Read El juego de los Vor Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (23 page)

El hombre lanzó una maldición. Con los labios apretados, cogió el borde más cercano del entablado y tiró de él. Un segmento del tamaño de un puño cedió de la pared.

—Coño. ¿Cuánta de esta basura ha sido instalada?

—Un montón —le respondió Miles alegremente, y se volvió para escapar antes de que al supervisor se le ocurriese otra tarea para él. Por el momento estaba muy ocupado deshaciendo los fragmentos y murmurando maldiciones. Ruborizado y sudoroso, Miles se escabulló y no se detuvo hasta que hubo dado la vuelta al segundo recodo.

Pasó junto a un par de hombres armados, con uniforme gris y blanco. Uno se volvió para mirarlo. Miles siguió caminando y se mordió el labio Inferior sin mirar atrás.

¡Dendarii! ¡U oseranos! Allí mismo, en la estación. ¿Cuántos serían? Aquellos dos eran los primeros que había visto. ¿No debían encontrarse fuera, en alguna patrulla? Hubiese querido evitar de vuelta entre los muros, como una rata en el enmaderado.

Pero si la mayoría de los mercenarios constituían un peligro para él, los verdaderos Dendarii, no los oseranos, podían serle de gran ayuda. Si lograse establecer contacto… Si se atreviese a establecer contacto… Elena, podía esperar a Elena… Su imaginación comenzó a volar.

Cuatro años atrás Miles había dejado a Elena como esposa de Baz Jesek y como aprendiz militar de Tung. En ese momento era la máxima protección que había podido brindarle. Pero no había recibido ningún mensaje de Baz desde el golpe efectuado por Oser. ¿Sería posible que este último los hubiese interceptado? Ahora que tanto Baz como Tung habían sido degradados, ¿qué oposición ocupaba Elena en la flota mercenaria?

¿Qué posición ocupaba en su corazón? Miles se detuvo invadido por la incertidumbre. La había amado apasionadamente una vez. Y en ese entonces, ella lo había conocido mejor que ningún otro ser humano. Sin embargo, ahora ya no pensaba en ella todos los días. Aquello había pasado, como su dolor por la muerte del padre de Elena, el sargento Bothari. Sólo quedaba una punzada ocasional, como la producida por una antigua quebradura. Él quería volver a verla y, al mismo tiempo, no lo quería. Hablar con ella otra vez. Tocarla otra vez.

Pero yendo a las cuestiones prácticas, ella reconocería a Gregor, ya que habían sido amigos durante su infancia. ¿Una segunda línea de defensa para el Emperador? Restablecer contacto con Elena podía significar un impacto emocional, pero sería mejor y menos peligroso que continuar deambulando sin lograr nada. Ahora que había explorado las instalaciones, debía encontrar una forma para aplicar su destreza. ¿Cuánto respeto despertaba todavía el almirante Naismith? Una pregunta interesante.

Necesitaba encontrar un lugar donde observar sin ser visto. Existían muchas maneras de hacerse invisible sin necesidad de ocultarse, tal como lo demostraba su camisa celeste. Pero su altura inusitada… bueno, su pequeñez… le impedía confiar solamente en las ropas. Necesitaba… ¡claro, herramientas! Iguales a las que un hombre con overol pardo acababa de dejar en el corredor mientras él se ocultaba en el lavabo. Miles tomó el estuche en la mano y volvió a ocultarse en un abrir y cerrar de ojos.

Un par de niveles más abajo encontró un corredor que conducía a una cafetería. Hum… Todo el mundo debía de estar comiendo; por lo tanto, todos iban a tener que pasar por allí en algún momento. Los aromas de la comida estimularon su estómago, el cual protestó por las medias raciones que había recibido en los últimos tres días. Miles lo ignoró. Extrajo un panel de la pared, se puso unas gafas protectoras que encontró en el estuche, ocultando de esa manera su rostro, trepó a la pared para que no se notase su altura y comenzó a fingir que trabajaba en una caja de controles y algunos caños. Desde allí dominaba perfectamente todo el corredor.

