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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (32 page)

Pero ¿adónde puede escapar Jan? Se encuentra en una ducha, desnudo en un charco de agua fría. No puede retroceder a través de la pared de azulejos
.

Torgny pronuncia una sola palabra
:

— Hauger
.

Su nombre suena a acusación
.

— ¿Qué haces aquí, Hauger? ¿Nos estás espiando
?

Jan no responde, sigue sonriendo a Torgny para mostrarle que es inofensivo. Y lo es. Son cuatro chicos de quince años contra uno de catorce. No parece suficiente oposición para la banda
.

Fue Torgny el que descubrió a la presa, y ahora se abate sobre ella. Se pone el pitillo entre los labios, sujeta a Jan del brazo y le da una fuerte patada en la espinilla. Jan cae al suelo de azulejos. Sobre el agua de la ducha
.

Intenta incorporarse, pero siente unas manos presionando sobre su cuerpo. Le impiden levantarse. Peter Malm no —permanece impasible—, son los otros tres. Tres pares de manos lo mantienen sujeto
.

A través del miedo que siente tirado allí en el suelo, Jan comprende que Peter es el líder. Es el amo, los otros tres son sus perros salvajes. Jan intenta establecer contacto visual
.

No los sueltes, piensa
.

— ¿Qué hacemos con él? —pregunta Torgny
.

— Hagamos algo divertido —responde Peter
.

Torgny asiente, tiene una idea
:

— ¡Apaguemos los cigarrillos en él
!

Peter se encuentra detrás de los otros y sigue fumando, mientras sus esbirros apagan los cigarrillos, uno tras otro, sobre la piel de Jan. Organizan una competición para ver quién encuentra el lugar más doloroso
.

Christer apaga su cigarrillo en el pecho de Jan, entre los pezones
.

Niklas apaga el suyo en la ingle
.

— ¿Habéis oído? —exclama Niklas—. ¡Como un chisporroteo! ¿Lo habéis oído
?

Peter Malm asiente y sigue fumando
.

Torgny esboza una sonrisa y se toma su tiempo
.

Al fin elige la parte más delicada, el cuello
.

Jan cierra los ojos
.

—Cuando te queman con un cigarrillo lo peor no es el dolor —le contó a Rami—. Duele, es como si te clavaran un clavo en la piel… pero pasa.

—¿Qué es lo peor, entonces?

—El olor. Perdura. Uno siente el olor a carne quemada… y se trata de tu propia piel.

Al hablar de ello percibió de nuevo el olor, como si todavía permaneciera en su nariz a pesar de haber transcurrido una semana.

Supo que moriría en la ducha. Solo, con la Banda de los Cuatro. No había esperanza para él.

Los cigarrillos están apagados. Jan tiene puntos rojos en la piel, como si fueran nuevas manchas de nacimiento. Las manos que lo sujetan aflojan la presión, los dedos comienzan a estar entumecidos
.

Pronto. Pronto acabará, piensa Jan. Pronto se irán
.

Pero entonces llega una nueva orden de Peter Malm
:

— Metedlo en la sauna
.

— ¡Sí, joder! —exclama Torgny—. ¡Y luego lo encerramos
!

— ¿Cómo lo vamos a encerrar? —dice Niklas—. La sauna no tiene cerradura
.

La desilusión silencia las duchas. Jan también guarda silencio
.

— Metedlo de todas formas —ordena Peter, y se nota que empieza a aburrirse—. Lo metemos dentro y luego nos largamos
.

De nuevo agarran a Jan con fuerza. Cuentan con que él se defenderá, y lo hace. Esta es la batalla final, pero la pierde con facilidad. Seis brazos lo arrastran hacia la sauna, y Peter abre la puerta
.

Durante un momento del forcejeo, el muslo de Jan se aprieta con fuerza contra los genitales de Torgny y nota que este está empalmado
.

A continuación los brazos lo lanzan al interior de la sauna. Cae de espaldas sobre la tarima y la puerta se cierra
.

Silencio
.

Hay luz en la sauna, las bombillas brillan en el techo. Hay un ligero olor a tabaco en el ambiente, de los fumadores furtivos
.

Se oyen sus risas a través de la puerta
.

— ¡Ahora vamos a encenderla, Hauger
!

En ese momento, la luz se apaga. Ha sido la Banda de los Cuatro
.

Torgny sigue gritando
:

— ¡Nos llevamos tu ropa
!

La voz de Niklas se solapa
:

»-¡La vamos a tirar al pantano, Hauger, así la gente creerá que te has ahogado
!

»Jan no responde. Permanece muy quieto en la oscuridad, como un ratón. Guarda silencio, espera
.

»Sabe que los Cuatro sujetan la puerta, pero pronto tendrán que irse. Tarde o temprano, la tortura a un niño de octavo se volverá aburrida, les resultará un fastidio, y entonces se marcharán. Eso espera
.

