El juego de los Vor (18 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

—Hace poco obtuve una mejor cotización, por un artefacto de la misma potencia en kilovatios —mencionó Liga sin mucho interés.

—No lo dudo —Miles sonrió—. Veneno un crédito, antídoto cien créditos.

—¿Y eso qué se supone que significa? —preguntó Liga con desconfianza.

Miles deslizó el dedo bajo su solapa y extrajo un diminuto vídeo.

—Eche un vistazo a esto. —Lo insertó en el reproductor de vídeo.

Una figura cobró vida e hizo algunas piruetas. Estaba vestida de la cabeza a los pies, e incluyendo los dedos, con lo que parecía ser una red ajustada y brillante.

—Algo aireado para usarse como ropa interior, ¿no? —dijo Liga, con escepticismo.

Miles lo miró con una sonrisa apenada.

—No existe fuerza armada de la galaxia que no quiera poner sus manos sobre esto. La primera malla protectora contra disruptores nerviosos para una sola persona. La última carta tecnológica de la Colonia Beta.

Liga abrió los ojos de par en par.

—No sabía que estaban en el mercado.

—No lo están. Se trata, por así decirlo, de un adelanto. —La Colonia Beta no hacía públicas sus novedades de inmediato. Desde hacía un par de generaciones que siempre estaba unos pasos adelantada y abastecía a todos los demás. A su debido tiempo, la Colonia Beta pondría a la venta su nuevo dispositivo por toda la galaxia. Mientras tanto…

Liga humedeció su prominente labio inferior.

—Nosotros utilizamos mucho los disruptores nerviosos.

¿Para los guardias de seguridad? Claro, seguro.

—Tengo una partida limitada de mallas protectoras. El primero en pedirlas, se las lleva.

—¿El precio?

Miles le dijo una cifra en dólares betaneses.

—¡Un ultraje! —Liga se meció en su sillón flotante. Miles se alzó de hombros.

—Piénselo. Su organización podría quedar en gran desventaja si no es la primera en mejorar sus defensas. Estoy seguro de que podrá imaginarlo.

—Yo… tendré que consultarlo. Eh… ¿me permite el disco para enseñárselo a mi supervisor?

Miles frunció los labios.

—Que no lo atrapen con él.

—Por supuesto. —Liga volvió a pasar el vídeo de demostración y observó con fascinación la figura resplandeciente del soldado. Entonces se guardó el disco en el bolsillo.

Listo. El anzuelo estaba echado en las aguas oscuras. Resultaría muy interesante ver quién lo mordía, ya se tratase de pececillos o de monstruosos leviatanes. Liga era un pez menor, según la opinión de Miles.

Bueno, debía empezar por alguna parte.

De regreso a la plaza. Miles se acercó a Overholt y le murmuró con preocupación:

—¿Lo he hecho bien?

—Muy bien, señor —le aseguró Overholt.

Bueno, tal vez sí. Se había sentido bien con la actuación. Casi podía imaginarse sumergiéndose en la compleja personalidad de Victor Rotha.

A la hora del almuerzo, Overholt lo condujo a una cafetería con mesas ubicadas al aire libre frente a la plaza, el mejor lugar para ser observados, desviando así la atención de Ungari. Miles devoró un sándwich rico en proteínas y permitió que sus nervios se relajaran un poco. Esta actuación le agradaba. No era tan estimulante como…

—¡Almirante Naismith!

Miles estuvo a punto de atragantarse con el emparedado, y giró la cabeza con desesperación tratando de identificar al que lo había llamado. Overholt se enderezó en su silla alarmado, aunque logró que su mano no volase prematuramente hacia el arma aturdidora que llevaba oculta.

Dos hombres se habían detenido junto a su mesa. Miles no pudo reconocer a uno de ellos. Al otro… ¡maldición! Él conocía ese rostro. Mandíbulas cuadradas, piel oscura, demasiado pulcro para ser otra cosa que un soldado, a pesar de sus ropas civiles de Pol. ¡El nombre, el nombre…! Uno de los comandos de Tung. Cuando lo vio por última vez, Miles había estado sentado junto a él en la armería del
Triumph
, preparándose para una batalla. Clive Chodak, ése era su nombre.

—Lo siento, me ha confundido con otra persona —dijo Miles por puro reflejo—. Mi nombre es Victor Rotha.

Chodak parpadeó.

—¿Qué? ¡Oh!, lo siento. Es que… se parece a alguien que conocí.

Miró a Overholt unos momentos, y luego se volvió hacia Miles interrogándolo con la mirada.

—¿Podemos acompañarlos?

—¡No! —replicó Miles aterrado. Aunque… No debía desechar un posible contacto. Esta era una complicación para la cual debía haber estado preparado. Pero activar a Naismith antes de lo planeado, sin la orden de Ungari… —Bueno, no aquí —se corrigió rápidamente.

—Ya… ya veo, señor. —Con un ligero movimiento de cabeza, Chodak se retiró llevando consigo a su renuente compañero. Sólo una vez se volvió para mirarlo por encima del hombro. Miles contuvo su impulso de morder la servilleta. Los dos hombres desaparecieron en la plaza. A juzgar por sus gestos, parecían estar discutiendo.