A juzgar por los aromas que flotaban en el aire, debían de estar sirviendo carne con vegetales. Miles trató de no salivar en el haz del pequeño soldador láser que manipulaba mientras estudiaba a todos los que pasaban: Muy pocos iban vestidos de civil. Sin duda, la vestimenta de Rotha lo hubiese vuelto más llamativo que la camisa celeste. Había muchos overoles de distintos colores, cada uno con un código distinto, camisas celestes y verdes y vanos uniformes azules del ejército Aslundeño, casi todos de bajo rango. ¿Los mercenarios Dendarii —u oseranos— comerían en alguna otra parte? Miles ya había reparado los controles para siempre y comenzaba a pensar en abandonar su puesto cuando pasó una pareja de gris y blanco. Como no eran rostros que conociese, los dejó seguir sin llamarlos.

Miles reflexionó sobre sus probabilidades. Habría unos dos mil mercenarios presentes en el sistema del conducto de agujero de gusano de Aslund. Tal vez él conociera a unos doscientos de vista, y a muchos menos por su nombre. La flota mercenaria sólo tenía algunas naves en esa estación militar a medio construir. Y de la porción de la porción, ¿en cuántas personas podía confiar por completo? ¿En cinco? Dejó pasar a otro cuarteto de hombres de gris y blanco, aunque estaba seguro de que la rubia mayor era un ingeniero del
Triumph
, nave que alguna vez había sido leal a Tung. Alguna vez. Comenzaba a sentirse famélico.

Pero el rostro curtido que se acercaba por el corredor hizo que Miles olvidara su estómago. Era el sargento Chodak. Su suerte había cambiado… tal vez. Por su cuenta se hubiese aventurado, ¿pero arriesgar a Gregor? Era demasiado tarde para arrepentirse, ya que Chodak acababa de verlo. Los ojos del sargento se abrieron de par en par por la sorpresa, y entonces su expresión se tornó impasible.

—¡Oh, sargento! —lo llamó Miles señalando una caja de controles—. ¿Querría echar un vistazo, aquí, por favor?

—Lo seguiré en un minuto —dijo Chodak a su compañero, un hombre del ejército aslundeño.

Cuando estuvieron juntos, de espaldas al corredor, Chodak susurró:

—¿Ha enloquecido? ¿Qué está haciendo aquí? —Como muestra de su agitación, omitió su habitual «señor».

—Es una larga historia. Pero ahora necesito ayuda.

—¿Pero cómo llegó aquí? El almirante Oser tiene guardias por toda la estación de transbordo, buscándolo a usted. No pudo haber pasado de contrabando.

Miles sonrió con presunción.

—Tengo mis métodos. —Y su siguiente plan era dirigirse a esa misma estación de transbordo. No cabían dudas, Dios protegía a los tontos y a los locos—. Por ahora necesito establecer contacto con la comandante Elena Bothari-Jesek. Urgentemente. O si no es con ella, con el comodoro ingeniero Jesek. ¿Ella se encuentra aquí?

—Debería estar. El
Triumph
está en la estación. Por lo que me han dicho, el comodoro Jesek ha salido a efectuar reparaciones con la nave nodriza.

—Bueno, si no es Elena, Tung. O Arde Mayhew. O la teniente Elli Quinn. Pero prefiero a Elena. Dígale a ella, y a nadie más, que nuestro viejo amigo Greg está conmigo. Dígale que se encuentre conmigo dentro de una hora en las habitaciones de los operarios, en el compartimiento de Greg Bleakman. ¿Podrá hacerlo?

—Podré, señor. —Chodak se alejó rápidamente, con expresión preocupada. Miles remendó esa pobre pared desmenuzada, coloco el panel en su lugar, recogió su caja de herramientas y se alejo con indiferencia, tratando de no sentirse como si tuviera una luz roja girando sobre su cabeza. Se dejó las gafas puestas y mantuvo la cabeza gacha, y eligió los corredores menos transitados que pudo encontrar. Su estómago gruñía.