El acero negro del aparato de la sauna comienza a chasquear. Lo han hecho: han girado el regulador que se encuentra junto a la puerta de la sauna, de «APAGADO» a «ENCENDIDO». ¿A qué temperatura lo habrán puesto? ¿Cincuenta grados? ¿Sesenta? ¿O quizá más
?

No importa. La banda se irá enseguida
.

Al cabo de un rato no se oye nada al otro lado de la puerta, y entonces se atreve a acercarse
.

Se pone de pie. La sauna ya está caliente. No mucho, aunque se nota el calor
.

Vuelve a escuchar, y apoya la mano contra la puerta
.

—No pude abrirla —le contó a Rami—. Debería haberse abierto, pero no se movía. La habían bloqueado con algo. Así que estaba encerrado en la sauna, y el aparato no paraba de crepitar… La temperatura subía y subía.

Lince

Jan vio el brillo de una farola y comprendió que se estaba acercando a la linde del bosque.

Rastreó la zona mientras el pánico se iba apoderando de él. Se pasó tres cuartos de hora buscando entre los abetos —incluso bajó al lago—, pero no encontró rastro alguno de William. Un niño de cinco años no podía haber ido muy lejos, aunque podía haber tomado cualquier dirección.

Jan había perdido el control. Se sentía cansado y cada vez más desesperado. Unas cuantas veces pensó que el niño se estaba escondiendo de él, sonriendo para sí detrás de algún abeto.

¿Por qué se había escapado William del búnker? ¿Es que no había entendido que se encontraría más seguro allí dentro que en el bosque? Tenía toda la comida y bebida que quisiera, y solo habría estado encerrado un par de días. Luego Jan lo habría soltado, pasara lo que pasara.

Su plan. Su bien meditado plan.

Se detuvo entre la maleza. Sus zapatos estaban empapados, se sentía cansado y vacío.

«Encerrado en un búnker, con un robot de juguete como única compañía.» Miró a su alrededor en el bosque, y de pronto comprendió lo equivocado que había estado. Tenía que acabar con aquello ahora. Encontrar un final feliz.

Permaneció un buen rato dudando en la linde del bosque. Se sentía más seguro sin ser visto, pero al final salió de entre los abetos y se dirigió hacia la farola. Se encontraba en una zona de largas hileras de edificios y grandes patios interiores asfaltados, preparados para la llegada del invierno. Había luz en muchas ventanas, pero las calles estaban desiertas.

Jan se acercó a la acera más cercana y miró alrededor. Sintió el impulso de gritar el nombre de William, pero apretó los labios.

«Si tuviera cinco años —pensó—, y las luces de las farolas me hubieran llevado fuera del bosque, ¿adónde iría?»

A casa, por supuesto. Cuando uno ha estado prisionero y escapa, lo que desea es regresar a casa.

Pero Jan sabía dónde vivía William, y su casa se encontraba en el otro extremo de Nordbro. No encontraría el camino.

Un centenar de metros más allá había una autopista de cuatro carriles, y Jan se dirigió hacia allí. En realidad, él también quería estar en casa y acostarse, pero eso significaría abandonar a William. No solo abandonarlo: sería dejarlo desamparado.

Un poco más allá, unos quinceañeros estaban sentados en una parada de autobús. Al otro lado de la calle, una familia paseaba; un hombre mayor y sus dos hijos caminaban por la acera en dirección al centro de Nordbro.

No, no era una familia. Cuando Jan se acercó vio que el más pequeño de los niños era en realidad un perro, un caniche de largas patas con una correa corta. Y el otro… el otro era un niño de cabello claro.

El hombre que lo llevaba de la mano parecía su abuelo, un jubilado con gorra que caminaba con un suave balanceo entre el niño y el caniche. El niño no llevaba gorro, pero vestía una chaqueta de abrigo azul oscuro con tiras blancas reflectantes.

Jan lo reconoció, y aceleró el paso.

—¡William!

Su grito hizo que el niño se detuviera y se diera media vuelta. El hombre tiró de él, pero el niño luchó para detenerse y ver quién lo llamaba.

Jan se acercó jadeando y se agachó frente a él.

—¿Te acuerdas de mí, William?

El niño lo miró sin moverse. Todo se había detenido. El hombre que lo sujetaba de la mano estaba parado y miraba sorprendido a Jan, hasta el caniche se había dado la vuelta y permanecía inmóvil.

Entonces William asintió.

—Lince —dijo con un hilo de voz.

—Eso es, William… Trabajo en Lince. —Jan alzó la vista hacia el jubilado e intentó parecer fiable y sereno—. Me llamo Jan Hauger, trabajo en la guardería de William. El niño había desaparecido… Estábamos buscándolo.

—¿Ah, sí? Me llamo Ohlsson. —El hombre pareció relajarse. Soltó la mano de William y señaló a su espalda—. Apareció de repente hace un rato, mientras Charlie y yo dábamos un paseo… Parecía perdido, así que le dije que podíamos ir a buscar a sus padres.

