El hombre sombra (29 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El doctor Kenneth Child es uno de los pocos expertos en perfiles de criminales cuya opinión respeto. Yo había pedido a Callie que le entregara una copia de todos los datos sobre Jack Jr. que habíamos recabado para que nos diera su opinión lo antes posible.

—Me dijo que te dijera que había leído la carta y había sacado algunas conclusiones, pero que quiere esperar a ver qué contiene el paquete. El que se supone que llegará el día veinte. —Callie se encoge de hombros—. Se mostró muy firme al respecto.

Yo no le doy importancia. El doctor Child nunca me ha negado ningún favor que le he pedido. Tendré que fiarme de su intuición.

—¿Habéis conseguido la orden judicial para examinar la lista de suscriptores de Annie? —pregunto volviéndome entonces hacia Alan y Leo.

—Calculo que la tendremos dentro de una hora —responde Leo.

—Bien. Seguid con ello —digo chasqueando los dedos—. ¿Van a enviar a alguien de la brigada de explosivos de la policía de Los Ángeles?

Alan asiente con la cabeza.

—Sí. Traerán un detector de explosivos.

El «detector de explosivos» es el nombre de un aparato que utiliza el sistema de espectrometría de iones móviles. Dicho de otro modo, puede detectar restos de moléculas ionizadas que contienen los materiales explosivos.

Hemos tenido un amplio debate sobre cómo prepararnos para el día veinte. El director adjunto Jones quería que enviaran a un equipo SWAT, por si Jack Jr. o su amigo decidían entregarnos ese paquete en persona. Yo me había opuesto a esa idea.

—Hasta la fecha no han operado de ese modo —dije—. Y no creo que empiecen a hacerlo ahora. Elegirán un método más sencillo. Lo enviarán por mensajería.

Después de protestar un poco, Jones se había mostrado de acuerdo. Yo le había comentado más tarde que hacer que viniera un equipo SWAT atraería sin duda a los medios informativos. No obstante, Jones y yo habíamos coincidido en que convenía que acudiera un experto en explosivos. Habría sido una imprudencia no tomar las debidas precauciones.

—Hay algo en el expediente de Annie que me preocupa —dice Alan a James—. Deberíamos pedir la opinión de otra persona.

—Échale una mano, James.

Él asiente con la cabeza. No ha despegado los labios en toda la mañana.

—Hay otra cuestión que exige una respuesta, cielo —murmura Callie—. ¿Cómo consiguen esos tíos toda la información? Hemos descubierto micrófonos ocultos en la consulta del doctor Hillstead, pero ¿cómo obtuvieron el historial médico de Elaina, las señas de mi hija…?

—No es difícil —tercia Leo. Todos nos volvemos hacia él—. No es tan difícil obtener ese tipo de información como cree la gente. ¿Cómo obtuvieron el historial médico de Elaina? —Se encoge de hombros—. Basta con que te pongas una bata blanca y te hagas pasar por médico para colarte en cualquier sección de un hospital. Si encima posees ciertos conocimientos informáticos, puedes meterte en los servidores de los hospitales. Puedes comprar información, robar información, piratear información… —Leo vuelve a encogerse de hombros—. Les asombraría comprobar lo fácil que es. Yo lo he visto, debido a mi trabajo en Delitos Informáticos. Un buen
hacker
o unos ladrones de identidades pueden conseguir lo que se propongan. —Mira a Callie—. Déme una semana y conseguiré todos los datos sobre usted. Desde el tope de su tarjeta de crédito hasta los medicamentos que toma. —Leo nos mira a todos—. Entiendo que los datos que ha obtenido hasta ahora nuestro asesino son inquietantes. Pero no se necesita ser un ingeniero astronáutico para conseguirlos.

Observo a Leo unos instantes mientras asimilo sus palabras, al igual que todos. Por fin, asiento con la cabeza.

