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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (24 page)

El aspecto de Oser no había cambiado mucho en cuatro años. decidió Miles. Todavía era delgado y tenía rostro de halcón, con un cabello oscuro que tal vez había encanecido un poco en las sienes. Miles lo recordaba más alto, pero en realidad era más bajo que Metzov. Por algún motivo, Oser le recordaba al general. ¿Sería la edad o la contextura física? ¿O el brillo hostil y asesino que asomaba a sus ojos con un reflejo rojizo?

—Miles —susurró Gregor—, ¿qué has hecho para enfadar a este sujeto?

—¡Nada! —protestó Miles en voz baja—. Nada intencional, al menos.

Gregor no pareció tranquilizarse.

Oser apoyó las palmas sobre la mesa y se inclinó hacia delante, mirando a Miles con ojos rapaces. Si el almirante hubiese tenido cola, fantaseó Miles, ésta se habría estado meneando.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó Oser abruptamente sin preámbulos.

Tu me has traído, ¿no lo sabes?
Aunque no era momento para exhibir su ingenio. Miles era muy consciente de que su aspecto no era precisamente el mejor. Pero al almirante Naismith no debía importarle. Él sólo estaba interesado en cumplir su objetivo y, de ser necesario, lo haría aunque estuviese pintado de azul, Miles respondió con la misma brusquedad.

—Fui contratado por un no combatiente que efectúa despachos a través del Centro Hegen. Se me pidió que realizara una evaluación militar del lugar. —Lo mejor era decir la verdad desde un principio, ya que sin duda no le creerían—. Como no están interesados en enviar expediciones de rescate, quieren contar con el tiempo suficiente para sacar a sus ciudadanos del Centro antes de que estallen las hostilidades. Aparte de eso, estoy efectuando algún tráfico de armas. Una pantalla que me produce beneficios. Oser lo miró con mas intensidad.

—No será Barrayar…

—Barrayar tiene sus propios operativos.

—Al igual que Cetaganda. Aslund teme las ambiciones de Cetaganda.

—Hacen bien.

—Barrayar está equidistante.

—En mi opinión profesional… —Todavía envuelto en la red, Miles le dedicó una pequeña reverencia desde su silla. Oser estuvo a punto de responderle, pero se contuvo—. En mi opinión profesional, Barrayar no representa ninguna amenaza para Aslund en esta generación. Para controlar el Centro Hegen, Barrayar debe controlar a Pol. Con el terramorfismo de su propio segundo continente, además de la apertura del planeta Sergyar, por el momento Barrayar tiene demasiadas fronteras que cuidar. Y también está el problema de controlar al ingobernable Komarr. Una aventura militar hacia Pol podría constituir un serio exceso para sus recursos humanos. Resulta más barato ser amigos, o al menos neutrales.

—Aslund también teme a Pol.

—No es muy probable que luchen a menos que sean atacados. Mantener la paz con Pol es barato y sencillo. Sólo hay que quedarse sin hacer nada.

—¿Y Vervain?

—Aún no he evaluado Vervain. Es el siguiente en mi lista.

—¿De veras? —Oser se reclinó en su silla y cruzó los brazos—. Como espía, podría hacerlo ejecutar.

—Pero yo no soy un espía
enemigo
—respondió Miles fingiendo serenidad—. Un neutral amistoso o, ¿quién sabe?, tal vez un potencial aliado.

—¿Y cuál es su interés en mi flota?

—Mi interés en los Denda…, en los mercenarios es puramente académico, se lo aseguro. Ustedes no son más que una parte del cuadro. Dígame, ¿cómo es su contrato con Aslund? —preguntó Miles ladeando la cabeza.

Oser estuvo a punto de responder, pero entonces hizo una mueca de fastidio. Si Miles hubiera sido una bomba de tiempo no habría suscitado más atención de parte del mercenario.

—¡Oh, vamos! —se mofó Miles al ver que el silencio se extendía—. ¿Qué podría yo hacer con un solo hombre?

—Recuerdo la última vez. Se introdujo en el espacio local de Tau Verde con cuatro hombres. Cuatro meses más tarde estaba imponiendo condiciones. ¿Qué es lo que planea ahora?

—Sobrestima mi poder. Sólo ayudé a algunas personas para que se encaminasen en la dirección que deseaban tomar. Fui un coordinador, por así decirlo.

—No para mí. Yo pasé tres años recuperándome del terreno que había perdido. ¡En mi propia flota!

—Resulta difícil complacer a todos. —Miles interceptó la mirada horrorizada de Gregor y moderó el tono. Ahora que lo pensaba, Gregor nunca se había encontrado con el almirante Naismith—. El daño que sufrió no fue tan serio.

La mandíbula de Oser se tensó aún más.

—¿Y él quién es? —preguntó señalando a Gregor con el pulgar.

—¿Greg? Es sólo mi ordenanza —dijo Miles rápidamente al ver que Gregor abría la boca.

—No parece un ordenanza. Parece un oficial.

—No se deje guiar por las apariencias. El comodoro Tung parece un luchador.

De pronto, la mirada de Oser se tornó helada.