Jan miró a William, y este bajó la vista al suelo. Parecía alicaído, aunque sano. No se le veía desnutrido. En la mano izquierda sujetaba el brazo de plástico del robot.

—Bien —dijo—. Pero sus padres viven bastante lejos… así que creo que deberíamos llamar y pedir ayuda.

—¿Ayuda? —replicó Ohlsson.

—Creo que tenemos que llamar a la policía. Están buscando a William.

—¿La policía?

El rostro del hombre mostró preocupación, pero Jan asintió decidido y sacó su móvil. Marcó el número de emergencias y esperó.

El hombre comenzó a alejarse con el caniche, pero Jan alzó la mano hacia él.

—Charlie y usted tendrán que esperar —dijo Jan tan convencido como le fue posible—. Creo que también querrán hablar con usted.

Por supuesto que querrían hablar con él. Jan no creía que el anciano tuviera malas intenciones, aunque sabía que la policía sí sospecharía de él. A modo de agradecimiento por haberse ocupado de William, lo más probable sería que interrogaran a Ohlsson como sospechoso del secuestro del niño.

Al cabo de varios tonos, respondieron:

—Emergencias —contestó una voz femenina—. ¿Dígame?

—Se trata de la desaparición de un niño —dijo Jan—. Lo hemos encontrado.

Mientras le pasaban con la policía, volvió a mirar a William. Le sonrió e intentó parecer tranquilo y confiado. Deseó alargar la mano y acariciar la cabeza del niño, pero se contuvo.

—Todo ha acabado bien —dijo—. A partir de ahora tendremos que mantenernos alejados del bosque.

42

El chirriante trayecto en el viejo ascensor del hospital dura como una hora… al menos, esa es la sensación que tiene. Jan ahuyenta la claustrofobia cerrando los ojos y pensando en Rami, evoca su rostro y sus ojos bajo el rubio flequillo. Ella fue la única persona con la que pudo hablar de la Banda de los Cuatro.

El suelo y las paredes tiemblan y le recuerdan constantemente dónde se encuentra. Si alguna rueda dentada se rompiera y el ascensor se quedara parado entre dos pisos… No quiere pensar en ello. Los tambores resuenan en su mente.

De pronto, el ascensor se detiene de forma brusca.

Se hace el silencio.

Jan apaga la luz del Ángel y alarga la mano hacia la portezuela. Al principio no consigue moverla. El terror se apodera de él, hasta que, por fin, la puerta comienza a ceder.

Se abre unos centímetros, luego se atasca. Algo pesado la bloquea. Jan echa un vistazo. Percibe una luz tenue, aunque lo único que se ve es una chapa grisácea.

Poco a poco consigue abrir la portezuela. Tiene la sensación de haberse despertado en el interior de un féretro dentro de una gran casa, igual que Viveca en el libro de Rami.

Consigue sacar medio cuerpo. Un armario de metal obstaculiza la salida. La habitación parece una farmacia, con paquetes de vendas y medicinas en las estanterías. La luz se filtra a través de una pequeña ventana de cristal en la puerta del almacén.

Reina el silencio.

Jan estira las piernas con cuidado hasta apoyarlas en el suelo junto al armario. Luego se pone en pie, y mira hacia la salida. Da tres pasos hacia la puerta y alarga la mano.

Está cerrada con llave, pero se puede abrir desde el interior girando el dispositivo de cierre. La abre tres o cuatro centímetros, siente cómo entra un aire fresco y escucha. No se oye nada.

Santa Psico duerme.

Jan abre la puerta un poco más. Ante él se extiende un largo y ancho pasillo de paredes amarillas. Hay bombillas en el techo, pero brillan con una luz tenue, quizá porque es de noche. No se ve a nadie. Huele a productos de limpieza, así que hay limpiadores.

Y pacientes.

Y vigilantes, claro. Rettig, Carl y sus amigos.

Jan se tranquiliza y entra.

El pasillo se extiende en ambas direcciones, con hileras de puertas cerradas a cada lado. Mirando en diagonal descubre, por encima de la puerta, un gran reloj circular: las manecillas negras marcan las doce menos cuarto.

Jan saca un puñadito de trozos de papel blanco y lo coloca en la puerta para impedir que se cierre.

A continuación avanza un par de pasos por el suelo de linóleo, intentando no hacer ruido.

De repente se siente como un niño de catorce años, de vuelta en los pasillos de Bangen. Le rodean el mismo silencio, las mismas frías paredes y puertas cerradas.

Se siente extrañamente tranquilo. Encontrarse en este pasillo de puertas cerradas es casi como regresar a casa.

Mira a la derecha y comienza a contar las puertas sin marcar. La séptima no se diferencia del resto, pero a ojos de Jan parece brillar más que las demás, esperándole a unos siete u ocho metros de distancia.

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