos centímetros. Tres. La puerta se abrió sin ningún ruido.
El ocupante de la otra habitación estaba de espaldas a él. Parecía demasiado alto para ser Finge, y tal observación penetró en la confusa mente de Harlan dejándole inmovilizado en su lugar.
Entonces, como si la extraña parálisis que parecía dominar a los dos hombres se hubiera disipado poco a poco, el otro se volvió lentamente.
Harlan nunca llegó a ver cómo se volvía del todo. El perfil del otro no se había descubierto del todo cuando Harlan, reprimiendo su pánico con los últimos fragmentos de serenidad que le quedaban, se retiró apresuradamente de la puerta. El mecanismo automático la cerró silenciosamente.
Harlan dio un paso atrás, ciego de confusión. Casi no podía respirar; pugnaba por llenar de aire sus pulmones, mientras el corazón le palpitaba violentamente como si quisiera escapar de su pecho.
Ni Finge, ni Twissell, ni todo el Gran Consejo Pantemporal podían haberle desconcertado tanto. No era el temor a un peligro físico lo que le había causado aquella impresión. Era una aversión casi instintiva por la misma naturaleza del incidente que le acababa de ocurrir.
Recogió el paquete de microfilms, y después de dos intentos infructuosos consiguió franquear la entrada de la Eternidad. Pasó como un autómata, y nunca supo cómo había conseguido llegar al 575.° y después a sus habitaciones particulares. Su cargo de Ejecutor le salvó de nuevo. Los pocos Eternos a quienes encontró en su camino se hicieron a un lado y miraron fijamente al vacío.
Aquello fue una suerte, pues en aquellos momentos Harlan no podía borrar de su rostro las muestras de terror mortal que le acosaba, y su faz estaba pálida como la muerte. Pero nadie le miró, y Harlan dio las gracias a la Eternidad y a la ciega diosa que devanaba el oscuro hilo del Destino.
En realidad no había visto por entero al hombre intruso en la casa de Noys, y sin embargo supo quién era con extraña certeza.
La primera vez que Harlan oyó un ruido en la casa, él, Harlan, estaba riendo y el sonido que interrumpió su risa fue el de algo pesado que caía al suelo en la habitación cercana. La segunda vez alguien había reído en la otra habitación y él, Harlan, dejó caer la mochila con libros al suelo. La primera vez él, Harlan, se volvió a tiempo de ver cómo se cerraba una puerta. La segunda vez él, Harlan, había cerrado una puerta mientras otro hombre se volvía.
¡Se había encontrado a sí mismo!
En el mismo Tiempo y casi en el mismo lugar, él y su personalidad anterior en varios fisio-días, se habían encontrado casi cara a cara. Por un error en el ajuste de los mandos, graduándolos para un instante ya usado del Tiempo, Harlan había visto a Harlan.
Durante varios días realizó sus tareas mecánicamente, sin conseguir olvidar aquel horror. Se maldijo a sí mismo llamándose cobarde, pero aquello no remedió la situación.
Y a partir de aquel momento, todo empezó a ir mal. Ahora localizaba con exactitud el momento crucial. La Gran Divisoria estaba en el momento en que ajustó los mandos para entrar por última vez en el Siglo 482, e inexplicablemente se había equivocado. Desde entonces las cosas fueron de mal en peor.
El cambio de Realidad proyectado para el Siglo 482 fue inducido durante aquel período de abatimiento, lo cual acentuó su sensación de desaliento. En las dos últimas semanas había seleccionado tres Cambios de Realidad condenados en los que había algunos errores de detalle. Al final se decidió por uno de ellos, pero le faltaba la energía necesaria para emprender la acción.
Había escogido el Cambio de Realidad 2456-2781 V-5 por varias razones. De los tres, era el que estaba en el más lejano hipertiempo. El error observado era pequeño, pero tenía importancia en términos de vidas humanas. Sólo necesitaba un rápido viaje al Siglo 2456 para averiguar la naturaleza de la homóloga de Noys en la nueva Realidad, usando para ello un pequeño chantaje.
Pero el terror que le había causado su reciente experiencia le traicionó. El uso de amenazas para conseguir su propósito ya no le parecía una cosa fácil. Y una vez conocida la homóloga de Noys, ¿qué sucedería? Colocar a Noys como cocinera, costurera, obrera o lo que fuese, era sencillo. Pero ¿qué hacer con la otra persona, la otra Noys? ¿Con el posible marido que dicha homóloga pudiera tener, con la familia, con los hijos?