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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (7 page)

—¿Sabes dónde están? —preguntó Qui-Gon.

Meenon negó con la cabeza.

—Son nómadas. No tienen un único campamento. Necesitaréis un buen rastreador, alguien que pueda seguir pistas incluso en el agua.

—Encuéntranos uno inmediatamente y envíanoslo —le apremió Qui-Gon.

—Pero si tenéis al mejor con vosotros —dijo Meenon—. Drenna.

Meenon apagó la transmisión. Qui-Gon se volvió para buscar a Drenna. Taroon estaba sentado lo más lejos posible de ellos.

El resto del embarcadero estaba desierto. Drenna se había ido.

—¿Adónde ha ido? —jadeó Obi-Wan. No la había oído en absoluto.

Taroon vio a los Jedi buscando por el embarcadero. Se levantó y se acercó a ellos rápidamente.

—¿Me creéis ahora? —preguntó—. Ella desapareció cuando vosotros estabais ocupados y yo estaba de espaldas. Ella está detrás del secuestro de Leed. ¡Ha ido a encontrarse con él!

Qui-Gon escudriñó la oscura laguna. El cielo morado oscuro estaba aclarándose. En el horizonte se dibujaba una fina línea de luz que indicaba la inminente salida del sol. Podía oler la mañana.

A lo lejos, en la laguna, percibió una pequeña onda. Podría haber sido un pez, pero él sabía que no lo era. Drenna estaba nadando, a punto de llegar al otro extremo de la laguna para salir a mar abierto.

Taroon siguió la mirada de Qui-Gon.

—¡A por ella!

La brazada firme de Drenna se frenó. Se sumergió bajo la superficie. Cuando volvió a aparecer, cambió de dirección ligeramente.

—Ha ido a buscar a Leed, cierto —dijo Qui-Gon—, pero no porque sea una de ellos. Está siguiendo su rastro —se giró hacia Obi-Wan—. Ponte el respirador. Tenemos que alcanzarla.

—Yo voy con vosotros —dijo Taroon.

—No. No podrías seguir nuestro ritmo, Taroon. Y tu padre quiere que regreses a Rutan —Qui-Gon le puso la mano a Taroon en el hombro—. Sé que ansias encontrar a tu hermano, pero tienes que confiar en nosotros. Vuelve a Rutan. No empeores el humor de tu padre. Los dos planetas están muy cerca de la guerra. Te traeremos a Leed sano y salvo.

Taroon asintió reacio. Vio a Qui-Gon y a Obi-Wan poniéndose los dispositivos de respiración y sumergiéndose en el agua.

El agua estaba muy fría, pero la natación les calentó los músculos. De vez en cuando, Qui-Gon subía a la superficie para no perder de vista a Drenna. Se movía a un ritmo irregular, nadando deprisa, buceando y cambiando de dirección de vez en cuando. Cada pocos metros se sumergía de nuevo.

Finalmente la alcanzaron. Estaba bajo el agua, nadando lentamente por el fondo de la laguna. Cuando les vio, señaló hacia arriba y subió a la superficie.

Qui-Gon y Obi-Wan la siguieron. El sol ya se veía en el horizonte y teñía la laguna de un pálido resplandor rosáceo.

—¿Cómo los estás siguiendo? —preguntó Qui-Gon—. ¿Podemos ayudar?

—Los peces de las rocas —dijo ella—. Cuando un barco circula por la superficie bloquea la luz. Los peces de las rocas son muy tímidos y se entierran en la arena un rato cuando pasan las embarcaciones. Por eso sólo se pueden cazar a nado. Es una suerte que la noche haya sido tan luminosa. Estoy siguiendo los montículos. Son difíciles de ver si uno no sabe dónde mirar. Vosotros seguidme.

Volvieron a sumergirse. Drenna recorría el fondo, moviendo la cabeza de un lado a otro para escudriñar el suelo arenoso. De vez en cuando, subía a por aire y señalaba en otra dirección. Obi-Wan no tenía ni idea de lo que impulsaba sus movimientos. Él apenas veía los montículos de arena. ¿Estaría Drenna guiándoles a la deriva mientras los secuestradores se escapaban?

