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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (35 page)

—Vamos, amor, vamos —oyó que Elena entonaba a sus espaldas, como una mujer llamando a un garito sobre su falda.

La caminata parecía no acabar nunca. Miles se volvió para susurrar a Elena:

—Muy bien, llegamos al calabozo. Allí estarán los mejores hombres de Oser. Y entonces, ¿qué? Ella se mordió el labio.

—No lo sé.

—Me lo temía. Gira aquí. —Doblaron en el siguiente recodo. Un guardia se volvió para mirar atrás.

—¿Señor?

—Seguid adelante, muchachos —respondió Miles—. Cuando tengáis a ese espía encerrado, presentaos en la cabina del almirante.

—Muy bien, señor.

—Continúa caminando —susurró Miles—. Continúa sonriendo.

Los pasos de los guardias se alejaron.

—Y ahora, ¿adónde vamos? —pregunto Elena. Oser dio un traspié—. Esto está muy inestable.

—La cabina del almirante, ¿por qué no? —decidió Miles con una extraña sonrisa. El inspirado motín de Elena le había otorgado el mejor descanso del día. Ahora tenía el impulso. No se detendría hasta que lo matasen. Después de tantas posibilidades, ahora sabía.
El momento es éste. La palabra es «adelante»
.

Tal vez. Siempre y cuando…

Pasaron junto a unos cuantos técnicos oseranos. Oser hacía algo parecido a asentir con la cabeza. Miles esperó que pasase por un reconocimiento informal de sus saludos. De todos modos, nadie se volvió para gritarles que se detuvieran. Dos niveles y otro giro los llevaron a los conocidos corredores de los oficiales. Llegaron a la cabina del capitán. (Dios, tendría que enfrentarse a Auson, y pronto.) La palma de Oser, que Elena apretó contra la cerradura, les permitió entrar en las oficinas del almirante al mando. Cuando la puerta se cerró tras ellos. Miles comprendió que había estado conteniendo el aliento.

—Ya estamos dentro —dijo Elena con la espalda apoyada contra la puerta—. ¿Piensas abandonarnos de nuevo?

—Esta vez, no —respondió Miles con expresión sombría—, Habrás notado un tema que no mencioné allá en la enfermería.

—Gregor.

—Exactamente. Cavilo lo tiene como rehén en su nave.

Elena agachó la cabeza desanimada.

—¿Piensa venderlo a los cetagandanos?

—No. Es más extraño que eso. Piensa casarse con él. Elena lo miró con sorpresa.

—¿Qué? Miles, es imposible que ella haya pensado en algo semejante, a menos…

—A menos que Gregor le haya sembrado la idea. Y creo que además de sembrarla, la ha regado y fertilizado. Lo que no sé es si se lo proponía en serio o si sólo trataba de ganar tiempo. Ella se ocupó de mantenernos separados. Tú conoces a Gregor casi tan bien como yo. ¿Qué piensas?

—Resulta difícil imaginar a Gregor enamorado de la idiotez. Él siempre fue bastante… tranquilo. Bueno, casi asexuado, comparado con Iván, por ejemplo.

—No estoy seguro de que sea una buena comparación.

—No, tienes razón. Bueno, comparado contigo, entonces.

Miles se preguntó como debía tomar eso.

—Gregor nunca tuvo demasiadas oportunidades. Me refiero a cuando éramos jóvenes. No tenía intimidad. Seguridad siempre estaba en su bolsillo trasero. Eso puede inhibir a un hombre, a menos que éste sea un poco exhibicionista.

Ella giró la cabeza, como reflexionando sobre la sexualidad de Gregor.

—Él no era así.

—Cavilo debe preocuparse de presentarle sólo su aspecto más atractivo.

—¿Es bonita?

—Si, si a uno le gustan las rubias homicidas y maníacas, desesperadas por el poder. Supongo que puede llegar a resultar bastante irresistible. —Su mano se cerró, y el recuerdo de la textura suave de su cabello le hizo hormiguear la palma. Miles se la frotó contra el pantalón.

