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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (39 page)

La policía no descarta una conexión entre este trágico suceso y el doble asesinato de los jóvenes del lago situado a unos kilómetros de distancia.

«Al parecer los tres muchachos salieron juntos para acampar junto al lago cuando alguien los atacó con un cuchillo durante la noche», informó el comisario de policía Hans Torstensson.

No ha querido comentar o especular si la persona que asesinó a los dos jóvenes es la misma que después atropelló al tercero mientras intentaba huir del lugar.

La investigación continuará hasta que se hayan esclarecido todos los detalles.

¿Recordará alguien más estos sucesos después de quince años?, se pregunta Jan. Las familias de los muchachos los recuerdan, claro, pero ya lo habrán superado. Los padres y los hermanos habrán apretado los dientes y, poco a poco, habrán superado el dolor… a no ser que sean como Lilian. Seguro que la policía ha cerrado el caso, a pesar de las promesas del comisario. Habrán guardado los últimos datos del crimen sin resolver en una carpeta y la habrán archivado en alguna estantería.

Quizá Jan sea el único que sigue pensando en ello.

Dos muertos, un herido grave.

Pero ¿quién lo hizo?

Durante todos estos años las preguntas sobre el autor de los hechos han perseguido a Jan, aun mucho tiempo después de que el alivio desapareciera.

Lleva unas cuantas semanas sin escribir nada en el diario, así que busca una página en blanco y comienza a redactar una especie de informe sobre sí mismo. Relata anécdotas de Calvero, detalles de los empleados y sus paseos secretos por el hospital. Lo último que anota es:

Vine a Valla para ponerme en contacto con Rami, pero no solo para eso. Iba a trabajar con niños con problemas, y quería que se sintieran bien.

También lo hice para intentar tener una vida propia, y hacer amigos. Pero no lo he conseguido. Quizá sea por culpa de Rami. Quizá la esté utilizando como una protección frente al resto del mundo…

Estas son confesiones que nunca le haría a Rami a la cara. Pero desea hablar con ella, tan pronto como sea posible.

Mira el reloj. Son las nueve y cuarto. No es demasiado tarde para dar una vuelta en bicicleta.

Lilian tiene su plan para el simulacro de incendio, y Jan el suyo.

50

El cielo nocturno sobre el hospital está cubierto de nubes negras que dejan caer una fina llovizna sobre el bosque. Jan se aparta unas gotas de agua helada de la frente, se acurruca entre la maleza y busca protección bajo un abeto.

Se pone en cuclillas y sostiene el Ángel en la mano. El hospital se alza imponente ante él, pero Jan tiene una amiga allí dentro. La lluvia y el frío carecen de importancia.

—Ardilla, ¿estás ahí? —susurra al micrófono, con la vista dirigida hacia la inmóvil fachada. Hacia una ventana de la cuarta planta.

La luz de la ventana se apaga. Luego se enciende de nuevo.

Una señal clara: Rami se encuentra en su habitación.

Jan respira hondo y pregunta:

—¿Todavía quieres salir?

La luz parpadea.

«Sí.»

—¿Salir tan pronto como sea posible?

«Sí.»

Los dos parpadeos se producen muy deprisa, sin titubeos. La que responde no es una mujer desorientada ni drogada. Jan alza el Ángel de nuevo.

—Yo también quiero verte, y que me cuentes qué sucedió en Bangen. Estuve esperando tu respuesta, pero nunca llegó… Lo único que sé es que cumpliste tu parte del trato. Acabaste con la Banda de los Cuatro. —Jan guarda silencio, se recompone y prosigue—: Pero ¿cómo lo hiciste? Me dijiste que conocías a alguien que podría encargarse de ellos, así que durante todos estos años me he preguntado… ¿Quién fue?

«El Tímido
»,
piensa. Pero ¿quién era El Tímido?

No obtiene respuesta, la ventana sigue encendida.

—De todos modos, no sentí pena por Niklas, Peter ni Christer. No podía… Ya solo queda un miembro de la Banda de los Cuatro. Se llama Torgny, Torgny Fridman. Te hablé de él hace quince años… Ahora es propietario de una ferretería en Nordbro, donde crecí. Y tiene mujer y un hijo, y una vida feliz. Pero no consigo olvidar lo que hizo.

La luz a lo lejos no se apaga, pero Jan cree que Rami le escucha. Prosigue:

—Tengo que contarte algo más… Ahora soy profesor de educación infantil, me licencié hace diez años. Y en una de mis primeras suplencias tuve que encargarme de un niño que se llamaba William… Cuando vi a su madre la reconocí. Se trataba de la Psicocharlatana de Bangen, tu psicóloga. Te acuerdas de ella, ¿verdad? Me pediste que le hiciera algo. Que la castigara, dijiste.

Silencio. Ha llegado el momento clave de su confesión. Había pensado que se mostraría triunfante, pero su voz no tiene fuerza, suena como si pidiera disculpas.