Llevaban mucho tiempo ocupándose de misiones en las que no sabía de quién fiarse. Qui-Gon parecía tener el don de ver más allá de apariencias, sentimientos y motivaciones que a Obi-Wan se le escapaban. Qui-Gon no parecía equivocarse nunca. Únicamente con su anterior aprendiz, Xánatos, se había confiado demasiado y había acabado mal. Ahora Xánatos estaba muerto. Obi-Wan pensaba que un error de esa magnitud era suficiente para una vida. Si observaba y aprendía de Qui-Gon, quizá pudiera evitar errores como ése en el futuro. Sus experiencias pasadas ya le habían hecho más cauteloso de lo que fue como estudiante. Estaba seguro de que, como resultado, ahora era mejor padawan.

Drenna se movía entre las islitas. Algunas veces tenía que volver sobre el rastro, pero Obi-Wan veía que progresaban de manera uniforme. Él se estaba cansando, pero sabía que tenía reservas de energía que aún no había utilizado.

Finalmente, les indicó por gestos que subieran a la superficie con ella. A poca distancia había una pequeña isla. La joven la señaló con la barbilla.

—Creo que están en esa isla —susurró ella—. Arrastraron el bote hasta esa playa. Intentaron borrar las huellas, pero veo por la superficie de la arena que la han barrido con ramas. Creo que deberíamos dar un rodeo y entrar en tierra.

Qui-Gon contempló la isla.

—Lo más probable es que estén en el centro, escondidos entre los árboles.

Drenna asintió.

—Si tenemos suerte, no habrán apostado vigías. Es probable que crean que están a salvo. Este archipiélago está deshabitado. No hay clanes en kilómetros a la redonda.

—Tendremos que arriesgarnos y entrar en la isla —admitió Qui-Gon—. No salgas a la superficie hasta que estemos muy cerca de la orilla. Nosotros te seguiremos.

Respirando profundamente, Drenna desapareció en silencio bajo el agua.

Obi-Wan siguió a Drenna con un nuevo impulso de energía. Ya estaban cerca. Si conseguían rescatar a Leed y llevarlo de vuelta a Rutan, la guerra podría impedirse.

Subieron sigilosos a la superficie y llegaron a la orilla. Después corrieron rápidamente para atravesar la playa descubierta y se ocultaron entre las ramas de los árboles.

—Es una isla pequeña —dijo Qui-Gon tranquilamente—. No tendremos que buscar mucho para encontrarlos.

Los Jedi aprendían muy pronto en el Templo a moverse sin hacer ruido alguno, pero los senalitas eran igual de expertos en esa técnica. Los tres se movieron sin quebrar una hoja. Se fundieron con las sombras de los árboles, buscando alguna pista que les dijera algo.

De repente, Qui-Gon se detuvo y alzó una mano.

Obi-Wan no veía ni oía nada. Había un grupo de árboles frente a ellos, con las ramas tan espesas que el sol solamente penetraba en la maleza como finos y acuosos dedos de luz.

Qui-Gon señaló hacia arriba, llevándose el dedo a los labios.

Obi-Wan tardó un momento en darse cuenta de que los senalitas estaban durmiendo sobre sus cabezas, acomodados en las espesas ramas de los árboles. La preparación del secuestro les había mantenido despiertos toda la noche. Su barca y sus provisiones estaban colgadas de una red por encima del suelo.

Leed estaba atado a una rama, con la espalda contra el tronco. Tenía los ojos cerrados, las manos y los pies atados con un cable y la boca amordazada con una tira de cuero. Se le estaba formando una profunda herida en los pómulos. Su túnica estaba salpicada de sangre seca.

Drenna no parpadeó. Su mandíbula se tensó. La joven extrajo lentamente el arco que llevaba atado a la espalda. Qui-Gon desenvainó el sable láser. Obi-Wan le imitó de inmediato.

Qui-Gon indicó con un gesto que deberían intentar liberar a Leed sin despertar a los captores. Obi-Wan y Drenna asintieron.

