El hombre sombra (33 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

—¿Te das cuenta de que te refieres siempre a Jack en singular en lugar de a él y su compinche? —me pregunta James.

Yo le miro sorprendida. No me había dado cuenta.

—Supongo que se debe a que cada vez estoy más convencida de que existe un elemento principal. Existe un Jack Jr. El otro es fortuito. Lo presiento. Tomemos el caso de Ronnie Barnes. Jack lo utilizó y luego se deshizo de él. En su carta dice claramente que busca otros asesinos en potencia para entrenarlos.

—Eso nos lleva a la cuestión sobre el criminal número dos que estuvo en el apartamento de Annie —dice James—. ¿Sigue vivo? ¿O ha muerto como Barnes?

—Es imposible saberlo con certeza, pero creo que aún está vivo.

—Estoy de acuerdo —contesta Alan—. Piensa en ello. Jack Jr. inició algo con Annie, algo que llevaba planeando desde hacía tiempo. No creo que esté dispuesto a modificar sus planes a estas alturas para entrenar a otro colega asesino.

Miro a todos mis compañeros.

—Nos estamos acercando —digo.

James me observa atentamente.

—Dejémonos de darnos palmaditas en la espalda —dice—. ¿Cuál es la mala noticia?

Les muestro el cedé.

—Jack nos ha enviado también esto. Ha matado a otra persona.

Todos los presentes enmudecen. Leo se levanta y extiende la mano para que le entregue el cedé.

—Acabemos con esto cuanto antes.

—Adelante —respondo entregándole el cedé.

Su ordenador portátil está encendido. Leo coloca el cedé en la bandeja. Al cabo de unos momentos comienza el vídeo.

En la pantalla aparece el título del vídeo, en letras blancas sobre un fondo negro: «Esta muerte está patrocinada por http://www.putamorena.com».

—Tome nota de eso —digo a Leo.

Aparece una mujer atada que se debate para soltarse. Está desnuda y sujeta a una cama, como Annie. Calculo que debe tener unos veinticinco años. Tiene un aspecto muy natural. Me refiero a que no se ha hecho aumentar los pechos, a menos que se los haya hecho aumentar para utilizar una copa B, cosa que dudo. Conserva el cuerpo perfecto de una joven, que los rigores de un embarazo no han estropeado todavía. Tiene el pelo largo, espeso y negro. Otra morena, como las prefiere Jack. Sus ojos expresan todo lo que siente, pánico, terror, desesperación, elevado a un nivel insoportable.

Jack Jr. aparece ante la cámara, con el mismo atuendo que lucía cuando asesinó a Annie. Saluda a la cámara y deduzco de nuevo que está sonriendo. Sonríe para nosotros: disfruta cometiendo un asesinato que quedará grabado, esencialmente para mostrárnoslo a nosotros, sin facilitar ninguna pista sobre su identidad. De pronto desaparece. Al cabo de unos momentos empieza a sonar la música. A todo volumen, casi ensordecedora.

«Me gustaría que todas las chicas fueran de California…»

Jack se acerca a la mujer, ladeando la cabeza a la derecha y a la izquierda mientras la observa. Luego empuña su arma. Esta vez no se trata de un cuchillo, sino de un bate de béisbol. Empieza a brincar y bailar, agitando el bate, escenificando su crimen al ritmo de la canción. Agita el bate frente a la mujer, para aterrorizarla más. Ella le mira con los ojos desorbitados, sofocada debido a los esfuerzos de gritar a través de su mordaza.

Entonces, al igual que en el vídeo de Annie, comienza el montaje. Todo lo que hace Jack es de una brutalidad sin límites. Sus movimientos no son metódicos ni calculados. Cuando se dispone a golpear a la mujer con el bate, lo alza por encima de su cabeza y cuando descarga el golpe, lo hace con todas sus fuerzas. No se limita a partirle los huesos, que hace polvo con el bate. Cada vez que la joven se desmaya, él se detiene y la abofetea hasta que ella recobra el conocimiento. Jack quiere que permanezca despierta, consciente de lo que le está haciendo. Sintiendo cada minuto de su suplicio.

Jack deja el bate, se coloca a horcajadas sobre la joven y empieza a violarla. Lo hace de forma brutal, calculada para infligirle el máximo dolor. Quiere triturarle los huesos que le ha partido, quiere que mientras la folla la joven sienta el dolor más atroz que ha experimentado en su vida. De nuevo, cada vez que la chica se desmaya, él la abofetea para que recobre el conocimiento. Imagino que debe ser como despertarse cada vez a una pesadilla.

La violación concluye y Jack saca el bisturí. Se lo muestra a la joven. Ésta sigue con los ojos los movimientos del bisturí mientras se desliza hacia su vientre. Observo que la joven empieza a enloquecer cuando Jack se pone a despedazarla estando aún viva. Miro a Leo. Tiene un color ceniciento y su rostro expresa un horror indecible. Pero se domina. Se ha endurecido, se ha convertido en una persona que ya nunca dejará de ser.