—¿Y esto estuvo bien? —preguntó Miles, tristemente. Overholt parecía algo consternado.

—No mucho. —Con el ceño fruncido, observó el lugar por donde habían desaparecido los dos hombres.

A Chodak no le llevó más de una hora rastrear a Miles hasta su nave betanesa en la estación. Ungari todavía estaba fuera.

—Dice que quiere hablar con usted —le informó Overholt. Él y Miles estudiaron el monitor de vídeo. Chodak estaba en la escotilla, cambiando el peso de un pie a otro con impaciencia—. ¿Qué cree que desea en realidad?

—Probablemente hablar conmigo —respondió Miles —y que me condenen si yo no quiero hablar con él también.

—¿Cuán bien lo conoce? —preguntó Overholt con desconfianza, mirando la imagen de Chodak.

—No demasiado —admitió Miles—. Parecía un comando competente. Conocía su equipo, sabia manejar a su gente y se mantenía firme bajo el fuego. —A decir verdad, Miles sólo había tenido breves contactos con aquel hombre, siempre por cuestiones militares, pero algunos de aquellos minutos habían sido críticos, en la desesperada incertidumbre del combate espacial. ¿Sería lo bastante seguro permitir la entrada de un hombre al que no había visto en casi cuatro años?—. Regístrelo bien, pero déjelo pasar y averigüemos lo que tiene que decir.

—Si usted lo ordena, señor —dijo Overholt en tono neutral.

—Lo ordeno.

A Chodak no pareció molestarle que lo registrasen. Sólo llevaba un aturdidor reglamentario. Aunque también había sido un experto en combatir con los puños, recordó Miles, y ésa era un arma que nadie podía confiscarle. Overholt lo escoltó hasta el pequeño comedor de oficiales, lugar que los betaneses hubieran llamado «sala de recreación».

—Señor Rotha —comenzó Chodak—. Esperaba hablar con usted, eh… en privado. —Miró a Overholt con desconfianza—. ¿O ha reemplazado al sargento Bothari?

—Nunca. —Miles hizo una seña a Overholt para que lo siguiera al corredor, pero no habló hasta que las puertas se cerraron con un susurro—. Creo que su presencia es inhibidora. ¿Le importaría esperar fuera? —Miles no especificó a quién inhibía Overholt—. Podrá vigilar en el monitor, por supuesto.

—Me parece una mala idea. —Overholt frunció el ceño—. ¿Qué ocurrirá si se abalanza sobre usted?

Miles dio unos golpecitos nerviosos sobre la costura de su pantalón.

—Es una posibilidad

—Pero de aquí nos dirigiremos a Aslund, donde, según dice Ungari, se encuentran apostados los Dendarii. Tal vez pueda brindarnos información de utilidad.

—Si dice la verdad.

—Las mentiras también pueden ser reveladoras. —Con este dudoso argumento, regresó al comedor sin Overholt.

Miles saludó con un movimiento de cabeza a su visitante, quien ahora estaba sentado ante una mesa.

—Cabo Chodak.

Chodak se iluminó.

—Sí, lo recuerda.

—Oh, sí, y… ¿todavía se encuentra con los Dendarii?

—Sí, señor. Soy sargento Chodak, ahora.

—Muy bien. No me sorprende.

—y, eh… son los Mercenarios Oseran.

—Eso tengo entendido. Si es algo bueno o no, aún está por verse.

—¿Por quién se hace pasar, señor?

—Victor Rotha es un traficante de armas.

—Ese es un buen disfraz. —Chodak asintió con la cabeza. Miles sirvió dos cafés tratando de que sus siguientes palabras sonasen casuales.

—¿Y qué está haciendo en Pol Seis? Pensé que los Den… que la flota prestaba servicios en Aslund.

—En la Estación Aslund, aquí en el Centro —le corrigió Chodak—. Sólo son un par de días de vuelo por el sistema. Por ahora se encuentra allí. —Sacudió la cabeza—. Contratista del gobierno.

—¿Atrasados en los planes y excedidos en los costes?

—Exacto. —Aceptó la taza de café sin vacilar, sujetándola entre sus manos delgadas, y bebió un pequeño sorbo—. No puedo quedarme mucho tiempo. —Giró la taza y la depositó sobre la mesa—. Señor, creo que puedo haberle causado problemas por accidente. Me sorprendió tanto verlo allí… De todos modos, quería… supongo que quería ponerlo sobre aviso. ¿Viaja de regreso a la flota?

—Me temo que no puedo discutir mis planes. Ni siquiera con usted.

Chodak le dirigió una mirada penetrante con sus ojos negros y almendrados.

—Usted siempre ha sido engañoso.

—Como experto soldado de combate, ¿prefiere los asaltos frontales?

—¡No, señor! —Chodak esbozó una leve sonrisa.

—¿Por qué no me cuenta? Supongo que usted será uno de los agentes de inteligencia que la flota tiene esparcidos por el Centro. Seguramente hay unos cuantos como usted, o de otro modo la organización se hubiese venido abajo en mi ausencia. —Lo más probable era que, en ese momento, la mitad de los habitantes de Pol Seis fuesen espías para algún bando, sin mencionar a los dobles agentes. ¿A ellos había que contarlos dos veces?