—En fin… un día, mientras estábamos en el bosque, conseguí separarlo del resto del grupo y lo encerré en un viejo búnker. El lugar no estaba mal, dadas las circunstancias. Quienes peor lo pasaron fueron los padres… la Psicocharlatana. Sufrió durante unos días.

La confesión ha terminado, pero a Jan aún le queda un detalle:

—Ahora te diré cómo puedes escapar de ahí, Rami.

Mira hacia la ventana y continúa:

—El próximo viernes habrá un simulacro de incendio por la tarde… Os dejarán salir a todos los pacientes. Se abrirán todas las habitaciones. ¿Sabes algo de eso?

La luz se apaga y se enciende.

—Tendrás que separarte del resto —prosigue—. En tu planta hay un almacén de medicinas. La puerta estará abierta… he puesto papel en el dispositivo de cierre. Y dentro del almacén, detrás de un armario, hay un viejo ascensor abandonado para la colada. Conduce al sótano.

La luz parpadea, Rami lo ha entendido.

—Te esperaré allí abajo —indica Jan—. Y saldremos juntos.

¿Puede prometerle eso? No quiere ni pensar en las cosas que podrían salir mal, solo espera una respuesta.

Y llega. La luz parpadea una última vez.

—Bien… Hasta pronto, Rami.

Apaga el Ángel.

Se alegra de poder alejarse del bosque, es un lugar demasiado solitario. Pero dentro de poco no volverá a sentirse solo.

Veinte minutos después llama a la puerta de Lilian, y es ella quien abre. No se ve a su hermano por ninguna parte. Lilian le deja entrar, pero solo hasta el recibidor. Está tensa y no desea charlar.

—¿Te has decidido?

Jan asiente con la cabeza, pensando en Rami.

—Lo haré.

—¿Estás de nuestra parte?

Asiente de nuevo.

—Puedo quedarme a vigilar en la escuela —responde—. Cuando subáis a ver a Rössel a la sala de visitas yo me quedaré esperando abajo.

—También necesitamos un chófer —comenta Lilian—. Tú tienes coche, ¿verdad?

—Sí.

—¿Nos lo puedes prestar? Así podremos ir todos juntos, y regresar cuando hayamos terminado.

Lilian está concentrada, y sobria. Jan escucha pasos en el piso de arriba, alguien se mueve por allí.

—¿Y hablaréis con Rössel de tu hermano? —pregunta Jan—. ¿Solo eso?

—Sí, solo eso.

Lilian le mira a los ojos. Jan le devuelve la mirada y, de pronto, se acuerda de las palabras del doctor Högsmed sobre lo difícil que es curar a un psicópata.

—¿Por qué crees que a Rössel le interesa veros? —pregunta—. ¿Quiere confesar para sentirse bien? ¿Se ha vuelto mejor persona?

Lilian agacha la cabeza.

—No me importan las razones de Rössel —contesta—. Con tal de que diga la verdad.

En la sesión de convivencia grupal en la escuela infantil, Marie-Louise les recuerda el simulacro de incendio del viernes.

—Será un gran simulacro con policías y bomberos —les informa—. Pero tendrá lugar por la noche, así que no nos afectará. La escuela infantil estará cerrada como de costumbre.

«No del todo», piensa Jan.

Le lanza una rápida mirada a Lilian, que está sentada frente a él. Este lunes parece serena y cansada, y huele a pastillas de menta.

Comienza la semana laboral, pasa un día, y luego otro, y de pronto ya es viernes.

El último niño al que Jan recoge de la sala de visitas es Leo.

Cuando sube en el ascensor a buscarlo vislumbra a su padre, un hombre musculoso, de baja estatura, que viste un jersey del hospital. Lanza una mirada al ascensor antes de regresar al hospital, y alza la mano hacia su hijo. Leo le devuelve el saludo.

El niño se muestra tranquilo y silencioso durante el camino de vuelta a la escuela.

—¿Te gusta estar con tu padre? —pregunta Jan al salir del ascensor.

Leo asiente. Jan le pasa la mano por el hombro y espera que santa Patricia le proteja cuando sea mayor. La santa, no el hospital.

Marie-Louise sonríe a Jan mientras este entrega a Leo a sus padres adoptivos.

—Te llevas tan bien con los niños, Jan —comenta—. Nunca te pones nervioso, al contrario que las chicas.

—¿Qué chicas?

—Hanna y Lilian… Se las ve muy tensas cuando les toca subir al hospital, aunque no me extraña. —Sonríe—. No es fácil acostumbrarse a esa clase de gente.

—Esa clase de… ¿Te refieres a los pacientes?

—Claro —responde Marie-Louise—. A los que están encerrados.

Jan observa su sonrisa, pero no tiene fuerzas para devolvérsela.

—Estoy acostumbrado a ellos —responde—. Los conozco.

—¿A qué te refieres?

—Yo también estuve encerrado, cuando era adolescente.

Marie-Louise deja de sonreír. Parece desconcertada, así que Jan prosigue:

—Estuve internado en un psiquiátrico infantil. Lo llamábamos «Bangen». Era una clínica vallada, igual que Santa Patricia… En Bangen los tipos peligrosos y los asustados estábamos juntos.