Después de matar y mutilar a su víctima, Jack Jr. se incorpora. La contempla durante largo rato. La mujer presenta un aspecto como si alguien la hubiera obligado a tragarse una bomba y luego la hubiera detonado. Jack se vuelve hacia la cámara y alza el pulgar en señal de victoria. El vídeo termina.

—Te crees muy gracioso —musito furiosa—. Sigue sonriendo, cabrón.

Mis palabras reflejan la impotencia que siento.

No obstante, una parte de mí sabe que Jack nunca sonríe realmente. No tiene ningún motivo para sonreír.

Los otros guardan silencio, intentando asimilar las imágenes que acabamos de ver. Analizándolas por separado.

Tratando de superar el horror que sienten.

—Compruebe la dirección de esa página web, Leo. Quiero averiguar quién era esa mujer.

—Estoy en ello —responde él con voz queda. Tras una pausa pregunta—: ¿Cómo es posible que alguien cometa semejante salvajada?

Es una pregunta sincera. Leo me mira a los ojos, implorando una respuesta. Reflexiono unos momentos antes de responder, midiendo bien mis palabras.

—Porque les encanta lo que hacen. Para ellos es un acto sexual, y sienten una necesidad de hacerlo más imperiosa que la necesidad de un yonqui de drogarse. Existen multitud de razones que les llevan a convertirse en lo que son. Pero la principal es que les encanta lo que hacen. Les apasiona. —Miro a James—. ¿Cómo les llamas?

—Carnívoros sexuales.

—Exacto.

Leo se estremece.

—Eso no es lo que había imaginado.

—Lo sé, créeme. Algunos piensan que es emocionante perseguir a asesinos en serie, a violadores de bebés y demás monstruos. Pero no es emocionante. Es agotador. No te despiertas por la mañana pensando «Qué ganas tengo de atrapar a ese tío». Te despiertas y te miras en el espejo tratando de no sentirte culpable por no haberlo atrapado todavía. Tratas de no pensar en el hecho de que ese monstruo podría estar asesinando a otra persona porque aún no lo has cogido. —Me reclino en la silla, meneando la cabeza—. No tiene nada de emocionante. Lo haces porque te sientes culpable cuando mueren otras personas.

Leo me mira unos instantes, y luego hace lo que ha aprendido a hacer frente al horror: se vuelve hacia su ordenador y se pone a trabajar. Al cabo de unos minutos, consigue lo que le he pedido.

—Tengo la dirección del propietario de putamorena.com. Es un apartamento en Woodland Hills.

—¿Tiene un nombre?

—No, lo siento. Está registrado como un negocio. Probablemente sólo existe un dueño.

—Alan, llama al departamento de policía de esa zona. Diles que vayan a esa dirección. Si encuentran allí el cadáver de la mujer, quiero que acordonen el escenario del crimen y se pongan en contacto con nosotros. Nadie debe entrar ni salir de allí.

—De acuerdo.

—En el vídeo no queda claro —comenta James—. Al menos para mí.

—¿A qué te refieres? —le pregunto frunciendo el ceño.

—Que había dos asesinos en lugar de uno.

Le miro sorprendida y asiento con la cabeza. James tiene razón. El hecho de que yo le haya preguntado a qué se refería confirma que su observación es acertada. Si Jack Jr. no estaba solo, en esta ocasión en el vídeo no queda claro.

—Pero estaban presentes los dos —dice James—. Lo intuyo.

Le miro de nuevo y vuelvo a asentir con la cabeza. El tren funesto sigue avanzando, resoplando y traqueteando, y James y yo permanecemos a bordo del mismo.

Me vuelvo hacia Leo.

—Quiero echar un vistazo a la página web de esa mujer —digo.

Callie observa con gesto divertido, o al menos lo intenta.

—Nunca supuse que tendría que navegar por las páginas web de porno blando, Smoky. Ésta es la segunda vez.

—¿Sólo lo haces en casa?

—Muy graciosa.

Es un pobre intento de hacer un chiste macabro, que fracasa estrepitosamente. Las imágenes están aún muy vivas.

—Aquí está —dice Leo.

Acercamos nuestras sillas para contemplar la página web que aparece en el monitor. La gama de color es tostado. Veo una fotografía de la mujer que vimos cómo destrozaba Jack Jr., vestida sólo con unas braguitas. Está de espaldas a nosotros, con el culo alzado en una pose erótica. La mujer vuelve la cara hacia la cámara, sonriendo tímidamente e indicando con el dedo que nos acerquemos. Parece una profesional del porno. Pero también ofrece una imagen atractiva, viva, humana. Que no merece lo que acabamos de ver.

En la parte superior de la pantalla aparece un logo: «Soy una puta morena». A la derecha de la fotografía de la mujer hay otras fotos más reducidas. Aunque sólo insinúan el contenido sexual, el mensaje es claro. Esto no va de poses eróticas o fotos seductoras. Son unas fotos estratégicamente censuradas de sexo oral, sexo anal, sexo con otras mujeres, sexo en grupo. Unas letras más pequeñas lo confirman: «Me encanta chupar pollas y devorar coños, adoro el sexo en grupo y que me follen por el culo, y ME CHIFLA comer COÑOS».