Elena se iluminó un poco

—Ah. No te gusta.

Miles observó el rostro de Elena Valkyrie,

—Es demasiado baja para mi gusto.

Elena sonrió.

—Te creo. —Condujo al atontado Oser hasta una silla y lo sentó—. Pronto tendremos que atarlo o algo parecido.

El intercomunicador zumbó. Miles se acercó a la consola de Oser para atenderlo.

—¿Sí? —Preguntó con la voz más calmada y aburrida posible

—El cabo Meddis se encuentra aquí, señor. Hemos puesto al agente vervanés en la celda Nueve.

—Gracias, cabo. Ah… —Valía la pena intentarlo—. Todavía nos queda un poco de droga. Por favor, ¿querría traer al capitán Tung aquí para que lo interroguemos?

Elena alzó sus oscuras cejas esperanzada

—¿A Tung, señor? —La voz del guardia era muy incierta—. ¿Puedo agregar un par de refuerzos a mi escuadrón entonces?

—Por supuesto… Vea si el sargento Chodak se encuentra por allí, es posible que tenga algunos hombres en servicio extraordinario. A decir verdad, ¿no se encuentra él mismo en servicio extraordinario? —Alzó la vista y notó que Elena unía el pulgar y el índice en una
d
.

—Eso creo, señor.

—Muy bien, haga lo que pueda. Naismith fuera. —Apagó el intercomunicador y lo miró, como si de pronto se hubiese convertido en la lámpara de Aladino—. No creo que hoy esté destinado a morir. Me deben estar reservando para pasado mañana.

—¿Piensas eso?

—Oh, sí, entonces todo será mucho más público y espectacular. Podré arrastrar miles de vidas conmigo.

—No te dejes llevar por tus estúpidos accesos de pánico; ahora no tienes tiempo para ello. —Le golpeó los nudillos con la jeringa—. Tienes que sacarnos de este agujero.

—Sí, señora —dijo Miles sumisamente, frotándose la mano.
¿Dónde esta el «señor», el respeto que se me debe…?
Pero sintió un extraño consuelo—. De paso, cuando Oser arrestó a Tung por arreglar mi fuga, ¿por qué no hizo lo mismo contigo, con Arde, con Chodak y con el resto de vuestro cuadro?

—Él no arrestó a Tung por eso. Al menos, no lo creo. Como de costumbre, Oser le estaba provocando. Ambos se encontraban en el puente de mando, lo cual no era muy habitual, y al fin, Tung perdió los estribos y trató de derribarlo. En realidad lo logró, y estaba a punto de estrangularlo cuando Seguridad lo detuvo.

—¿No tuvo nada que ver con nosotros, entonces? —Eso era un alivio—

—No… no estoy segura. No me encontraba allí. Puede haber sido una distracción planeada para evitar que Oser realizara la conexión. —Elena movió la cabeza en dirección a Oser, quien todavía sonreía—. ¿Y ahora?

—Déjalo suelto hasta que nos entreguen a Tung. Aquí somos todos felices aliados. —Miles hizo una mueca—. Pero, por el amor de Dios, no permitas que nadie trate de hablar con él.

El intercomunicador de la puerta zumbó. Elena se colocó tras la silla de Oser y colocó una mano sobre su hombro, tratando de parecer lo más aliado posible. Miles fue hasta la puerta y activó el cerrojo. La puerta se abrió.

Seis nerviosos mercenarios rodeaban a Ky Tung, quien irradiaba hostilidad como una estrella nova. Tung apretó los dientes con expresión confundida al ver a Miles.

—Ah, gracias, cabo —dijo éste—. Mantendremos una pequeña junta informal después del interrogatorio. Le rogaría que usted y su escuadrón montaran guardia aquí fuera. Y, por si acaso el capitán Tung llegara a ponerse violento otra vez, sería mejor que… el sargento Chodak y un par de sus hombres nos acompañaran dentro.

