El fin del Mundo y un despiadado País de las Maravillas (6 page)

—Le comprendo muy bien —dijo el anciano—. Su preocupación es muy lógica. Pero yo he cursado una solicitud formal al Sistema. Sólo que, a fin de preservar el secreto, me he puesto en contacto directamente con usted sin seguir la vía administrativa normal. Usted no será sancionado ni nada por el estilo.

—¿Puede garantizármelo?

El anciano abrió un cajón del escritorio, sacó una carpeta y me la entregó. La hojeé. Contenía la solicitud oficial al Sistema. No cabía la menor duda: el formulario y la firma eran correctos.

—Está bien, supongo —dije y le devolví la carpeta a mi interlocutor—, Mi categoría es escala doble, ¿le parece bien? La escala doble implica...

—El doble de la tarifa ordinaria. No hay problema. Esta vez, con la inclusión de la prima, ascenderá a escala triple.

—Es usted muy generoso.

—Se trata de unos cálculos muy valiosos y, además, ha tenido que pasar por debajo de la cascada —dijo el anciano y volvió a reírse.

—Por lo pronto, muéstreme los valores numéricos. La fórmula la decidiré después de verlos. ¿Quién se encargará de los cálculos informáticos?

—De la informática me ocuparé yo. Usted puede encargarse del trabajo previo y del posterior. ¿Le parece bien?

—Perfecto. Así se agiliza el proceso.

El anciano se levantó de la silla, palpó el muro que había a sus espaldas y lo que parecía ser una simple pared se abrió de repente de par en par. Todo muy bien pensado. El anciano sacó otra carpeta y cerró la puerta. Al cerrarla, el muro volvió a convertirse en una pared blanca sin peculiaridad alguna. Cogí la carpeta y leí las detalladas cifras que atiborraban siete páginas. Los valores numéricos no presentaban en sí mismos ningún problema. Eran simples cifras.

—Para algo de este nivel, bastará un simple lavado —dije—. Con una analogía de frecuencia como ésta, no hay que temer la instalación de ningún puente provisional. Ya sé que teóricamente existe esa posibilidad, pero no podría demostrarse la validez del puente provisional en cuestión y, al no ser posible acreditarla, tampoco se podrían controlar todos los errores que conllevaría. Eso equivaldría a cruzar el desierto sin brújula. Moisés lo logró, pero...

—Moisés logró incluso atravesar el mar.

—De eso hace ya mucho tiempo. Por lo que a mí respecta, no conozco ningún precedente de que los semióticos hayan logrado introducirse a este nivel.

—¿Me está diciendo que basta con una conversión simple?

—Es que una conversión doble comportaría un riesgo demasiado elevado. Ya sé que reduciría a cero la posibilidad de introducción de un puente provisional, pero, en esa etapa, es un malabarismo. El proceso de conversión aún no se ha fijado. La investigación todavía no ha concluido.

—No estoy hablando de una conversión doble —dijo el anciano y empezó de nuevo a retirarse la cutícula con un clip. Ahora, la del dedo corazón de la mano izquierda.

—¿A qué se refiere, entonces?

—A un
shuffling.
Estoy hablando de un
shuffling.
Quiero que haga un
shuffling
y un lavado de cerebro. Por eso lo he llamado. Para un simple lavado de cerebro, no habría sido necesario hacerlo venir.

—No lo entiendo —dije, descruzando las piernas y volviéndolas a cruzar—. ¿Cómo es que conoce usted el
shuffling?
Es información estrictamente confidencial. Nadie ajeno al programa debería conocerlo.

—Pues yo lo conozco. Tengo un canal de información directo con las altas esferas del Sistema, ¿comprende?

—En ese caso, indague a través de ese canal. Porque resulta que ahora el sistema
shuffling
está cancelado. No sé por qué. Posiblemente haya surgido algún problema. En fin, no importa. Lo cierto es que ahora está prohibido utilizar el
shuffling.
Y si se descubriera que yo lo he hecho, el asunto no acabaría en una simple sanción.

El anciano volvió a tenderme la carpeta.

—Mire con atención la última hoja. Tiene que haber adjunta una autorización de uso del sistema
shuffling.

Tal como me pedía, abrí la última hoja y eché un vistazo al documento. No cabía duda de que contenía una autorización para usar el sistema
shuffling.
La releí repetidas veces, pero era oficial. Contenía cinco firmas. ¿En qué estarían pensando los capitostes de la organización? No lograba entenderlo. Excavas un hoyo y, acto seguido, te dicen que lo rellenes; y lo haces, aplanas la tierra, y entonces te dicen que vuelvas a excavarlo. Y los que sufren las molestias son los mandados como yo.