Se movieron lentamente, pero uno de los secuestradores se despertó. Los tres se quedaron inmóviles. El secuestrador se estiró y miró hacia abajo casualmente. Se detuvo en mitad de un bostezo, con los ojos abiertos de par en par.

—¡Invasión! ¡A las armas! —gritó.

Capítulo 12

Los senalitas estaban armados con cerbatanas, los utensilios propios de su planeta. Qui-Gon pensó que los dardos estarían impregnados de algún ungüento paralizador. Quizá Leed estuviera paralizado cuando consiguieran liberarle.

Los dardos llovían desde arriba. Qui-Gon y Obi-Wan se quedaron espalda contra espalda para cubrir un círculo completo. Sus sables láser giraban sobre sus cabezas brillando con un resplandor azul y verde, mientras rechazaban un dardo tras otro, sin dejar de avanzar hacia Leed.

Las ramas de los árboles estaban enredadas. No sería difícil trepar por el árbol al que estaba atado Leed. Pero ¿podrían trepar, rechazar dardos y bajar a Leed del árbol de forma simultánea? Sería muy difícil, pensó Obi-Wan apesadumbrado.

—Tenemos que conseguir que bajen de ahí —le dijo Qui-Gon sombrío—. Si logramos pelear con ellos en el suelo, Drenna podrá rescatar a Leed.

—Yo haré que bajen —dijo Drenna.

La joven se llevó el arco al hombro y comenzó a disparar una veloz ráfaga de flechas láser a los árboles. A la velocidad del rayo, lanzaba cinco flechas a la vez y apenas se detenía para recargar antes de disparar de nuevo. Los secuestradores empezaron a bajar de los árboles para huir de las flechas que volaban sobre sus cabezas.

—Cubridme —gritó a Qui-Gon y a Obi-Wan, y se dirigió hacia Leed.

Estaban rodeados de enemigos. Qui-Gon y Obi-Wan realizaban una danza constante de movimientos, rechazando los dardos envenenados y alejando de Drenna a los senalitas mientras ella subía al árbol. La joven extrajo un pequeño cortador láser de su cinturón y cortó cuidadosamente el cable que ataba los tobillos y las muñecas de Leed. Él cayó sobre ella, pero cuando la chica le ayudó a ponerse en pie, él mismo fue capaz de recorrer la rama hacia el tronco. Tenía las piernas rígidas, pero podía caminar.

Qui-Gon se acercó a Obi-Wan.

—Acorrálalos bajo ese árbol —dijo, señalando a un árbol cercano.

Mano a mano, los dos giraron y atacaron, haciendo retroceder a los senalitas mientras esquivaban los dardos. De ese modo consiguieron juntarles en círculo en el punto que Qui-Gon había indicado.

El Maestro Jedi saltó en el aire y agarró una rama alta. Al saltar, apuntó el sable láser a la red que contenía el bote. Con una serie de rápidas estocadas, cortó la gruesa malla. El bote, junto con las provisiones, comenzó a caerse. De un golpe final, seccionó los últimos sedales, y la barca cayó al suelo.

Los secuestradores lo vieron caer y se tiraron al suelo. El barco giró en el aire y cayó sobre ellos, aprisionándoles firmemente. Las provisiones también cayeron del bote: comida, tubos respiradores, equipos de ayuda y botiquines.

—Quedaos bajo la barca o acabaremos con vosotros

—les advirtió Drenna en tono grave. Luego arqueó una ceja mirando a Qui-Gon.

Él miró hacia la playa, y el grupo se marchó en esa dirección. Lo más probable era que a los secuestradores les diera miedo seguirles... al menos durante un rato.

Qui-Gon y Obi-Wan ayudaron a Leed a correr hacia la playa y se metieron en las cálidas aguas. Leed fue cogiendo fuerza a medida que nadaba, con Drenna ayudándole en todo momento.

Drenna señaló una isla a lo lejos.

—Allí —dijo ella—. Ésa es la península. Desde allí podremos llegar a la carretera principal.