Chodak respondió de inmediato.

—Sí, señor. Usted, soldado, venga conmigo.

Lo voy a ascender a teniente
, pensó Miles, y se apartó para dejar pasar a los dos hombres con Tung. Con su aspecto alegre, por unos momentos Oser quedó a la vista del escuadrón antes de que la puerta volviera a cerrarse. Tung también pudo verlo y se desembarazó de sus guardias para acercarse al almirante.

—¿Y ahora qué, hijo de perra, qué cree…? —Se detuvo al ver que Oser le sonreía tontamente—, ¿Qué le ocurre?

—Nada —dijo Elena—. Creo que la dosis ha logrado hacer bastante por su personalidad. Lástima que sólo sea temporal.

Tung echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, y entonces giró para sacudir a Miles por los hombros.

—¡Lo has hecho! ¡Has regresado! ¡Tenemos un trabajo que cumplir!

El hombre de Chodak estaba crispado, como tratando de decidir en qué dirección debía abalanzarse. Chodak lo cogió por el brazo, sacudió la cabeza en silencio y le indicó la pared junto a la puerta. Entonces él mismo enfundó su aturdidor y se apoyó contra el marco con los brazos cruzados; después de unos momentos, su hombre lo siguió, colocándose al otro lado.

—Una mosca en la pared —susurró Chodak con una sonrisa— Considérelo un privilegio.

—No fue exactamente voluntario —dijo Miles, a punto de morderse la lengua ante el entusiasmo del euroasiático—. Y todavía no trabajamos en lo mismo. —
Lo siento Ky. No puedo ser tu testaferro esta vez. Tendrás que seguirme a mí
. Miles mantuvo el rostro serlo y retiro las manos de Tung de sus hombros—. Ese capitán del carguero vervanés se entregó directamente a la comandante Cavilo, Desde entonces me he estado preguntando si fue un accidente.

—¡Ah! —Tung retrocedió como si acabaran de golpearlo en el estómago.

Miles sintió lo que había hecho. No, Tung no era ningún traidor, pero él no se atrevía a renunciar al único argumento que tenía.

—¿Traición o torpeza, Ky? —
¿Y ya has dejado de pegarle a tu esposa?

—Torpeza —susurró Tung poniéndose pálido—. Maldición, voy a matar a ese triple agente…

—Ya lo han hecho por usted —dijo Miles con frialdad. Tung alzó las cejas con sorpresa y respeto—. He venido al Centro Hegen por un contrato —continuó Miles—, pero ahora dudo de estar en condiciones de cumplirlo. No he regresado aquí para ponerlo al mando de los Dendarii… —Un duro golpe, a juzgar por la expresión que apareció en el rostro de Tung—. Aunque podría hacerlo si usted estuviera dispuesto a servir a mis propósitos. Las prioridades y los blancos serán mi decisión. Usted sólo podrá decidir
cómo
. —¿Y quién pondría a quién al mando de los Dendarii? Siempre que esa pregunta no se le ocurriera a Tung.

—Como mi aliado —comenzó Tung.

—No. Como su comandante, o nada —dijo Miles. Tung permaneció muy erguido, subiendo y bajando las cejas. Al fin, dijo en voz baja:

—Parece ser que el muchachito de papá Ky está creciendo.

—No se trata sólo de eso. ¿Está conmigo o no?

—El resto es algo que tendré que escuchar. —Tung se mordió el labio inferior—. Estoy contigo. Miles le tendió la mano.

—Hecho.

Tung la estrechó.

—Hecho. —Su mano lo apretó con fuerza. Miles exhaló un profundo suspiro.

—Muy bien, la última vez le dije algunas verdades a medias.

Esto es lo que ocurre en realidad. —Comenzó a caminar, y sus temblores no se debían sólo a los disruptores nerviosos—. Es cierto que tengo un contrato con un tercero, pero no es para realizar una «evaluación militar».