—Hágame fotocopias en color de todos los documentos de solicitud. Si no los tengo, podría verme en un aprieto.

—¡Oh, claro! —exclamó el anciano—. Claro que sí. Usted no debe preocuparse por nada. Todos los trámites se han realizado en la más absoluta legalidad. Y respecto al sueldo, ahora le pagaré la mitad, y el resto se lo entregaré cuando termine el trabajo. ¿Le parece bien?

—Perfecto. El lavado de cerebro lo haré ahora mismo. Después volveré a casa con los valores numéricos lavados y allí realizaré el
shuffling.
Para ello son necesarios diversos preparativos. Y cuando estén listos los datos que obtenga del
shuffling,
se los traeré.

—Lo necesito sin falta para dentro de tres días al mediodía.

—Es suficiente —aseguré.

—Le suplico que no se retrase —urgió el anciano—. Si se retrasara, sucedería algo terrible.

—¿Se hundiría el mundo, tal vez? —pregunté.

—Pues,
en cierto sentido, sí
—dijo el anciano con aire de misterio.

—No se preocupe. Siempre he respetado los plazos —dije—. Si es posible, desearía un termo con café caliente y agua con hielo. También querría una cena ligera. Porque creo que me espera una larga sesión de trabajo.

Tal como suponía, fue una larga sesión de trabajo. La ordenación de los valores numéricos fue, en sí, una tarea relativamente sencilla, pero, dado el alto número de variables, el cálculo requirió más tiempo del esperado. Introduje los valores numéricos resultantes en el hemisferio derecho del cerebro y, tras codificarlos y convertirlos en valores totalmente diferentes, los pasé al hemisferio izquierdo, extraje de éste unos valores numéricos completamente distintos y los imprimí en papel. En eso consiste el lavado de cerebro, expresado de una manera muy simple. Las cifras convertidas varían según el calculador. Estos valores numéricos difieren de la tabla de números aleatorios en el sentido de que son susceptibles de ser representados en un diagrama. Y la clave radica en la partición del hemisferio derecho e izquierdo del cerebro (ésta es una terminología arbitraria, por supuesto. En realidad, no existe una división neta entre las partes derecha e izquierda). Si lo dibujásemos, vendría a ser algo así:

En resumen, si los bordes mellados no se acoplan a la perfección, es imposible devolver los valores numéricos a su forma original. Sin embargo, los semióticos intentan descodificarlos tendiendo puentes provisionales desde su ordenador a las cifras pirateadas. Es decir, que analizan los valores numéricos y reproducen la melladura en un holograma. Unas veces lo logran, y otras veces no. Si nosotros perfeccionamos el nivel técnico, ellos contraatacan perfeccionándolo a su vez. Nosotros protegemos los datos; ellos los roban. La clásica historia de policías y ladrones.

Los semióticos transfieren al mercado negro gran parte de la información que consiguen de manera ilícita y obtienen con ello pingües beneficios. Y lo que es peor: se reservan para ellos la información más valiosa y la utilizan en beneficio propio de un modo muy eficaz.

Nuestra organización es conocida generalmente como el Sistema, y la organización de los semióticos, la Factoría. En sus inicios, el Sistema era un conglomerado de empresas privadas, pero a medida que crecía su importancia, se fue invistiendo de un carácter semigubernamental. Funciona de manera parecida a la Bell Company estadounidense. Los calculadores estamos en la base de la organización y somos trabajadores autónomos, igual que los asesores fiscales y los abogados, pero necesitamos una licencia oficial expedida por el Estado y sólo podemos aceptar trabajo del Sistema o de los agentes oficiales acreditados por éste. Esa medida cautelar tiene como objeto impedir que la Factoría haga un uso ilícito de la técnica, y a quienes la contravienen se les impone una sanción y les retiran la licencia. Sin embargo, no tengo muy claro si es o no una medida acertada. Porque los calculadores que pierden la acreditación oficial suelen ser absorbidos por la Factoría, se pasan al terreno de la ilegalidad y acaban convirtiéndose en semióticos.

No sé cómo está estructurada la Factoría. Al principio surgió como una empresa de alto riesgo de pequeña envergadura, pero creció de forma acelerada. Hay quien habla de una «mafia de datos», y lo cierto es que su manera de ramificarse en organizaciones clandestinas de diversa índole tal vez sea propia de la mafia. Sin embargo, la Factoría únicamente trata con información, y en este aspecto difiere de la mafia. La información es limpia, rentable. Ellos vigilan los ordenadores a los que han echado el ojo y piratean la información.