—Gracias, Leo. ¿Sabéis todos lo que tenéis que hacer? —pregunto mirando a los miembros de mi equipo—. Perfecto.

Entonces se abre la puerta del despacho, rompiendo el momento. Al volverme para ver de quién se trata siento una punzada de temor.

Marilyn Gale está en el umbral, con expresión preocupada. Junto a ella hay un policía uniformado, que sostiene un paquete.

33

—L
LEGÓ hace una hora —dice Marilyn—. Lo enviaron a mi casa, pero está dirigido a la agente Barrett. Supuse que… —La joven no termina la frase, pero todos lo comprendemos. ¿Quién sino el asesino enviaría un paquete para mí a casa de Marilyn?

Todos están agolpados alrededor de la mesa del despacho, contemplando el paquete y mirando de refilón a la hija de Callie. Ésta se percata de ello y su exasperación parece rebasar su preocupación por el paquete.

—¡Por el amor de Dios! —exclama—. Es mi hija, Marilyn Gale. Marilyn, te presento a James, a Alan y a Leo, unos modestos funcionarios.

—Hola —dice la joven sonriendo.

—¿Ha recibido usted el paquete? —pregunto al policía, el agente Oldfield.

—No, señora. —Oldfield es un tipo fornido. Es un veterano, se siente a gusto siendo policía y no se deja intimidar por mí ni por todo el FBI—. Nuestra misión era vigilar la residencia. Y a la señora Gale, por supuesto, cuando sale —añade señalando a Marilyn con el pulgar—. La señora Gale acudió a nosotros con el paquete, nos expresó su inquietud y nos pidió que la condujéramos aquí junto con el envío.

—No lo habrás abierto —digo a Marilyn.

—No —responde la joven poniéndose seria de nuevo—. Supuse que no debía hacerlo. Sólo he completado el primer año de criminología —al oír eso Alan y Leo se miran—, pero aunque no fuera así, basta con ver algunos programas de televisión para comprender que más vale no manipular una prueba policial.

—Has hecho bien —respondo. Prosigo, midiendo bien mis palabras. No quiero asustarla, pero es preciso decirlo—. Pero ésa no es la única razón. ¿Y si el asesino decidiera cometer una locura? Como enviar una bomba.

Marilyn me mira con ojos como platos y palidece.

—Caray, yo… No se me había ocurrido… —La joven palidece aún más. Imagino que piensa en su bebé.

Callie apoya una mano en su hombro. Observo ira e inquietud en sus ojos.

—No tienes por qué preocuparte, cielo. Los de seguridad lo examinaron con rayos X antes de traerlo aquí, ¿no es así?

—Sí.

—Lo hacen para cerciorarse de que no contiene una bomba.

Marilyn recupera el color. Por lo visto se sobrepone con rapidez.

Por tanto lo que tenemos aquí, pienso, es algo novedoso e interesante. Y quizás horripilante.

—Callie, ¿por qué no te llevas a Marilyn a almorzar?

Ésta capta el mensaje. Voy a abrir el paquete, que quizá contenga algo que es preferible que Marilyn no vea.

—Buena idea. Vamos, cielo —dice tomando a su hija del brazo y conduciéndola hacia la puerta—. A propósito, ¿cómo está el pequeño Steven?

—Lo he dejado en casa de mi madre. ¿Seguro que puedes ausentarte un rato?

—Seguro —contesto yo, sonriendo, aunque no me siento precisamente alegre—. Y gracias por traer el paquete. Si esto vuelve a suceder, llámanos. Y no lo toques.

Marilyn vuelve a abrir los ojos desmesuradamente, y asiente con la cabeza. Callie la conduce fuera.

—¿Le importa que me quede, señora? —pregunta el agente Oldfield. Se encoge de hombros—. Me gustaría ver qué contiene el paquete. Quizá nos proporcione más datos sobre el asesino.

—No, siempre que añada la recepción de paquetes a su lista de cometidos en el futuro. No es un reproche, tan sólo una petición.