—¿Por qué ha tardado
tanto
, señor? —El tono de Chodak era casi una acusación.

—No era mi intención —se excusó Miles—. Durante algún tiempo estuve prisionero en… en un lugar que prefiero no describir. Logré escapar hace apenas unos tres meses. —Bueno, aquélla era una forma de describir la isla Kyril.

—¡Usted, señor! Podríamos haberlo rescatado…

—No, no hubieran podido —replicó Miles con dureza—. La situación era extremadamente delicada, y se resolvió de un modo satisfactorio para mí. Pero entonces me vi erradicado de las áreas en que solía operar, exceptuando la flota Dendarii. Lo siento, pero vosotros sois mi única preocupación. De todos modos me siento intranquilo. Debí haber tenido noticias del comodoro Jesek. —Eso era cierto.

—El comodoro Jesek ya no está al mando. Hace alrededor de un año hubo una reorganización financiera y una reestructuración de mando, efectuada por la junta de capitanes y el almirante Oser. Encabezado por el almirante Oser.

—¿Dónde está Jesek?

—Fue degradado a ingeniero de la flota.

Era inquietante, pero Miles podía comprenderlo.

—No me parece del todo mal. Jesek nunca fue tan agresivo como… como Tung, por ejemplo. ¿Y Tung? Chodak sacudió la cabeza,

—Fue degradado de Jefe de estado mayor a oficial encargado del personal. Un puesto insignificante.

—Eso parece… un desperdicio.

—Oser no confía en Tung. Y Tung tampoco lo aprecia mucho a él. Desde hace un año, Oser trata de forzarlo a marcharse, pero Tung se mantiene en su puesto a pesar de la humillación. No es sencillo deshacerse de él. Oser todavía no puede arriesgarse a perder parte de su personal, y demasiadas personas clave siguen siendo leales a Tung.

Miles alzó las cejas.

—¿Incluyéndolo a usted?

—Él supo hacer las cosas —dijo Chodak con aire distraído—, Yo lo consideraba un oficial superior.

—Yo también.

Chodak asintió con la cabeza.

—Señor… el asunto es… El hombre que estaba conmigo en la cafetería es mi superior aquí. Y es partidario de Oser. Excepto matarlo, no se me ocurre ninguna otra manera de evitar que informe sobre nuestro encuentro.

—No tengo ningún deseo de iniciar una guerra civil en mi propia estructura de mando —dijo Miles.
De momento
—. Me parece más importante que no sospeche que ha hablado conmigo en privado. Deje que informe. Ya antes he hecho tratos con el almirante Oser, para beneficio de ambos.

—No estoy seguro de que Oser piense lo mismo, señor. Creo que se considera engañado. Miles lanzó una carcajada.

—Yo doblé el tamaño de la flota durante la guerra de Tau Verde. Incluso como tercer oficial, acabó teniendo mucho más que antes bajo su mando, una tajada más pequeña de un pastel más grande.

—Pero el bando que nos contrató en un principio perdió.

—No lo creo. Ambos lados ganaron con la tregua que forzamos. Sólo se perdió un poco de prestigio. ¿Es que Oser no puede sentir que ha vencido a menos que haya un derrotado?

La expresión de Chodak se tornó sombría.

—Creo que ése es el caso, señor. Él dice, yo mismo lo he escuchado, que usted nos engañó. Que jamás ha sido un almirante ni ninguna clase de oficial. Que si Tung no lo hubiese traicionado, él lo habría echado de una patada en el trasero. —Chodak le dirigió una mirada pensativa—. ¿Qué era usted en realidad?

Miles sonrió con suavidad.

—Era el vencedor. ¿Lo recuerda?

Chodak emitió un bufido, casi una risita.

—Sí.

—No permita que la pobre historia revisionista de Oser nuble su mente. Usted estaba allí.

Chodak sacudió la cabeza con pesar.

—En realidad no necesitaba mi advertencia, ¿verdad? —Se puso de pie.

—Nunca dé nada por sentado. Ah…, y cuídese. Eso significa que cubra su trasero. Me acordaré de usted, más adelante.

—Señor. —Chodak lo saludó con un movimiento de cabeza. Overholt, quien aguardaba en el corredor con una postura de centinela casi imperial, lo escoltó con pasos firmes hasta la compuerta de la nave.

Miles permaneció sentado en el corredor, mordisqueando suavemente el borde de su taza, y consideró ciertos sorprendentes paralelos entre la reestructuración de mando en una flota mercenaria libre y las destructivas guerras de los Vor barrayaranos. ¿Podía pensarse en los mercenarios como en una miniatura, una simplificación, una versión de laboratorio de la vida real?

Oser debía haber estado presente en el alzamiento de Vordarian para ver cómo trabajan los chicos grandes
.

Sin embargo, a Miles le convenía no subestimar los peligros potenciales y las complejidades de la situación. Su muerte en un conflicto en miniatura sería tan absoluta como su muerte en uno grande.

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