Proseguí el lavado de cerebro mientras me bebía un termo entero de café. Trabajar una hora y descansar media: ésta es mi norma. Si no lo hago así, la juntura entre el hemisferio derecho y el izquierdo pierde precisión y los valores numéricos se emborronan.

Durante la media hora de descanso estuve charlando con el anciano. No importa sobre qué, pero mover los labios y hablar es la mejor manera de recobrarse de la fatiga mental.

—¿De qué son esos datos? —le pregunté.

—Son las cifras de las mediciones de mi experimento —dijo el anciano—. Los frutos de mi trabajo de este último año. La combinación de la conversión en cifras de las imágenes tridimensionales de la capacidad de los cráneos y paladares de cada uno de los animales junto con el producto de la descomposición en tres elementos de sus voces. Ya le he dicho antes que he tardado treinta años en comprender el sonido propio de cada hueso, pero cuando concluya los cálculos, seremos capaces de extraer el sonido, no de forma
empírica,
sino
teórica.

—¿Y podremos controlarlo de forma artificial?

—En efecto —dijo el anciano.

—Y cuando lo controlemos artificialmente, ¿qué ocurrirá?

El anciano permaneció en silencio; mientras, se pasaba la lengua por el labio superior.

—Muchas cosas —dijo poco después—. La verdad es que sucederán muchas cosas. No puedo decírselo, pero ocurrirán cosas que ni usted puede imaginar.

—¿La eliminación del sonido es una de ellas? —pregunté.

El anciano rió, divertido.

—Sí. Exacto. Ajustándose a las señales propias del cráneo del ser humano, se podrá eliminar o reducir el sonido. Dado que la forma del cráneo de cada persona es distinta, el sonido no podrá eliminarse del todo, pero sí reducirse considerablemente. Para resumir, se trata de acoplar la vibración del sonido a la del antisonido y hacer que suenen de manera conjunta. La eliminación del sonido es uno de los logros más inofensivos de mi investigación.

Si aquello era inofensivo, figúrense el resto. Al imaginar a todo el mundo apagando o bajando el sonido a su antojo, experimenté cierto fastidio.

—La eliminación del sonido puede efectuarse en su producción o en su recepción —dijo el anciano—. Es decir, que puede eliminarse el sonido no oyéndolo, como antes ha ocurrido con el ruido del agua, o no emitiéndolo. En el caso de la emisión de voz, al ser algo personal, la efectividad es del cien por cien.

—¿Tiene usted la intención de hacerlo público?

—¡En absoluto! —El anciano agitó las manos—. No tengo la menor intención de enseñar a los demás una cosa tan interesante. Lo hago para entretenerme.

Volvió a prorrumpir en carcajadas. Yo también me reí.

—Mi investigación se limita a un campo muy especializado, y la fonética no interesa a casi nadie —prosiguió—. Además, me extrañaría que los asnos del mundo académico entendieran algo de mi teoría. Ningún científico me hace caso, ¿sabe usted?

—Sí, pero los semióticos no son idiotas. Son unos genios analizando. Seguro que entenderían muy bien su investigación.

—Por eso extremo las precauciones. Mantuve en secreto los datos y los procedimientos, y publiqué sólo la teoría en forma de hipótesis. De ese modo, no hay peligro de que lo descifren. Puede que el mundo científico me ignore, pero dentro de cien años se probará mi teoría. Con eso me basta.

—Hum...

—Precisamente por eso, todo depende de su lavado y de su
shuffling.

—Ya veo —dije.

Después, volví a concentrarme una hora más en los cálculos. Y me tomé otro descanso.

—Me gustaría hacerle una pregunta —dije.

—¿Sobre qué? —dijo el anciano.

—Sobre la joven de la entrada, una chica rellenita con un traje chaqueta de color rosa... —dije.

—Es mi nieta —dijo el anciano—. Una chica muy inteligente. Pese a lo joven que es, ya me ayuda en los experimentos.

—Verá, quería preguntarle si es muda de nacimiento o si la han sometido a alguna prueba de eliminación del sonido, porque...

—¡Oh, no! —exclamó el anciano dándose una fuerte palmada en la rodilla—. ¡Se me había olvidado por completo! Hice con ella un experimento de eliminación del sonido y me olvidé de devolverla a su estado natural. ¡Qué desastre, qué desastre! Tendré que ir enseguida y restablecer su sistema de sonido.

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