El agente Oldfield asiente con la cabeza.

—Ya lo he hecho, señora.

Abro un cajón, extraigo unos guantes de látex y me los enfundo. Luego me centro en el paquete. Consiste en otro sobre voluminoso, en el que aparece escrito con las acostumbradas letras en tinta negra: «A la atención de la agente Smoky Barrett». El sobre tiene un grosor de aproximadamente un centímetro y medio.

Le doy la vuelta y examino la solapa. No está sellada, sólo pegada por la punta. Levanto la vista. Todos guardan silencio, expectantes. Ha llegado el momento de abrirlo.

Lo primero que veo es la carta. Echo un rápido vistazo al resto del contenido. Achico los ojos al ver unas hojas en las que aparecen unas fotografías impresas. En cada fotografía se ve una mujer, desnuda de cintura para arriba, luciendo unas braguitas, algunas sujetas a una silla, otras a una cama. Todas llevan una capucha que oculta sus rasgos. El sobre contiene otro objeto, que hace que se me encoja el corazón. Un cedé.

Me dispongo a leer la carta. ¿Y ahora qué?, me pregunto preocupada.

Saludos, agente Barrett
:

Comprendo que le parezca un tanto complicado el que haya enviado el paquete a las señas de la señora Gale. Pero lo he hecho con un propósito: seguir haciendo hincapié en mi prioridad principal. Demostrarles que ninguno de ustedes está a salvo si decido… tocarlos.

No, esto es para todos ustedes, agente Barrett. Le ruego que tenga paciencia mientras se lo explico. Hay una base filosófica detrás de esto, una historia que debe conocer para que comprenda el contenido de este sobre.

¿Sabe cuál es la palabra más buscada en Internet? «Sexo.» Teniendo esto en cuenta, ¿sabe cuál es una de las palabras más buscadas después de sexo? «Violación.»

Hay millones de personas que acceden a la Red, y con todo lo que ésta ofrece, dos de las cosas más buscadas, más deseadas, son sexo y violación.

¿Qué significa eso? Teniendo en cuenta las estadísticas demográficas de la Red, significa que millones de hombres están en estos momentos sentados tranquilamente en sus casas, dando vueltas al tema de la violación, con las palmas sudorosas y una erección de caballo. ¿No le parece tremendo?

Permita que la conduzca ahora por otro camino relacionado con el tema. En Internet ha empezado a proliferar un nuevo tipo de páginas web. Unas páginas web dirigidas a hombres que comparten entre sí un profundo odio hacia las mujeres. Tomemos como ejemplo la página web titulada oportunamente «vengarsedelaputa.com». En esta página web, unos hombres que se sienten traicionados cuelgan unas fotografías comprometedoras de sus ex novias o esposas. Unas fotografías en las que aparecen desnudas, con un explícito contenido sexual. Todas ellas tienen el objetivo de degradar y abochornar a esas mujeres. Sus autores invitan a otros hombres a escribir sus opiniones debajo de cada fotografía. Los primeros folios adjuntos consisten en algunas de esas fotografías. Le recomiendo que les eche un vistazo.

Examino las fotografías a las que se refiere Jack Jr. La primera muestra a una mujer de pelo castaño, sonriente. Aparenta entre veinte y veinticinco años. Está desnuda, con las piernas abiertas, posando frente a la cámara. El pie de la foto dice: «Mi estúpida y desleal novia. Una asquerosa puta». Debajo de ella aparece un listado de respuestas. Leo algunas de ellas:

Cachascaliforniano: ¡Puta asquerosa! ¡Ojalá que otro tío le propine una buena paliza a ese puto coño!

Jake 28: ¡Debiste habernos pasado a esa cabrona a mis colegas y a mí para que la violáramos por el culo! ¡La muy guarra!

Dannyboy: ¡Yo me la hubiera cargado!