Elena te dará de comer
—le dijo con firmeza—. Más tarde.

Una mayor presencia de camisas celestes y azules le indicó que se estaba acercando a las habitaciones de los operarios.

Había un directorio. Después de vacilar unos segundos, pulsó «Bleakman, G.». Módulo B, compartimiento 8. Cuando encontró el módulo, miró su cronómetro. Gregor ya debía de haber finalizado su turno de trabajo. Ante la llamada, la puerta se abrió suavemente y Miles entró. Gregor estaba allí, sentado en su litera con expresión adormecida. Era un compartimiento privado, aunque apenas sí había espacio para moverse. La intimidad era un lujo psicológico mayor que la amplitud. Hasta los técnicos esclavos debían de sentirse mínimamente felices. Tenían demasiado poder como potenciales saboteadores y era mejor no presionarlos hasta el límite.

—Estamos salvados —le anunció Miles—. Acabo de establecer contacto con Elena. —Se sentó con fatiga en el borde de la litera. En ese lugar se encontraba a salvo y podía aflojar la tensión.

—¿Elena está aquí? —Gregor se pasó una mano por el cabello—. Pensé que querías a tu capitán Ungari…

—Elena es el primer paso para llegar a Ungari. O si no lo encontramos a él, para sacarnos de aquí. Si Ungari no hubiese sido tan porfiado en que la mano izquierda no supiese lo que hacía la derecha, todo sería mucho más sencillo. Pero esto servirá. —Estudió a Gregor con preocupación—. ¿Has estado bien?

—Un par de horas colocando artefactos de luz no afectará mi salud, te lo aseguro —dijo Gregor secamente.

—¿En eso te hicieron trabajar? Había imaginado otra cosa… De todos modos, Gregor parecía encontrarse bien. A decir verdad, considerando lo malhumorado que solía estar el Emperador, se veía casi alegre en su condición de esclavo.

Quizá deberíamos enviarlo a las minas un par de semanas por año, para mantenerlo feliz y contento con su trabajo habitual
. Miles se tranquilizó un poco.

—Resulta difícil imaginar a Elena Bothari como mercenaria —agregó Gregor en tono reflexivo.

—No la subestimes. —Miles ocultó un momento de duda— Casi cuatro años. Él sabía cuánto había cambiado en cuatro años. ¿Qué había sido de Elena? No creía que aquellos años hubiesen sido menos turbulentos para ella.
Los tiempos cambian, y la gente cambia con ellos
… No. Podía dudar de sí mismo antes que de Elena.

La media hora de espera fue difícil. Miles aflojó la tensión y se dejó invadir por la fatiga, pero no logró descansar. Ahora que necesitaba desesperadamente mantenerse bien despierto, comenzaba a sentirse embotado, y la lucidez se escapaba como arena entre sus dedos. Miles volvió a mirar su cronómetro.
Una hora
había sido demasiado vago. Debía haber especificado mejor el momento del encuentro. ¿Pero quién sabía qué dificultades o demoras podía sufrir Elena para llegar?

Miles parpadeó varias veces. Por la forma en que sus pensamientos fluctuaban, era evidente que se estaba quedando dormido sentado. La puerta se abrió sin intervención de Gregor.

—¡Aquí está!

Varios mercenarios vestidos de gris y blanco ocupaban el corredor. Cuando se acercaron a él, Miles no necesitó ver los aturdidores ni las cachiporras eléctricas para comprender que éstos no eran los hombres de Elena. La oleada de adrenalina despejó la fatiga de su cabeza.

¿Y ahora qué fingiré ser? ¿Un blanco móvil?
Miles se dejó caer contra una pared, sin siquiera resistirse, aunque Gregor se levantó de un salto y efectuó un valiente intento en aquel espacio tan pequeño, una precisa patada de karate que despojó a un mercenario del aturdidor que tenía en la manos. Como respuesta, dos hombres arrojaron a Gregor contra la pared.