—Ya lo creo. ¿Y desde cuándo ha mantenido correspondencia con el
capitán
Tung?

Por el vuelco en su estómago, Miles comprendió que había cometido un grave error al mencionar a Tung. Trató de que su expresión permaneciera serena e irónica para que no reflejase su inquietud.

—Si hubiese mantenido correspondencia con Tung, no habría necesitado venir personalmente para realizar esta evaluación de la Estación Aslund.

Con los codos sobre la mesa y las manos unidas, Oser estudio a Miles durante todo un minuto. Al fin extendió una mano para señalar al guardia, quien enderezó la espalda de inmediato.

—Lanzadlos al espacio, ordenó Oser.

—¿Que? —aulló Miles.

—Usted. —El dedo señaló al silencioso teniente de Oser—. Vaya con ellos. Asegúrese de que mis órdenes sean cumplidas. Utilice la escotilla de acceso, es la más cercana. Si él comienza a hablar —agregó volviéndose hacia Miles—, córtenle la lengua. Es su arma más peligrosa.

El guardia desenredó la red de los pies de Miles y lo obligó a levantarse.

—¿Ni siquiera hará que me interroguen químicamente? —preguntó Miles, confundido por este giro repentino.

—¿Y contaminar a mis interrogadores? Lo último que deseo es darle rienda suelta para que hable. No se me ocurre nada mejor para que la semilla podrida de la deslealtad germine en mi propia sección de Inteligencia. Estuvo a punto de convencerme
a mí
. —Oser casi se estremeció.

Si, nos estaba yendo tan bien

—Pero yo… —Se disponían a levantar a Gregor—. Pero usted no tiene que…

Al abrirse la puerta entraron dos miembros de la escuadra y se llevaron a Miles y a Gregor por el corredor.

—¡Pero…! —La sala de conferencias se cerró.

—Esto no marcha muy bien, Miles —observó Gregor. En su rostro pálido había una extraña combinación de indiferencia, exasperación y desaliento—. ¿Alguna otra idea brillante?

—Tú eras el que estaba experimentando volar sin alas. ¿Esto te parece peor que… digamos… caer a plomo?

—Eso fue porque quise. —La escotilla apareció frente a ellos y Gregor comenzó a arrastrar los pies—. No porque se les antoje a un puñado de… ¡malditos
rufianes
!

Miles comenzaba a desesperar. Al diablo con todo.

—¿Sabéis algo? —gritó—, estáis a punto de arrojar una verdadera fortuna en rescate por esa escotilla,

Dos guardias continuaron forcejeando con Gregor, pero el tercero se detuvo.

—¿Cuán grande es esa fortuna?

—Inmensa —le aseguró Miles—. Lo suficiente para comprarte tu propia flota.

El teniente abandonó a Gregor y se acercó a Miles, sacando una navaja vibratoria. El hombre cumplía sus órdenes al pie de la letra, comprendió Miles al ver que trataba de cortarle la lengua. Y estuvo a punto de lograrlo. El horrible zumbido de insecto se detuvo a escasos centímetros de su nariz. Miles mordió los dedos gruesos del teniente y se retorció tratando de soltarse del guardia que lo sujetaba. La red le ceñía los brazos y el torso, emitiendo pequeñas descargas eléctricas. Miles se lanzó hacia atrás contra la entrepierna del hombre que tenía a sus espaldas, y éste profirió un grito al ser tocado por la red. Sus manos lo soltaron y Miles se dejó caer, rodando para golpearle las rodillas. No era exactamente una toma de judo, pero el teniente tropezó y cayó sobre él.

Los dos oponentes de Gregor se distrajeron ante la sangrienta promesa de la navaja vibratoria y los forcejeos de Miles. No vieron al hombre de rostro curtido que aparecía por un pasillo, apuntaba su aturdidor y disparaba. Los hombres se retorcieron en convulsiones agitadas cuando las descargas les alcanzaron la espalda y se desplomaron de inmediato. El hombre que había sujetado a Miles trataba de atraparlo nuevamente, pero Miles se escurrió como un pez y el teniente giró de forma brusca, golpeándose el rostro con una viga.

Miles se abalanzó sobre él y, por unos momentos, lo sujetó contra el suelo. Entonces se retorció tratando de apretarle el rostro con la red, pero fue empujado con una maldición. El teniente estaba preparado para volver al ataque y giraba en busca de su blanco cuando Gregor saltó sobre él y le golpeó en la mandíbula. Una descarga del aturdidor dio en la nuca del teniente haciéndolo caer.

—Al diablo con el buen entrenamiento militar —dijo Miles, jadeante, al sargento Chodak cuando todo estuvo en silencio—. Creo que ni siquiera se han enterado de lo que les ha ocurrido.

Así que lo había juzgado bien la primera vez. No he perdido mi instinto, después de todo. Dios lo bendiga, sargento
.

—Ustedes tampoco estuvieron tan mal, considerando que tenían las manos atadas a la espalda. —El sargento Chodak sacudió la cabeza con expresión algo risueña y se acercó a ellos para retirarles la red.

—Vaya equipo —dijo Miles.