Tninch: ¡Bonito chocho! ¡Lástima que sea una hijaputa!

Pollagorda: ¡Haz lo que yo! ¡Métele tu polla en la boca y dile que cierre el pico!

Dejo las fotografías a un lado. Ya he leído bastante. Ese odio visceral es nauseabundo.

—Caray —dice Leo emitiendo un silbido—. Esto es preocupante.

Sigo leyendo.

Muy revelador, ¿no le parece? Veamos, ¿qué es lo que tenemos en nuestra olla? Analicémoslo: sexo y violación, un odio hacia la mujer en plan pasatiempo. Si mezclamos esos ingredientes, ¿qué obtenemos?

Un espacio perfectamente propicio para un encuentro de mentes. Unas mentes como la mía, agente Barrett.

Reconozco que la mayoría de esas mentes son pueriles, burdas. Pero si está dispuesta a buscar, como yo, a hurgar, engatusar, convencer…, hallará algunas mentes preparadas para dar el salto. En la mayoría de los casos, lo único que precisan es que alguien les estimule. Un mentor, por decirlo así.

Siento que se me revuelven las tripas. Una parte de mí cree saber adónde quiere ir a parar ese cabrón.

Creo haberle facilitado la base para que comprenda de qué va esto. Ahora pasemos a las fotografías. Deduzco que ya les ha echado un vistazo. Examínelas de nuevo.

Vuelvo a mirar las fotos. En total hay cinco mujeres. Las miro más atentamente.

—¿Qué opinas? —pregunto a Alan—. ¿No te parece que la cama y la silla que aparecen en todas las fotos son las mismas?

Él toma las hojas y las examina.

—Sí —responde. Achica los ojos y deposita los folios en mi mesa, uno junto a otro. Luego señala la moqueta en una de ellas—. Fíjate en eso.

Al mirar la foto veo una mancha.

—Y aquí —dice Alan señalando otra fotografía.

La misma mancha.

—Vaya —dice Leo—. Las mujeres son distintas, pero el tipo es el mismo.

—Pero no parece que sea Jack —tercia James, rompiendo su mutismo—. Ese tipo no es Jack. Quizá sea su amigo.

Nadie responde. Sigo leyendo la carta.

Es usted muy lista, agente Barrett. Seguro que a estas alturas, después de examinar atentamente las fotos, ha comprendido que esas jóvenes aparecen en el mismo lugar. La razón es muy simple: las cinco fueron asesinadas por el mismo individuo.

Suelto una palabrota. Una parte de mí lo sabía, pero Jack acaba de confirmarlo. Esas mujeres ya están muertas.

Quizás usted, o uno de sus colegas, ya ha deducido también el resto. Que el hombre que mató a esas mujeres no soy yo. En tal caso, permita que sea el primero en felicitarles.

Conocí al talentoso joven que tomó esas fotografías en ese vasto y sombrío entorno, en esas agrestes llanuras que componen la World Wide Web. Capté su hambre y su odio, y no tardé en convencerle para que diera el salto. Que renunciara a su estúpido afán de aferrarse a la luz y se adentrara en la oscuridad.

Por supuesto, esto podría ser una broma por mi parte, ¿no? Eche un vistazo al cedé que adjunto, y cuando haya terminado, llame al agente Jenkins en la oficina del FBI en Nueva York y pregúntele sobre Ronnie Barnes.

Ah, y si alberga la esperanza de que Barnes le proporcione la pista que ansía encontrar, lamento informarle de que el señor Barnes ya no se encuentra entre nosotros. Mire el cedé y lo comprenderá.

En resumidas cuentas, el tema sigue siendo el mismo: procure cazarme. Esmérese en conseguirlo, y recuerde esto: Ronnie Barnes era uno de tantos que tenía esa hambre especial. Y yo siempre estoy dispuesto a participar en esos encuentros de mentes.

Desde el Infierno,

Jack Jr.

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