Se dirigieron hacia la orilla. Leed flaqueó a medida que se acercaban, y Obi-Wan y Qui-Gon tuvieron que remolcarlo hasta la playa. El chico cayó sobre la arena jadeando profundamente.

—Gracias —dijo cuando pudo hablar—. No habría escapado solo —les sonrió débilmente—. Creo que ya os habréis dado cuenta.

—¿Sabes quiénes eran tus secuestradores? —preguntó Qui-Gon.

Él negó con la cabeza.

—No hablaron. No respondían a mis preguntas. No sé por qué me cogieron ni lo que están planeando.

—Me alegro de que estés a salvo —le dijo Drenna, mirándole ansiosa—, pero estás muy débil.

—Es el dardo paralizador —dijo él—. En breve estaré mejor.

—Debemos llegar a la carretera principal y encontrar la forma de volver a la capital y a nuestra nave —dijo Qui-Gon. Después se volvió hacia Leed—. Tu padre amenaza con invadir Senali. Y me temo que esta vez lo dice en serio.

—Taroon está furioso —intervino Drenna con los ojos brillantes—. Cree que tú y yo planeamos lo del secuestro. Sin duda se lo dirá a tu padre.

Leed tenía la mirada serena.

—Tengo que volver —dijo él.

—Estamos cerca de un camino por el que suelen llevar mercancías a la ciudad —dijo Drenna a los Jedi—. Podemos parar algún vehículo.

—Entonces vamos —dijo Qui-Gon.

La suerte estaba de su parte. Pararon un transporte y el conductor accedió rápidamente a llevarles a la ciudad flotante. Desde allí, se apresuraron a llegar a la nave Jedi. Le enviaron un mensaje a Meenon diciendo que el chico estaba a salvo y salieron hacia Rutan.

—Me alegro de que vengáis con nosotros —dijo Leed a Drenna—. No va a ser un viaje de placer.

—No te hubiera dejado ir solo —dijo Drenna dulcemente—. Necesitas que te cuiden.

—Lo mejor será que llame a tu padre —dijo Qui-Gon a Leed—. No hay tiempo que perder —se dirigió rápidamente al comunicador y estableció contacto con el rey Frane. Le dijo que ya estaban de camino hacia Rutan.

—Lo creeré cuando lo tenga frente a mí en su propio reino —dijo el rey Frane, cortando bruscamente la conexión.

—De nada —murmuró Obi-Wan.

—Sigue preocupado por su hijo —comentó Qui-Gon amablemente—. Oculta bien su miedo.

—Oculta aún mejor sus modales —dijo Obi-Wan.

Aterrizaron en los terrenos de palacio y fueron al encuentro del Rey, que paseaba de arriba a abajo en el Gran Salón. Cuando vio a Leed, su expresión severa se tornó alegre.

—¡Ah! ¡Temía que algo fuera mal! ¡Hijo mío, hijo mío! —el rey Frane fue corriendo hasta Leed y lo abrazó. Cuando le soltó, se secó las lágrimas con la túnica—. ¡Cómo te he echado de menos! Gracias a las estrellas que has vuelto a casa.

—He vuelto para hablar contigo, padre —le dijo Leed—. No para quedarme.

El rostro del rey Frane se puso colorado.

—¿No para quedarte? —gritó—. ¡Eso es imposible! Estás aquí. ¡Te quedarás!

—Padre, ¿podemos hablar sin gritar? —preguntó Leed.

—¡No estoy gritando! —aulló el rey Frane. Luego bajó la voz—. Es sólo que tengo que hacerme oír porque parece que nadie me escucha.

—He escuchado todo lo que Taroon y tú habéis dicho —respondió Leed con firmeza—. He intentado encontrar la forma de cumplir con mi deber, pero, padre, sé que si regreso se me romperá el corazón. No puedo gobernar este mundo... no lo conozco. No lo amo como amo Senali. Me enviaste allí y te aseguraste de que me cuidaran. Y lo hiciste bien. Creé una nueva familia. Es mi sitio. Pero te garantizo que no deseo ser un extraño para mi familia de sangre o para Rutan. Senali está cerca...

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