Esa fue la pantalla de humo que inventé para Oser. Lo que le dije respecto a prevenir una guerra civil planetaria no era humo. Fui contratado por Barrayar.

—Por lo general, ellos no contratan mercenarios —dijo Tung.

—Yo no soy un mercenario normal. Quien me paga es Seguridad Imperial de Barrayar. —Dios, al menos una verdad completa—. Debo encontrar y rescatar a un rehén. Aparte, espero detener una inminente flota invasora cetagandana que planea apoderarse del Centro. Nuestra segunda prioridad estratégica será custodiar ambos extremos del enlace por agujero de gusano de Vervain hasta que lleguen los refuerzos de Barrayar.

Tung se aclaró la garganta.

—¿Segunda prioridad? ¿Y si no llegan nunca? Hay que atravesar Pol… Y, además, el rescate de rehenes no suele tener prioridad sobre la invasión estratégica de una flota, ¿no?

—Considerando la identidad de este rehén, le aseguro que vendrán. El Emperador de Barrayar, Gregor Vorbarra, ha sido secuestrado. Yo lo encontré, lo perdí y ahora debo recuperarlo. Tal como puede imaginar, espero que la recompensa por salvarlo sea considerable.

De pronto, el rostro perplejo de Tung se iluminó.

—Ese flacucho neurasténico que te acompañaba… no era él, ¿verdad?

—Sí, lo era. Y entre usted y yo logramos entregarlo directamente a la comandante Cavilo.

—¡Oh, mierda! —Tung se frotó la cabeza—. Ella lo entregará a los cetagandanos.

—No. Piensa cobrar su recompensa de Barrayar. Tung abrió la boca, la cerró y alzó un dedo.

—Espera un minuto…

—Es
complicado
—dijo Miles con impotencia—. Por eso delegaré en usted la parte simple: custodiar el enlace de Vervain. El rescate será mi responsabilidad.

—Simple. Los mercenarios Dendarii. Los cinco mil mercenarios. Sin ayuda. Contra el Imperio de Cetaganda. ¿Has olvidado cómo contar en los últimos cuatro años?

—Piense en la gloria. Piense en su reputación. Piense en lo fantástico que quedará en su historial.

—En mi epitafio, querrás decir. Nadie podrá reunir los suficientes átomos de mi persona para enterrarlos. ¿Piensas encargarte de los gastos de mi funeral, hijo?

—Espléndidamente. Con banderas, bailarinas y la suficiente cerveza para que su ataúd flote hasta el Valhalla.

Tung suspiró.

—Haz que el barco flote sobre vino dulce, ¿de acuerdo? Bebed la cerveza. Bueno… —Permaneció en silencio unos momentos, frotándose los labios—. El primer paso es hacer que la flota tenga una alerta de una hora en lugar de veinticuatro.

—¿No era así? —Miles frunció el ceno.

—Estábamos a la defensiva. Supusimos que dispondríamos al menos de treinta y seis horas para estudiar cualquier cosa que se acercase a nosotros desde el Centro. O, por lo menos, Oser lo supuso. Nos llevará unas seis horas establecer la alerta de una hora.

—De acuerdo; ése será el segundo paso. El primero será besar al capitán Auson y reconciliarse con él.

—¡Ni muerto! —gritó Tung—. Ese cabeza hueca…

—Le necesitamos para comandar el
Triumph
mientras usted dirige la Flota Táctica. No puedo hacer ambas cosas. Y yo no podré reorganizar la flota con tan poco tiempo. Si tuviera una semana para escardar las malas hierbas… Bueno, no la tengo. Hay que persuadir a la gente de Oser para que permanezcan en sus puestos. Si tengo a Auson me las arreglaré con el resto. De un modo o de otro.

Tung emitió un gruñido, pero asintió con la cabeza.

—Está bien. —Su expresión furiosa se fue tornando risueña—. Aunque pagaría por ver cómo le convence de besar a Thorne.

—Un milagro por vez.

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