11

Miles giro la cabeza al escuchar unas botas que se acercaban rápidamente por el corredor. Entonces soltó el aliento que había estado conteniendo y se puso de pie.
Elena
.

Ella llevaba un uniforme de oficial mercenario: chaqueta gris y blanca con bolsillos, pantalones y unas botas cortas que brillaban en sus largas, largas piernas. Todavía era alta y delgada, con una piel pálida y delicada, resplandecientes ojos color café, una nariz de curva aristocrática y una larga mandíbula escultural.

Se ha cortado el cabello
, pensó Miles algo aturdido. La brillante cascada negra que le llegaba a la cintura había desaparecido. Ahora lo llevaba cortado sobre las orejas, y sólo unos mechones oscuros resaltaban sus pómulos altos y su frente, al igual que su nuca; un corte severo, práctico, muy elegante. Marcial.

Ella se acercó observando a Miles, a Gregor y a los cuatro oseranos.

—Buen trabajo, Chodak. —Se arrodilló junto al cuerpo más cercano y posó la mano en su cuello para sentirle el pulso—. ¿Están muertos?

—No, sólo aturdidos —le explicó Miles.

Ella observó la compuerta interna con cierto pesar.

—Supongo que no los lanzaremos al espacio.

—Ellos iban a hacer eso con nosotros, pero no. Aunque probablemente deberíamos sacarlos del medio mientras escapamos —dijo Miles.

—Bien. —Ella se levantó y miró a Chodak con un movimiento de cabeza. Este comenzó a arrastrar los cuerpos junto con Gregor, y los introdujo en la antecámara de compresión. Elena frunció el ceño y miró al teniente rubio que pasaba con los pies por delante—. Aunque a ciertas personalidades no les vendría mal volar un poco.

—¿Podrás ayudarnos a escapar?

—Para eso hemos venido. —Se volvió hacia los tres soldados que la habían seguido con cautela. Un cuarto montaba guardia más allá—. Parece que tenemos suerte —les dijo—. Haced un reconocimiento y despejad los pasillos en nuestra ruta de escape… con sutileza. Entonces desapareced. No habéis estado aquí y no habéis visto esto.

Ellos asintieron con la cabeza y se retiraron. Miles escuchó un murmullo que se alejaba.

—¿Ese era
él
? —preguntó uno.

—Sí…

Durante un rato, Miles, Gregor y Elena se acurrucaron en la antecámara mientras Chodak montaba guardia fuera, Elena y Gregor le quitaron las botas a un oserano mientras Miles se despojaba de sus ropas de prisionero y se ponía de pie. Debajo llevaba la vestimenta de Victor Rotha, arrugada y sucia después de andar, dormir y sudar durante cuatro días.

Hubiese preferido un par de botas para reemplazar las sandalias, pero allí no había ningunas que se acercasen a su tamaño.

Observado por Elena, Gregor se puso el uniforme gris y blanco y metió los pies en las botas.

—Realmente eres tú. —Elena sacudió la cabeza con asombro—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Ha sido por error.

—¿Un error? ¿De quién?

—Me temo que mío —dijo Miles, y notó con cierto fastidio que Gregor no lo contradecía.

Por primera vez, una sonrisa curvó los labios de Elena. Miles decidió no pedirle explicaciones por ella.

Este apresurado intercambio no se parecía en nada a las docenas de conversaciones que había ensayado para este primer encuentro con ella.

—La búsqueda se iniciará en pocos minutos, cuando estos sujetos no regresen para informar que han cumplido su misión —dijo Miles con nerviosismo.

Recogió dos aturdidores, la red y la navaja vibratoria y se lo metió bajo el cinturón. Después de pensarlo unos momentos, despojó a los cuatro oseranos de sus tarjetas de crédito, sus pases, sus identificaciones y su efectivo, guardándolo todo en sus propios bolsillos y en los de Gregor. Entonces se aseguró de eliminar la identificación de Gregor como prisionero. Para su alegría también encontró una ración del bar a medio comer, la fue consumiendo poco a poco. Miles masticó su comida mientras seguía a Elena al corredor y le ofreció un bocado a Gregor. quien negó con la cabeza. Probablemente él ya había cenado en esa cafetería.

Chodak alisó rápidamente el uniforme de Gregor y se marcharon todos juntos, con Miles en el medio, en parte para ocultarlo y en parte para custodiarlo. Antes de que él se volviera paranoico por lo conspicuo de su aspecto, entraron en un tubo elevador y emergieron varios niveles más abajo, en una gran zona de carga donde había una nave. Uno de los hombres de Elena, apoyado contra la pared con actitud indolente, asintió con la cabeza. Después de saludar a Elena, Chodak se volvió, y ellos se marcharon. Miles y Gregor siguieron a Elena, quien abrió la escotilla y entró en la bodega de carga perteneciente a una de las naves del
Triumph
. Entonces abandonaron el campo gravitatorio artificial de la nave madre para experimentar el vértigo de la caída libre. Luego flotaron lentamente hacia el compartimiento del piloto. Elena cerró la escotilla e hizo señas a Gregor para que se sentase ante el puesto de telecomunicaciones.

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