—Una joven muy versátil —comenta Callie.

Asiento con la cabeza.

—Desde luego.

Otras imágenes nos dicen que la chica monta espectáculos en vivo ante la cámara y que organiza fiestas de sexo para sus admiradores y admiradoras. Sólo para miembros, por supuesto.

Leo nos muestra otras dos páginas, que conducen al destino final de la página para registrarse como suscriptor.

—¿Y ahora qué? —pregunto—. No voy a utilizar mi tarjeta de crédito para eso.

—No creo que sea necesario —contesta Leo—. Tengo una corazonada.

Hace clic sobre el enlace de «registro de suscriptores» y en la pantalla aparece una casilla solicitando el nombre y la contraseña del usuario.

—Estoy seguro de que Jack utilizó el mismo nombre y contraseña de usuario en esta página web que en la de su amiga. El nombre del usuario era «jackis» y la contraseña «delinfierno». —Leo teclea esas palabras mientras habla y pulsa el botón «OK». Aparece una página que dice «Bienvenido a mi zona caliente sólo para suscriptores»—.
Voilà
! —exclama.

—Ha acertado.

Leo desplaza el cursor hacia abajo, mostrando un menú de las prestaciones que se ofrecen en esta zona de la página web. Cosas como «fotos personales, mis videoclips, mis espectáculos en vivo, mis amigos aficionados». La que me llama la atención es «fotos de las fiestas de sexo para sus suscriptores».

—Me pregunto… —musito.

—¿Qué, cielo? —pregunta Callie.

—Esas fiestas de sexo para suscriptores… Pienso que es posible que Jack no se resistiera ante esa oportunidad. Me refiero a tener sexo con ella, sabiendo que no tardaría en asesinarla. Creo que encaja con él.

—Eso intensificaría su excitación, la sensación de poder que siente.

Es una característica común de los asesinos en serie. Seguir los movimientos de sus víctimas, espiarlas. La planificación de esos detalles puede ser casi tan embriagadora para ellos como el mismo desenlace.

—Es muy posible que sea así —dice James—. Podemos descargar todas las fotos. Extractar los rostros de todos los hombres y cotejarlos con bases de datos de reconocimiento facial. No es cien por cien fiable, pero vale la pena intentarlo.

Cualquiera que piense que ser policía es emocionante no comprende esta parte de nuestro trabajo. Nos gustaría avanzar a toda velocidad, pero estamos obligados a hacerlo metódicamente. Arrojamos nuestras redes y nuestros anzuelos, como pescadores. No una red, sino muchas, una y otra vez. Huellas dactilares, una red. Una orden judicial para conseguir una lista de suscriptores, otra red. Reconocimiento facial, otra. Y así sucesivamente, arrojamos y recogemos nuestras redes, que por lo general están vacías. No nos importa lo que pescamos. Un tiburón o un pececillo, lo que sea, con tal de que nos conduzca al asesino. Es una carrera de tortugas, medida en centímetros, no en metros.

—Adelante. Ocupaos Leo y tú.

Me acerco a Alan y le pregunto:

—¿Te has puesto en contacto con la policía de Los Ángeles?

—Sí, me reuniré con ellos allí.

—¿Y el doctor Child? ¿Has hablado con él?

—Sí. Al principio estuvo un poco hosco, pero cuando le expliqué brevemente lo que hemos encontrado hoy se mostró muy interesado. Quiere que le enviemos esta tarde por mensajería una copia del informe. Dijo que te recibirá mañana por la mañana.

—Muy bien. Callie, consigue ese informe de Gene y envíaselo al doctor Child.

Ella se dispone a llamar por teléfono mientras Alan sale del despacho. Yo me siento en mi mesa y rebusco en los cajones mi agenda de direcciones hasta que doy con ella. Busco un número de teléfono.

Tommy Aguilera. Un ex agente del servicio secreto que actualmente trabaja como consultor de seguridad. Nos conocimos durante el caso del hijo de un senador aficionado a violar y asesinar. Tommy tuvo que disparar contra él en el momento de la detención, y en la tormenta política que se organizó a raíz de ese incidente, mi testimonio fue lo único que evitó que Tommy perdiera su empleo. Cuando nos despedimos me dijo que no vacilara en ponerme en contacto con él si necesitaba algo, recalcando las palabras «lo que sea» y «cuando sea».

Marqué el número, pensando en Tommy. Es un tipo muy serio. Siempre tiene cara de póquer. Habla con tono suave, pero no con la suavidad de una persona tímida, sino con la suavidad de una serpiente segura de su capacidad de atacar.

Responde al cuarto tono.

—Tommy —dice. La voz es tal como la recuerdo.

—Hola. Soy Smoky Barrett.

Una pausa.

—Hola, Smoky. ¿Cómo estás?

Sé que Tommy está siendo cortés. No es que no le importe cómo esté yo. Pero no es el tipo de persona que pierda el tiempo con frases intrascendentes.

—Necesito tu ayuda, Tommy.

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