Marie-Louise se queda callada, sin saber qué decir.

—¿Y…? —pregunta al cabo de un rato—. ¿Por qué te internaron?

—Yo era uno de los asustados —responde—. Me asustaba el mundo exterior.

En la cocina se hace el silencio.

—No lo sabía —dice Marie-Louise al fin—. Nunca habías comentado nada, Jan.

—No salió el tema… pero no me avergüenzo de ello.

Marie-Louise asiente comprensiva, pero parece mirarlo con nuevos ojos. Durante el resto del día lo observa varias veces con el rabillo del ojo, vigilante. Al parecer Jan ha defraudado su confianza, ha decepcionado a su jefa al mostrarle las grietas de su alma.

Pero ya no importa. Las grietas dejan pasar la luz.

Lo último que hace durante la jornada laboral es sacar de la mochila los libros ilustrados de Rami y su propio diario y guardarlos en su taquilla. Hay poco espacio en el interior, está repleto de chaquetas, libros y un paraguas, pero al fin consigue meterlos.

Cuando Rami salga de Santa Psico ese viernes por la tarde, abrirá la taquilla y le enseñará los libros. Y las nuevas ilustraciones.

Porque Jan la ayudará a escapar del hospital. Esta vez conseguirán llegar hasta el final.

Bangen

Jan sabía que solo había un camino para salir de Bangen que no estuviera cerrado con llave: la ventana que había encima de los fogones. Los celadores la abrían para ventilar el olor a comida. La cocina se encontraba en la parte trasera del edificio y la puerta no tenía cerrojo; sin embargo, casi siempre había alguien allí durante el día, así que si uno quería escaparse tenía que hacerlo muy temprano.

Jan se despertó a las seis. Había puesto el despertador, y cuando sonó y abrió los ojos sintió un cuerpo largo y delgado junto al suyo.

Rami yacía a su lado, y tenía los ojos abiertos.

Jan se apresuró a bajar la mano y palpó la sábana: estaba seca.

Rami levantó la cabeza y lo besó en la frente.

—Estocolmo —anunció.

Jan deseó permanecer en la cama, no huir. Pero asintió, y se levantaron.

No prendieron la luz, se vistieron y se escabulleron por el pasillo como dos sombras grises. Jan llevaba una pequeña bolsa con ropa, el diario, y la colcha doblada bajo el brazo, y detrás iba Rami con su bolsa y algo grande y negro en la mano. Vio que se trataba de una funda de guitarra.

—¿Te la vas a llevar? —susurró.

Ella asintió.

—Te lo dije… Tocaremos y cantaremos en las calles de Estocolmo, para ganar dinero.

Jan no sabía cantar, pero no dijo nada. Se limitó a seguirla.

Todas las puertas estaban cerradas. Al fondo del pasillo se encontraba la sala de personal, que también estaba cerrada. Jan se la quedó mirando al pasar.

En la cocina no había puerta, y Jan vio que estaba desierta y sin luz.

—Voy a abrir —dijo Rami.

Colocó la funda de la guitarra sobre la encimera y corrió los pasadores de la ventana. Cuando abrió de par en par, entró un frío matinal helador. Inspiró profundamente.

—Estocolmo —pronunció de nuevo, como si se tratara de un lugar mágico.

Se subió a toda prisa a la encimera y saltó por la ventana. Fuera había un porche con suelo de piedra, una mesa y algunas sillas.

Jan vio a Rami coger una de las sillas y llevarla a través del césped hasta la verja. A medio camino miró por encima del hombro y Jan asintió con la cabeza. Seguía al otro lado de la ventana.

«¡Joder!», pensó.

Se dio la vuelta deprisa, sin pensarlo, y se apresuró hacia el pasillo.

Corrió en dirección a la derecha, hacia los dormitorios, y se detuvo ante la puerta cerrada de la sala de personal. A continuación levantó el puño y golpeó con fuerza, tres veces.

No sabía si había alguien allí dentro, y no esperó a que respondieran. Volvió a toda prisa a la cocina.

Rami lo esperaba al otro lado de la ventana.

—¿Qué hacías?

—He ido al baño —mintió.

Luego se subió a la encimera y saltó por la ventana.

—La mesa —dijo él.

Jan y Rami habían repasado cuidadosamente el plan de huida. Cada uno agarró un borde de la mesa del porche y la llevaron hasta la verja. Después Rami puso la silla sobre la mesa, Jan se subió a ella y lanzó la colcha marrón sobre el borde de la verja. Falló dos veces, pero a la tercera la tela se posó sobre los pinchos que la coronaban.

Aunque hacía un frío helador, Jan estaba sudando. Dirigió una rápida mirada hacia Bangen y vio que todas las ventanas seguían apagadas, menos una. Era la de la sala de personal, la luz se acababa de encender.

Vislumbró dos figuras en su interior. Una era la de una joven ayudante cuyo nombre no conocía; la otra era la de Jörgen, que se estaba poniendo la camisa. Debían de haber dormido juntos, como Rami y él.

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