Entonces Miles fue arrancado de la litera donde se había acurrucado y lo envolvieron varias veces con una red. El campo eléctrico ardía contra su piel. Estaban utilizando la suficiente energía como para inmovilizar a un caballo.

¿Qué piensan que soy, muchachos?

Con gran entusiasmo, el líder del escuadrón gritó en el intercomunicador que llevaba en la muñeca:

—¡Lo tengo, señor!

Miles alzó una ceja con ironía. El líder del escuadrón se ruborizo y enderezó la espalda, conteniéndose para no hacer la venia. Miles esbozó una sonrisa. El hombre apretó los labios.

Ja, casi te pesco, ¿verdad?

—Llévenselo —ordenó el líder del escuadrón.

Entre dos hombres lo sacaron del compartimiento. Sus pies colgaban ridículamente a varios centímetros del suelo. Detrás de él se llevaron a Gregor, quien gemía. Al pasar por un corredor, Miles vio el rostro consternado de Chodak por el rabillo del ojo, flotando entre las sombras.

Entonces maldijo su propio criterio.

Pensaste que eras capaz de conocer a las personas. Tu único talento demostrable. Por supuesto. Debí haber, debí haber, debí haber
…, se burló su mente, como el graznido de un ave de presa.

Cuando después de ser arrastrados un buen rato fueron introducidos por una escotilla. Miles supo de inmediato dónde se encontraba. El
Triumph
, la nave acorazada que algunas veces portaba la insignia de la flota, volvía a estar en funciones. Hacía mucho, antes de Tau Verde, Tung había sido el capitán y el dueño del
Triumph
. Oser solía utilizar su
Peregrine
como insignia. ¿Este cambio se debería a cuestiones políticas?

Los corredores de la nave eran extraña y dolorosamente familiares. Los olores de los hombres, de los metales y de las maquinarias. Esa arcada torcida, legado del lunático ataque en que había sido capturada cuando Miles la viera por primera vez, todavía sin enderezar.

Pensé que había olvidado mas cosas
.

Para asegurarse de que nadie los veía, un par de hombres se adelantaron a ellos, despejando el corredor de posibles testigos. Esta iba a ser una conversación muy íntima. En lo que a Miles se refería, no tenía inconveniente. Hubiese preferido no encontrarse nunca con Oser, pero si debían volver a verse, simplemente tendría que hallar un modo para sacarle provecho. Puso en orden su personalidad como si se arreglara los puños… Miles Naismith, mercenario espacial y misterioso empresario, llegado al Centro Hegen para… ¿para qué? Y su leal compañero Greg… Por supuesto, tendría que encontrar una explicación apropiada para justificar la presencia de Gregor.

Atravesaron el corredor dejando atrás el salón táctico, el centro neurálgico del
Triumph
, y entraron en una pequeña sala de reuniones que había frente a él. La pantalla de holovídeo ubicada en el centro de la mesa estaba oscura y silenciosa. El almirante Oser se hallaba sentado, igual de oscuro y silencioso, en la cabecera de la mesa. A su lado había un hombre pálido y rubio. que Miles supuso que sería un teniente leal. Nunca antes había visto a ese sujeto. Miles y Gregor fueron obligados a sentarse en dos sillas alejadas de la mesa, de tal modo que sus manos y píes quedaran a la vista. Oser hizo que todos, con excepción de un guardia, aguardasen en el corredor.

Other books

SHATTERED by ALICE SHARPE,
Proof Positive (2006) by Margolin, Phillip - Jaffe 3
Secrets Of Bella Terra by Christina Dodd
Sweet Charity by Sherri Crowder
Equation for Love by Sutherland, Fae
Waves of Desire by Lori Ann Mitchell
Deadly Descent by Charlotte Hinger
The Northern Approach by Jim Galford